¡Señor Orpis, lea a Lysander Spooner y aprenda que los vicios no son delitos...! |
LOS PRINCIPIOS DE LYSANDER SPOONER
Lysander Spooner
(1808-1887) fue un ciudadano de EEUU, desconocido en gran parte del mundo, y
considerado como un héroe de la libertad puesto que luchó por la abolición de
la esclavitud, se enfrentó a quienes querían equiparar los vicios con los crímenes
ilegalizando el alcohol y apostó por el individuo al defender el derecho
natural frente a los continuos atentados a los derechos fundamentales que eran perpretados
por gobiernos escasos de luces pero de “buenas intenciones” y que siempre alegaban
el “mayor interés social para imponer la dominación a todos" por medio de
mayores restricciones.
Cuenta la historia que Spooner
fundó una compañía de correos privada y ofreció sus servicios al gobierno, y a cambio
obtuvo como respuesta la expropiación de su negocio. A partir de esta
experiencia, se comenzó a plantear una posición anarco-individualista.
LOS PRINCIPIOS DE JAIME ORPIS
Jaime Orpis es un senador
de derecha dedicado a la prevención y rehabilitación del consumo de drogas y,
en estos momentos, es un declarado opositor a la legalización del cultivo y
consumo de marihuana.
Recientemente, en una
entrevista para La Tercera, y ante la observación de que cada uno debe tener la
libertad para decidir sobre este tema, Orpis declara que “soy de la tesis de
que, a veces, cuando hay ciertos elementos que objetivamente provocan daño, el
Estado tiene que tener el derecho de restringir las libertades individuales”.
Repetimos: "a veces
el Estado tiene que tener el derecho de restringir libertades
individuales". Solo en una mente con raíces totalitarias podría salir una
afirmación de esas características, y por eso podemos considerar a Jaime Orpis como
un paladín del Estado intervencionista y regulador. En especial, por alguna
extraña razón, se considera a si mismo
como una especie de iluminado o sabio que sabe con certeza lo que es mejor para
la vida de cada uno de nosotros. Por eso, a él no le interesa en lo absoluto el
parecer de los que desean consumir marihuana a su cuenta y riesgo, sino solo su
propia opinión que desea imponernos a todos.
¿Qué le hace pensar que
él es un ser superior a todos?
¿Qué le hace pensar que
tiene especial sabiduría y gracia para conocer lo que es mejor para cada una de
las personas?
¿Qué le hace proponer que
el Estado debe restringir las libertades individuales?
En estricto rigor, Jaime
Orpis tiene un corazón de raíces totalitarias, porque no se le puede entregar
al Estado ninguna atribución para restringir las libertades individuales, dado
que el paso siguiente será seguir aumentando las restricciones en otras áreas,
sujetas al control e interés de otros iluminados y sabios de pacotilla.
¿Qué relación tienen
Lysander Spooner y Jaime Orpis?. El primero de ellos, ya lo hemos dicho, se
enfrentó en su tiempo a los que querían igualar los vicios con los crímenes –lo
que hace Orpis hoy- ilegalizando el alcohol, apostando porque los individuos
defiendan su derecho natural a ser como les plazca frente a los continuos intentos
que realizan políticos y gobiernos escasos de luces, de “muy buenas intenciones”
y que siempre alegan el “enorme interés social para imponer la dominación a
todos" por medio de mayores restricciones.
Con tal fin, y para pasar
este mal rato, ponemos a disposición de nuestros amables lectores un brillante
texto que Lysander Spooner ha aportado a la posteridad y que es muy útil en estas circunstancias…
LOS VICIOS NO SON DELITOS: UNA
REIVINDICACIÓN DE LA LIBERTAD MORAL.
Por Lysander Spooner (1875)
I.
Vicios son aquellos actos
por los que un hombre se daña a sí mismo o a su propiedad.
Delitos o crímenes son
aquellos actos por los que un hombre daña la persona o propiedad de otro.
Los vicios son
simplemente los errores que un hombre comete en la búsqueda de su propia
felicidad. Al contrario que los delitos, no implican malicia hacia otros, ni
interferencia con sus personas o propiedades.
En los vicios falta la
verdadera esencia del delito (esto es, la intención de lesionar la persona o
propiedad de otro).
Es un principio legal que
no puede haber delito sin voluntad criminal; esto es, sin la voluntad de
invadir la persona o propiedad de otro. Pero nunca nadie practica un vicio con
esa voluntad criminosa. Practica su vicio solamente por su propia satisfacción
y no por malicia alguna hacia otros.
En tanto no se haga y
reconozca legalmente esta clara distinción entre vicios y delitos, no puede
haber en la tierra cosas como el derecho individual, la libertad o la
propiedad; cosas como el derecho de un hombre a controlar su propia persona y
propiedad y los correspondientes derechos de otro hombre a controlar su propia
persona y propiedad.
Para un gobierno,
declarar un vicio como delito y penalizarlo como tal, es un intento de
falsificar la verdadera naturaleza de las cosas. Es tan absurdo como sería
declarar lo verdadero, falso o lo falso, verdadero.
II.
Cada acto voluntario de
la vida de un hombre es virtuoso o vicioso. Quiere decirse que está de acuerdo
o en conflicto con las leyes naturales de la materia y el pensamiento, de las
que depende su salud y bienestar físico, mental y emocional. En otras palabras,
todo acto de su vida tiende, en general o bien a su satisfacción o a su
insatisfacción. Ningún acto de su existencia resulta indiferente.
Más aún, cada ser humano
difiere de los demás seres humanos en su constitución física, mental y emocional
y también en las circunstancias que le rodean. Por tanto, muchos actos que
resultan virtuosos y tienden a la satisfacción, en el caso de una persona, son
viciosos y tienden a la insatisfacción, en el caso de otra.
También muchos actos que
son virtuosos y tienden a la satisfacción en el caso de un hombre en un momento
dado y bajo ciertas circunstancias, resultan ser viciosos y tender a la
insatisfacción en el caso de la misma persona en otro momento y bajo otras
circunstancias.
III.
Saber qué acciones son
virtuosas y cuáles viciosas (en otras palabras, saber qué acciones tienden, en
general, a la satisfacción y cuáles a la insatisfacción) en el caso de cada
hombre, en todas y cada una de las condiciones en las que pueda encontrarse es
el estudio más profundo y complejo al que nunca se haya dedicado o pueda nunca
dedicarse la mejor mente humana.
Sin embargo, es un
estudio constante que cada hombre (tanto el más pobre como el más grande en
intelecto) debe necesariamente realizar a partir de los deseos y necesidades de
su propia existencia. También es un estudio en que cada persona, de su cuna a
su tumba, debe formar sus propias conclusiones, porque nadie sabe o siente, o
puede saber o sentir, como él mismo sabe y siente los deseos y necesidades, las
esperanzas y los temores y los impulsos de su propia naturaleza o la presión de
sus propias circunstancias.
IV.
A menudo no es posible
decir de aquellos actos denominados vicios que lo sean realmente, excepto a
partir de cierto grado. Es decir, es difícil decir de cualquier acción o
actividad, que se denomine vicio, que realmente hubiera sido vicio si se
hubiera detenido antes de determinado punto.
La cuestión de la virtud
o el vicio, por tanto, en todos esos casos es una cuestión de cantidad y grado
y no del carácter intrínseco de cualquier acto aislado por sí mismo. A este
hecho se añade la dificultad, por no decir la imposibilidad, de que alguien
(excepto cada individuo por sí mismo) trace la línea adecuada o algo que se le
parezca; es decir, indicar dónde termina la virtud y empieza el vicio. Y ésta
es otra razón por la que toda la cuestión de la virtud y el vicio debería
dejarse a cada persona para que la resuelva por sí misma.
V.
Los vicios son
normalmente placenteros, al menos por un tiempo y a menudo no se descubren como
vicios, por sus efectos, hasta después de que se han practicado durante años,
quizás una vida entera. Muchos, quizá la mayoría, de los que los practican, no
los descubren como vicios en toda su vida.
Las virtudes, por otro
lado, a menudo parecen tan duras y severas, requieren al menos el sacrificio de
tanta satisfacción inmediata y los resultados, que son los que prueban que son
virtudes, son a menudo de hecho tan distantes y oscuros, tan absolutamente
invisibles en la mente de muchos, especialmente de los jóvenes, que, por su
propia naturaleza, no puede ser de conocimiento universal, ni siquiera general,
que son virtudes.
En realidad, los estudios
de profundos filósofos se han dedicado (si no totalmente en vano, sin duda con
escasos resultados) a esforzarse en trazar los límites entre las virtudes y los
vicios.
