¿Se creó empleo durante la construcción del puente de Cal y Canto?. Según el demagogo Longueira, el gobierno creó empleos... |
El ministro de economía, coronel Pablo Longueira, está en éxtasis luego de que el Banco Central diera a conocer que el Indice Mensual de Actividad Económica (Imacec), creció 5,5% en enero en comparación con igual mes del 2011, superando las expectativas del mercado de un aumento de 4,3%.
Y, sin contener la alegría (¡de algo tiene que alegrarse este señor!), evaluó la noticia como una "positiva señal". Además, indicó que “desde comienzos de este año, el gobierno ha dado buenas noticias en materia económica, a través de importantes indicadores como las cifras de desempleo, ocupación e IPC…Tal como he señalado en otras oportunidades esto no es casualidad, sino el resultado del trabajo que ha desarrollado este gobierno en materia económica y que hasta ahora nos ha permitido cumplir con todos los compromisos adquiridos el 2010”.
¡ Plop…exijo una explicación ¡…
¿Qué tiene que ver el gobierno con la creación de empleos o el nivel de precios?...
¿Cómo se pueden comprometer con algún logro que no depende de ellos?...
Esto no es ni más ni menos que la permanente demagogia de los políticos en especial cuando están en el poder y deben buscar argumentos para posicionarse en la opinión pública. La única verdad es que los políticos no crean riqueza ni prosperidad ni empleos.
Los políticos no crean riqueza ni prosperidad ni empleos.
Debemos reconocer que no solo el coronel Longueira ha planteado que el gobierno ha creado empleos, puestos de trabajo y mejorado el ambiente económico, lo que es una completa y absoluta falacia. Lo que sí es cierto es que los gobiernos no crean empleos productivos, pero si recargan las nóminas con parásitos y burócratas a contrata u honorarios.
Por ejemplo, cuando la ciudad de Santiago comenzó a expandirse a mediados del siglo XVIII, el corregidor de Santiago Luis Manuel de Zañartu inició el 5 de junio de 1767 la construcción de un gran puente, el que sería llamado Puente de Cal y Canto. Para tal fin, Zañartu, conocido por ser un hombre despiadado, utilizó a los reos de la cárcel para la construcción de la obra, y durante todo el período se mostró insensible “a los implacables gemidos del continuo padecer de estos miserables que se hallan trabajando al rigor del sol con una vergonzosa desnudez, mal comidos, enfermos y ultrajados de sobrestantes”.
Finalmente, el 20 de junio de 1779, 12 años después, con un costo de 200.000 pesos sin contar la mano de obra forzada, fue inaugurado el Puente de Cal y Canto. Medía 202 metros de largo, 120 metros correspondientes al ancho del río y los restantes eran las rampas necesarias para alcanzar la altura de la calzada; se elevaba a más de 12 metros de altura sobre el río y tenía un total de 11 arcos de 9,2 metros de alturas; los pilares descansaban en cimientos de más de 4,2 metros de profundidad y su calzada tenía un ancho de 8,4 metros, por donde podían circular carretas en ambos sentidos dejando espacio para caballos y peatones.
Sin embargo, el río Mapocho no es un rio caudaloso sino un pequeño cauce que contrastaba con el enorme puente construido. Se decía que de los 11 arcos, 3 nunca fueron tocados por las aguas y se convirtieron en baños públicos.
Pese a ello, con el transcurso del tiempo, el puente Cal y Canto se convirtió en un centro comercial para los santiaguinos. Llegaron a existir en cada pilar del lado poniente, unas garitas semicirculares en las que se instalaron tiendas, en las que se vendían frutas, baratijas, dulces y otras confecciones; se instalaron hasta cinco boticas, dos panaderías, bodegas de vinos, relojerías, sombrererías, talabarterías y hasta la imprenta del periódico "La Estrella de Chile", que se instaló en julio de 1887.
En el año 1886, asume la presidencia don José Manuel Balmaceda Fernandez, y uno de sus primeros proyectos fue la canalización del rio Mapocho lo que marcó el principio del fin del puente Cal y Canto puesto que los encargados de la canalización del río ordenaron derribar el Puente para continuar con sus trabajos. Y a pesar de las diferentes reacciones en contra de dicho suceso, por parte de la opinión pública, el puente fue minado y destruido el 10 de agosto de 1888. Había durado 109 años desde su inauguración.
