Los
términos descriptivos que la gente utiliza son a menudo muy engañosos.
Hablando
de los modernos capitanes de industria y de los líderes de los grandes
negocios, por ejemplo, llaman a una persona el ‘rey del chocolate’ o el ‘rey
del algodón’ o el ‘rey del automóvil’. Su utilización de dicha terminología
implica que no ven prácticamente diferencia alguna entre los modernos líderes
de la industria y aquellos reyes, duques o señores feudales del pasado.
Pero
la diferencia, de hecho, es muy grande, ya que un ‘rey del chocolate’ no
gobierna de manera alguna, sino que sirve. No reina sobre un territorio
conquistado, independiente del mercado, independiente de sus clientes. El ‘rey
del chocolate’ – o el ‘rey del acero’ o el ‘rey del automóvil’ o cualquier otro
rey de la moderna industria – depende de la industria en la que opera y de los
clientes a los cuales sirve. Este ‘rey’ debe mantenerse en buenos términos con
sus ‘súbditos’, los consumidores; pierde su ‘reino’ tan pronto no pueda dar a
sus clientes un mejor servicio, y proveerlo a un menor costo, que los otros con
quienes debe competir.
Hace
doscientos años, antes de la llegada del capitalismo, la posición social de un
hombre estaba fijada desde el comienzo hasta el final de su vida; la heredaba
de sus ancestros y nunca cambiaba. Si nacía pobre, siempre permanecía siendo
pobre; y si nacía rico – un lord, un duque – mantenía su ducado y las
propiedades correspondientes por el resto de su vida.
En
lo que respecta a la manufactura, las primitivas industrias procesadoras de
esos tiempos existían casi exclusivamente para beneficio de los ricos. La mayor
parte de la gente (90% o más de la población europea) trabajaba la tierra y no
entraba en contacto con las industrias procesadoras, orientadas hacia las
ciudades. Este rígido sistema de sociedad feudal prevaleció en la mayor parte
de las áreas desarrolladas de Europa por muchos cientos de años.
Sin
embargo, como la población rural se expandía, se desarrolló un exceso de gente
en la tierra. Este exceso de población, sin herencia de tierras o
establecimientos rurales, no tenía mucho para hacer, ni le era posible trabajar
en las industrias procesadoras; los reyes en las ciudades le negaban el acceso
a las mismas. La cantidad de estos ‘marginados’ continuaba creciendo y todavía
nadie sabía qué hacer con ellos. Eran -en el total sentido de la palabra-
‘proletarios’, a quienes el gobierno atinaba solamente a ponerlos en un asilo o
casa para pobres. En algunos lugares de Europa, especialmente en Holanda y en
Inglaterra, llegaron a ser tan numerosos que -para el siglo XVIII- eran una
real amenaza para la preservación del sistema social prevaleciente.
Hoy
en día, analizando condiciones similares en lugares como India y otros países
en desarrollo, no debemos olvidar que -en la Inglaterra del Siglo XVIII- las
condiciones eran mucho peores. En ese tiempo Inglaterra tenía una población de
seis o siete millones de personas, pero de esos seis o siete millones de
personas, más de un millón, probablemente dos millones eran simplemente pobres
marginados para los cuales no hacía provisión alguna el sistema social entonces
prevaleciente. ¿Qué hacer con estos marginados? era uno de los grandes
problemas de la Inglaterra del Siglo XVIII.
Otro
gran problema era la falta de materias primas. Los Británicos, con mucha
seriedad, se hacían a sí mismos esta pregunta: ¿Qué vamos a hacer en el futuro
cuando nuestros bosques no nos provean más la madera que necesitamos para
nuestras industrias y para calentar nuestros hogares? Para las clases
dirigentes era una situación desesperante. Los hombres de estado no sabían qué
hacer y la aristocracia no tenía idea alguna sobre cómo mejorar las
condiciones.
De
esta preocupante situación social emergieron los comienzos del capitalismo
moderno.
Hubo
algunas personas entre estos marginados, entre esta gente pobre, que trató de
organizar a otros para instalar pequeños talleres que pudieran producir algo.