Si, por tanto, resulta
tan difícil, casi imposible en la mayoría de los casos, determinar qué es vicio
y qué no, o en concreto si es tan difícil, en casi todos los casos, determinar
dónde termina la virtud y empieza el vicio, y si estas cuestiones, que nadie
puede real y verdaderamente determinar para nadie salvo para sí mismo, no se
dejan libres y abiertas para que todos las experimenten, cada persona se ve
privada del principal de todos sus derechos como ser humano, es decir: su
derecho a inquirir, investigar, razonar, intentar experimentos, juzgar y
establecer por sí mismo qué es, para él, virtud y qué es, para él, vicio; en
otras palabras, qué es lo que, en general, le produce satisfacción y qué es lo
que, en general, le produce insatisfacción. Si este importante derecho no se
deja libre y abierto para todos, entonces se deniega el derecho de cada hombre,
como ser humano racional, a la “libertad y la búsqueda de la felicidad”.
VI.
Todos venimos al mundo
ignorando todo lo que se refiere a nosotros mismos y al mundo que nos rodea.
Por una ley fundamental de nuestra naturaleza todos nos vemos impulsados por el
deseo de felicidad y el miedo al dolor. Pero tenemos que aprender todo respecto
de qué nos produce satisfacción o felicidad y nos evita el dolor.
Ninguno de nosotros es
completamente parecido, física, mental o emocionalmente o, en consecuencia, en
nuestros requisitos físicos, mentales o emocionales para obtener satisfacción y
evitar la insatisfacción. Por tanto, nadie puede aprender de otro esta lección
indispensable de la satisfacción y la insatisfacción, de la virtud y el vicio.
Cada uno debe aprender por sí mismo.
Para aprender, debe tener
libertad para experimentar lo que considere pertinente para formarse un juicio.
Algunos de estos experimentos tienen éxito y, como lo tienen, se les denomina
virtudes; otros fracasan y, precisamente por fracasar, se les denomina vicios.
Se obtiene tanta sabiduría de los fracasos como de los éxitos, de los llamados
vicios como de las llamadas virtudes. Ambos son necesarios para la adquisición
de ese conocimiento (de nuestra propia naturaleza y del mundo que nos rodea y de
nuestras adaptaciones o inadaptaciones a cada uno), que nos mostrará cómo se
adquiere felicidad y se evita el dolor.
Y, salvo que se permita intentar
satisfactoriamente esta experimentación, se nos restringiría la adquisición de
conocimiento y consecuentemente buscar el gran propósito y tarea de nuestra
vida.
VII.
Un hombre no está
obligado a aceptar la palabra de otro, o someterse a la autoridad de alguien en
un asunto tan vital para él y sobre el que nadie más tiene, o puede tener, un
interés como el que él mismo tiene. No puede, aunque quisiera, confiar con
seguridad en las opiniones de otros hombres, porque encontrará que las
opiniones de otros hombres no son coincidentes.
Ciertas acciones, o
secuencias de acciones, han sido realizadas por muchos millones de hombres, a
través de sucesivas generaciones, y han sido por ellos consideradas, en
general, como conducentes a la satisfacción, y por tanto virtuosas. Otros
hombres, en otras épocas o países, o bajo otras condiciones, han considerado,
como consecuencia de su experiencia y observación, que esas acciones tienden,
en general, a la insatisfacción, y son por tanto viciosas.
La cuestión de la virtud
y el vicio, como ya se ha indicado en la sección previa, también se ha
considerado, para la mayoría de los pensadores, como una cuestión de grado,
esto es, de hasta qué nivel deben realizarse ciertas acciones, y no del
carácter intrínseco de un acto aislado por sí mismo.
Las cuestiones acerca de
la virtud y el vicio por tanto han sido tan variadas y, de hecho, tan
infinitas, como las variedades de mentes, cuerpos y condiciones de los
diferentes individuos que habitan el mundo. Y la experiencia de siglos ha
dejado sin resolver un número infinito de estas cuestiones. De hecho,
difícilmente puede decirse que se haya resuelto alguna.
VIII.
En medio de esta
inacabable variedad de opiniones, ¿qué hombre o grupo de hombres tiene derecho
a decir, respecto de cualquier acción o series de acciones “Hemos intentado
este experimento y determinado todas las cuestiones relacionadas con él. Lo
hemos determinado no sólo para nosotros, sino para todos los demás. Y respecto
de todos los que son más débiles que nosotros, les obligaremos a actuar de
acuerdo con nuestras conclusiones. No puede haber más experimentos posibles
sobre ello por parte de nadie y por tanto, no puede haber más conocimientos por
parte de nadie”?.
¿Quiénes son los hombres
que tienen derecho a decir esto? Sin duda, ninguno. Los hombres que de verdad
lo han dicho o bien son descarados impostores y tiranos, que detendrían el
progreso del conocimiento y usurparían un control absoluto sobre las mentes y
cuerpos de sus semejantes, a los que debemos resistirnos instantáneamente y
hasta el final; o bien son demasiado ignorantes de su propia debilidad y de sus
relaciones reales con otros hombres como para merecer otra consideración que la
simple piedad o el desdén.
Sabemos sin embargo que
hay hombres así en el mundo. Algunos intentan ejercitar su poder sólo en una
esfera pequeña, por ejemplo, sobre sus hijos, vecinos, conciudadanos y
compatriotas. Otros intentan ejercitarlo a un nivel mayor. Por ejemplo, un
anciano en Roma, ayudado por unos pocos subordinados, intenta decidir acerca de
todas las cuestiones de la virtud y el vicio, es decir, de la verdad y la
mentira, especialmente en asuntos de religión. Afirma conocer y enseñar qué
ideas y prácticas religiosas son beneficiosas o perjudiciales para la felicidad
del hombre, no sólo en este mundo, sino en el venidero. Afirma estar
milagrosamente inspirado para realizar su trabajo y así virtualmente conocer,
como hombre sensible, que nada menos que esa inspiración milagrosa le cualifica
para ello. Sin embargo esa inspiración milagrosa no le ha resultado suficiente
para permitirle responder más que unas pocas cuestiones.
La más importante que los
comunes mortales pueden conocer ¡es una
creencia implícita en su infalibilidad (del papa)! y en segundo lugar que los
peores vicios de los que podemos ser culpables son ¡creer y declarar que sólo
es un hombre como el resto!
Hicieron falta entre
quince y dieciocho siglos para permitirle llegar a conclusiones definitivas
acerca de estos dos puntos vitales. Y aún parece que el primero debe ser previo
a resolver cualquier otra cuestión, porque hasta que no se determinó su propia
infalibilidad, no tenía autoridad para decidir otra cosa. Sin embargo, hasta
ese momento, intentó o pretendió establecer unas pocas más. Y quizás pueda
intentar establecer unas pocas más en el futuro, si continuara encontrando
quien le escuche. Pero sin duda su éxito no apoya, hasta ahora, la creencia de
que será capaz de resolver todas las cuestiones acerca de la virtud y el vicio,
incluso en su peculiar área religiosa, a tiempo para satisfacer las necesidades
de la humanidad. Él, o sus sucesores, sin duda, se verán obligados, en poco
tiempo, a reconocer que ha asumido una tarea para la cual toda su inspiración
milagrosa resultaba inadecuada y que, necesariamente, debe dejarse a cada ser
humano que resuelva todas las cuestiones de este tipo por sí mismo. Y es razonable
esperar que los demás papas, en otras áreas menores, tengan en algún momento
motivos para llegar a la misma conclusión.
Sin duda, nadie, sin
afirmar una inspiración sobrenatural, debería asumir una tarea para la que
obviamente es necesaria una inspiración de ese tipo. Y, sin duda, nadie
someterá su propio juicio a las enseñanzas de otros, antes de convencerse de
que éstos tienen algo más que un conocimiento humano ordinario sobre esta
materia.
Si esas personas, que se
muestran a sí mismos como adornadas tanto por el poder como por el derecho a
definir y castigar los vicios de otros hombres dirigieran sus pensamientos
hacia sí mismos, probablemente descubrirían que tienen mucho trabajo a realizar
en casa, y que, cuando éste se completara, estarían poco dispuestos a hacer más
con el fin de corregir los vicios de otros que sencillamente comunicar los
resultados de su experiencia y observaciones. En este ámbito sus trabajos
podrían posiblemente ser útiles, pero en el campo de la infalibilidad y la
coerción, probablemente, por razones bien conocidas, se encontrarían con
incluso menos éxito en el futuro que el que hubieran tenido en el pasado.
IX.
