Kant: "La falta de disciplina es un mal mayor que la falta de cultura; ésta puede adquirirse más tarde, mientras que la barbarie no puede corregirse nunca..." |
Estas son las lecciones
sobre pedagogía que Kant impartió en la Universidad de Königsberg y que,
recogidas por su discipulo F. T. Rink, fueron publicadas con aprobación del
mismo Kant en 1803.
INTRODUCCION A LA PEDAGOGÍA
Immanuel Kant
El hombre es la única
criatura que ha de ser educada. Entendiendo por educación los cuidados
(sustento, manutención), la disciplina y la instrucción, juntamente con la
educación. Según esto, el hombre es niño pequeño, educando y estudiante.
Tan pronto como los
animales sienten sus fuerzas, las emplean regularmente, de modo que no les sean
perjudiciales. Es admirable, por ejemplo, ver las golondrinas pequeñas, que,
apenas salidas del huevo y ciegas aún, saben, sin embargo, hacer que sus
excrementos caigan fuera del nido. Los animales, pues, no necesitan cuidado
alguno; a lo sumo, envoltura, calor y guía, o una cierta protección. Sin duda,
la mayor parte necesitan que se les alimente, pero ningún otro cuidado.
Se entiende por cuidado
(Wartung), las precauciones de los padres para que los niños no hagan un uso
perjudicial de sus fuerzas. Si un animal, por ejemplo, gritara al nacer, como
hacen los niños, sería infaliblemente presa de los lobos y otros animales
salvajes, atraídos por sus gritos.
La disciplina convierte
la animalidad en humanidad. Un animal lo es ya todo por su instinto; una razón
extraña le ha provisto de todo. Pero el hombre necesita una razón propia; no tiene
ningún instinto, y ha de construirse él mismo el plan de su conducta. Pero como
no está en disposición de hacérselo inmediatamente, sino que viene inculto al
mundo, se lo tienen que construir los demás.
El género humano debe
sacar poco a poco de sí mismo, por su propio esfuerzo, todas las disposiciones
naturales de la humanidad. Una generación educa a la otra. El estado primitivo
puede imaginarse en la incultura o en un grado de perfecta civilización. Aun
admitiendo este último como anterior y primitivo, el hombre ha tenido que
volverse salvaje y caer en la barbarie.
La disciplina impide que
el hombre, llevado por sus impulsos animales, se aparte de su destino, de la
humanidad. Tiene que sujetarle, por ejemplo, para que no se encamine, salvaje y
aturdido, a los peligros. Así, pues; la disciplina es meramente negativa, esto
es, la acción por la que se borra al hombre la animalidad; la instrucción, por
el contrario, es la parte positiva de la educación.
La barbarie es la
independencia respecto de las leyes. La disciplina somete al hombre a las leyes
de la humanidad y comienza a hacerle sentir su coacción. Pero esto ha de
realizarse temprano. Así, por ejemplo, se envían al principio los niños a la
escuela, no ya con la intención de que aprendan algo, sino con la de
habituarles a permanecer tranquilos y a observar puntualmente lo que se les
ordena, para que más adelante no se dejen dominar por sus caprichos
momentáneos.
Pero el hombre tiene por
naturaleza tan grande inclinación a la libertad, que cuando se ha acostumbrado
durante mucho tiempo a ella, se lo sacrifica todo. Precisamente por esto, como
se ha dicho, ha de aplicarse la disciplina desde muy temprano, porque en otro
caso es muy difícil cambiar después al hombre; entonces sigue todos sus
caprichos. Se ve también entre los salvajes que, aunque presten servicio durante
mucho tiempo a los europeos, nunca se acostumbran a su modo de vivir; lo que no
significa en ellos una noble inclinación hacia la libertad, como creen Rousseau
y otros muchos, sino una cierta barbarie: es que el animal aún no ha
desenvuelto en sí la humanidad. Por esto, se ha de acostumbrar al hombre desde
temprano a someterse a los preceptos de la razón. Si en su juventud se le dejó
a su voluntad, conservará una cierta barbarie durante toda su vida.