Para simplificar el análisis, inicialmente, supondremos que para la construcción del puente Cal y Canto no se usó el trabajo forzado de los presos. Existen dos argumentos que usan los socialistas para defender este tipo de construcciones. En primer lugar, se afirma que la construcción de la obra proporcionará trabajo a unos 2.000 operarios durante los 12 años de su construcción…¡el gobierno ha creado empleos!. Pero, vamos por partes.
Es cierto que un grupo de operarios encontró un empleo satisfactorio, pero esta obra se financió con impuestos. Y por cada peso gastado en el puente había un peso menos en el bolsillo de los contribuyentes. Así, si el puente costó 200.000 pesos, los contribuyentes de la época debieron abonarlo, y no pudieron disponer de dicha suma en otras cosas que pudieran haber necesitado. El gasto público, salarios de los operarios, expulsó consumo o inversión privada, y en consecuencia, la intervención del gobierno destruyó consumo o inversión privada.
En otras palabras, la construcción del puente con recursos públicos ha expulsado el consumo y la inversión privada. Es decir, hay más maestros y operarios constructores de puentes pero hay menos trabajadores en la industria textil, agricultores, comerciantes, panaderos, talabarteros, etc.
¿Y qué podemos decir de la destrucción del puente de Cal y Canto en 1888?, ¿también aumentó el empleo?, ¿fue este puente una inversión?...
Si los políticos dejaran de contemplar embobados el puente, hubieran aprendido a ponderar las consecuencias directas tanto como las indirectas de dicha construcción. Las consecuencias directas son que aumentó la demanda por cal de Polpaico, rocas de las canteras de Cerro Blanco y por huevos, necesarios para pegar estos elementos. Y las consecuencias indirectas son las posibilidades malogradas como las casas que no se construyeron; los vestidos y abrigo que no se confeccionaron; y los productos del campo que no fueron sembrados ni cosechados.
En otras palabras, el efecto neto sobre el nivel de empleo es nulo: se ha creado una cosa a expensas de otras.
Podemos concluir que es poco probable que los proyectos madurados por los políticos y los burócratas aumenten la riqueza y el bienestar ciudadano, y es más probable que el bienestar ciudadano se reduzca por cada peso gastado por los políticos en comparación a si los ciudadanos los hubieran invertido según sus propios deseos.
Los gobiernos modernos solo deben preocuparse de crear las condiciones para que los individuos en los mercados tomen las decisiones correctas, asuman riesgos, creen empresas, creen empleos productivos, siempre y cuando, sus vidas y su propiedad estén protegidas por la ley. Para eso sirve el Estado y los gobiernos de turno.
La libertad económica es la clave para generar empleos reales y generar prosperidad. Desafortunadamente, el intervencionismo socialista ha preñado las mentes de muchos políticos de derecha que todavía no entienden –o no tienen ningún incentivo para entender– que la libertad económica, y por lo tanto menos gobierno, es lo que crea prosperidad.
Los políticos siguen creyendo en “la falacia de la ventana rota” que proviene de una historia que cuenta Fredéric Bastiat respecto de un niño que rompe una ventana, lo que lleva a algunos a creer que el tener que poner una ventana nueva estimulará una nueva onda de actividad económica. Y la falacia consiste en ignorar las cosas productivas que el comerciante habría hecho con ese dinero si no hubiera tenido que arreglar la ventana.
A una gran mayoría de políticos no les interesa aprender, y siguen creyendo, al igual que el ministro de economía, coronel Pablo Longueira, que el gobierno es responsable de las buenas cifras de desempleo, ocupación e IPC. En su demagogia cree que “tal como he señalado en otras oportunidades esto no es casualidad, sino el resultado del trabajo que ha desarrollado este gobierno en materia económica y que hasta ahora nos ha permitido cumplir con todos los compromisos adquiridos el 2010”.
Tenemos dos opciones para clasificar a Longueira: es un iluso o un demagogo. Y claramente, es un demagogo.
LA COLUMNA DE LIBERALIO
Lunes 5 marzo 2012
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