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Los nuevos Premios Nobel de Economía, ¿serán recordados sus aportes? |
Los matemáticos y
economistas Alvin E. Roth y Lloyd Shapley han sido premiados por la Academia
Sueca de las Ciencias en Estocolmo con el Premio Nobel de Economía de 2012.
Nuevamente, se ha apostado por la teoría de juegos y el trabajo matemático,
destacando el trabajo de los galardonados "en la teoría de las
asignaciones estables y el diseño de mercado". Sin embargo, el premio no
es debido a un trabajo conjunto, sino a sus trabajos independientes que han
posibilitado que "la combinación de la teoría básica de Shapley y las
investigaciones empíricas de Roth, experimentos y diseño práctico, ha generado
un floreciente campo de la investigación y mejorado el rendimiento de muchos
mercados."
Así, Alvin Roth, nacido
en 1951, graduado en la Universidad de Columbia en 1971, doctorado en la Universidad
de Stanford en 1974, ha desarrollado su carrera en los campos de la teoría de
juegos, la economía experimental y el diseño de los mercados.
Es una figura conocida en
el mundo académico, y ha diseñado modelos y algoritmos para redes de donación
de órganos o para la colocación óptima de alumnos en centros públicos de
grandes distritos urbanos, como hizo ayudando a las autoridades de la ciudad de
Nueva York en 2003.
Por su parte, Lloyd
Shapley, nacido en 1923, matemático y economista experto en la teoría de
juegos, es profesor emérito en la Universidad de California y es reconocido
junto a Martin Shubik por formular el 'índice de poder Shapley–Shubik', que mide
la relación entre la intención de voto y la formación de coaliciones en un
proceso electoral.
Se considera a Shapley como
uno de los precursores de la teoría de juegos, galardonada en numerosas
ocasiones (John Nash, Robert Aumann), llevando las matemáticas y la teoría de
juegos a nivel práctico. Por ejemplo, a mediados de los 60, aplicó sus
algoritmos para situaciones diarias, como los criterios de admisión para la
universidad.
***
En diciembre de 1970,
Michael Hudson, un economista criticó la entrega del premio a Paul Samuelson,
indicando que la economía no era una ciencia como la física o la química,
basada en el desarrollo de modelos de pizarrón para la aplicación de políticas que
nunca funcionan, ¿Por qué otorgarle un Premio Nobel?. Incluso, Friedrich Hayek
criticó este premio cuando lo recibió en 1974 señalando que la economía es una
ciencia social que no debe responder a aplicaciones de lógica matemática.
¿Qué podemos comentar
respecto del premio otorgado a Roth-Shapley?. En primer lugar, los fundamentos
del premio están más ligados a las matemáticas y la investigación de
operaciones que a la economía en sí misma. Aunque alguna persona podría
considerar que al final todo se relaciona, sin embargo, son aplicaciones
directas y prácticas en el campo de la optimización que tocan marginalmente la
economía.
En segundo lugar, destaca
que este premio se entregue a dos investigadores independientes y no
relacionados entre sí, que hicieron sus aportes de manera separada y
complementaria. Puede parecer atractiva la situación indicada pero también
muestra lo peor de la economía: hay más de un camino para ir a Roma.
En tercer lugar, no es la
primera vez que se entrega un premio a dos investigadores separados, dando la
impresión de que se prefiere la cantidad a la calidad, ¿no hay avances en economía
que sean revolucionarios para ser premiados en su propio mérito?, ¿hay
connotaciones políticas en la entrega de premios?.
Al parecer, estamos a la
espera de la llegada de aquellos que cambiarán el paradigma actualmente
vigente, y que deben provocar la revolución necesaria para que la economía de los
pasos en dirección del futuro de la disciplina. Mientras esperamos, leamos las
críticas de Michel Hudson.
EL ARTÍCULO ORIGINAL DE MICHAEL HUDSON: ¿LA ECONOMÍA SE
MERECE UN PREMIO NOBEL?
