El Partido Progresista, PRO, que lidera Marco Enríquez-Ominami, es ya oficialmente un partido político, tras legalizar en el Servicio Electoral las firmas necesarias. Mientras tanto, los cuadros fracasados de la Concertación se comienzan a aglutinar en torno a Ricardo Lagos para enfrentar la pérdida del gobierno, del apoyo financiero (¿quién puede apoyar financieramente proyectos fracasados?) y la falta de espacios para imponer sus ilusiones ideológicas que les permita salir del abismo en que se encuentran. Por ello, la irrupción del PRO es un incentivo y una suerte de competencia por quién capta más apoyos y genera alianzas internacionales para una izquierda progresista chilena, ávida de soportes de todo tipo, ideológicos y financieros.
En un mundo en que una gran mayoría de las personas pasan sus días en un estado de conciencia adormecida, vale la pena intentar despertarse y preguntar: ¿qué significa ser progresista?, ¿querer más y más progreso?, ¿a toda costa?, ¿es realmente deseable el progreso?. Por lo tanto, no está de más analizar el significado de una palabra que pareciera evocar el “paraíso en la Tierra”, pero que en realidad no tiene ningún significado concreto o en el peor de los casos es más de lo mismo.
De percepciones e ilusiones
Existen algunas palabras fetiche que se instalan en el imaginario social de las personas como si fueran sagradas, y para ser recitadas cuando se trata de superar profundas crisis existenciales. El fin de la URSS y sus lacayos fue un golpe muy duro para los socialistas pues los sumergió en una profunda crisis existencial que muchos aún no pueden superar: la ilusión había terminado y los había dejado en la orfandad ideológica. Y cuando emergen al mundo real buscando a que aferrarse se encuentran, de improviso, con una palabra que se ha transformado en una suerte de fetiche milagroso: el “progresismo”…¡Y ahora todos son “progresistas”!.
Claro, antes, en la guerra fría la izquierda era “revolucionaria”, y hoy es “progresista”; antes querían arrasar el mundo “burgués”; hoy, quieren social democracia y “progresismo”. Los tiempos han cambiado, incluso, para los izquierdistas de tomo y lomo.
Así, la caída del Muro de Berlín fue la expresión final de una ilusión devenida en dictaduras crueles, inhumanas y que segaron la vida de millones de personas a lo largo y ancho del planeta, y que necesitaba renovarse so pena de transformarse en un fósil ideológico más propio de museos de la memoria (¡como tanto les gustan a estos seniles señores!) que de caminar por “las grandes alamedas de los hombres libres”. La intelectualidad afín a la izquierda ha buscado nuevos conceptos que les permitan ganar espacios en la opinión pública y reubicarse en el competitivo mapa político.
Surge, por ejemplo, el concepto de la tercera vía que –para variar- cada uno interpreta como le conviene: mientras para unos es un camino alternativo entre capitalismo y socialismo, para otros es una alternativa a lo que la izquierda denomina “neoliberalismo”. Y del mismo modo comienza a masificarse el uso del “progresismo” como una etiqueta para una nueva izquierda, moderna y, por supuesto, “progresista”.
Pero, como la palabra “progresismo” proviene de “progreso”, ¿qué nos tratan de decir con esta palabra tan sugestiva?, ¿qué la izquierda ahora cree en el progreso a raja tabla?, ¿cómo puede la izquierda creer en el progreso si siempre han creído en la igualdad que es contraria al progreso?, ¿en que tipo de progreso creen?. Finalmente, ¿cree la izquierda en un verdadero progreso o en un progreso dirigido por élites de izquierda?.
El “progreso de izquierda”: ir hacia adelante mediante planes
Todos necesitamos apoyos para caminar por la vida, y algunos han creado el “bastón del progreso” como el gran soporte, pero debemos ser claros: la izquierda no cree en un progreso libre y espontáneo. Cree en un “progreso” basado en dos conceptos: en primer lugar, el “progreso" como la “acción de ir hacia adelante”, y en segundo lugar, este “progreso” debe ser dirigido mediante planes y programas generados por los mismos iluminados de siempre.