Tampoco le sirve de nada
el ser mimado en su infancia por la excesiva ternura maternal, pues más tarde
no hará más que chocar con obstáculos en todas partes y sufrir continuos
fracasos, tan pronto como intervenga en los asuntos del mundo. Este es un
defecto habitual en la educación de los aristócratas; pues por nacer destinados
a mandar, nunca se les contraría. Es preciso desbastar la incultura del hombre
a causa de su inclinación a la libertad; el animal, al contrario, no lo
necesita por su instinto.
El hombre tiene necesidad
de cuidados y de educación. La educación comprende la disciplina y la
instrucción: Ningún animal, que se sepa, necesita de ésta; ninguno de ellos
aprende nada de los viejos, excepto los pájaros, que aprenden su canto.
Aquéllos instruyen a los jóvenes, y es delicioso verlos, como en una escuela,
cantar con todas sus fuerzas delante de los pequeños, y a éstos afanándose en
sacar el mismo sonido de sus gargantas. Para convencerse de que los pájaros no cantan
por instinto, sino que realmente aprenden -vale la pena de comprobarlo- se
quitan la mitad de sus huevos a un canario y se cambian por otros de gorrión, o
mejor aún, se sustituyen sus pequeñuelos por gorrioncillos. Si se les coloca
entonces en una caja, donde no puedan oir los gorriones de fuera, aprenderán el
canto de los canarios, y de este modo se tendrán gorriones que canten. Es admirable
también, que cada género de pájaros conserva un cierto canto característico en
todas sus generaciones, siendo esta tradición la más fiel del mundo.
Únicamente por la
educación el hombre puede llegar a ser hombre. No es, sino lo que la educación
le hace ser. Se ha de observar que el hombre no es educado más que por hombres,
que igualmente están educados. De aquí, que la falta de disciplina y de instrucción
de algunos, les hace también, a su vez, ser malos educadores de sus alumnos. Si
un ser de una especie superior recibiera algún día nuestra educación, veríamos
entonces lo que el hombre pudiera llegar a ser. Pero como la educación, en
parte, enseña algo al hombre y, en parte, lo educa también, no se puede saber
hasta dónde llegan sus disposiciones naturales. Si al menos se hiciera un
experimento con el apoyo de los poderosos y con las fuerzas reunidas de muchos,
nos aclararía esto lo que puede el hombre dar de sí.
Pero es una observación
tan importante para un espíritu especulativo, como triste para un amigo del hombre,
ver cómo los poderosos, la mayor parte de las veces, no se cuidan más que de sí
y no contribuyen a los importantes experimentos de la educación, para que la
naturaleza avance un poco hacia la perfección.
No hay nadie que haya
sido descuidado en su juventud, que no comprenda, cuando viejo, en qué fue
abandonado, bien sea en disciplina, bien en cultura (que así puede llamarse la instrucción).
El que no es ilustrado es necio, quien no es disciplinado es salvaje. La falta
de disciplina es un mal mayor que la falta de cultura; ésta puede adquirirse
más tarde, mientras que la barbarie no puede corregirse nunca. Es probable que
la educación vaya mejorándose constantemente, y que cada generación dé un paso
hacia la perfección de la humanidad; pues tras la educación está el gran
secreto de la perfección de la naturaleza humana. Desde ahora puede ocurrir esto;
porque se empieza a juzgar con acierto y a ver con claridad lo que propiamente
conviene a una buena educación. Encanta imaginarse que la naturaleza humana se
desenvolverá cada vez mejor por la educación, y que ello se puede producir en
una forma adecuada a la humanidad. Descúbrese aquí la perspectiva de una dicha
futura para la especie humana.
El proyecto de una teoría
de la educación es un noble ideal, y en nada perjudica, aun cuando no estemos
en disposición de realizarlo. Tampoco hay que tener la idea por quimérica y desacreditarla
como un hermoso sueño, aunque se encuentren obstáculos en su realización.
Una idea no es otra cosa
que el concepto de una perfección no encontrada aún en la experiencia. Por
ejemplo, la idea de una república perfecta, regida por las leyes de la
justicia, ¿es por esto imposible? Basta que nuestra idea sea exacta para que
salve los obstáculos que en su realización encuentre. ¿Sería la verdad una mera
ilusión por el hecho de que todo el mundo mintiese? La idea de una educación
que desenvuelva en los hombres todas sus disposiciones naturales, es, sin duda,
verdadera.
