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viernes, 21 de noviembre de 2008

Una Vida en el Camino.


Una vida en el camino, es la historia de un tipo de 68 años de edad que ha alcanzado el éxito. En países como Chile, un señor de 68 años es de la tercera edad y las puertas laborales y oportunidades se cierran en forma odiosa. Sin embargo, la única que permanece abierta es la de los cementerios.

No discriminar ni por edad ni sexo ni color ni cualquier otra condición es una exigencia para este siglo y los venideros...Aprendamos y crezcamos...

¿Qué posibilidades de éxito tiene un tipo de 68 años que toca blues con una guitarra de hojalata de tres cuerdas y que se ha pasado la vida viajando en trenes de mercancías, durmiendo bajo las estrellas y, lo peor de todo, produciendo a bandas de grunge?

Steve Wold, más conocido como Seasick Steve, es el más inesperado fenómeno musical del último lustro. Un tipo que, en plena edad de jubilación, gana premios al mejor artista novel, telonea a Nick Cave y se ve en la coyuntura de deber responder a preguntas del estilo ¿se puso nervioso cuando actuó en Glastonbury? "Soy demasiado viejo para ponerme nervioso", respondía.

El próximo mes de enero verá como su tercer largo, I Started Out With Nothin' And I Still Got Most Of It Left, su debut para la multinacional Warner, se convierte en su primera referencia oficial editada en España. "Me preguntaron si quería un productor para el disco y les respondí que sólo había una guitarra, una caja que pateo para seguir el ritmo y mi voz. ¿Para qué demonios quiero yo un productor? Que se produzcan ellos", comentaba en el diario británico The Independent respecto a su nuevo estatus como artista multinacional.

La historia errante de Seasick Steve arranca un día de 1954, cuando huyendo de los abusos de su padrastro, se marchó de casa para nunca más tener una. Contaba con 13 años y trabajó en plantaciones de tabaco, fue cowboy y empleado en un circo. Aprovechando las clases de guitarra que años antes le había regalado el bluesman KC Douglas (viejo colaborador de Tommy Thompson), empezó a ganar un dólar extra tocando en las calles y plazas de EE UU.

Vivió el verano del amor en San Francisco, pero con la llegada de los Hell's Angels, la heroína y los veteranos de Vietnam abandonó el sueño hippie para coger un avión a París. De vuelta a EE UU mantuvo como pudo durante casi una década a su primera esposa y a sus dos primeros hijos. En los años 80 volvió a Europa para encontrar el amor en una cafetería en Oslo. Él y su noruega esposa, con quien ha compartido 59 casas en 30 años de casados, partieron rumbo a EE UU, donde Seasick se establecería en Olympia, cerca de Seattle.

Con un puñado de dólares que logró ahorrar compró instrumentos de grabación y montó un pequeño estudio. Y llegó el grunge, Nirvana y todo lo demás. Steve se convirtió casi en un empresario. Llegó a grabar más de 80 discos, entre ellos, las primeras referencias de la hoy millonaria banda norteamericana Modest Mouse, con quienes incluso salió de gira.

Pero el éxito profesional y el sedentarismo jamás fueron con él. "He tenido muchos trabajos, pero jamás uno estable. Eso lo debes aprender de joven. Yo no lo hice, así que al cabo de un tiempo en el mismo sitio siempre siento que debo moverme. De cualquier modo, Olympia lo abandonamos porque mi mujer sentía nostalgia de Noruega y decidimos volver".

Y en ese enésimo camino de retorno hacia ninguna parte, Steve cogió el apodo de Seasick (mareado) al sufrirlos -y terribles- en el ferry entre Dinamarca y Noruega.

Con un nombre y nada más que hacer, aparte de tocar la guitarra y ver la nieve caer sobre Oslo, Steve se unió en 2003 a un par de músicos suecos con quienes grabaría sus primeras canciones. Blues campestre, rugoso, simple, tocado con instrumentos creados por él mismo, guitarras de tres y una cuerda y percusiones fabricadas con los menos nobles de los materiales.

Su existencia como ente musical llegó a oídas de Jools Holland, antiguo miembro de la banda británica Squeeze y uno de los popes de la televisión musical británica, que le invitó a tocar en su especial de fin de año junto a Amy Winehouse, Lily Allen o Paul Weller.

En 2006 editaba Dog house music, el disco que le lanzó al estrellato definitivo en el Reino Unido, el que le abrió las puertas de una multinacional y le convirtió en el fenómeno que es, una realidad musical más allá de su peculiar biografía. La música de Steve es tan sincera, sucia y poco amable que no admite turistas del fenómeno freak, ni ironías posmodernas. Para entendernos, no es como meter una señora mayor en la casa de Gran Hermano y esperar que la realidad haga el resto.

Así comentaba su estatus como estrella emergente en el diario The Independent: "Me gusta esto, pero sé que no va a durar, porque nunca lo hace. Los fenómenos como el mío no dan para más de un par de años. Lo he visto con los chicos negros de los 60 que llegaban para tocar en las universidades blancas. Al cabo de dos años, cuando los chicos ricos se cansaban, debían volver a la granja. Me siento así. Además, no nos engañemos, no va a durar mucho porque yo no voy a durar demasiado. Soy mayor". Tras sufrir un ataque al corazón, Steve se ha mudado de nuevo. Ahora vive en Inglaterra.

XAVI SANCHO - Barcelona - 21/11/2008

1 comentario:

Tweentysomething dijo...

Estimado; a próposito de tu comentario en el blog de La Tercera acerca de jóvenes y política, me permito decir que no comparto todos tus conceptos.

Así como tu, creo que no debemos asociar a priori el tema de la necesaria renovación de la política al tema de la edad de quienes participan en la actividad. Pero así como no podemos convertir al Congreso en un kindergarden, tampoco nos podemos dar la licencia de poner a la experiencia en un altar para justificar un Parlamento transformado en un asilo de ancianos.

Siento que en nuestro ambiente existe una idea de la juventud como si se tratara de la adolescencia, pero en rigor quienes enarbolamos esa palabra como bandera de lucha lo hacemos en el entendido que personas jóvenes son el motor más eficiente de ideas nuevas, de conceptos nuevos, de miradas sin prejuicios a las nuevas realidades, a las nuevas tecnologías y, al final del día, a nosotros mismos.

Difícilmente quien ha crecido oyendo discursos acerca de la libertad en los mercados podrá aceptar de buenas a primeras que el Estado intervenga en la economía al nivel que se ha hecho, por ejemplo, en Estados Unidos. O bien, que vea en la neutralidad tecnológica un debate necesario y útil.

Por eso es que, a menos que exista una renovación que sea mucho más que conceptual, seguiremos debatiendo problemas del pasado desperdiciando la oportunidad de introducir temas de futuro desde las ideas nuevas que, por definición, portan y defienden las nuevas generaciones.