Esto fue una innovación. Estos innovadores no producían cosas caras apropiadas
solamente para las clases altas; producían cosas más baratas para cubrir las
necesidades de todos. Y esto fue el origen del capitalismo tal como opera hoy.
Fue el comienzo de la producción masiva, el principio fundamental de la
industria capitalista.
En
tanto, las antiguas industrias procesadoras que servían a la gente rica en las
ciudades y habían existido casi exclusivamente para cubrir la demanda de las
clases altas, las nuevas industrias capitalistas comenzaron a producir cosas
que pudieran ser compradas por la población en general. Era producción masiva
para satisfacer las necesidades de las masas.
Este
es el principio fundamental del capitalismo tal como existe hoy en todos
aquellos países en los cuales existe un altamente desarrollado sistema de
producción masiva. Las Grandes Empresas, el objetivo de los más fanáticos
ataques de los así llamados izquierdistas, producen casi exclusivamente para
satisfacer las necesidades de las masas.
Las
empresas que producen artículos de lujo solamente para los ricos nunca alcanzan
la magnitud de las grandes empresas. Y hoy, son los trabajadores de las grandes
fábricas los principales consumidores de los productos hechos en dichas
fábricas. Esta es la diferencia fundamental entre los principios capitalistas
de producción y los principios feudales de las épocas anteriores.
Cuando
las personas suponen, o alegan, que hay una diferencia entre los productores y
los consumidores de los productos de las grandes empresas, están gravemente
equivocados. En las tiendas por departamento en los EEUU puede oírse la
consigna ‘el cliente siempre tiene razón’ Y este cliente es la misma persona
que produce en las fábricas esas cosas que son vendidas en la tienda por
departamentos. Las personas que piensan que el poder de las grandes empresas es
enorme, también están equivocadas, ya que las grandes empresas dependen
totalmente de la voluntad de los que compran sus productos: la más grande de
las empresas pierde su poder y su influencia cuando pierde sus clientes.
Cincuenta
o sesenta años atrás se decía en casi todos los países capitalistas que los
ferrocarriles eran demasiado grandes y demasiado poderosos; que tenían un
monopolio; que era imposible competir con ellos. Se alegaba que, en el campo
del transporte, el capitalismo ya había alcanzado una etapa en la que se había
destruido a sí mismo, ya que había eliminado a los competidores. Lo que la
gente pasaba por alto era el hecho que el poder de los ferrocarriles dependía
de su habilidad en servir a la gente mejor que cualquier otro método de
transporte. Desde ya habría sido ridículo competir con uno de estos grandes
ferrocarriles construyendo otro ferrocarril paralelo a la antigua línea, ya que
esta antigua línea era suficiente para dar servicio a las necesidades
existentes. Pero muy pronto vinieron otros competidores.
La
libertad para competir no significa que se puede tener éxito simplemente
imitando o copiando con exactitud lo que algún otro ha hecho. La libertad de
prensa no significa que se tiene el derecho de copiar lo que otra persona ha
escrito y así obtener el éxito que esta otra persona ha ganado merecidamente en
razón de sus logros. Significa que se tiene el derecho de escribir algo
diferente. La libertad para competir respecto a los ferrocarriles significa,
por ejemplo, inventar algo, hacer algo, que sea un desafío a los ferrocarriles
y los ponga en una precaria situación competitiva. En los EEUU la competencia a
los ferrocarriles -en la forma de ómnibus, automóviles, camiones y aviones-
causó grandes problemas a los ferrocarriles y los derrotó casi totalmente, en
lo que a transporte de pasajeros se refiere. El desarrollo del capitalismo
consiste en que cada uno tenga el derecho de servir a su cliente mejor y / o
más barato. Y este método, este principio, en un comparativamente corto período
de tiempo, ha transformado el mundo entero. Ha hecho posible un crecimiento -sin
precedentes- en la población mundial, sin precedentes.
En
la Inglaterra del Siglo XVIII, la tierra podía soportar solamente seis millones
de personas en un nivel de vida muy bajo. Hoy más de cincuenta millones de
personas disfrutan un nivel de vida mucho más alto, aún del que disfrutaban los
ricos durante el siglo XVIII. Y el nivel de vida sería hoy probablemente más
alto si una gran cantidad de energía de los Británicos no hubiera sido
desperdiciada en lo que fueron, desde varios puntos de vista, evitables
‘aventuras’ políticas y militares.
