Una nueva cultura ha surgido: la facilista y del show business |
Mario Vargas Llosa
siempre ha declarado su afecto y adhesión al liberalismo político, social y
cultural, y en esta oportunidad, su ensayo “La civilización del espectáculo” es
una abierta crítica al destape cultural, muy ligado al progresismo, en términos
de empobrecimiento. Y lo vemos, diariamente.
En la actualidad, se
confunde la cultura con la farándula y el show business, y ya no sabemos si
estamos enfrentados a un serio problema o estamos con un problema serio. La
cultura parece que se ha aligerado de ropas y cualquier provocador pasa por
intelectual aunque muestre absurdas estupideces.
Por ejemplo, en junio
de año 1999 el artista chileno radicado en Dinamarca Marcos Evaristti sorprendió
a los chilenos con una instalación de 10 jugueras enchufadas, con movedizos
pececitos de colores que nadaban en el interior, con el inminente peligro de
que cualquiera de los asistentes apretara el botón que los condenaba a
licuarse.
Otros ejemplos están
en los desnudos tipo Tunick, Casa de Vidrio, Besarte o Baby Vamp que pueden ser
polémicas, pero las discusiones indefectiblemente se acentúan cuando entran a
jugar otros temas, como la muerte o el uso de cadáveres.
En el año 2002, el mismo
Evaristti, realizó una exposición
titulada "Justicia para un almuerzo desnudo" en la que exponía una
réplica en metal del cuerpo de un palestino destrozado con una bomba suicida.
En 17 fragmentos de cuerpo intentó recrear el horror de esa muerte. En la misma
muestra expuso lienzos pintados con sangre humana, recogida después del atentado.
Otros han embalsamado perros,
fetos reales y cadáveres acondicionados; Luis Verdejo presentó la "Primera
clonación en Chile", que se componía de una serie de fetos de silicona y
cuatro reales; Gunther von Haegens utiliza cadáveres reales plastificados con
silicona en su muestra "Mundos conporales"; etc.
Resuenan en nuestros oídos
las palabras de Vargas Llosa cuando dice que los nuevos artistas parecen
regodearse “al hacernos sentir incultos o estúpidos”. Eso sí: todo se hace en
lugares exclusivos, con exquisita atención, fenomenal ambiente y con la
sensación de que no se está en una feria de arte, sino en el bar Liguria donde puede
ser de mal gusto preguntar “¿Qué significa ese pececillo en esa juguera?...¿eso
que está ahí…es sangre?...
Hace algunos años
atrás, el ser culto daba prestigio social porque se requería un enorme esfuerzo
en adquirir los fundamentos para apreciar el arte y abría oportunidades de
desarrollo personal e intelectual que parecían no tener fin. En la actualidad, todo
se ha banalizado y aligerado de ropas, y cualquier estúpido puede darse aires
de intelectual…
La importancia de Vargas
Llosa es que nos invita a reflexionar en torno al valor que damos a la cultura
en nuestras vidas, y las posibles consecuencias en una civilización que
prefiere el entretenimiento bobo y estúpido a la enriquecedora pero difícil
experiencia de la cultura de largo aliento.
A continuación, transcribimos
una entrevista realizada al escritor Mario Vargas Llosa quien publicó “La
civilización del espectáculo”, un interesante ensayo sobre la frivolización de
la sociedad actual.
LA ENTREVISTA
A Mario
Vargas Llosa (Arequipa, Perú, 1936) le asaltaba desde hacía algún tiempo la
incómoda sensación de que le estaban tomando el pelo. Lo empezó a sentir al
visitar ciertas exposiciones y bienales, asistir a algunos espectáculos, ver
determinadas películas y programas de televisión, e incluso le ocurría cuando
se arrellanaba en el sillón para leer ciertos libros y periódicos. En esos
momentos, como él mismo cuenta, le sobrevenía la sensación, poco definida al
principio, de que se estaban burlando de él, de que estaba “indefenso ante una
sutil conspiración” para hacerle sentir un inculto o un estúpido, para hacerle
creer que un fraude era arte; un embuste, cultura.