Ya resulta bastante lamentable que el campo de la psicología
haya constituido durante tanto tiempo una ciencia no social, al observar las
fuerzas motivadoras de la personalidad como algo que se deriva de la
experiencia psíquica interna y no, en cambio, de la interacción personal con el
entorno social. Algo parecido sucede en el campo de la economía: desde su
revolución "utilitarista" hará cosa de un siglo, esta disciplina ha
abandonado también su análisis del mundo objetivo y sus relaciones políticas,
económico-productivas, en favor de normas más introvertidas, utilitarias y
orientadas hacia el bienestar social. Las especulaciones morales relativas a lo
psíquico matemático han venido a desplazar a la ciencia otrora social de la
economía política.
En buena medida, la revuelta de esta disciplina contra la
economía política clásica británica era una reacción contra el marxismo, que
representaba la culminación lógica de la economía clásica ricardiana y su
énfasis primordial en las condiciones de producción. Tras la contrarrevolución,
la fuerza motivadora del comportamiento económico vino a considerarse como algo
que proviene de las necesidades humanas antes que de sus capacidades
productivas, la organización de la producción y las relaciones sociales que se
siguen de ello. Para el periodo de postguerra, la revolución anticlásica (curiosamente
denominada neoclásica por sus participantes) había ganado la batalla. Su más
importante libro de texto para el adoctrinamiento fue Economía de Paul
Samuelson.
Hoy en día prácticamente todos los economistas reconocidos
son producto de esta revolución anticlásica, que yo mismo me siento tentado a
llamar revolución contra el análisis económico per se. Los profesionales
reconocidos de la economía descuidan de modo uniforme las condiciones sociales
previas y las consecuencias de la actividad económica humana. En esto reside su
deficiencia, así como la del Premio de Economía recientemente instituido y
otorgado por la Academia Sueca: durante la próxima década por lo menos debe
seguir siendo por fuerza un premio para lo que no es economía o para la
economía superficial en el mejor de los casos.
¿Debería por tanto concederse en algún caso?
Este es sólo el segundo año en que se concede el Premio de
Economía y la primera vez que se otorga a una sola persona, Paul Samuelson,
descrito en palabras de un jubiloso editorial del New York Times como “el mayor
teórico económico puro del mundo". Y sin embargo el cuerpo de doctrina al
que se adhiere Samuelson constituye una de las razones por las que ha ido
descendiendo el número de estudiantes matriculados en las facultades de
Economía del país. Pues se sienten consternados, me alegra decirlo, por la
irrelevante naturaleza de esta disciplina tal como hoy se enseña, se impacientan
ante su incapacidad para describir los problemas que acosan al mundo en que
viven, y se sienten ofendidos por cómo se aparta en sus explicaciones de los
problemas más evidentes que hacían en un principio tan atractiva a sus ojos
esta materia.
El problema de la concesión del Nobel no reside tanto en la
persona escogida (aunque me extenderé después sobre las implicaciones de la
elección de Samuelson), sino en su designación de la economía como campo
científico digno en algún caso de recibir un Premio Nobel. En palabras del
comité del Premio, el señor Samuelson ha sido galardonado "por el trabajo
científico mediante el cual ha desarrollado la teoría económica estática y
dinámica y ha contribuido activamente a elevar el nivel del análisis en la
ciencia económica..."
¿Cuál es la naturaleza de esta ciencia?, ¿Puede ser
"científico" promulgar teorías que no describen la realidad económica
tal como se desenvuelve en su contexto económico, y que, cuando se aplican,
conducen al desequilibrio económico?, ¿Es la economía verdaderamente una
ciencia? Por supuesto, se lleva a la práctica, pero con una notable falta de
éxito en años recientes por parte de todas las principales escuelas económicas,
de los postkeynesianos a los monetaristas.
En el caso de Samuelson, por ejemplo, la política comercial
que se deduce de sus doctrinas teóricas es el laissez faire. Que esta doctrina
ha sido adoptada por la mayoría del mundo occidental resulta evidente. Que ha
beneficiado a las naciones desarrolladas, está claro también. Sin embargo, es
dudosa su utilidad en el caso de los países menos desarrollados, pues por
debajo se encuentra una permanente justificación del statu quo: dejemos que las
cosas marchen por si solas y todo llegará (tenderá) a alcanzar un “equilibrio.”