Estos
son los hechos sobre el capitalismo. Así si un inglés -o realmente cualquier
otro hombre de cualquier otro país del mundo- dice hoy a sus amigos que se
opone al capitalismo, hay una maravillosa forma de contestarle: ‘Tú sabes que
la población de este planeta es ahora diez veces más grande que en las épocas
que precedieron al capitalismo; tú sabes que todos los hombres hoy disfrutan de
un mucho mejor nivel de vida que el que disfrutaron sus ancestros antes de la
era del capitalismo. Pero, ¿cómo sabes que tú eres el uno entre diez que habría
vivido en ausencia del capitalismo? El simple hecho que hoy estés vivo es la
prueba que el capitalismo ha tenido éxito, así consideres o no que tu vida es
valiosa’ A pesar de todos sus beneficios el capitalismo ha sido furiosamente
atacado y criticado. Es preciso que comprendamos el origen de esta antipatía.
Es un hecho que el odio hacia el capitalismo no se originó en las masas, ni
entre los propios trabajadores, sino en la aristocracia terrateniente -la alta
burguesía, la nobleza- de Inglaterra y del continente europeo. Ellos culparon
al capitalismo por algo que no era para ellos demasiado agradable: a principios
del Siglo XIX los más altos salarios pagados por la industria a sus
trabajadores forzó a la burguesía terrateniente a pagar igualmente altos
sueldos a los trabajadores agrícolas. La aristocracia atacó la industria
enjuiciando el nivel de vida de las masas de trabajadores.
Desde
luego -desde nuestro punto de vista- el nivel de vida de los trabajadores era
extremadamente bajo; las condiciones bajo el capitalismo temprano eran
totalmente espeluznantes, pero no porque las recientemente desarrolladas
industrias capitalistas hubieran perjudicado a los trabajadores. La gente
contratada para trabajar en las fábricas ya había estado viviendo en un nivel
virtualmente sub-humano.
La
famosa y antigua historia, repetida centenares de veces, que las fábricas
empleaban mujeres y niños quienes, antes que estuvieran trabajando en las
fábricas habían estado viviendo en condiciones satisfactorias, es una de las
más grandes falsedades de la historia. Las madres que trabajaban en las
fábricas no tenían con qué cocinar: ellas no habían dejado sus hogares y sus
cocinas para ir a las fábricas porque no tenían cocina alguna, y si tenían una
cocina, no tenían alimentos para cocinar en esas cocinas. Y los niños no venían
de confortables guarderías. Estaban pasando hambre y se morían. Y toda la
charla sobre el así denominado inenarrable horror del capitalismo temprano
puede ser refutada por una simple estadística: precisamente en estos años en
los cuales el capitalismo Británico se desarrolló, precisamente en la época
llamada de la Revolución Industrial en Inglaterra en los años de 1760 a 1830,
precisamente en esos años la población de Inglaterra se duplicó, lo que
significa que centenares de miles de niños -que habrían muerto en los tiempos
precedentes- sobrevivieron y crecieron para convertirse en hombres y mujeres.
No hay dudas que las condiciones de los tiempos anteriores habían sido muy
insatisfactorias. Fue el negocio capitalista que las mejoró. Fueron
precisamente esas primeras fábricas que proveyeron a las necesidades de sus
trabajadores, ya sea directamente o indirectamente, exportando productos e
importando alimentos y materias primas desde otros países. Una y otra vez los
primeros historiadores del capitalismo -uno difícilmente puede usar una palabra
más suave- han falsificado la historia.