No es necesario ser clarividente para ver cuáles son las intenciones de la izquierda al calificarse como “progresista”. La fuerza ideológica que mueve a la izquierda sigue siendo la misma: un profundo rechazo a las libertades individuales y a la libertad económica. Así, pese a que algunos de sus líderes se han aburguesado, abultado sus panzas y sus bolsillos, mantienen en su discurso los mismos temas y argumentos que siempre han inoculado en sus feligreses: “los perversos libres mercados mundiales y sus efectos sobre los pueblos más atrasados; el excesivo individualismo que empobrece las relaciones humanas y que lleva al aislamiento, la soledad, el malestar, el miedo, la inseguridad; la manipulación y enajenación del ser humano en torno a lo económico y lo técnico que aplasta a los individuos; el desarrollo científico destructivo en la forma de armamento nuclear y devastación ecológica; la globalización que destruye formas de vida ancestrales, etc.”.
En otras palabras, el discurso “progresista” es el mismo de siempre. Y la solución es la misma de siempre:
“y vendrá un grupo de iluminados que bajará del cielo ideológico para dirigirnos en una cruzada hacia un gran futuro, un gran bienestar y mucha felicidad, en la cual algunos serán más iguales y más felices para siempre”.
Puro dirigismo, puro sueño, pura ilusión. Lo mismo de siempre. (Nota: ¿se imaginan ustedes que el grupo de iluminados esté conformado por Lagos, Bachelet, Toha, Escalona, Walker, Auth, Ominami?, ¿qué nos espera?)
La primera parte del progreso izquierdista: “ir hacia adelante”
La izquierda cree que el progreso es como subir una escala, ascendiendo peldaño tras peldaño, en un avance lineal y permanente, pero esta idea de progreso no es ya una idea compartida desde mediados del siglo pasado.
A partir de fines del siglo XVIII, el racionalismo ha sido un elemento central de lo que conocemos como “modernidad y progreso” y planteaba que la realidad podemos conocerla y modelarla racionalmente. En otras palabras, el racionalismo ha sido la base en la cual se ha asentado la sociedad y civilización modernas por medio de las conquistas científicas y técnicas, y se transformó en el fundamento universal de la ciencia, de la moral, del derecho y del Estado.
El racionalismo, surgido y pulido por la práctica, a partir del siglo XVIII es aceptado e integrado y sirve de base al desarrollo técnico y científico de la civilización moderna y a la persistente creencia en el permanente ascenso del género humano. Así, se sientan las bases de una ideología del progreso que solo genera beneficiosos efectos a la sociedad.
Pero, ya no se puede justificar que “la civilización se ha movido, se mueve y se moverá en una dirección deseable” porque no siempre cualquier cambio es beneficioso. No existen las supuestas leyes del progreso que nos permitirían predecir los cambios que debemos hacer hoy para estar en la posición que deseamos mañana, porque es imposible conocer con certeza si vamos hacia una situación mejor o peor.
Sin embargo, debemos reconocer que la historia de nuestra civilización es el relato del progreso que en menos de 10.000 años ha conducido a la especie humana desde las cavernas hasta los confines de un universo en expansión. En el siglo XVIII, se presentía la profunda conexión entre la ciencia aplicada y el progreso en la forma de incrementos sustanciales de producción en una serie de bienes muy valorados.
Por ejemplo, en los años ’60 para viajar al norte de Chile desde Santiago se requerían cinco días en el tren longitudinal del norte, el Longino; hoy, para viajar al norte, se requieren 2 horas. Otro ejemplo: cualquier persona en un campamento en Chile vive mucho mejor que las clases sociales más pudientes del tiempo de la colonia. Esta es cara limpia del progreso que todos ansían.
Pero, este progreso necesita libertad para emprender y equivocarse. A los grandes adelantos se ha llegado en base a la prueba y el error, porque es muy difícil recoger de una manera previa todas las variables involucradas en cierto fenómeno.
Y también existe la cara sucia del progreso. El racionalismo puede terminar enajenando a la especie humana al creer que todo producto de la razón solo puede ser bueno, y eso no es así, necesariamente. La ciencia aplicada ha elevado el estándar de vida en todo el mundo, pero también puede ser peligrosa en la forma de guerras y tecnologías deshumanizantes.
La razón humana es un maravilloso instrumento, pero no puede ser un fin en si mismo. La aplicación de una racionalidad ciega puede conducirnos a un callejón sin salida, despertando fuerzas escondidas que construyan instituciones y procesos que vayan en contra de la vida y de la especie humana.