Por desgracia, este concepto de equilibrio es la idea más perversa de todas las
que asolan la economía de hoy en día, y es justamente este concepto el que
Samuelson ha hecho tanto por popularizar. Pues se pasa demasiado a menudo por
alto que cuando alguien cae de bruces queda "en equilibrio", lo mismo
que cuando está erguido. La pobreza, igual que la riqueza, presenta un estado
de equilibrio. Todo lo que existe representa, ya sea sólo brevemente, alguna
clase de equilibrio, es decir, algún balance o resultado, de fuerzas.
En ningún lado es tan evidente la esterilidad de esta
concepción previa del equilibrio como en el famoso teorema del principio de
igualación del precio de los factores, que establece que la tendencia natural
de la economía internacional es que salarios y beneficios entre las naciones
acaben convergiendo con el tiempo. Como generalidad empírica esto evidentemente
no resulta válido. Los niveles de los salarios internacionales y los niveles de
vida están divergiendo, no convergiendo, de modo que los países acreedores
ricos se están volviendo más ricos mientras los países pobres endeudados se
están volviendo más pobres, y a un ritmo que se acelera, para acabar de
rematarlo. Las transferencias de capital (inversión y “ayuda” internacionales)
si han hecho algo es agravar el problema, en buena medida porque han tenido
tendencia a apuntalar los defectos estructurales que obstaculizan el progreso
de los países pobres: sistemas obsoletos de tenencia de tierra, inadecuadas
instituciones educativas y de formación laboral, estructuras sociales
aristocráticas precapitalistas y así sucesivamente. Por desgracia, son
justamente esos factores político-económicos los que ha pasado por alto la
teorización de Samuelson (como los pasan por alto la generalidad establecida de
los economistas académicos desde que la economía política dejó paso a la
“economía” hace un siglo).
A este respecto, las teorías de Samuelson se pueden describir
como hermosas piezas de reloj que, una vez montadas, componen un reloj que no
da la hora con precisión. Las piezas individuales son perfectas, pero su
interacción en cierto modo no lo es. Las piezas de este reloj son los elementos
constitutivos de la teoría neoclásica que se añaden a un conjunto inaplicable.
Forman un estuche de instrumentos conceptuales diseñados idealmente para
corregir un mundo que no existe.
Es un problema de alcance. Los tres volúmenes de ensayos
sobre economía de Samuelson representan multitud de aplicaciones de teorías
dotadas de coherencia interna (o lo que los economistas llaman
"elegantes"), pero ¿con qué fin? Las teorías son estáticas, el mundo
dinámico.
En última instancia, el problema se reduce a una diferencia
básica entre la economía y las ciencias naturales. En estas últimas, la
concepción previa de una simetría última ha llevado a muchos avances
revolucionarios, de la revolución copernicana en astronomía a la teoría del
átomo y sus subpartículas, sin olvidar las leyes de la termodinámica, la tabla
periódica de los elementos y la teoría de campos unificados. La actividad
económica no se caracteriza por una simetría similar subyacente. Es más
desequilibrada. Las variables independientes o las conmociones exógenas no
ponen en movimiento otros movimientos a la contra en compensación, tal como
deberían, a fin de aportar un nuevo equilibrio significativo. Si lo hicieran,
no habría en absoluto crecimiento económico en la economía mundial, ni
diferencia alguna entre la potencia productiva per cápita y los niveles de vida
de los Estados Unidos y de Paraguay.
Samuelson, sin embargo, es representativo de la corriente
académica central hoy al imaginar que las fuerzas de la economía tienden a
igualar el poder productivo y la renta personal en todo el mundo, salvo cuando
se impide mediante las “impurezas” de la política gubernamental que rompen el
equilibrio. La observación empírica lleva mucho tiempo indicando que la
evolución histórica de las fuerzas del “libre” mercado ha favorecido cada vez
más a las naciones más ricas (aquellas lo bastante afortunadas como para
haberse beneficiado de una ventaja económica de partida) retardando de forma
correspondiente el desarrollo de los países rezagados.
Precisamente la existencia de “impurezas” políticas e
institucionales, tales como programas de ayuda exterior, políticas
gubernamentales de empleo ex profeso, y actuaciones políticas afines que han
tendido a contrarrestar el “curso” natural de la historia económica, al tratar
de mantener cierta equitatividad internacional del desarrollo económico y
ayudar a compensar la dispersión económica causada por la economía “natural”
que rompe el equilibrio.