Una
anécdota que solían contar -muy posiblemente inventada- involucra a Benjamín
Franklin. De acuerdo con la historia, Franklin visitaba una fábrica algodonera
en Inglaterra y el propietario de la fábrica, lleno de orgullo, le dice: ‘Vea,
aquí hay artículos de algodón para Hungría’. Benjamín Franklin, mirando
alrededor, viendo que los trabajadores estaban pobremente vestidos, dijo: ‘¿Por
qué Ud. no produce también para sus propios trabajadores?’ Pero esas
exportaciones de las cuales el propietario de la fábrica había hablado
realmente significaban que él producía para sus propios trabajadores ya que
Inglaterra debía importar todas las materias primas. No había algodón en
Inglaterra o en la Europa continental. Había escasez de alimentos en
Inglaterra, y los alimentos debían ser importados de Polonia, de Rusia, de
Hungría. Esas exportaciones eran la manera de pagar las importaciones de
alimentos que hacían posible la supervivencia de la población británica.
Muchos
ejemplos de la historia de esas épocas mostrarán la actitud de la burguesía y
de la aristocracia hacia los trabajadores. Deseo citar sólo dos ejemplos. Uno
es el famoso sistema Británico denominado ‘Speenhamland’. Por este sistema el
gobierno Británico pagaba a todos los trabajadores que no tuvieran un salario
mínimo (así determinado por el gobierno) la diferencia entre el salario que
recibieran y este salario mínimo. Esto ahorraba a la aristocracia terrateniente
el problema de pagar mayores salarios. La aristocracia pagaría los
tradicionalmente bajos salarios agrícolas y el gobierno lo complementaría,
evitando así que los trabajadores dejaran sus ocupaciones rurales para buscar
empleo en una fábrica urbana. Ochenta años más tarde, después de la expansión
del capitalismo desde Inglaterra a la Europa continental, la aristocracia
terrateniente nuevamente reaccionó contra el nuevo sistema de producción. En
Alemania, los Junkers prusianos, habiendo perdido muchos trabajadores a los
mayores salarios pagados por las industrias capitalistas, inventaron un término
especial para el problema: ‘huída del campo – Landflucht’. Y en el Parlamento
alemán discutieron lo que podía hacerse contra este mal, como era considerado
desde el punto de vista de la aristocracia terrateniente.
El
Príncipe Bismarck, el famoso Canciller del Reich Alemán, en un discurso, un día
dijo: ‘Encontré un hombre en Berlin que una vez había trabajado en mi
establecimiento de campo, y le pregunté: ‘¿Por qué dejó el establecimiento, por
qué se fue del campo, por qué ahora vive en Berlin?’ Y de acuerdo con Bismarck
este hombre contestó: ‘No tienen un Biergarten tan lindo en el pueblito del
campo, como tenemos aquí en Berlin, donde uno puede sentarse, beber cerveza y
escuchar música’ Esta es una historia, desde ya, contada desde el punto de
vista del Príncipe Bismarck, el empleador. No era el punto de vista de sus
empleados.
Ellos
se iban a la industria porque la industria les pagaba más altos salarios y
elevaba su nivel de vida de una manera que no tenía precedentes.
En
la actualidad, en los países capitalistas, hay relativamente poca diferencia
entre la vida básica de las así llamadas clases altas y bajas; ambas tienen
comida, ropa y alojamiento. Pero en el siglo XVIII -y antes- la diferencia
entre el hombre de la clase media y el hombre de la clase baja era que el
hombre de la clase media tenía zapatos y el hombre de la clase baja no tenía
zapatos. En los EEUU hoy la diferencia entre un hombre rico y un hombre pobre
significa, a menudo, solamente la diferencia entre un Cadillac y un Chevrolet.
El Chevrolet puede haber sido comprado de segunda mano pero, básicamente, le da
el mismo servicio a su propietario: él, también, puede manejar de un punto a
otro. Más del cincuenta por ciento de la gente en los EEUU vive en casas y
departamentos de su propiedad.
Los
ataques contra el capitalismo -especialmente en lo que respecta al mayor nivel
salarial- comienzan del falso supuesto que dichos salarios son en última
instancia pagados por gente que es diferente de quienes están empleados en las
fábricas. Es correcto para los economistas y los estudiantes de teorías
económicas distinguir entre el trabajador y el consumidor y establecer una
diferencia entre ellos. Pero el hecho es que cada consumidor debe, de una u
otra manera, ganar el dinero que gasta, y la inmensa mayoría de los
consumidores son precisamente las mismas personas que trabajan como empleados
en las empresas que producen las cosas que ellos consumen.