Con la educación actual
no alcanza el hombre por completo el fin de su existencia; porque, ¡qué
diferentemente viven los hombres! Sólo puede haber uniformidad entre ellos,
cuando obren por los mismos principios, y estos principios lleguen a serles
otra naturaleza. Nosotros podemos trabajar en el plan de una educación conforme
a un fin y entregar a la posteridad una orientación que poco a poco pueda
realizar. Las orejas de oso, por ejemplo, cuando se las trasplanta, tienen
todas el mismo color; al contrario, cuando se siembran, se obtienen colores
diferentes. La Naturaleza, por tanto, ha puesto en ellas los gérmenes, y basta
para desarrollarlas, su siembra y trasplante convenientes. Lo mismo sucede con
el hombre.
Se encuentran muchos
gérmenes en la humanidad; y a nosotros toca desarrollarlos, desplegar nuestras
disposiciones naturales y hacer que el hombre alcance su destino. Los animales lo
realizan por sí mismos y sin conocerlo. El hombre ha de intentar alcanzarlo;
pero no puede hacerlo, si no tiene un concepto de él. La adquisición de este
destino es totalmente imposible para el individuo. Aun admitiendo una primera
pareja realmente educada, todavía es preciso saber cómo ha educado sus alumnos.
Los primeros padres dan ya un ejemplo a sus hijos, éstos lo imitan y así se desarrollan
algunas disposiciones naturales.
Todas no pueden ser
cultivadas de esta manera, pues los niños, la mayor parte de las veces, sólo
ven los ejemplos ocasionalmente. Antes no tenían los hombres ningún concepto de
la perfección que la naturaleza humana puede alcanzar. Nosotros mismos no lo
poseemos aún con pureza. Pero es asimismo cierto, que obrando aisladamente los hombres
en la formación de sus alumnos, no podrán conseguir que estos alcancen su
destino. No son los individuos, sino la especie humana la que debe llegar aquí.
La educación es un arte,
cuya práctica ha de ser perfeccionada por muchas generaciones. Cada generación,
provista de los conocimientos de las anteriores, puede realizar constantemente
una educación que desenvuelva de un modo proporcional y conforme a un fin,
todas las disposiciones naturales del hombre, y conducir así toda la especie
humana a su destino. La Providencia ha querido que el hombre deba sacar el bien
de sí mismo y le habló, por decirlo así: «¡Entra en el mundo!; yo te he
provisto de todas las disposiciones para el bien. A ti toca desenvolverlas, y,
por tanto, depende de ti mismo tu propia dicha y desgracia.»
El hombre debe
desarrollar sus disposiciones para el bien; la Providencia no las ha puesto en
él ya formadas; son meras disposiciones y sin la distinción de moralidad. El
hombre debe hacerse a sí propio mejor, educarse por sí mismo, y, cuando malo,
sacar de sí la moralidad.
Meditándolo maduramente,
se encuentra esto muy difícil: la educación es el problema más grande y difícil
que puede ser propuesto al hombre. La inteligencia, en efecto, depende de la
educación, y la educación, a su vez, de la inteligencia. De aquí que la
educación no pueda avanzar sino poco a poco; y no es posible tener un concepto
más exacto de ella, de otro modo que por la transmisión que cada generación hace
a la siguiente de sus conocimientos y experiencia, que, a su vez, los aumenta y
los pasa a las siguientes. ¿Qué cultura y qué experiencia tan grandes no supone
este concepto? No podía nacer sino muy tarde; nosotros mismos no lo hemos
podido obtener en toda su pureza. ¿Debe imitar la educación en el individuo la
cultura que la humanidad en general recibe de sus diferentes generaciones?
El hombre puede
considerar como los dos descubrimientos más difíciles: el arfe del gobierno y
el de la educación y, sin embargo, se discute aún sobre estas ideas.
¿Por dónde, pues,
empezaremos el desenvolvimiento de las disposiciones humanas?, ¿Debemos partir
del estado inculto, o por uno ya cultivado? Es difícil imaginarse un desarrollo
partiendo de la barbarie (por esto lo es también el concepto de los primeros
hombres), y vemos que, iniciándose aquél en semejante estado, se ha vuelto
siempre a caer en la animalidad, y que otra vez se han necesitado numerosos
esfuerzos para elevarse. En los más antiguos informes escritos dejados por
pueblos muy civilizados, encontramos que estaban en una gran proximidad a la
barbarie -¿y qué grado de cultura no supone ya el escribir?- tanto que respecto
al hombre civilizado, se podría llamar al comienzo del arte de la escritura el
principio del mundo.