Por las razones dadas,
ahora resulta obvio que el gobierno sería completamente impracticable si
tuviera que ocuparse de los vicios y castigarlos como delitos. Cada ser humano
tiene sus vicios. Casi todos los hombres tienen multitud. Y son de todo tipo:
fisiológicos, mentales, emocionales, religiosos, sociales, comerciales,
industriales, económicos, etc., etc.
Si el gobierno tuviera
que ocuparse de cualquiera de esos vicios y castigarlos como delitos, entonces,
para ser coherente, debe ocuparse de todos ellos y castigar a todos
imparcialmente. La consecuencia sería que todo el mundo estaría en prisión por
sus vicios. No quedaría nadie fuera para cerrarles las puertas. De hecho no
podrían constituirse suficientes tribunales para procesar a los delincuentes,
ni construirse suficientes prisiones para internarlos. Toda la industria humana
de la adquisición de conocimiento e incluso de obtener medios de subsistencia
debería frenarse, ya que todos deberíamos ser siendo juzgados constantemente o
en prisión por nuestros vicios.
Pero aunque fuera posible
poner en prisión a todos los viciosos, nuestro conocimiento de la naturaleza humana
nos dice que, como norma general, habría, con mucho, más gente en prisión por
sus vicios que fuera de ella.
X.
Un gobierno que castigara
imparcialmente todos los vicios es una imposibilidad tan obvia que no hay ni
habrá nunca nadie lo suficientemente loco como para proponerlo. Lo más que
algunos proponen es que el gobierno castigue algunos, o como mucho unos pocos,
de los que estime peores.
Pero esta discriminación
es completamente absurda, ilógica y tiránica. ¿Es correcto que algún hombre
afirme: “Castigaremos los vicios de otros, pero nadie castigará los nuestros.
Restringiremos a los otros su búsqueda de la felicidad de acuerdo con sus
propias ideas, pero nadie nos restringirá la búsqueda de nuestra propia
felicidad de acuerdo con nuestras ideas. Evitaremos que otros hombres adquieran
conocimiento por experiencia acerca de lo que es bueno o necesario para su
propia felicidad, pero nadie evitará que nosotros adquiramos conocimiento por
experiencia acerca de lo que es bueno y necesario para nuestra propia
felicidad”?
Nadie ha pensado nunca,
excepto truhanes o idiotas, hacer suposiciones tan absurdas como éstas. Y aún
así, evidentemente, sólo es bajo esas suposiciones que algunos afirman el
derecho a penalizar los vicios de otros, al tiempo que piden que se les evite
ser penalizados a su vez.
XI.
Nunca se hubiera pensado
en algo como un gobierno, formado por asociación voluntaria, si el fin propuesto
hubiera sido castigar imparcialmente todos los vicios, ya que nadie hubiera
querido una institución así o se hubiera sometido voluntariamente a ella.
Pero un gobierno, formado
por asociación voluntaria, para el castigo de todos los delitos, es algo
razonable, ya que todo el mundo quiere para sí mismo protección frente a todos
los delitos de otros e igualmente acepta la justicia de su propio castigo si comete
un delito.
XII.
Es una imposibilidad
natural que un gobierno tenga derecho a penalizar a los hombres por sus vicios,
porque es imposible que un gobierno tenga derecho alguno excepto los que
tuvieran previamente, como individuos, los mismos individuos que lo compongan.
No podrían delegar en un
gobierno derechos que no posean por sí mismos. No podrían contribuir al
gobierno con ningún derecho, excepto con los que ya poseen como individuos.
Ahora bien, nadie, excepto un individuo o un impostor, puede pretender que,
como individuo tenga derecho a castigar a otros hombres por sus vicios.
Pero todos y cada uno
tienen un derecho natural, como individuos, a castigar a otros hombres por sus
delitos, puesto que todo el mundo tiene un derecho natural no sólo a defender
su persona y propiedades frente a agresores, sino también a ayudar y defender a
todos los demás cuya persona o propiedad se vean asaltadas. El derecho natural
de cada individuo a defender su propia persona y propiedad frente a un agresor
y ayudar y defender a cualquier otro cuya persona o propiedad se vea asaltada,
es un derecho sin el cual los hombres no podrían existir en la tierra. Y el
gobierno no tiene existencia legítima, excepto en tanto en cuanto abarque y se
vea limitado por este derecho natural de los individuos.
Pero la idea de que cada
hombre tiene un derecho natural a decidir qué son virtudes y qué son vicios (es
decir, qué contribuye a la felicidad de sus vecinos y qué no) y a castigarlos
por todo lo que no contribuya a ello, es algo que nunca nadie ha tenido la
imprudencia de afirmar. Son sólo aquéllos que afirman que el gobierno tiene
algún poder legítimo, que ningún individuo o individuos les ha delegado o
podido delegar, los que afirman que el gobierno tenga algún poder legítimo para
castigar los vicios.
Valdría para un papa o un
rey (que afirman haber recibido su autoridad directamente del Cielo para
gobernar sobre sus semejantes) afirmar ese derecho como vicarios de Dios, el de
castigar a la gente por sus vicios, pero resulta un total y absoluto absurdo
que cualquier gobierno que afirme que su poder proviene íntegramente de la
autorización de los gobernados, afirmar poder alguno de este tipo, porque todos
saben que los gobernantes nunca lo autorizarían.
Para ellos autorizarlo
sería un absurdo, porque sería renunciar a su propio derecho a buscar su
felicidad, puesto que renunciar a su derecho
a juzgar qué contribuye a su felicidad es renunciar a su derecho a
buscar su propia felicidad.
XIII.
Ahora podemos ver qué
simple, fácil y razonable resulta que sea asunto del gobierno castigar los
delitos, comparado con castigar los vicios. Los delitos son pocos y fácilmente
distinguibles de los demás actos y la humanidad generalmente está de acuerdo
acerca de qué actos son delitos.
Por el contrario, los
vicios son innumerables y no hay dos personas que se pongan de acuerdo, excepto
en relativamente pocos casos, acerca de cuáles son. Más aún, todos desean ser
protegidos, en su persona y propiedades, contra las agresiones de otros
hombres. Pero nadie desea ser protegido, en su persona o propiedades, contra sí
mismo, porque resulta contrario a las leyes fundamentales de la propia
naturaleza humana que alguien desee dañarse a sí mismo.
Uno sólo desea promover
su propia satisfacción y ser su propio juez acerca de lo que promoverá y
promueve su propia satisfacción. Es lo que todos quieren y a lo que tienen
derecho como seres humanos. Y aunque todos cometemos muchos errores y
necesariamente debemos cometerlos, dada la imperfección de nuestro conocimiento,
esos errores no llegan a ser un argumento contra el derecho, porque todos
tienden a darnos el verdadero conocimiento que necesitamos y perseguimos y no
podemos obtener de otra forma.
El objetivo que se
persigue, por tanto, al castigar los delitos, no sólo tiene una forma
completamente diferente, sino que se opone directamente al que se persigue al
castigar los vicios.
El objetivo que se
persigue al castigar los delitos es asegurar a todos y cada uno de los hombre
por igual, la mayor libertad que pueda conseguirse (consecuentemente con los
mismos derechos de otros) para buscar su propia felicidad, con la ayuda del
propio criterio y mediante el uso de su propiedad. Por otro lado, el objetivo
perseguido por el castigo de los vicios es privar a cada hombre de su derecho y
libertad natural a buscar su propia felicidad, con la ayuda del propio criterio
y mediante el uso de su propiedad.
Por tanto, ambos
objetivos se oponen directamente entre sí. Se oponen directamente entre sí como
la luz y la oscuridad, o la verdad y la mentira, o la libertad y la esclavitud.
Son completamente incompatibles entre sí y suponer que ambos pueden
contemplarse en un solo gobierno es absurdo, imposible. Sería suponer que los
objetivos de un gobierno serían cometer crímenes y prevenirlos, destruir la
libertad individual y garantizarla.
XIV.
Por fin, acerca de este
punto de la libertad individual: cada hombre debe necesariamente juzgar y
determinar por sí mismo qué le es necesario y le produce bienestar y qué lo
destruye, porque si deja de realizar esta actividad por sí mismo, nadie puede
hacerlo en su lugar. Y nadie intentará si quiera realizarla en su lugar, salvo
en unos pocos casos.
Papas, sacerdotes y reyes
asumirán hacerlo en su lugar, en ciertos casos, si se lo permiten. Pero, en
general, sólo lo harán en tanto en cuanto puedan administrar sus propios vicios
y delitos al hacerlo. En general, sólo lo harán cuando puedan hacer de él su
bufón y su esclavo. Los padres, sin duda con más motivo que otros, intentan
hacer lo mismo demasiado a menudo. Pero en tanto practican la coerción o
protegen a un niño de algo que no sea real y seriamente dañino, le perjudican
más que benefician.
