Hasta pronto, Neil Armstrong |
En todo el mundo se lamenta
el fallecimiento de Neil Armstrong, por complicaciones cardíacas, acaecido hoy
sábado 25 de agosto a las 14.42hrs. Fue el primer ser humano en caminar sobre la
superficie lunar y su familia, en un breve comunicado, ha señalado que es «un
héroe estadounidense en contra de su voluntad, sirvió a su país con orgullo
como piloto naval, piloto de pruebas, astronauta, entonces».
UNA BREVE BIOGRAFÍA DE UN OSADO EXPLORADOR
Neil Armstrong, ingeniero
aeronáutico, piloto y astronauta, nació un 5 de agosto de 1930 en Wapakoneta,
Ohio. A los 18 años, en 1949, ingresó a la Marina de los Estados Unidos donde
prestó sus servicios hasta 1952. Al reanudar su vida civil se graduó en
Ciencias e Ingeniería Aeronáutica en la Universidad de Purdue (Indiana), y más
tarde, amplió estudios en la Escuela de Graduación de la Universidad de
Carolina del Sur.
Comenzó a trabajar para
la NASA, en el Centro de Investigaciones Lewis, como piloto de pruebas desde
1955 y en 1962 fue admitido como astronauta y sucesivamente ocupó los puestos
de jefe de la Oficina de Operaciones y Entrenamiento de Astronautas; suplente
de la tripulación del «Géminis 5» y organizador de vuelos espaciales
tripulados, para pasar luego al equipo de vuelos de alunizaje. En este destino
estuvo a punto de perecer el 7 de mayo de 1968, durante una prueba en la que el
módulo lunar se incendió en el desierto de Texas. Sin embargo, su destino quedó
unido al éxito del viaje realizado un año después, el Apollo 11.
El logo de la misión |
El astronauta comandó el
Apollo 11, la misión que logró con éxito poner pie en el satélite el 20 de
julio de 1969, y que además, integraban Buzz Aldrin y Michael Collins. En aquel
momento histórico dejó su frase para la posteridad: «That's one small step for
a man, one giant leap for mankind - Un pequeño paso para el hombre, pero un
gran salto para la Humanidad».
La misión Apollo 11 fue
su último viaje espacial. Al año siguiente, la NASA le destinó a desempeñar
labores de despacho, como administrador asociado para aeronáutica en la oficina
de investigación avanzada y tecnología. No aguantó en el puesto mucho tiempo.
En 1971 abandonó la agencia espacial norteamericana para convertirse en
profesor de Ingeniería Aeroespacial en la Universidad de Cincinnati.
LA MARAVILLA DE LA MISIÓN APOLO 11
Recuerdo con claridad en
dónde estaba aquel 16 de julio de 1969: en una plaza con una radio a pilas escuchando
la Voz de América que relataba desde Cabo Cañaveral el lanzamiento del Saturno
V. En mi mente de niño quedó grabada a fuego el “20 seconds and counting…T
minus 15 seconds, guidance is internal…12, 11, 10, 9, ignition sequence start…6,
5, 4, 3, 2, 1, 0, all engines running…Lift off, we have a lift off, lift off…”.
Aún siento el viento en
aquella plaza del mes de julio, porque me parecía sorprendente que el ingenio
humano pudiera transportar a un congénere a un hermoso satélite tan cercano y,
a la vez, tan lejano. Me parecía, y me parece aún, un sueño que la creatividad
humana pudiera tener semejante logro. Todo parecía tan normal, tan puntual, tan
rutinario que estaba seguro de que todos sabían lo que había que hacer, hasta
que sucedió lo del Apollo 13…
El viaje había empezado el
16 de julio de 1969. Pero, los preparativos se remontaban desde comienzos de
los años 60 del pasado siglo, cuando John Kennedy contestó al desafío de la
dictadura soviética que representaba poner el primer hombre en el espacio,
anunciando que los norteamericanos llegarían a la Luna en la misma década. Se
trataba del proyecto Apollo que tras inicios vacilantes y trágicos accidentes
llegó a su prueba definitiva.