Toda educación es un
arte, porque las disposiciones naturales del hombre no se desarrollan por sí
mismas. La Naturaleza no le ha dado para ello ningún instinto. Tanto el origen
como el proceso de este arte es: o bien mecánico, sin plan, sujeto a las
circunstancias dadas, o razonado. El arte de la educación, se origina
mecánicamente .en las ocasiones variables donde aprendemos si algo es útil o
perjudicial al hombre. Todo arte de la educación que procede sólo mecánicamente,
ha de contener faltas y errores, por carecer de plan en que fundarse. El arte
de la educación o pedagogía, necesita ser razonado si ha de desarrollar la
naturaleza humana para que pueda alcanzar su destino.
Los padres ya educados
son ejemplos, conforme a los cuales se educan sus hijos, tomándolos por modelo.
Si éstos han de llegar a ser mejores, preciso es que la Pedagogía sea una
disciplina; sino, nada hay que esperar de ellos, y los mal educados, educarán
mal a los demás. En el arte de la educación se ha de cambiar lo mecánico en
ciencia: de otro modo, jamás sería un esfuerzo coherente, y una generación
derribaría lo que otra hubiera construido.
Un principio de arte de
la educación, que en particular debían tener presente los hombres que hacen sus
planes es que no se debe educar los niños conforme al presente, sino conforme a
un estado mejor, posible en lo futuro, de la especie humana; es decir, conforme
a la idea de humanidad y de su completo destino. Este principio es de la mayor
importancia.
Los padres, en general,
no educan a sus hijos más que en vista del mundo presente, aunque esté muy
corrompido. Deberían, por el contrario, educarles para que más tarde pudiera
producirse un estado mejor. Pero aquí se encuentran dos obstáculos:
a) Los padres sólo se
preocupan, ordinariamente, de que sus hijos prosperen en el mundo, y
b) los príncipes no
consideran a sus súbditos más que como instrumentos de sus deseos.
Los padres, cuidan de la
casa; los príncipes, del Estado. Ni unos ni otros se ponen como fin un mejor
mundo (Weltbeste), ni la perfección a que está destinada la humanidad y para lo
cual tiene disposiciones. Las bases de un plan de educación han de hacerse
cosmopolitamente. ¿Es que el bien universal es una idea que puede ser nociva a
nuestro bien particular? De ningún modo; pues aunque parece que ha de hacerse
algún sacrificio por ella, se favorece, sin embargo, el bien de su estado actual.
Y entonces, ¡qué nobles consecuencias le acompañan! Una buena educación es
precisamente el origen de todo el bien en el mundo. Es necesario que los
gérmenes que yacen en el hombre sean cada vez más desarrollados; pues no se
encuentran en sus disposiciones los fundamentos para el mal. La única causa del
mal es el no someter la Naturaleza a reglas. En los hombres solamente hay gérmenes
para el bien.
¿De dónde debe venir,
pues, el mejor estado del mundo? ¿De los príncipes o de los súbditos? ¿Deben
éstos mejorarse por sí mismos y salir al encuentro, en medio del camino, de un buen
gobierno? Si los príncipes deben introducir la mejora, hay que mejorar primero
su educación; porque durante mucho tiempo se ha cometido la gran falta de no
contrariarles en su juventud. El árbol plantado solo en un campo, crece torcido
y extiende sus ramas a lo lejos; por el contrario, el árbol que se alza en
medio de un bosque, crece derecho por la resistencia que le oponen los árboles próximos,
y busca sobre sí la luz y el sol. Lo mismo ocurre con los príncipes. Sin
embargo, es mejor que los eduque uno de sus súbditos, que uno de sus iguales.