Es una ley de la
naturaleza que para obtener conocimiento e incorporarlo a su ser, cada
individuo debe ganarlo por sí mismo. Nadie, ni siquiera sus padres, puede
indicarles la naturaleza del fuego de forma que la conozcan de verdad. Debe
experimentarla él mismo y quemarse, antes de conocerla.
La naturaleza conoce, mil
veces mejor que cualquier padre, para qué está designado cada individuo, qué
conocimiento necesita y cómo debe obtenerlo. Sabe que sus propios procesos para
comunicar ese conocimiento no sólo son los mejores, sino los únicos que
resultan efectivos.
Los intentos de los
padres por hacer a sus hijos virtuosos generalmente son poco más que intentos
de mantenerlos en la ignorancia de los vicios. Son poco más que intentos de
enseñar a sus hijos a conocer y preferir la verdad, manteniéndolos en la
ignorancia de la falsedad. Son poco más que intentos de enseñar a sus hijos a
buscar y apreciar la salud, manteniéndolos en la ignorancia de la enfermedad y
de todo lo que la causa. Son poco más que intentos de enseñar a sus hijos a
amar la luz, manteniéndolos en la ignorancia de la oscuridad. En resumen, son poco
más que intentos de hacer felices a sus hijos, manteniéndolos en la ignorancia
de de todo lo que les cause infelicidad.
Que los padres puedan
ayudar a sus hijos en definitiva en su búsqueda de la felicidad, dándoles
sencillamente los resultados de su propia (de los padres) razón y experiencia,
está muy bien y es un deber natural y adecuado. Pero practicar la coerción en
asuntos en lo que los hijos son razonablemente competentes para juzgar por sí
mismos es sólo un intento de mantenerlos en la ignorancia. Y esto se parece
mucho a una tiranía y a una violación del derecho del hijo a adquirir por sí
mismo y como desee los conocimientos, igual que si la misma coerción se
ejerciera sobre personas adultas.
Esa coerción ejercida
contra los hijos es una negación de su derecho a desarrollar las facultades que
la naturaleza les ha dado y a que sean como la naturaleza las diseñó. Es una
negación de su derecho a sí mismos y al uso de sus propias capacidades. Es una
negación del derecho a adquirir el conocimiento más valioso, es decir, el
conocimiento que la naturaleza, la gran maestra, está dispuesta a impartirles.
Los resultados de esa
coerción nos son hacer a los hijos sabios o virtuosos, sino hacerlos ignorantes
y por tanto débiles y viciosos, y perpetuar a través de ellos, de edad en edad,
la ignorancia, la superstición, los vicios y los crímenes de los padres. Lo
prueba cada página de la historia del mundo.
Quienes mantienen
opiniones opuestas son aquéllos cuyas teologías falsas y viciosas o cuyas ideas
generales viciosas, les han enseñado que la raza humana tiende naturalmente
hacia la maldad, en lugar de hacia la bondad, hacia lo falso, en lugar de hacia
lo verdadero, que la humanidad no dirige naturalmente sus ojos hacia la luz,
que ama la oscuridad en lugar de la luz y que sólo encuentra su felicidad en
las cosas que les llevan a la miseria.
XV.
Pero estos hombres, que
afirman que el gobierno debería usar su poder para prevenir el vicio, dicen o
suelen decir: “Estamos de acuerdo con el derecho de un individuo a buscar a su
manera su propia satisfacción y consecuentemente a ser vicioso si le place,
sólo decimos que el gobierno debería prohibir que se lesvendieran los artículos
que alimentan su vicio”.
La respuesta a esto es
que la simple venta de cualquier artículo (independientemente del uso que se
vaya a hacer de él) es legalmente un acto perfectamente inocente. La cualidad
del acto de la venta depende totalmente de la cualidad del empleo que se haga
de la cosa vendida. Si el uso de algo es virtuoso y legal, entonces su venta
para ese uso es virtuosa y legal. Si el uso es vicioso, entonces la venta para
ese uso es viciosa. Si el uso es criminal, entonces la venta para ese uso es
criminal. El vendedor es, como mucho, sólo un cómplice del uso que se haga del
artículo vendido, sea virtuoso, vicioso o criminal. Cuando el uso es criminal,
el vendedor es cómplice del crimen y se le puede castigar como tal. Pero cuando
el uso sea sólo vicioso, el vendedor sería sólo un cómplice del vicio y no se
le puede castigar.
XVI.
Pero nos preguntaremos:
“¿No existe un derecho por parte del gobierno de evitar que continúe un proceso
que conduce a la autodestrucción?”
La respuesta es que el
gobierno no tiene derecho en modo alguno, mientras los calificados como
viciosos permanezcan cuerdos (compos mentis), capaces de ejercitar un juicio y
autocontrol razonables, porque mientras se mantengan cuerdos debe permitírseles
juzgar y decidir por sí mismos si los llamados vicios son de verdad vicios, si
realmente les conducen a la destrucción y si, en suma, se dirigirán a ella o
no. Cuando pierdan la cordura (non compos mentis) y sean incapaces de un juicio
o autocontrol razonables, sus amigos o vecinos o el gobierno deben ocuparse de
ellos y protegerles de daños, tanto a ellos como a personas a las que pudieran
dañar, igual que si la locura hubiera acaecido por cualquier otra causa
distinta de su supuestos vicios.
Pero del hecho de que los
vecinos de un hombre supongan que se dirige a la autodestrucción por culpa de
sus vicios, no se deduce, por tanto, que no esté cuerdo (non compos mentis) y
sea incapaz de un juicio o autocontrol razonables, entendidos dentro del ámbito
legal de estos términos. Hombres y mujeres pueden ser adictos a muchos y muy
deleznables vicios (como la glotonería, la embriaguez, la prostitución, el
juego, las peleas callejeras, mascar tabaco, fumar y esnifar, tomar opio,
llevar corsé, la pereza, la prodigalidad, la avaricia, la hipocresía, etc.,
etc.) y aún así seguir estando cuerdos (compos mentis), capaces de un juicio y
autocontrol razonables, tal como significan en la ley. Mientras sean cuerdos
debe permitírseles controlarse a sí mismos y a su propiedad y ser sus propios
jueces y estimar a dónde les llevan sus vicios.
Los espectadores pueden
esperar que, en cada caso individual, la persona viciosa vea el fin hacia el
que se dirige y eso le induzca a rectificar. Pero si elige seguir adelante
hacia lo que otros hombres llaman destrucción, debe permitírsele hacerlo. Y
todo lo que puede decirse, en lo que se refiere a su vida, es que ha cometido
un grave error en su búsqueda de la felicidad y que otros harán bien en
advertir su destino. Acerca de cuál puede ser su situación en la otra vida, es
una cuestión teológica de la que la ley en este mundo no tiene más que decir
que sobre cualquier otra cuestión teológica que afecte a la situación de hombre
en una vida futura.
¿Se puede saber cómo se
puede determinar la cordura o locura de un hombre vicioso? La respuesta es que
tiene que determinarse con el mismo tipo de evidencia que la cordura o locura
de aquéllos que se consideren virtuosos y no otra. Esto es, por las mismas
evidencias con las que los tribunales legales determinan si un hombre debe ser
enviado a un manicomio o si es competente para hacer testamente o disponer de
otra forma de su propiedad. Cualquier duda debe resolverse a favor de su
cordura, como en cualquier otro caso, y no de su locura.
Si una persona realmente
pierde la cordura (non compos mentis), y es incapaz de un juicio o autocontrol
razonables, resulta un crimen por parte de otros hombres darle o venderle
medios de autolesión [2]. No hay crímenes más fácilmente punibles ni casos en
los que los jurados estén más dispuestos a condenar que aquéllos en que una
persona cuerda vende o da a un loco un artículo con el cual este último pueda
dañarse a sí mismo.
XVII.
Pero puede decirse que
algunos hombres, por culpa de sus vicios, se vuelven peligrosos para otras
personas: que por ejemplo, un borracho, a veces resulta pendenciero y peligroso
para su familia y otros. Y cabe preguntarse: “¿No tiene la ley nada que decir
en este caso?”
La respuesta es que si,
por la ebriedad o cualquier otra causa, un hombre se vuelve realmente
peligroso, con todo derecho no solamente su familia u otros, no sólo él mismo,
pueden moderarlo hasta el punto que requiera la seguridad de otras personas,
sino que a cualquier otra persona (que sepa o tenga base suficiente para creer
que es peligroso) se le puede prohibir vender o dar cualquier cosa que haya
razones para suponer que le hará peligroso.