De esa
sensación surgió una convicción y de esta un ensayo, La civilización del espectáculo.
En sus páginas, el premio Nobel de Literatura disecciona la conversión de la
cultura en un caos donde “como no hay manera de saber qué cosa es cultura, todo
lo es y ya nada lo es”. Esa disolución de jerarquías y referentes es
consecuencia, para Vargas Llosa, del triunfo de la frivolidad, del reinado
universal del entretenimiento. Pero los efectos de este clima de banalización
extrema no se limitan a la cultura. Para
el escritor, el empuje de la civilización del espectáculo ha anestesiado a los
intelectuales, desarmado al periodismo y, sobre todo, devaluado la política,
donde gana terreno el cinismo y se extiende la tolerancia hacia la corrupción.
El ensayo,
un diamante para la polémica, lo explica Vargas Llosa con voz cálida y precisa,
que inunda la línea telefónica desde el otro lado de Atlántico, un viernes por
la mañana en Lima.
—Afirma Ud.
que la cultura se ha banalizado, que triunfa la frivolidad, que el erotismo
pierde en favor de la pornografía, que la política se degrada… ¿Hay
escapatoria?
—Sí, hay
escapatoria. La historia no está escrita, no es fatídica, cambia. Si alguien me
hubiera dicho cuando yo era joven que iba a ver la desaparición de la Unión
Soviética, la transformación de China en un país capitalista; si alguien me
hubiera dicho que América Latina iba a estar en pleno proceso de crecimiento,
mientras Europa vivía su peor crisis financiera en un siglo, no me lo hubiera
creído y, sin embargo, todas esas cosas han pasado. Desde luego que se puede
esperar una renovación de la vida cultural, de las artes, de las humanidades, y
que abandone ese sesgo cada vez más frívolo, superficial, que yo creo que es
una de sus características principales hoy en día; no la única, porque hay
excepciones, afortunadamente. Pero esa banalización tiene consecuencias no
solamente en el campo de la cultura, sino en todos los otros. Por eso en el
libro me refiero a la política, incluso a la vida sexual, a la relación humana.
—Y eso le
produce un cierto enfado. ¿Desde cuándo?
—Es un
proceso, no llega de una vez, pero sí recuerdo, por ejemplo, el “shock” que
supuso para mí hace algunos años visitar la Bienal de Venecia, que era una
vitrina del prestigio y la modernidad, y después de un recorrido de un par de
horas, llegar a la conclusión de que allí había mucho más fraude que seriedad.
Fue para mí una experiencia bastante importante, que me llevó a reflexionar
sobre este tema. Al final del libro, cuento cómo enriqueció mi vida leer buenos
libros, conocer la gran tradición pictórica, el mundo de la música, cómo eso
dio un sentido, un orden al mundo que lo hizo para mí muchísimo más
interesante, más rico. Yo creo que sería
una tragedia que justamente en una época en que hay un progreso tecnológico,
científico, material extraordinario, al mismo tiempo, la cultura vaya a
convertirse en un puro entretenimiento, dejando un vacío que nada puede llenar,
porque nada puede reemplazar a la cultura en dar un sentido más profundo a la
vida.
—Hay un
momento en el que dice: “Lo peor es que probablemente este fenómeno no tenga arreglo…”.
—Espero
equivocarme.
—Ese
pesimismo resulta llamativo en alguien de su éxito.
…nostalgia
de viejo. Mire, yo viví en Inglaterra y me acuerdo del deslumbramiento que me
produjo ver la televisión; la que había conocido antes era muy pobre, muy mediocre,
y de pronto descubrí que sí había posibilidades de utilizar la televisión en un
sentido creativo… Había un programa que veía con pasión, se llamaba Panorama,
periodismo de investigación. Me acuerdo, por ejemplo, de una entrega de dos
horas sobre los disidentes en la Unión Soviética filmada en Moscú
clandestinamente. Y de pronto, al cabo de los años, vi que la televisión de
Inglaterra había caído también en la frivolidad total. Los mejores países han
ido también sucumbiendo a esa especie de mandato generacional hacia el
facilismo, la superficialidad. Hay excepciones, desde luego…
—Su propia
obra es una excepción. ¿No es un ejemplo de que la capacidad de autocrítica
sobrevive?