Sólo podemos esperar que el bien venga de arriba, cuando su educación sea la
mejor. Por esto, lo principal aquí son los esfuerzos de los particulares, y no
la cooperación de los príncipes, como pensaban Basedow y otros; pues la experiencia
enseña que no tienen tanto a la vista un mejor mundo como el bien del Estado,
para poder alcanzar así sus fines. Cuando dan dinero con este propósito hay que
atenerse a su parecer, porque trazan el plan. Lo mismo sucede en todo lo que se
refiere a la cultura del espíritu humano y al aumento de los conocimientos del
hombre. El poder y el dinero no los crean, a lo más, los facilitan; aunque
podrían producirlos, si la economía del Estado no calculara los impuestos únicamente
para su caja. Tampoco lo han hecho hasta ahora las Academias, y nunca ha habido
menos señales que hoy de que lo hagan.
Según esto, la
organización de las escuelas no debía depender más que del juicio de los
conocedores más ilustrados. Toda cultura empieza por los particulares, y de
aquí se extiende a los demás. La aproximación lenta de la naturaleza humana a
su fin, sólo es posible mediante los esfuerzos de las personas de sentimientos
bastante grandes para interesarse por un mundo mejor, y capaces de concebir la
idea de un estado futuro más perfecto. No obstante, aún hay más de un príncipe
que sólo considera a su pueblo, poco más o menos, como una parte del reino
natural, que no piensa sino en reproducirse. Le desea, a lo más, cierta
habilidad, pero solamente para poder servirse de él, como mejor instrumento de
sus propósitos. Los particulares, sin duda, han de tener presente, en primer lugar,
el fin de la naturaleza; pero necesitan mirar, sobre todo, el desenvolvimiento
de la humanidad, y procurar que ésta no sólo llegue a ser hábil, sino también
moral y, lo que es más difícil, tratar de que la posteridad vaya más allá de lo
que ellos mismos han ido.
Por la educación, el
hombre ha de ser, pues:
a) Disciplinado.
Disciplinar es tratar de impedir que la animalidad se extienda a la humanidad,
tanto en el hombre individual, como en el hombre social. Así, pues, la
disciplina es meramente la sumisión de la barbarie.
b) Cultivado. La cultura
comprende la instrucción y la enseñanza. Proporciona la habilidad que es la
posesión de una facultad por la cual se alcanzan todos los fines propuestos.
Por tanto, no determina ningún fin, sino que lo deja a merced de las
circunstancias. Algunas habilidades son buenas en todos los casos; por ejemplo,
el leer y escribir; otras no lo son más que para algunos fines, por ejemplo, la
música. La habilidad es, en cierto modo, infinita por la multitud de los fines.
c) Prudente. Es preciso
atender a que el hombre sea también prudente, a que se adapte a la sociedad humana
para que sea querido y tenga influencia. Aquí corresponde una especie de
enseñanza que se llama la civilidad. Exige ésta buenas maneras, amabilidad y
una cierta prudencia, mediante las cuales pueda servirse de todos los hombres
para sus fines. Se rige por el gusto variable de cada época. Así, agradaban aún
hace pocos años las ceremonias en el trato social.
d) Hay que atender a la
moralización. El hombre no sólo debe ser hábil para todos los fines, sino que
ha de tener también un criterio con arreglo al cual sólo escoja los buenos.
Estos buenos fines son los que necesariamente aprueba cada uno y que al mismo
tiempo pueden ser fines para todos.
Al hombre se le puede
adiestrar, amaestrar, instruir mecánicamente o realmente ilustrarle. Se
adiestra a los caballos, a los perros, y también se puede adiestrar a los
hombres.
Sin embargo, no basta con
el adiestramiento; lo que, importa, sobre todo, es que el niño aprenda a
pensar. Que, obre por principios, de los cuales se origina toda acción. Se ve,
pues, lo mucho que se necesita hacer en una verdadera educación. Habitualmente,
se cultiva poco aún la moralización en la educación privada; se educa al niño
en lo que se cree sustancial, y se abandona aquélla al predicador. Pues qué,
¡no es de una inmensa importancia enseñar a los niños a aborrecer el vicio, no
sólo fundándolo en que lo ha prohibido Dios, sino en que es aborrecible por sí
mismo!. De otro modo, les es fácil pensar que podrían muy bien frecuentarlo, y
que les sería permitido, si Dios no lo hubiera prohibido; que, en todo caso,
bien puede Dios hacer alguna excepción en su provecho. Dios, que es el ser más
santo y que sólo ama lo que es bueno, quiere que practiquemos la virtud por su
valor intrínseco y no porque él lo desee.