Eran las 9.32 de la
mañana del 16 de julio de 1969 en Cabo Kennedy, cuando el Apollo 11, tripulado
por el comandante Neil Armstrong, de 36 años, el piloto Edwin “Buzz” Aldrin, de
39, y el también piloto Michael Collins, de 38, iniciaba el periplo que los
llevaría a la Luna y a los libros de historia.
Comienza el viaje de leyenda |
La nave de comando se
llama Columbia, y el módulo que se posaría en la Luna lleva el nombre de Eagle
o águila. Ambas, forman la parte superior de una gran estructura, una serie de
cohetes de formidable potencia, el primero de ellos un Saturno V, encargado de
dar el primer empujón, consumiendo 15 toneladas de combustible por segundo y
que 160 segundos después debía desecharse al mar por agotar sus depósitos ya en
las capas altas de la atmósfera. En ese momento, entraban en operaciones cinco
motores J-2, que terminaban de elevarle por sobre la superficie terrestre en un
tiempo de 9 minutos, periodo que duraba el combustible de los J-2, que luego se
desprendían, para quedar ya un único motor de aceleración que se apagaría cuando
el Columbia quedó en órbita a 215 kilómetros de la superficie terrestre durante
tres horas, tiempo usado por los astronautas para chequear los instrumentos, comprobando
que ninguno de ellos ha sufrido desperfecto durante el lanzamiento.
Luego de la revisión,
informan a Houston que todo está en orden y reciben la autorización de poner
rumbo a la Luna. Disponen de un solo motor, con 70 toneladas de combustible para
ir y volver y que les permite acelerar hasta 45.000 kilómetros por hora al no
haber rozamiento en el vacío absoluto.
En un momento
determinado, se debe realizar una de las maniobras más complicadas y delicadas:
«desempaquetar» el Eagle y engancharlo delante del Columbia. Los astronautas lo
han ensayado multitud de veces en la Tierra, pero otra muy distinta es hacerlo
en la inmensidad de los espacios a aquella velocidad. Desempaquetan al Eagle accionando
las pequeñas cargas que desprenden los paneles que le rodean y con una compleja
maniobra lo llevan justo delante del Columbia, alargando los ganchos que permite
el acople.
Empieza el viaje a la Luna
que durará tres días. Durante los dos primeros, la velocidad de los dos
vehículos acoplados va disminuyendo, debido a la atracción que todavía ejerce
sobre ellos la Tierra. Cuando es sólo de 3.700 kilómetros por hora, empieza a
notarse la gravedad lunar, que, aunque bastante menor que la terrestre, les
hace acelerar hasta alcanzar los 9.000 kilómetros. Están ya en el tercer día de
viaje, y llega el momento de ponerse en órbita lunar.
Armstrong al interior del Eagle |
Una vez en órbita lunar, Armstrong
y Aldrin pasan al Eagle por el estrecho pasadizo entre el Columbia y el Eagle, acomodándose
en el último de ellos para comprobar todos sus sistemas. Recorren apareados 13 órbitas
lunares, y en ese momento Collins acciona desde el Columbia los mecanismos de
desconexión de ambas naves y el Eagle empieza a separarse, encendiendo sus
motores durante 15 segundos puesto que no necesita más para abandonar la órbita
lunar e iniciar el lento descenso hacia la superficie, por la simple fuerza de
la gravedad del satélite.
Este es uno de los
momentos más críticos de la misión ya que los imprevistos pueden surgir en
cualquier momento. Cuando llegan a 15 kilómetros de altura sobre el lugar
previsto, en el Mar de la Tranquilidad, Armstrong comprueba que está sobre un
cráter rocoso que puede dañar el Eagle y comanda la nave para buscar otro sitio.
Siguen descendiendo mientras Aldrin lee los datos que le proporcionan el radar
y los ordenadores. Encuentran un nuevo emplazamiento que parece mucho más
apropiado, el alunizaje es suave y el Eagle queda posado sobre aquel paraje
como una gigantesca araña.