El
nivel de salarios -bajo el capitalismo- no está fijado por una clase de gente
diferente de la clase de gente que gana los salarios; ellos son la misma gente.
No es la empresa cinematográfica de Hollywood quien paga los salarios de una
estrella del cine; es la gente que paga su entrada para ver las películas. Y no
es el empresario de una pelea de boxeo quien paga las enormes sumas que
demandan los boxeadores de cartel; es la gente que paga su boleto para ver la
pelea. A través de la distinción entre empleador y empleado, una diferenciación
se establece en la teoría económica, pero no hay una diferenciación en la vida
real; en ésta, el empleador y el empleado son, en última instancia, una
persona, la misma persona.
Hay
gente en muchos países que considera muy injusto que un hombre, quien debe
mantener una familia con varios hijos, reciba el mismo salario que un hombre
quien solamente debe mantenerse a sí mismo. Pero la cuestión no es si el
empleador debe tener una mayor responsabilidad por el tamaño de la familia de
su trabajador. La pregunta que debemos hacernos en este caso es: ¿Está Ud.
dispuesto -como un individuo- a pagar más por algo, por ejemplo, una hogaza de
pan, si se le dice que el hombre que produjo este pan tiene seis hijos? La
persona honesta ciertamente contestará por la negativa y dirá: ‘En principio
sí, pero de hecho, si cuesta menos, mejor compraría el pan producido por un
hombre sin hijos’ El hecho es que, si los compradores no le pagan al empleador
lo suficiente para permitirle pagar a sus trabajadores, se tornará imposible
para el empleador permanecer en el negocio.
El
sistema capitalista fue denominado ‘capitalismo’ no por un amigo del sistema,
sino por una persona que lo consideraba el peor de todos los sistemas en la
historia, el más grande de los males que había caído sobre la humanidad. Este
hombre era Karl Marx. Pero no hay razón para rechazar el término creado por
Marx, ya que describe claramente la fuente de las grandes mejoras sociales
traídas por el capitalismo. Esas mejoras son el resultado de la acumulación de
capital; están basadas sobre el hecho que la gente, como norma, no consume todo
lo que ha producido, que ahorran -e invierten- una parte. Hay muchos
malentendidos sobre este problema y -en el curso de estas conferencias- tendré
la oportunidad de enfrentar los más fundamentales errores que la gente tiene
concernientes a la acumulación de capital, el uso del capital, y las
universales ventajas que pueden ganarse con dicho uso. Trataré el capitalismo particularmente
en mis conferencias sobre inversiones extranjeras y sobre el más crítico
problema político de la actualidad, la inflación. Saben, por supuesto, que la
inflación existe no solamente en este país. Hoy, es un problema en todo el
mundo.
Un
hecho sobre el capitalismo, a menudo no bien explorado, es éste: los ahorros
significan beneficios para todos aquellos que ansían producir o ganar un
salario. Cuando una persona ha ahorrado una cierta suma de dinero -digamos mil
dólares- y, en vez de gastarlos, confía estos dólares a un banco o a una
compañía de seguros, el dinero va a las manos de un empresario, de un hombre de
negocios, permitiéndole embarcarse en un proyecto, en el cual no podría haberse
embarcado ayer pues el capital requerido no estaba disponible. ¿Qué hará ahora
el hombre de negocios con este capital adicional? La primera cosa que debe
hacer, el primer uso que debe hacer de este capital adicional es salir a
contratar trabajadores y comprar materias primas, lo cual causa una adicional demanda
de trabajadores y materias primas así como una tendencia hacia más altos
salarios y más altos precios de las materias primas. Mucho antes que el
ahorrista o el empresario obtengan alguna ganancia de todo esto, el trabajador
antes desempleado, el productor de las materias primas, el agricultor, el
jornalero, están todos repartiéndose los beneficios del incremento en el
ahorro.
El
momento en el cual el empresario obtendrá algo de su proyecto, depende de las
condiciones del mercado en el futuro y de su habilidad en anticipar
correctamente esas futuras condiciones del mercado. Pero los trabajadores así
como los productores de materias primas obtienen sus beneficios en forma
inmediata.