Esta década será testigo de una revolución que derribará
estas insostenibles teorías. No son infrecuentes tales revoluciones en el
pensamiento económico. Es más, prácticamente todos los postulados económicos
destacados y las “herramientas del oficio” se han desarrollado en el contexto
de de debates político-económicos que acompañaban a momentos decisivos de la
historia económica. Así pues, cada teoría propuesta ha tenido su contrateoría.
En una importante medida estos debates se han referido al
comercio y los pagos internacionales. David Hume, por ejemplo, con su teoría
cuantitativa del dinero, junto a Adam Smith y su “mano invisible” del interés
propio, se oponían a las teorías monetarias mercantilistas y a las teorías
financieras internacionales que se habían utilizado para defender las
restricciones comerciales de Inglaterra en el siglo XVIII. Durante los debates
en Inglaterra sobre las Corn Laws (Leyes del Grano) unos años más tarde,
Malthus se opuso a Ricardo en relación con la teoría del valor y la renta y sus
implicaciones para la teoría de la ventaja comparativa en el comercio
internacional. Posteriormente, los proteccionistas norteamericanos del siglo
XIX se opusieron a los ricardianos, apremiando a que los coeficientes de
ingeniería y la teoría de la productividad se convirtieran en nexo del
pensamiento económico, más que la teoría del intercambio, el valor y la
distribución. Aún más tarde, surgieron la escuela austriaca y Alfred Marshall
para oponerse a la economía política clásica (sobre todo a Marx) desde otra
posición de ventaja más, haciendo del consumo y la utilidad el nexo de su
teorización.
En la década de 1920, Keynes se opuso a Bertil Ohlin y
Jacques Rueff (entre otros) en lo que toca a la existencia de límites
estructurales a la capacidad de los mecanismos tradicionales de ajuste de
precio y renta para mantener el “equilibrio”, o incluso la estabilidad
económica y social. El escenario de este debate fue el problema de las
reparaciones germanas. Hoy en día se libra un debate paralelo entre la Escuela
Estructuralista, que florece principalmente en América Latina y se opone a los
programas de austeridad como plan viable de mejora económica de sus respectivos
países, y las escuelas monetarista y postkeynesiana que defienden los programas
de austeridad del FMI de ajuste de la balanza de pagos. Por último, en otro
debate, Milton Friedman y su escuela monetarista se oponen a lo que queda de
los keynesianos (incluyendo a Paul Samuelson) respecto a si son los agregados
monetarios o las tasas de interés y la política fiscal los factores decisivos
en la actividad económica.
En ninguno de estos debates admiten (o admitían) los miembros
de esta escuela las teorías, ni siquiera los supuestos y postulados
subyacentes, de la otra. A este respecto, la historia del pensamiento económico
no se ha asemejado a la de la física, la medicina u otras ciencias naturales,
en las que un descubrimiento se reconoce con bastante rapidez y el interés
nacional propio vinculado al mismo está casi completamente ausente. Sólo en
economía se plantea la ironía de que dos teorías contradictorias puedan ambas
tener derecho a una superioridad digna de premio, y que el premio pueda agradar
a un grupo de naciones y contrariar a otro en el terreno teórico.
Así pues, si el Premio Nobel pudiera concederse a título
póstumo, tanto Ricardo como Malthus, Marx y Marshall, tendrían derecho a
recibirlo, lo mismo que tanto Paul Samuelson como Milton Friedman fueron
contendientes destacados en el Premio de 1970 [Friedman consiguió su Nobel en
1976]. ¿Quién, por otro lado, podría imaginar al destinatario del Premio de Física
o Química manteniendo un punto de vista que no fuera universalmente compartido
por sus colegas? (Dentro de la profesión pueden, por supuesto, existir
diferentes escuelas de pensamiento. Pero no suelen discutir la aportación
positiva reconocida del ganador del Nobel en su profesión).
¿Quién podría examinar la historia de estos premios y
entresacar a buen número de sus receptores cuyas aportaciones demostraran ser
vías falsas o escollos al progreso teórico en lugar de avances (en su día)
revolucionarios?