Vivimos en un tiempo de
disciplina, cultura y civilidad; pero aún no, en el de la moralización. Se
puede decir, en el estado presente del hombre, que la felicidad de los Estados
crece al mismo tiempo que la desdicha de las gentes. Y es todavía un problema a
resolver, si no seríamos más felices en el estado bárbaro, en que no existe la
cultura actual, que en nuestro estado presente.
Pues ¿cómo se puede hacer
felices a los hombres, si no se les hace morales y prudentes?. La cantidad del
mal no disminuirá, si no se hace así. Hay que establecer escuelas
experimentales, antes de que se puedan fundar escuelas normales. La educación y
la instrucción no han de ser meramente mecánicas, sino descansar sobre principios.
Ni tampoco sólo razonadas, sino, en cierto modo, formar un mecanismo. En
Austria, casi no hay más que escuelas normales establecidas conforme a un plan,
en contra del cual se dice mucho, y con razón, reprochándosele especialmente el
ser un mecanismo ciego. Las otras escuelas tenían que regirse por ellas, y
hasta se rehusaba colocar a la gente que no hubiera estado allí. Muestran semejantes
prescripciones lo mucho que el gobierno se inmiscuía en estos asuntos; haciendo
imposible con tal coacción que prosperase nada bueno.
Se cree comúnmente, que
los experimentos no son necesarios en la educación, y que sólo por la razón se
puede ya juzgar si una cosa será o no buena. Pero aquí se padece una gran equivocación,
y la experiencia enseña, que de nuestros ensayos se han obtenido, con
frecuencia, efectos completamente contrarios a los que se esperaban. Se ve,
pues, que, naciendo de los experimentos, ninguna generación puede presentar un
plan de educación completo. La única escuela experimental que, en cierto modo,
ha comenzado a abrir el camino, ha sido el Instituto de Dessau. Se le ha de
conceder esta gloria, a pesar de las muchas faltas que pudieran achacársele;
faltas que, por otra parte, se encuentran en todos los sitios donde se hacen
ensayos; y a él se le debe asimismo que todavía se hagan otros nuevos. Era, en
cierto modo, la única escuela en que los profesores tenían la libertad de
trabajar conforme a sus propios métodos y planes, y donde estaban en relación, tanto
entre sí, como con todos los sabios de Alemania.
La educación comprende:
los cuidados y la formación. Esta es:
a) negativa, o sea la disciplina,
que meramente impide la faltas;
b) positiva, o sea la
instrucción y la dirección; perteneciendo en esto a la cultura. La dirección es
la guía en la práctica de lo que se ha aprendido. De ahí nace la diferencia
entre el instructor (Infórmator), que es simplemente un profesor, y el ayo (Hofmeaster),
que es un director. Aquél educa sólo para la escuela; este, para la vida.
La primera época del
alumno es aquella en que ha de mostrar sumisión y obediencia pasiva; la otra,
es aquella en que ya se le deja hacer uso de su reflexión y de su libertad,
pero sometidas a leyes. En la primera hay una coacción mecánica; en la segunda,
una coacción moral.
La educación puede ser
privada o pública. La última no se refiere más que a la instrucción, y ésta
puede permanecer siendo pública siempre. Se deja a la primera la práctica de
los preceptos. Una educación pública completa es aquella que reúne la
instrucción y la formación moral. Tiene por fin promover una buena educación
privada. La escuela en que se hace esto se llama un instituto de educación. No
puede haber muchos institutos de esta clase; ni puede ser tampoco muy grande el
número de sus alumnos, porque son muy costosos; su mera instalación exige ya
mucho dinero. Estos institutos vienen a ser como los asilos y hospitales. Los
edificios que requieren y el sueldo de
los directores,
inspectores y criados restan ya la mitad del dinero destinado a este fin; y
está probado que los pobres estarían mucho mejor cuidados, enviándoles este
dinero a sus casas. También es difícil que la gente rica mande sus hijos a
estos centros.
El fin de tales
institutos públicos es el perfeccionamiento de la educación doméstica. Cesarían
sus gastos si estuvieran bien educados los padres o los-que les ayudan en la
educación. En ellos se debe hacer ensayos y educar individuos, y así crearán
una buena educación doméstica.