Mucho
se habló, hace treinta o cuarenta años, sobre la así llamada ‘política de
salarios’ de Henry Ford. Uno de los mayores logros del Sr. Ford fue pagar más
altos salarios que los que pagaban otros industriales u otras fábricas. Su
política de salarios fue descripta como una invención, pero no alcanza decir
que esta nueva política ‘inventada’ era el resultado de la liberalidad del Sr.
Ford. Un nuevo ramo de negocios, o una nueva fábrica en un ramo de negocios ya
existente, tiene que atraer trabajadores de otros empleos, de otras partes del
país, aún de otros países. Y la única manera de hacer esto es ofrecer a los
trabajadores un mayor salario por su trabajo. Esto es lo que tuvo lugar en los
primeros días del capitalismo, y tiene lugar aún hoy. Cuando los fabricantes en
Gran Bretaña comenzaron a fabricar productos de algodón, pagaban a sus
trabajadores más que lo que éstos ganaban antes.
Por
supuesto, un gran porcentaje de estos nuevos trabajadores no habían ganado
absolutamente nada antes de ello y estaban dispuestos a aceptar cualquier cosa
que les ofrecieran. Pero después de un corto período de tiempo -cuando más y
más capital se acumulaba y más y más nuevas empresas se desarrollaban- los
niveles de salario crecieron, y el resultado fue el inaudito crecimiento en la
población británica de lo cual ya hablamos antes.
La
desdeñosa descripción del capitalismo por algunas personas como un sistema
diseñado para hacer que los ricos se vuelvan más ricos y que los pobres se
vuelvan más pobres es errónea del principio al fin. La tesis de Marx sobre la
venida del socialismo estaba basada sobre el supuesto que los trabajadores
estaban volviéndose más pobres, que las masas estaban convirtiéndose cada vez
en más indigentes, y que finalmente toda la riqueza de un país se concentraría
en unas pocas manos o en las manos de una sola persona. Y entonces, la masa de
trabajadores empobrecidos finalmente se rebelaría y expropiaría los bienes de
los ricos propietarios. De acuerdo con esta doctrina de Karl Marx, no puede
existir oportunidad alguna, ninguna posibilidad dentro del sistema capitalista para
mejora alguna de las condiciones de los trabajadores.
En
1864, hablando frente a la Asociación Internacional de Trabajadores, en
Inglaterra, dijo que la creencia que los sindicatos pudieran mejorar las
condiciones de la población trabajadora era ‘absolutamente un error’. A la
política de los sindicatos pidiendo salarios más altos y más cortas horas de
trabajo la denominó conservadora siendo el conservadorismo -desde luego- el
término más duramente condenatorio que Karl Marx podía usar. Sugirió que los
sindicatos se pusieran un nuevo, revolucionario objetivo: ‘eliminar totalmente
el sistema de salarios ‘e instaurar el ‘socialismo’ -el gobierno propietario de
los medios de producción- para reemplazar el sistema de propiedad privada.
Si
estudiamos la historia del mundo, y especialmente la de Inglaterra desde 1865,
nos daremos cuenta estaba totalmente equivocado. No existe un país capitalista,
occidental, en donde las condiciones de las masas no hayan mejorado en una
forma sin precedentes.
Todas
estas mejoras de los últimos ochenta o noventa años se realizaron a pesar de
los pronósticos de Karl Marx, ya que los socialistas marxistas creían que las
condiciones de los trabajadores nunca podrían mejorarse. Eran seguidores de una
falsa teoría, la famosa ‘ley de hierro de los salarios’ -la ley que establecía
que el salario del trabajador, bajo el capitalismo, no podría exceder el monto
que necesitaba como sustento de su vida para servir a la empresa.
Los
marxistas formulaban su teoría de esta manera: si los niveles de salario de los
trabajadores van hacia arriba, y los salarios suben por encima de los niveles
de subsistencia, los trabajadores tendrán más hijos; y cuando estos hijos
ingresen en la fuerza laboral, incrementarán la cantidad de trabajadores hasta
el punto en que los niveles de salarios caigan llevando otra vez a los
trabajadores hacia abajo a un nivel de subsistencia, el mínimo nivel de
subsistencia que escasamente evitará que la población trabajadora se extinga.