En la Tierra se escucha
la voz de Armstrong: «Houston...Aquí Base Tranquilidad. El Eagle ha alunizado».
Son las 16.18 del 20 de julio de 1969.
La pisada de Armstrong en la superficie lunar |
Al momento, Armstrong
pide permiso para salir y se lo conceden por lo que comienzan los preparativos que
duran más de 5 horas. Ya con la escafandra, activa la cámara de televisión para
que todo el mundo pueda ver el acontecimiento. «Un pequeño paso para un hombre.
Un gran paso para la humanidad,» fue la frase que tenía preparada.
Iba unido por una especie
de cordón umbilical al Eagle, pero al ver que podía mantener sus funciones
vitales, se le permite desengancharlo. Al rato después, sale Aldrin, poniendo
un poco de humor a la cosa: «Tal vez para Neil fuera un pequeño paso, pero para
mí fue un bonito salto.., bonito, bonito, una magnífica desolación».
Pero, había trabajo que
realizar: instalar una cámara de TV frente al Eagle; desplegar un detector de
partículas solares; recoger 22 kilos de rocas; instalar un sismógrafo para registrar
la posible actividad interna del satélite y un reflector de rayos láser para
medir las distancias exactas a la Tierra; dejar un disco con mensajes de todas
las naciones del mundo junto a las medallas recibidas de la familia del primer
astronauta Yuri Gagarin; sellar la primera estampilla espacial de 10 centavos;
plantar una bandera norteamericana y hablar con el presidente de ese entonces Richard
Nixon que les felicita.
Duermen 4 horas y 20
minutos, lo que significa que han estado en la Luna algo más de 14 horas antes
de encender los motores de despegue del Eagle, que deja detrás sus patas, para
dirigirse el encuentro del Columbia, que les espera en órbita lunar. Se acercan
muy lentamente hasta marchar en formación, momento en el que el Eagle gira
sobre sí y queda atrapado por los garfios de atraque de la nave nodriza.
Se abren las compuertas
entre ambas naves y comienza el traslado del material recogido. Dura más de dos
horas, y los dos astronautas pasan al Columbia, cierran la compuerta y se
procede al desenganche del Eagle, que se deja caer sobre la superficie lunar y
ya pueden emprender el regreso. Son las 6.35 de la mañana del 22 de julio
cuando encienden el motor que debe devolverles a la Tierra. No necesitan
tenerlo encendido más que dos minutos y medio para escapar de la gravedad lunar
y entrar en la terrestre. En adelante, se dejarán llevar por ésta, cada vez más
fuerte, en un viaje de 60 horas que no ofrece ninguna novedad.
La zona prevista para el
amerizaje está azotada por el temporal, y hay que elegir otra, al SE de Hawai.
El portaaviones Hornet será el encargado de recogerlos. Llegan a 40.000
kilómetros por hora y no necesitan frenos: el rozamiento con la atmósfera
terrestre reduce su velocidad, aunque deja la cápsula al rojo. Las tres series
de paracaídas van abriéndose sucesivamente y a las 18,50 del 24 de julio de
1969, 8 días, 3 horas, 18 minutos y 35 segundos después de haber salido de Cabo
Kennedy, el Apolo XI da por terminada satisfactoriamente su misión. No traen
oro, ni diamantes, ni aventuras exóticas que contar. Pero han cumplido un viejo
sueño de la humanidad: han salido de la cuna terrestre y han llegado a otro
sitio estelar.
Y ahora Neil Armstrong,
comandante de la misión del Apollo 11, ha emprendido el viaje definitivo al
horizonte eterno, dejando tras de sí el recuerdo por un gran aventurero. La
humanidad siempre le recordará por su logro, pese a que nunca lo buscó.
Hasta pronto, Neil
Armstrong.
PANORAMA Liberal
Sábado 25 Agosto 2012
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