De la educación privada
cuidan, o bien los mismos padres, o bien otras personas, que son auxiliares
asalariados, cuando aquéllos no tienen tiempo, habilidad o gusto; pero en la
educación dada por éstos, se presenta la dificilísima circunstancia de hallarse
dividida la autoridad entre los padres y los ayos. El niño debe regirse por las
instrucciones de los ayos y seguir al mismo tiempo los caprichos de los padres.
En una educación de esta clase es necesario que los padres cedan toda su
autoridad a los preceptores.
¿Pero en qué puede
aventajar la educación privada -a la pública o ésta a aquélla? Parece ser más
ventajosa, en general, la educación pública que la privada, no sólo desde el
punto de vista de la habilidad, sino también por lo que se refiere al carácter
del ciudadano. Es muy frecuente que la educación doméstica no solamente no corrija
las faltas de la familia, sino que las aumente.
¿Cuánto debe durar la
educación? Hasta la época en que la misma Naturaleza ha decidido que el hombre
se conduzca por sí mismo, cuando se desarrolla en él el instinto sexual; cuando
él mismo pueda llegar a ser padre y deba educar; aproximadamente hasta los
dieciséis años. Pasado este tiempo, se puede emplear aún los recursos de la
cultura y aplicar una disciplina disimulada, pero no una educación regular.
La sumisión del alumno
puede ser, o bien positiva: cuando ha de hacer lo que se le ha prescrito, por
no poder juzgar por sí mismo y por tener aún la facultad de imitar, o negativa:
cuando necesita hacer lo que deseen los demás, si quiere, a su vez, que éstos
hagan algo por complacerle. En el primer caso se aplica el castigo; en el
segundo, no se hace lo que él quiere; aquí está pendiente de su placer, aunque
ya pueda pensar.
Uno de los más grandes
problemas de la educación es conciliar, bajo, una legitima coacción la sumisión
con la facultad de servirse de su voluntad. Porque la coacción es necesaria.
¿Cómo cultivar la libertad por la coacción? Yo debo acostumbrarle a sufrir una
coacción en su libertad, y al mismo tiempo debo guiarle para que haga un buen
uso, de ella. Sin esto, todo es un mero mecanismo, y una vez, acabada su
educación, no sabría servirse de su libertad. Ha de sentir desde el principio
la inevitable resistencia de la sociedad para que aprenda lo difícil de
bastarse a sí mismo, de estar privado de algo y de adquirir para ser
independiente.
Aquí es preciso observar
lo siguiente:
a) que se deje libre al
niño desde su primera infancia en todos los momentos (exceptuados los casos en
que pueda hacerse daño, como, por ejemplo: si quiere coger un cuchillo
afilado), con tal que obre de modo que no sea un obstáculo a la libertad de otro,
por ejemplo: cuando grite o su alegría sea tan ruidosa que moleste a los demás;
b) se le ha de mostrar
que no alcanzará sus fines, sino dejando alcanzar los suyos a los demás, por
ejemplo: que no se le concederá gusto alguno si no hace lo que se le manda, que
debe aprender, etc.;
c) es preciso hacerle ver
que la coacción que se le impone le conduce al uso de su propia libertad; que
se le educa para que algún día pueda ser libre, esto es, para no depender de
los otros. Esto es lo último. Los niños tardan mucho, por ejemplo, en hacerse
cargo de que más tarde están obligados a preocuparse de su sostenimiento. Creen
que sucederá siempre lo mismo que en casa de sus padres, donde reciben la
comida y la bebida sin tener que cuidarse de ello. Si no se les trata así,
continúan siendo niños toda su vida, como los habitantes de Otahití,
particularmente los de padres ricos y los hijos de príncipes. La educación
pública tiene aquí sus más evidentes ventajas, pues en ella se aprende a medir
sus fuerzas y las limitaciones que impone el derecho de otro; no se disfruta de
ningún privilegio porque se halla resistencia por todas partes, y no se
sobresale más que por el propio mérito; es la educación que mejor imagen da del
futuro ciudadano.
Pero todavía hay que
resolver una dificultad que se presenta aquí: consiste en anticipar el conocimiento
sexual para impedir el vicio antes de entrar en la pubertad. Más adelante se
hablará de ello.
PANORAMA Liberal
Miércoles 15 Agosto 2012
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