Ludwig von Mises (1881 - 1973) |
Muy por encima de los millones de personas que nacen y mueren, se elevan los genios, aquellos hombres cuyas actuaciones e ideas abren caminos nuevos a la humanidad. Crear constituye, para el genio descubridor, la esencia de la vida. Para él, vivir significa crear.
Las actividades de estos hombres prodigiosos no pueden ser cabalmente encuadradas en el concepto praxeológico de trabajo. No constituyen trabajo, por cuanto, para el genio, no son medios, sino fines en sí mismas; pues él sólo vive creando e inventando. Para él no hay descanso; sólo sabe de intermitencias en la labor en momentos de frustración y esterilidad. Lo que le impulsa no es el deseo de obtener un resultado, sino la operación misma de provocarlo. La obra no le recompensa, mediata ni inmediatamente. No le gratifica mediatamente, por cuanto sus semejantes, en el mejor de los casos, no se interesan por ella y, lo que es peor, frecuentemente la reciben con mofa, vilipendio y persecución. Muchos genios podrían haber empleado sus personales dotes en procurarse una vida agradable y placentera; pero ni siquiera planteáronse tal alternativa, optando sin vacilación por un camino lleno de espinas. El genio quiere realizar lo que considera su misión, aun cuando comprenda que ral conducta puede bien llevarle al desastre.
Tampoco deriva el genio satisfacción inmediata de sus actividades creadoras. Crear es para él agonía y tormento, una incesante y agotadora lucha contra obstáculos internos y externos, que le consume y destroza. El poeta austríaco Grillparzer supo reflejar tal situación en un emocionante poema: «Adiós a Gastein». Cabe suponer que, al escribirlo, más que en sus propias penas y tribulaciones, pensaba en los mayores sufrimientos de un hombre mucho más grande que él, Beethoven, cuyo destino se asemejaba al suyo propio y a quien, gracias a un afecto entrañable y a una cordial admiración, comprendió mejor que ninguno de sus contemporáneos. Nietzsche comparábase a la llama que, insaciable, se consume y destruye a sí misma. No existe similitud alguna entre tales tormentos y las ideas generalmente relacionadas con los conceptos de trabajo y labor, producción y éxito, ganarse el pan y gozar de la vida.
Las obras del genio creador, sus pensamientos y teorías, sus poemas, pinturas y composiciones, praxeológicamente, no pueden considerarse frutos del trabajo. No son la resultante de haber invertido una capacidad laboral, la cual pudiera haberse dedicado a original otros bienes en vez de a «producir» la correspondiente obra maestra de filosofía, arte o literatura. Los pensadores, poetas y artistas a menudo carecen de condiciones para realizar otras labores. Sin embargo, el tiempo y la fatiga que dedican a sus actividades creadoras no lo detraen de trabajos merced a los cuales cabría atender otros objetivos. A veces, las circunstancias pueden condenar a la esterilidad a un hombre capaz de llevar adelante cosas inauditas; tal vez le sitúen en la disyuntiva de morir de hambre o de dedicar la totalidad de sus fuerzas a luchar exclusivamente por la vida. Ahora bien, cuando el genio logra alcanzar sus metas, sólo él ha pagado lus «custos» necesarios, A Goethe, tal vez, le estorbaran, en ciertos aspectos, sus ocupaciones en la corte de Weimar. Sin embargo, seguramente no habría cumplido mejor con sus deberes oficiales de ministro de Estado, director de teatro y administrador de minas si no hubiera escrito sus dramas, poemas y novelas.
Hay más: no es posible sustituir por el trabajo de terceras personas la labor de los creadores. Si Dante y Beethoven no hubieran existido, imposible hubiera sido producir la Divina Comedia o la Novena Sinfonía, encargando la tarea a otros hombres. Ni la sociedad ni los individuos particulares pueden sustancialmente impulsar al genio, ni fomentar su labor. Ni la «demanda» más intensa ni la más perentoria de las órdenes gubernativas resultan en tal sentido eficaces. El genio jamás trabaja por encargo. Los hombres no pueden producir a voluntad unas condiciones naturales y sociales que provoquen la aparición del genio creador y su obra. Es imposible criar genios a base de eugenesia, ni formarlos en escuelas, ni reglamentar sus actividades. Resulta muy fácil, en cambio, organizar la sociedad de tal manera que no haya sitio para los innovadores n¡ para sus tareas descubridoras.
La obra creadora del genio es, para la praxeología, un hecho dado. La creación genial aparece como generoso regalo del destino. No es en modo alguno un resultado de la producción, en el sentido que la economía da a este último vocablo.
ACCIÓN HUMANA, Ludwig von Mises
Capítulo VII, La acción en el mundo, páginas 166-168
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