La Academia Real Sueca se ha dejado aprehender por tanto en
una serie de incoherencias al escoger a Samuelson para que reciba el Premio de
Economía correspondiente a 1970. Para empezar, el premio del año pasado se
otorgó a dos economistas matemáticos (Jan Tinbergen, de Holanda y Ragnar
Frisch, de Noruega) por su traducción a lenguaje matemático de las teorías
económicas de otras personas, y por poner a prueba estadísticamente la teoría
económica existente. Por contraposición, el premio de este año se le otorgó a
un hombre cuya aportación teórica es en lo esencial de imposible comprobación
por la propia naturaleza de sus “puros” supuestos, que son siempre
excesivamente estáticos como para hacer que el mundo se detenga en su dinámica
evolución con el fin de que puedan “someterse a prueba” (lo que impulsó a una
de mis colegas a comentar que el siguiente Premio de Economía debía otorgarse a
todo aquel que fuera capaz de probar empíricamente cualquiera de los teoremas
de Samuelson).
Y precisamente debido a que la “ciencia” económica parece más
semejante a la “ciencia política” que a la ciencia natural, el Premio de
Economía aparenta estar más próximo al Premio Nobel de la Paz que al de
Química. Deliberadamente o no, representa el respaldo o reconocimiento de la Academia
Sueca a la influencia política de algún economista al ayudar a defender alguna
medida política gubernamental (presuntamente) loable. ¿Podría por consiguiente
galardonarse tan de buena gana con el premio a un presidente norteamericano, a
un miembro de un banco central o a alguna otra figura no académica como a un
teórico “puro” (si es que tal cosa existe)? ¿Podría concederse igualmente a
David Rockefeller por tomar la iniciativa a la hora de rebajar los tipos de
interés preferente, o al presidente Nixon por su acreditado papel como guía de
la mayor economía del mundo, o bien a Arthur Burns como presidente de la Junta
de la Reserva Federal? Si la cuestión es en última instancia la de la política
gubernamental, la respuesta habría de ser afirmativa.
¿O ha de convertirse la popularidad en el criterio principal
para ganar el premio? El premio de este año debe de haberse concedido al menos
en parte como reconocimiento al libro de texto de Samuelson, Economía, que ha
vendido más de dos millones de ejemplares desde 1947, influyendo de este modo
en la mentalidad de toda una generación - digámoslo, pues ciertamente no es
todo culpa de Samuelson - de anticuadas carrozas. La orientación misma del
libro ha movido a los estudiantes a apartarse de un mayor estudio de la materia
en lugar de atraerlos a ella. Y sin embargo, si la popularidad y el éxito en el
mercado de las modas económicas pasajeras (entre quienes han preferido
permanecer en la disciplina, en lugar de buscar más jugosos pastos
intelectuales en otros pagos) han de tomarse en consideración, entonces el
Comité del Premio ha cometido una injusticia al no otorgar el premio literario
de este año a Jacqueline Susann [mediocre novelista norteamericana de gran
éxito popular en los años 70].
Para resumir, la realidad y la pertinencia, más que la
“pureza” y la elegancia, son las cuestiones candentes de la economía de hoy, y
las implicaciones políticas, más que las geometrías de anticuario. El error no
es por tanto de Samuelson, sino de su disciplina. Hasta que haya acuerdo sobre
lo qué es o debería ser economía, resulta tan estéril conceder un premio a la
“buena economía” como otorgárselo a un ingeniero que diseñara una maravillosa
máquina que no pudiera construirse o cuya finalidad quedara sin explicación. El
premio debe así recaer en aquellos aún perdidos en los pasillos de marfil del
pasado, reforzando la economía del equilibrio general del mismo modo que no
gozará del favor de quienes se esfuerzan por devolver la materia a ese pedestal
suyo de la política económica por largo tiempo perdido.
Sobre el autor: Michael Hudson en la época en que escribió
esta crítica enseñaba teoría del comercio internacional en la Facultad de
Postgrado de la New School for Social Research. Posteriormente criticó la metodología de Samuelson en "The Use and
Abuse of Mathematical Economics", Journal of Economic Studies, 27
(2000):292-315. Lo más importante de todo es el
teorema de igualación del precio de los factores. Finalmente, en lo años reciente volvió
a edutarse su libro Trade, Development and Foreign Debt: A History of Theories
of Polarization v. Convergence in the World Economy.
PANORAMA Liberal
Lunes 15 Octubre 2012