Pero del hecho de que un
hombre se vuelva pendenciero y peligroso después de beber alcohol y de que sea
un delito darle o venderle licor a ese hombre, no se sigue que sea un delito
vender licores a los cientos y miles de otras personas que no se vuelven
pendencieros y peligrosos al beberlos. Antes de condenar a un hombre por el
delito de vender licor a un hombre peligroso, debe demostrarse que ese hombre
en particular al que se le vendió el licor era peligroso y también que el
vendedor sabía, o tenía base suficiente para suponer, que el hombre se volvería
peligroso al beberlo.
La presunción legal de
ley sería, en todo caso, que la venta es inocente y la carga de la prueba del
delito, en cualquier caso particular, reside en el gobierno. Y ese caso
particular debe probarse como criminal, independientemente de todos los demás.
A partir de estos
principios, no hay dificultad en condenar y castigar a los hombres por la venta
o regalo de cualquier artículo a un hombre que se vuelve peligroso para otros
al usarlo.
XVIII.
Pero a menudo se dice que
algunos vicios generan molestias (públicas o privadas) y que esas molestias
pueden atajarse y penarse.
Es verdad que cualquier
cosa que sea real y legalmente una molestia (sea pública o privada) puede
atajarse y penarse. Pero no es cierto que los meros vicios privados de un
hombre sean, en cualquier sentido legal, molestos para otro hombre o el
público.
Ningún acto de una
persona puede ser una molestia para otro, salvo que obstruya o interfiera de
alguna forma con la seguridad y el uso pacífico o disfrute de lo que posee el
otro con todo derecho.
Todo lo que obstruya una
vía pública es una molestia y puede atajarse y penarse. Pero un hotel o tienda
o taberna que vendan licores no obstruyen la vía pública más que una tienda de
telas, una joyería o una carnicería.
Todo lo que envenene el
aire o lo haga desagradable o insalubre es una molestia. Pero ni un hotel, ni
una tienda, ni una taberna que vendan licores envenenan el aire o lo hacen
desagradable o insalubre a otras personas.
Todo lo que tape la luz a
la cual un hombre tenga derecho en una molestia. Pero ni un hotel, ni una
tienda, ni una taberna que vendan licores tapan la luz de nadie, salvo en casos
en que una iglesia, un colegio o una vivienda la taparían igualmente. Desde
este punto de vista, por tanto, los primeros no son ni más ni menos molestos
que los últimos.
Algunas personas
habitualmente dicen que una tienda de licores es peligrosa, de la misma forma
que una fábrica de pólvora. Pero no hay analogía entre ambos casos. La pólvora
puede explotar accidentalmente y especialmente en esos fuegos que tan a menudo
se dan en las ciudades. Por esa razón resulta peligrosa para personas y
propiedades en su cercanía inmediata. Pero los licores no pueden explotar así y
por tanto no son molestias peligrosas en el sentido que lo son las fábricas de
pólvora en las ciudades.
Pero también se dice que
los lugares donde se consume alcohol están frecuentemente concurridos por
hombres ruidosos y bulliciosos, que alteran la tranquilidad del barrio y el
sueño del resto de los vecinos.
Esto puede ser
ocasionalmente cierto, pero no muy frecuentemente. En todo caso, cuando esto
ocurra, la molestia puede atajarse mediante el castigo al propietario y sus
clientes y, si es necesario, cerrando el local. Pero un grupo de bebedores
ruidosos no es una molestia mayor que cualquier otro grupo de gente ruidosa. Un
bebedor alegre y divertido altera la tranquilidad de barrio exactamente en la
misma medida que un fanático religioso que grita. Un grupo ruidoso de bebedores
es una molestia exactamente en la misma medida que un grupo de fanáticos
religiosos que grita. Ambos son molestias cuando alteran el descanso y el sueño
o la tranquilidad de los vecinos. Incluso un perro que suele ladrar, alterando
el sueño o la tranquilidad del vecindario, es una molestia.
XIX.
Pero se dice que el hecho
de que una persona incite a otro al vicio es un crimen.
Es ridículo. Si cualquier
acto particular es simplemente un vicio, entonces quien incita a otro a
cometerlo, es simplemente cómplice en el vicio. Evidentemente, no comete ningún
crimen, pues sin duda un cómplice no puede cometer una infracción superior al
autor.
Cualquier persona cuerda
(compos mentis), capaz de un juicio y autocontrol razonables, se presume que
resulta mentalmente competente para juzgar por sí mismo todos los argumentos, a
favor y en contra, que se le dirijan para persuadirle de hacer cualquier acto
en particular, siempre que no se emplee fraude para engañarle. Y si se le
persuade o induce a realizar la acción, ésta se convierte en propia e incluso
aunque resulte dañina para sí mismo, no puede alegar que la persuasión o los
argumentos a los que dio su consentimiento, sean delitos contra sí mismo.
Por supuesto, cuando hay
fraude el caso es distinto. Si por ejemplo, ofrezco veneno a un hombre
asegurándole que es una bebida sana e inocua y lo bebe confiando en mi
afirmación, mi acción es un delito.
Volenti non fit injuria
es una máxima legal. Con consentimiento, no hay daño. Es decir, legalmente no
hay error. Y cualquier persona cuerda (compos mentis) capaz de un juicio
razonable para determinar la verdad o falsedad de las razones y argumentos a
los que da su consentimiento, esta “consintiendo”, desde el punto de vista
legal, y asume por sí mismo toda responsabilidad por sus actos, siempre y
cuando no haya sufrido un fraude intencionado.
Este principio, con
consentimiento, no hay daño, no tiene límites, excepto en el caso de fraudes o
de personas que no tengan capacidad de juzgar en ese caso particular. Si una
persona que posee uso de razón y a la que no se engaña mediante fraude consiente
en practicar el vicio más deleznable y por tanto se inflige los mayores
sufrimientos o pérdidas morales, físicas o pecuniarias, no puede alegar error
legal. Para ilustrar este principio, tomemos el caso de la violación. Tener
conocimiento carnal de una mujer, sin su consentimiento, es el mayor delito,
después del asesinato, que puede cometerse contra ella. Pero tener conocimiento
carnal, con su consentimiento, no es delito, sino, en el peor de los casos, un
vicio. Y a menudo se sostiene que una niña de nada más que diez años de edad
tiene uso de razón de forma que su consentimiento, aunque se procure mediante
recompensa o promesa de recompensa, es suficiente para convertir el acto, que
de otra forma sería un grave delito, simplemente en un acto de vicio [3].
Vemos el mismo principio
en los boxeadores profesionales. Si yo pongo un solo dedo sobre la persona de
otro, contra su consentimiento, no importa lo suave que sea ni lo pequeño que
sea el daño en la práctica, esa acción es un delito. Pero si dos personas
acuerdan salir y golpear la cara del otro hasta hacerla papilla, no es delito,
sino sólo un vicio.
Incluso los duelos no han
sido generalmente considerados como delitos, porque la vida de cada hombre es
suya y ambas partes acuerdan que cada una puede acabar con la vida del otro, si
puede, mediante el uso de las armas acordadas y de conformidad con ciertas
reglas que han aceptado mutuamente.
Y esta es una opinión
correcta, salvo que se pueda decir (posiblemente no) que “la ira es locura”
hasta el punto de que priva a los hombres de su razón hasta el punto de
impedirles razonar.
El juego es otro ejemplo
del principio de que con consentimiento no hay daño. Si me llevo un solo
céntimo de la propiedad de un hombre, sin su consentimiento, el acto es un
delito. Pero si dos hombres, que se encuentran compos mentis, poseen capacidad
razonable de juzgar la naturaleza y posibles consecuencias de sus actos, se
reúnen y cada uno voluntariamente apuesta su dinero contra el del otro al
resultado de un tirada de dados y uno de ellos pierde todas sus propiedades
(sean lo grandes que sean), no es un delito, sino sólo un vicio.
Ni siquiera sería un
crimen ayudar a una persona a suicidarse, si éste posee uso de razón.
Es una idea algo común
que el suicido es en sí mismo un evidencia concluyente de locura. Pero, aunque
normalmente puede ser una fuerte evidencia de locura, no es concluyente en
todos los casos. Muchas personas, con indudable uso de razón han cometido
suicidio para escapar de la vergüenza del descubrimiento público de sus
crímenes o para evitar alguna otra gran calamidad. El suicidio, en estos casos
puede no haber sido la respuesta más sensata, pero sin duda no era una prueba
de falta alguna de capacidad de razonar [4]. Y si estaba dentro de los límites
de lo razonable, no era un crimen que otras personas le ayudaran,
proporcionándole los instrumentos o de otra forma. Y si, en esos casos, no
sería un crimen ayudar al suicido, ¿no sería absurdo decir que es un crimen
ayudar a alguien en algún acto que sea realmente placentero y que una gran
parte de la humanidad ha creído útil?