Pero esta idea de Marx, como las de muchos otros socialistas, en un concepto
del hombre trabajador precisamente como aquel que usan los biólogos -correctamente-
en el estudio de la vida de los animales. De los ratones por ejemplo.
Si
se incrementa la cantidad de alimento disponible para los organismos animales o
para los microbios, entonces una mayor cantidad de ellos sobrevivirá. Si se
restringe su alimento, también se restringirá su cantidad. Pero el hombre es
diferente. Aún el trabajador -a pesar del hecho que los marxistas no quieran
reconocerlo- tiene requerimientos humanos diferentes al alimento y a la
reproducción de su especie. Un incremento en los salarios reales resultará no
solamente en un incremento de la población, resultará también, antes que nada,
en un mejoramiento del nivel de vida promedio. Esa es la razón por la que
tenemos un mejor nivel de vida en Europa Occidental y en los EEUU que en las
naciones en desarrollo de, digamos, África.
Debemos
entender, sin embargo, que este más alto nivel de vida depende del suministro
de capital. Esto explica la diferencia entre las condiciones en los EEUU y las
condiciones en la India; métodos modernos de combatir enfermedades contagiosas
han sido instaurados en la India -en alguna forma por lo menos- y el efecto ha
sido un crecimiento sin precedentes en la población; pero, dado que este
crecimiento en la población no ha sido acompañado por un correspondiente
incremento en el monto del capital invertido, el resultado ha sido un
incremento en la pobreza. Un país se vuelve más próspero en proporción al
incremento del capital invertido por habitante.
Espero
que en las otras conferencias tenga la oportunidad de ocuparme con mayor
detalle de estos problemas y que pueda clarificarlos, porque algunos términos -como
‘el capital invertido per capita’- requieren una más detallada explicación.
Pero
deben recordar que en políticas económicas no hay milagros. Han leído en muchos
diarios y discursos sobre el así llamado ‘milagro económico’ alemán, la
recuperación de Alemania después de su derrota y destrucción en la segunda
guerra mundial. Pero esto no fue milagro alguno. Fue la aplicación de los
principios de la economía de libre mercado, de los métodos del capitalismo, aún
cuando no fueron totalmente aplicados en todos sus aspectos. Cualquier país
puede experimentar el mismo ‘milagro’ de recuperación económica, aunque debo
insistir que la recuperación económica no proviene de un ‘milagro’, viene de la
adopción de -y es el resultado de- sanas políticas económicas.
Nota:
Primera conferencia de Ludwig von Mises en 1959 en Buenos Aires, Argentina.
PANORAMA Liberal
Jueves 16 Enero 2014
2 comentarios:
Que linda historia, casi me hace llorar. Así como la guerra es la política por otros medios; el capitalismo es la ley de la selva o la guerra por otros medios. El capitalismo es comercio y nada más; la usura,especulación y juego sucio es una variable sicológica humana; y el principal problema del capitalismo es cuando sus agentes no tienen contrapeso de poder para controlar los excesos y monopolios, ni entre ellos mismos, ni del Estado.
Todo lo que ese discurso sugiere como logros del capitalismo, realmente son logros de la ciencia. Y no se debería esperar a que un cambio de paradigma científico modifique la correlación de poder entre competidores; estos deberían tener garantías de juego limpio en un mismo paradigma.
El problema del juego sucio y competencia desigual o injusta, en cualquier sistema económico (no es exclusivo del capitalismo), es un problema político y no otra cosa.
Es el eterno dilema y dialéctica entre el libertinaje confundido con libre albedrío, y la coerción confundida con dirigismo planificado; entre la propiedad privada sin discriminación y la propiedad común o estatal.
Es un debate de extremismos (el comunismo y el neoliberalismo lo son) y como tal ninguno tiene razón, y quienes viven todavía fomentando ese debate son de mentalidad extremista y con fines políticos, como en tiempos de la guerra fría.
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