La segunda parte del progreso izquierdista: “los planes de los iluminados”
Por eso se debe estar atento a los intentos del “progresismo”, bastardo hijo del racionalismo decadente, para situarse en un plano iluminado como la solución a los problemas humanos. Nos pregonan que el “progreso” que todos quieren debe estar basado en un proceso previamente determinado, analizado y planificado por las élites de iluminados del “progresismo”. Es decir, el “progreso” requiere de planes que permitan una evolución dirigida, ordenada y sin distracciones. Ingeniería social. En suma, la nueva izquierda es la misma de siempre pero ahora maquillada con una nueva crema.
Los “progresistas” solo desean diseñar un mundo en que el progreso esté dirigido en base a un plan, diseñado por ellos, que mueva las fuerzas necesarias en la magnitud y dirección elegida, siempre orientado hacia supuestas grandes metas de largo plazo. ¡ Vuelven a tocar las trompetas…vuelven los “planes quinquenales” a tocar a nuestras puertas !. Mientras tanto, el generoso y desinteresado Estado, deberá generar los estímulos para orientar el movimiento de las fuerzas citadas.
El verdadero progreso es impredecible, y cualquier intento de regular y controlar las fuerzas que lo gobiernan solo impedirá el progreso de la humanidad. Tal como decía Hayek, “el progreso, por su propia naturaleza, no admite planificación”, o como decía alguien: “los perros verdes no existen”.
Otro concepto-mamarracho: el “progreso social”
Esta ilusión ha llevado a los “progresistas” a crear, por extensión, la prodigiosa ilusión del "progreso social" que es un concepto-mamarracho, porque ¿qué significa ”progreso social”?. Es decir, ya no basta con creer en el “progreso” como una fuerza bendita sino que, además, le agregamos el apellido de “social”.
Para los “progresistas”, la maravilla del “progreso social” se logra por medio de un proceso de planificación general y global, con el fin de implementar las características visiones del “mundo feliz de sus sueños más caros”. Es una nueva versión del drama “el camino al infierno está empedrado con los cráneos de los que tuvieron buenas intenciones”.
En otras palabras, son ideas, conceptos y soluciones dirigidas mediante planes que supuestamente permitirán conducir a la sociedad hacia un desarrollo gradual e ilimitado de sus aptitudes, capacidades intelectuales y morales, lo que automáticamente mejorará sus condiciones materiales de existencia. En general, este “progreso social” se manifestará en el avance de la civilización y de sus instituciones sociales, rechazando cualquier tipo de restricción o discriminación, sin menoscabo del respeto, de las garantías individuales, de la libertad y del derecho inviolable a la propiedad privada.
El “progresismo” como demagogia
Los neo-izquierdistas o “progresistas” son los mismos demagogos de siempre, creadores de los “perros verdes”. Como las personas creen que el “progreso” es la clave para aumentar su calidad de vida y bienestar, ellos les hablan de manera tal de captar su adhesión y su aplauso, y no alcanzan a comprender que las intenciones son bastante más bastardas. Como hijos del racionalismo del siglo XVIII, la neo-izquierda no cree en el progreso como tal, sino en el progreso demagógico, porque si realmente el tema les preocupara se darían cuenta que el “progreso” del cual tanto hablan no existe.
Concluimos que no existe ni ha existido la cosa que los izquierdistas denominan “progreso” en la forma de un avance dirigido en base a planes quinquenales e ingeniería social porque nadie puede asegurar que la prosperidad, el bienestar y la felicidad consista en ir siempre hacia delante de una manera ciega. Y con menor razón si dicho avance es el resultado de los planes dirigidos por las mentes de los iluminados de izquierda.
Solo se puede progresar si todos disfrutamos de libertad. En alguna ocasión, a Bill Gates le preguntaron "¿por qué Latinoamérica no ha producido un Bill Gates?". Su respuesta fue que "en casi todos los lugares del mundo en que podría haber nacido, no habría tenido las increíbles oportunidades que tuve aquí: tuve una muy buena educación, y fui increíblemente afortunado en cuanto a las circunstancias que me tocaron. En la mayoría de los lugares, habría sido simplemente un mal agricultor. Nadie hubiera aprobado las cosas que he hecho".
No nos engañemos cuando los mismos de siempre nos hablen de que existen los perros verdes y que debemos seguir bebiendo la misma sopa rancia que nos han dado por años, pero ahora viene con distinta marca, porque es la misma de siempre: tutelar todos los ámbitos de las personas para dirigir sus sueños, violar las oportunidades y controlar el futuro. Y castrar el futuro.
Hay que abrir las puertas y dejar entrar bocanadas de aire fresco. El progreso nos espera. Y que se vayan los perros verdes del "progresismo".