XX.
Sin embargo, algunas
personas suelen decir que el abuso de las bebidas alcohólicas es el principal
motivo de los delitos, que “llena nuestras prisiones de criminales” y que esta
razón es suficiente para prohibir su venta.
Quienes dicen eso, si
hablan seriamente, hablan a tontas y a locas. Evidentemente quieren decir que
un gran porcentaje de los delitos los cometen personas cuyas pasiones
criminales se ven excitadas, en ese momento, por el abuso del alcohol y como
consecuencia de ese abuso.
Esta idea es
completamente descabellada.
En primer lugar, los
peores delitos que se cometen en el mundo los provocan principalmente la
avaricia y la ambición.
Los peores crímenes son
las guerras que llevan a cabo los gobiernos para someter, esclavizar y destruir
la humanidad.
Los delitos que se
cometen en el mundo que quedan en segundo lugar también los provocan la
avaricia y la ambición: y no se cometen por súbitas pasiones, sino por hombres
calculadores, que mantienen la cabeza fría y serena y no tienen intención
alguna de ir a prisión por ellos. Se cometen, no tanto por personas que violan
la ley, sino por hombres que, por sí mismos o mediante sus instrumentos, hacen
las leyes, por hombres que se han asociado para usurpar un poder arbitrario y
mantenerlo por medio de la fuerza y el fraude y cuyo propósito al usurparlo y
mantenerlo es asegurarse a sí mismos, mediante esa legislación injusta y
desigual, esas ventajas y monopolios que les permiten controlar y extorsionar
el trabajo y propiedades de otros, empobreciéndoles así, con el fin de
satisfacer su propia riqueza y engrandecimiento [5]. Los robos e injusticias así cometidos por estos
hombres, de conformidad con las leyes (es decir, sus propias leyes), son como
montañas frente a colinillas, comparados con los delitos cometidos por otros
criminales al violar las leyes.
Pero, en tercer lugar,
hay un gran número de fraudes de distintos tipos cometidos en transacciones de
comercio, cuyos autores, con su frialdad y sagacidad, evitan que operen las
leyes. Y sólo sus mentes frías y calculadoras les permiten hacerlo. Los hombres
bajo el influjo de bebidas intoxicantes están poco dispuestos y son
completamente incapaces para practicar con éxito estos fraudes. Son los más
incautos, los menos exitosos, los menos eficientes y los que menos debemos
temer de todos los criminales de los que las leyes deben ocuparse.
Cuarto. Los ladrones,
atracadores, rateros, falsificadores y estafadores profesionales, que atentan
contra la sociedad son cualquier cosa menos bebedores imprudentes. Su negocio
es de un carácter demasiado peligroso para admitir esos riesgos en los que incurrirían.
Quinto. Los delitos que
pueden considerarse como cometidos bajo la influencia de bebidas alcohólicas
son principalmente agresiones y reyertas, no muy numerosas y generalmente no
muy graves. Algunos otros pequeños delitos, como hurtos y otros pequeños
ataques a la propiedad, se cometen a veces bajo la influencia de la bebida por
parte de personas poco inteligentes, generalmente delincuentes no habituales.
Las personas que cometen estos dos tipos de delitos no son más que unas pocas.
No puede decirse que “llenen nuestras prisiones” y si lo hacen, deberíamos
congratularnos de que necesitemos para internarlos tan pocas prisiones o tan
pequeñas.
Por ejemplo, el Estado de
Massachussets tiene un millón y medio de habitantes. ¿Cuántos están actualmente
el prisión por delitos (no por el vicio de la bebida, sino por delitos)
cometidos contra personas o propiedades bajo el influjo de bebidas alcohólicas?
Dudo que sea uno de cada diez mil, es decir, unos ciento cincuenta en total y
los crímenes por los que están en prisión son en su mayoría de muy poca
importancia.
Y pienso que debe
estimarse que estos pocos hombres son mucho más dignos de compasión que de
castigo, porque fue su pobreza y miseria, más que su adicción al alcohol o
tendencia al crimen, lo que les llevó a beber y les impulsó a cometer los
delitos bajo la influencia del alcohol.
La dogmática acusación de
que la bebida “llena nuestra prisiones” sólo la hacen, creo, aquellos hombres
que no saben más que llamar criminal a un borracho y que no tienen mejor
justificación para su acusación que el vergonzoso hecho de somos una gente tan
brutal e insensible que condenamos y castigamos como si fueran criminales a
personas tan débiles y desafortunadas como los borrachos.
Los legisladores que
autorizan y los jueces que ejecutan atrocidades como éstas son intrínsecamente
criminales, salvo que su ignorancia sea tal que les excuse (lo que
probablemente no ocurre). Y habría más motivo en su conducta para que se les
castigara como criminales.
Un juez de orden público
en Boston me contó una vez que estaba acostumbrado a juzgar a borrachos
(enviándoles a prisión durante treinta días –creo que era la sentencia tipo–)
¡a un ritmo de uno cada tres minutos! y a veces incluso más rápido,
condenándoles así como delincuentes y enviándoles a la cárcel, sin piedad y sin
averiguar las circunstancias, por una debilidad que debería hacerles dignos de
compasión y protección, y no de castigo. Los verdaderos criminales en estos
casos no eran los hombres que fueron a prisión, sino el juez y los que estaban
detrás de él y le pusieron allí.
Recomiendo a esas
personas a las que tanto les perturba el miedo a que las prisiones de
Massachussets se llenen de criminales que empleen al menos una parte de su
filantropía en prevenir que nuestras prisiones se llenen de gente que no son
criminales. No recuerdo haber oído que nunca sus simpatías se hayan ejercido
activamente en ese sentido. Por el contrario, perecen tener tal pasión por
castigar criminales que no les preocupa averiguar particularmente si un
candidato a castigo es realmente un criminal. Déjenme asegurarles que esa
pasión es mucho más peligrosa y mucho menos caritativa, tanto moral como
legalmente, que la pasión por la bebida.
Parece mucho más
consecuente con el carácter despiadado de estos hombres enviar a un pobre
hombre a prisión por embriaguez y así aplastarle, degradarle, desanimarle y
arruinarle de por vida, que sacarle de la pobreza y miseria que ha hecho de él
un borracho.
Sólo aquellas personas
que tienen poca capacidad o disposición a iluminar, fomentar o ayudar a la
humanidad, poseen esa violenta pasión por gobernarlos, dominarlos y
castigarlos. Si en lugar de mantenerse al margen y consentir y sancionar todas
las leyes por las que el hombre débil es en el primer lugar sometido, oprimido
y desalentado y después castigado como un criminal, se dedicaran a la tarea de
defender su derechos y mejorar su condición y así fortalecerle y permitirle
sostenerse por sus propios medios y resistir las tentaciones que le rodean,
tendrían, creo, poca necesidad de hablar sobre leyes y prisiones tanto para
vendedores como para consumidores de alcohol e incluso para cualquier otra
clase de criminales ordinarios. Si, en resumen, estos hombres, que tienen
tantas ganas de suprimir los delitos, suspendieran, por un momento, sus
reclamaciones al gobierno de ayuda para suprimir los delitos de individuos y se
dirigieran a la gente para pedir ayuda para suprimir los delitos del gobierno,
demostrarían su sinceridad y sentido común más claramente que ahora. Cuando
todas las leyes sean tan justas y equitativas que hagan posible que todos los
hombres y mujeres vivan honrada y virtuosamente y les hagan sentirse cómodos y
felices, habrá muchas menos ocasiones que ahora para acusarles de vivir
deshonesta y viciosamente.
XXI.
Pero también se dice que
el consumo de bebidas alcohólicas lleva a la pobreza y por tanto hace a los
hombres mendigos y grava a los contribuyentes, y que esto es razón suficiente
para que deba prohibirse su venta.
Hay varias respuestas a
este argumento.
1. Una respuesta es que
si el consumo del alcohol lleva a la pobreza y la mendicidad es una razón
suficiente para prohibir su venta, igualmente es una razón suficiente para
prohibir su consumo, ya que es el consumo y no la venta, lo que lleva a la
pobreza. El vendedor, como mucho, sería simplemente un cómplice del bebedor. Y
es una norma legal, y también de la razón, que si el principal actor no puede
ser castigado, tampoco puede serlo el cómplice.