—Sí, pero es
siempre preocupante que el mayor vigor, la mayor riqueza, esté ahora en el
pasado más que en el presente. Y hay otro aspecto. Junto a la frivolización,
hay un oscurantismo embustero que identifica la profundidad con la oscuridad y
que ha llevado, por ejemplo, a la crítica a unos extremos de especialización
que la pone totalmente al margen del ciudadano común y corriente.
—Usted
extiende su crítica a la cocina o la moda, que están pasando a formar parte de
la alta cultura.
—Justamente,
esa es una de las manifestaciones de esa banalización. Me parece magnífico que
haya una preocupación por la moda, pero no creo que la moda pueda reemplazar a
la filosofía, a la literatura, a la música culta como un referente cultural. Y
eso es lo que está pasando. Eso es una deformación peligrosa y una
manifestación de frivolidad terrible. ¿Qué cosa es la frivolidad? La frivolidad
es tener una tabla de valores completamente confundida, es el sacrificio de la
visión del largo plazo por el corto plazo, por lo inmediato.
—¿No
encierra esa perspectiva una excesiva idealización del pasado?
—No soy un
conservador en ese sentido, desde luego que no, y sé que en el pasado, al mismo
tiempo que Cervantes y que Shakespeare, existía la esclavitud, el racismo más
espantoso, el dogmatismo religioso, la Inquisición… Pero no se puede negar que
en ese pasado había cosas muy admirables, que han marcado profundamente el
presente, que enriquecieron la vida, la sensibilidad, la imaginación. Y esa era
una función que tenía la alta cultura, y hoy día no se puede ni siquiera hablar
de alta cultura porque eso es incorrecto, políticamente incorrecto.
—Hay una
defensa muy interesante del erotismo en el libro, como obra de arte frente al
“sexo descarnado”.
—El erotismo
fue en el mundo de la experiencia la conversión de un instinto en algo
creativo, en una verdadera obra de arte, y eso fue posible gracias a la
cultura. Yo no creo que el erotismo nazca simplemente de una experiencia
pragmática del sexo ni muchísimo menos. Creo que es la cultura, que son las
artes, el refinamiento de la sensibilidad que produce la alta cultura, la que
crea el erotismo. Y ahí yo cito mucho a Georges Bataille, él defendió siempre
el erotismo justamente como una manifestación de civilización, y fue muy
reticente a la permisividad total, porque creía que la permisividad total iba a
matar las formas y al final se iba a llegar, otra vez, a una especie de sexo
primitivo, salvaje. Y algo de eso ha pasado en nuestro tiempo.
—Le falta
erotismo a nuestra cultura.
—Por eso el
sexo significa tan poco para las nuevas generaciones. Significa un entretenimiento
que es casi una gimnasia.
—¿Qué
pensaría el Vargas Llosa de 25 años de este libro?
—No me lo
puedo imaginar. Precisamente por la extraordinaria revolución tecnológica,
audiovisual, el mundo es tan absolutamente diferente que es muy, muy difícil
ponerse hoy en día en la piel de un joven. Hay muchas cosas en el pasado que
hay que reformar sin ninguna duda. Pero hay una que hay que conservarla
renovándola, que es la cultura. Una civilización que ha producido Goya,
Rembrandt, Mahler, Goethe no es despreciable. Eso fijó ciertos patrones que
deben ser, si se quiere, criticados pero continuados. Y esa continuación se
pierde si la cultura pasa a ser una actividad secundaria y relegada al puro
campo del entretenimiento.
—Fenómenos
como el del 15-M, el de Occupy Wall Street, ¿no le generan cierta esperanza?