2. Una segunda respuesta
al argumento sería que si el gobierno tiene derecho y se ve obligado a prohibir
cualquier acto (que no sea criminal) simplemente porque se supone que lleva a
la pobreza, siguiendo al misma lógica, tiene derecho y se ve obligado a
prohibir cualquier otro acto (aunque no sea criminal) que, en opinión del
gobierno, lleve a la pobreza. Y bajo este principio, el gobierno no sólo
tendría el derecho, sino que se vería obligado, a revisar los asuntos privados
de cada hombre y sus gastos personales y determinar si cada uno de ellos lleva
o no a la pobreza y a prohibir y castigar todos los de la primera clase. Un
hombre no tendría derecho a gastar un céntimo de su propiedad de acuerdo con
sus gustos o criterios, salvo que el legislador sea de la opinión de que ese
gasto no le lleva a la pobreza.
3. Una tercera respuesta
al mismo argumento sería que si un hombre se entrega a la pobreza e incluso a
la mendicidad (sea por sus vicios o sus virtudes), el gobierno no tiene
obligación de ocuparse de él, salvo que quiera hacerlo. Puede dejarle perecer en
la calle o hacerle depender a la caridad privada, si quiere. Puede cumplir su
libre deseo y discreción en este asunto, porque en este caso estaría fuera de
toda responsabilidad. No es, necesariamente, obligación del gobierno ocuparse
de los pobres. Un gobierno (esto es, un gobierno legítimo) es simplemente una
asociación voluntaria de individuos, que se une para los propósitos que les
parezcan y sólo para esos propósitos. Si ocuparse de los pobres (sean éstos
virtuosos o viciosos) no es uno de esos propósitos, el gobierno como tal no
tiene más derecho ni se ve más obligado a hacerlo que un banco o una compañía
de ferrocarriles.
Sea cual sea la moralidad
que tengan las reclamaciones de un hombre pobre (sea éste virtuoso o vicioso)
acerca de la caridad de sus conciudadanos, no puede reclamar legalmente contra
ellos. Puede depender totalmente de su caridad, si se dejan. No puede demandar,
como un derecho legal, que deben alimentarle y vestirle. No tiene más derechos
morales o legales frente a un gobierno (que no es sino una asociación de
individuos) que los que pueda tener sobre cualquier otro individuo respecto de
su capacidad privada.
Por tanto, de la misma
forma que un pobre (sea virtuoso o vicioso) no tiene más capacidad de reclamar,
legal o moralmente al gobierno comida o vestido que la que tiene frente a
personas privadas, un gobierno no tiene más derecho que una persona privada a
controlar o prohibir los gastos o las acciones de un individuo justificándolas
en que le llevan a la pobreza.
El señor A, como
individuo, claramente no tiene derecho a prohibir las acciones o gastos del
señor Z, aunque tema que esas acciones o gastos puedan llevarle (a Z) a la
pobreza y que Z puede, por tanto, en un futuro indeterminado, pedirle afligido
(a A) algo de caridad. Y si A no tiene, como individuo, ese derecho a prohibir
cualquier acción o gasto de Z, el gobierno, que no es más que una asociación de
individuos, no puede tener ese derecho.
Sin duda, ningún hombre
compos mentis mantendría que su derecho a disponer y disfrutar de su propiedad
fuera una posesión de tan poco valor que autorizara a algunos o todos sus
vecinos (se hagan llamar a sí mismos gobierno o no) a intervenir y prohibirle
cualquier gasto excepto aquéllos que piensen que no le llevarán a la pobreza y
no le conviertan en alguien que les reclame caridad.
Si un hombre compos
mentis llega a la pobreza por sus virtudes o sus vicios, nadie puede tener
derecho alguno a intervenir basándose en puede apelar en el futuro a su
compasión, porque si se apelara a ella, tendría perfecta libertad para actuar
de acuerdo con su gusto y criterio respecto de atender sus solicitudes.
El derecho a rechazar dar
caridad a los pobres (sean éstos virtuosos o viciosos) es un derecho sobre el
que los gobiernos siempre actúan. Ningún gobierno hace más provisiones para los
pobres que las que quiere. En consecuencia, los pobres quedan, en su mayor
parte, dependiendo de la caridad privada. De hecho, a menudo se les deja sufrir
enfermedades e incluso morir porque ni la caridad pública ni la privada acuden
en su ayuda. Qué absurdo es, por tanto, decir que el gobierno tiene derecho a
controlar el uso de la propiedad de la gente, por miedo a que en el futuro
lleguen a ser pobres y pidan caridad.
4. Incluso una cuarta
respuesta al argumento sería que el principal y único incentivo por el que cada
individuo tiene que trabajar y crear riqueza es que puede disponer de ella de
acuerdo con su gusto y criterio y para su propia satisfacción y la de quienes
ame(6).
Aunque a menudo puede que
un hombre, por inexperiencia o mal juicio, gaste parte de los productos de su
trabajo de forma poco juiciosa y por tanto no consiga el máximo bienestar,
adquiere sabiduría en ello, como en todo, a través de la experiencia, por sus
errores tanto como por sus éxitos. Y esta es la única manera de la que puede
adquirir sabiduría. Cuando se convenza de que ha hecho un gasto absurdo, al
tiempo aprenderá a no volver a hacer algo parecido. Y debe permitírsele hacer
sus propios experimentos a su satisfacción, es ésta como en otras materias, ya
que de otra forma no tendría motivo para trabajar o crear riqueza en absoluto.
Todo hombre que sea
hombre, debería mejor ser un salvaje y ser libre para crear o procurar sólo esa
pequeña riqueza que pueda controlar y consumir diariamente, que ser un hombre
civilizado que sepa cómo crear y acumular riqueza indefinidamente y al que no
se la permita disfrutar o disponer de ella, salvo bajo la supervisión,
dirección y dictado de una serie de idiotas y tiranos entrometidos y
sobrevalorados, quienes, sin más conocimiento que el de sí mismos y quizás ni
la mitad de eso, asumirían su control bajo la justificación de que no tiene el
derecho o la capacidad de determinar por sí mismo qué debería hacer con los
resultados de su propio trabajo.
5. Una quinta respuesta
al argumento sería que si fuera tarea del gobierno vigilar los gastos de
cualquier persona (compos mentis y que no sea criminal) para ver cuáles llevan
a la pobreza y cuáles no y prohibir y castigar los primeros, entonces,
siguiendo esta regla, se ve obligado a vigilar los gastos de todas las demás
personas y prohibir y castigar todo lo que, en su criterio, lleve a la pobreza.
Si ese principio se
llevara a efecto imparcialmente, la consecuencia sería que toda la humanidad
estaría tan ocupada en vigilar los gastos de los demás y en testificar, acusar
y castigar aquéllos que lleven a la pobreza, que no quedaría en absoluto tiempo
para crear riqueza. Todo el mundo capaz de trabajo productivo o bien estaría en
la cárcel o actuaría como juez, jurado, testigo o carcelero. Sería imposible
crear suficientes tribunales para juzgar o construir suficientes prisiones para
contener a los delincuentes. Cesaría toda labor productiva y los idiotas que
estuvieran tan atentos a prevenir la pobreza, no sólo serían pobres,
prisioneros y famélicos, sino que harían que los demás fueran asimismo pobres,
prisioneros y famélicos.
6. Si lo que se quiere
decir es que un hombre puede al menos verse obligado con todo derecho a apoyar
a su familia y, en consecuencia, a abstenerse de todo gasto que, en opinión del
gobierno, le lleve a impedirle realizar esta labor, pueden darse varias
respuestas. Pero con sólo esta es suficiente: ningún hombre, salvo un loco o un
esclavo, aceptaría que sea su familia, si esa aceptación fuera a ser una excusa
del gobierno para privarle de su libertad personal o del control de su
propiedad.
Cuando se otorga a un
hombre su libertad natural y el control de su propiedad, normalmente, casi
siempre, su familia es su principal objeto de orgullo y cariño y querrá, no
sólo voluntariamente, sino con la máxima dedicación, emplear sus mejores
capacidades de cuerpo y mente, no sólo para proveerles las necesidades y
placeres de la vida ordinarios, sino a prodigarles todos los lujos y elegancias
que su trabajo pueda obtener.
Un hombre no entabla una
obligación legal ni moral con su esposa o hijos para hacer algo por ellos,
excepto cuando puede hacerlo de acuerdo con su libertad personal y su derecho
natural a controlar su propiedad a su discreción.