—Sí. Siempre
y cuando no se orienten en el sentido equivocado. Porque hay un cierto
conformismo en la inconformidad. No soy pesimista, sino más bien optimista, las
cosas pueden cambiar para mejor. Pero hay algunos aspectos en los que es muy
importante una crítica muy radical de un fenómeno que representa una
decadencia.
—Una
decadencia en la que incluye la corrupción política. Ud. cita una anécdota del
escritor Jorge Eduardo Benavides, en Lima, cuando un taxista le dijo que votaba
a Fujimori porque “solo robó lo justo”.
—A mí me
pareció maravillosa la historia. Hay una mentalidad ahí detrás, ¿no? Un
político puede robar; es más, no puede no robar, pero lo importante es que robe
no más de lo debido.
—Y ese tipo
de conductas se están extendiendo…
—Es por el
desplome de los valores, no solamente estéticos, sino otros que antes, por lo
menos de la boca para fuera, todos respetábamos. El político ya no debe ser
honrado, debe ser eficaz. El ser honrado parece una imposibilidad connatural al
oficio. Y creo que no es verdad y yo lo digo, eso no es verdad. Pero hay una
mentalidad que identifica la política con la picardía, con la deshonestidad. Es
peligrosísimo, sobre todo para el futuro de la cultura democrática.
—Pero hay
países donde hay mayor protección frente a la corrupción.
—La gran
diferencia está en el mundo de la democracia y en el mundo del autoritarismo.
En democracia hay corrupción, desde luego, lo estamos viendo todos los días.
Pero precisamente lo vemos, sale a flote, existe una justicia más o menos
independiente que puede todavía sancionar a los culpables. Eso no se ve en Cuba
o China, donde de repente te enteras de que le cortan la cabeza a un señor
porque dicen que delinquió y tenía cargos políticos. Hay diferencias. Y dentro
de las democracias también. Las más avanzadas son menos corruptas que las más
primitivas. Recuerdo que en los años en que viví en Inglaterra, el escándalo
más grande de corrupción fue el de un ministro de Margaret Thatcher, que no
solamente perdió su ministerio, sino que fue preso y perdió prácticamente todo
su patrimonio por haber pasado un fin de semana en el Hotel Ritz de París,
pagado por un jeque árabe. O sea, una corrupción de unos cuantos cientos o
miles de libras esterlinas. Eso en la época de Fujimori en el Perú era lo que
robaba normalmente un pequeño alcalde. Ya no le digo los millones de millones
que consiguieron Fujimori y Montesinos. La sanción social fue muy escasa,
puesto que en las últimas elecciones estuvo a punto de subir otra vez al poder
con el voto popular. Esas diferencias sí son importantes. Y creo que es
fundamental ser muy riguroso en ese campo.
—En las
dictaduras hay más corrupción. Pero también ahí es donde la lucha de los
intelectuales cobra mayor sentido. Es el caso de China.
—Absolutamente.
Cuando la libertad desaparece es cuando la libertad de pronto resulta
importante. Y cuando la lucha por la libertad se convierte en una prioridad, el
intelectual, el escritor, el pintor, de pronto empiezan a tener una importancia
central en esa lucha. Ese es un fenómeno que lo estamos viendo en China, es
interesantísimo el caso de Ai Weiwei. Es una figura que representa hoy en día
el espíritu de resistencia, la voluntad de apertura, de modernización, de democratización.
—Al tratar
la degradación de los valores, incluye también el sensacionalismo en la prensa.
—El sensacionalismo es la expresión de una
cultura. La prensa forma parte de la vida cultural de un país. Y si la
cultura empuja a la prensa a la chismografía, y hace de la chismografía un
elemento central, al final el mercado se lo va a imponer a los periódicos, por
más responsables y serios que quieran ser. Y eso lo estamos viendo en todas
partes. El origen no está en los periódicos, el origen está en la cultura
reinante, que impone la frivolidad y el amarillismo.
Fuente: Diario
El País (España), 14/04/2012
PANORAMA Liberal
Sábado 2 Junio 2012
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