Si un gobierno puede
interponerse y decir a un hombre (que esté compos mentis y cumple con su
familia como cree que debe cumplir y de acuerdo con su juicio, por muy
imperfecto que éste sea): “Nosotros (el gobierno) sospechamos que no estás
empleando tu trabajo de la mejor forma para tu familia, sospechamos que tus
gastos y tus disposiciones sobre tu propiedad no son tan juiciosos como
deberían ser en interés de tu familia y por tanto te pondremos, a ti y a tu
propiedad, bajo vigilancia especial y te indicaremos lo puedes hacer o no
contigo y con tu propiedad y de ahora en adelante tu familia nos tendrá a
nosotros (el gobierno) y no a ti, como apoyo”. Si un gobierno pudiera hacer
esto, quedarían aplastados todo orgullo, ambición y cariño que un hombre pueda sentir
por su familia, hasta donde es posible que una tiranía pueda aplastarlos, y o
bien no tendrá nunca una familia (que pueda reconocer públicamente como suya) o
arriesgará su propiedad y su vida para derrocar una tiranía tan insultante,
despiadada e insufrible. Y cualquier mujer que quiera que su marido (siendo
éste compos mentis) se someta a un insulto y prohibición tan antinatural, no
merece en absoluto su cariño ni ninguna otra cosa que no sea su disgusto y
desprecio. Y probablemente en seguida él le hará entender que, si escoge
confiar en el gobierno como su apoyo y el de sus hijos, en lugar de en él, sólo
podrá confiar en el gobierno.
XXII.
Otra respuesta completa
al argumento de que el abuso del alcohol lleva a la pobreza es que, por regla
general, pone el efecto por delante de la causa. Supone que es el abuso del
alcohol el que causa la pobreza, en lugar de que la pobreza es la que causa el
abuso del alcohol.
La pobreza es la madre
natural de prácticamente toda ignorancia, vicio, crimen y miseria en el mundo [7].
¿Por qué es tan grande el porcentaje de trabajadores en Inglaterra que se dan a
la bebida y el vicio? Sin duda, no porque sean por naturaleza peores que otros.
Sino porque su pobreza extrema y desesperada les mantiene en la ignorancia y el
servilismo, destruye su coraje y su autoestima, les somete a tan constantes
insultos y prohibiciones, a tan incesantes amargas miserias de todo tipo y por
fin les lleva a tal grado de desesperación que el pequeño desahogo que pueden
permitirse con la bebida u otros vicios es, en ese momento, un alivio. Ésta es
la causa principal de la ebriedad y otros vicios que prevalecen entre los
trabajadores de Inglaterra.
Si esos trabajadores
ingleses que ahora son borrachos y viciosos, hubieran tenido las mismas oportunidades
y entorno vital que las clases más afortunadas; si se hubieran criado en
hogares confortables, felices y virtuosos, en lugar de escuálidos, horribles y
viciosos; si hubieran tenido oportunidades para adquirir conocimientos y
propiedades y hacerse inteligentes, acomodados, alegres, independientes y
respetados y asegurarse todos los placeres intelectuales, sociales y domésticos
con los que puede honrada y justamente remunerarles la industria; si pudieran
tener todo esto, en lugar de haber nacido a una vida de desesperanza, de duro
trabajo sin recompensa, con la seguridad de morir en la fábrica, se hubieran
visto tan libres de sus vicios y debilidades presentes como aquéllos que ahora
se los reprochan.
No tiene sentido decir
que la ebriedad o cualquier otro vicio sólo se añade a sus miserias, porque
está en la naturaleza humana (en la debilidad de la naturaleza humana, si lo
prefieren), que el hombre puede soportar hasta cierto punto la miseria antes de
perder la esperanza y el coraje y rendirse a cualquier cosa que les prometa un
alivio y mitigación de su presente, aunque el coste sea mayor miseria para el
futuro. Predicar moralidad y templanza a esos desdichados, en lugar de aliviar
sus sufrimientos o mejorar sus condiciones, es simplemente burlarse de sus
desdichas.
¿Querrían esos que suelen
atribuir a los vicios la pobreza de los hombres, en lugar a la pobreza sus
vicios (como si todos los pobres, o casi todos, fueran especialmente viciosos),
decirnos si toda la pobreza que ha aparecido tan de repente en último año y
medio (8)(como si dijéramos, en un momento) para veinte de millones de personas
de Estados Unidos, les parece una consecuencia natural de su ebriedad o de
otros vicios? ¿Fue su ebriedad u otros vicios los que paralizaron, como si
hubiera caído un rayo, todas las industrias de las que vivían y que, hace pocos
días, funcionaban prósperamente? ¿Fueron los vicios que afectaron a la parte
adulta de esos veinte millones de vagabundos sin empleo los que les llevaron a
consumir sus pocos ahorros, si es que los tenían, y así convertirse en mendigos
(mendigando trabajo y, si no lo encuentran, mendigando pan)? ¿Fueron sus vicios
los que sin previo aviso llenaron las casas de tantos de necesidad, miseria,
enfermedad y muerte? No. Sin duda no fue la ebriedad ni otros vicios de estos
trabajadores los que les llevó a esa ruina y desdicha. Y si no lo fue, ¿qué
fue?
Ese es el problema que
debe resolverse, porque se viene repitiendo constantemente y no puede dejarse
de lado.
De hecho, la pobreza de
una gran parte de la humanidad, de todo el mundo, es el gran problema de la
humanidad. El que esa pobreza extrema y casi universal exista en todo el mundo
y haya existido en todas las generaciones pasadas prueba que se origina en
causas que la naturaleza humana común de quienes la sufren no ha sido hasta
ahora suficiente fuerte como para superarlas. Pero quienes la sufren al menos
están empezando a ver las causas y se están decidiendo a eliminarlas a toda
costa. Y quienes imaginen que no tienen nada que hacer salvo seguir atribuyendo
esa pobreza a sus vicios y predicando contra ellos por esos mismos vicios,
pronto despertarán para descubrir que eso ya es pasado.
Y entonces la cuestión
será no cuáles son los vicios de los hombres, sino cuáles son sus derechos.
Notas:
[1] Paul Kleppner, The Cross of Culture: A Social Analysis of Midwestern
Politics, 1850–1900 (Nueva York: Free Press, 1970). Ver también Richard Jensen,
The Winning of the Midwest: Social and Political Conflicts, 1888–1896 (Chicago:
University of Chicago Press, 1971).
[2] Dar a un loco un
puñal u otra arma o cosa con la que pueda autolesionarse, es un crimen.
[3] La ley de
Massachussets indica los diez años como la edad a la que una niña se supone que
tiene discernimiento suficiente para disponer de su virtud. ¡Pero la misma ley establece
que ninguna persona, hombre o mujer, de ninguna edad ni grado de sabiduría o
experiencia tiene discernimiento suficiente para beber un vaso de alcohol bajo
su propio criterio! ¡Qué ejemplo de la sabiduría legislativa de Massachussets!
[4] Catón se suicidó para
evitar hacer en las manos de César. ¿Quién hubiera sospechado que estuviera
loco? Bruto hizo lo mismo. Colt se suicidó sólo aproximadamente una hora antes
de ser ahorcado. Lo hizo para evitar traer a su nombre y a su familia la
desgracia de que se dijera que le habían ahorcado. Esto, sea o no sensato, fue
claramente un acto dentro de lo razonable. ¿Supone alguien que la persona que
le dio el instrumento necesario era un criminal?
[5] Un ejemplo de este
hecho se encuentra en Inglaterra, cuyo gobierno durante más de mil años no ha
sido más que una banda de ladrones que ha conspirado para monopolizar la tierra
y, en la medida de lo posible, el resto de la riqueza. Esos conspiradores,
haciéndose llamar reyes, nobles y terratenientes han detentado, por la fuerza o
el fraude, el poder civil y militar; se han mantenido en el poder únicamente
por la fuerza y el fraude y el uso corrupto de su riqueza y sólo han empleado
su poder para robar y esclavizar a la mayor parte de su gente y someter y
esclavizar a otros. Y el mundo ha estado y está lleno de ejemplos
sustancialmente similares. Y, como podemos imaginar, el gobierno de nuestro
propio país no difiere mucho de otros en este aspecto.
[6] Por este solo
incentivo estamos en deuda por toda la riqueza creada a través del trabajo
humano y acumulada en beneficio de la humanidad.
[7] Excepto aquellos
grandes crímenes que unos pocos, autodenominándose gobiernos, practican contra
la mayoría, mediante una extorsión y tiranía sistemáticas y organizadas. Y sólo
la pobreza, ignorancia y consecuente debilidad de la mayoría, les permite
adquirir y mantener sobre ellos un poder tan arbitrario.
[8] Esto es, del 1 de
septiembre de 1873 al 1 de marzo de 1875.
Traducido del inglés por
Mariano Bas Uribe
PANORAMA Liberal
Sábado 18 Agosto 2012
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