Murray Rothbard presenta mitos sobre los liberales que deben ser aclarados... |
El
liberalismo es la corriente política de más auge hoy en América. Antes de
juzgarla y evaluarla, es de vital importancia dilucidar precisamente en qué
consiste la doctrina y, más en concreto, en qué no consiste. Es especialmente
relevante aclarar unos cuantos malentendidos que la mayoría de gente tiene
acerca del liberalismo, en particular los conservadores.
En
este ensayo enumeraré y analizaré críticamente los mitos más comunes en relación
con el liberalismo. Cuando nos hayamos deshecho de éstos, entonces la gente
será capaz de discutir sobre el liberalismo sin fábulas, mitos y malentendidos,
y tratar con éste tal y como corresponde: de acuerdo con sus verdaderos méritos
y deméritos.
MITO #1 LOS LIBERALES CREEN
QUE CADA INDIVIDUO ES UN ÁTOMO AISLADO, HERMÉTICAMENTE SELLADO, ACTUANDO EN UN
VACÍO SIN INFLUENCIARSE CON LOS DEMÁS.
Ésta
es una acusación habitual, pero harto curiosa. En toda una vida de lector de
literatura liberal no me he topado con un solo teórico o autor que sostuviera
algo parecido a esta posición. La única posible excepción es el fanático Max
Stirner, un alemán individualista de mediados del siglo XIX quien, sin embargo,
tuvo una repercusión mínima en el liberalismo de su tiempo y posterior. Además,
la explícita filosofía “la fuerza hace el derecho” de Stirner y su rechazo de
todo principio moral incluyendo los derechos individuales, tenidos por
“fantasmas mentales”, dudosamente le acreditan como liberal en cualquier sentido.
Aparte de Stirner no hay nadie con una opinión siquiera remotamente similar a
la que sugiere esta acusación.
Los
liberales son metodológica y políticamente individualistas, desde luego. Ellos
creen que sólo los individuos piensan, valoran y eligen. Creen que cada
individuo tiene derecho a la propiedad sobre su cuerpo, libre de interferencias
coercitivas. Pero ningún individualista niega que la gente se influencia
mutuamente de forma constante en sus objetivos, en sus valores, en sus
iniciativas y en sus ocupaciones.
Como
F.A. Hayek mencionó en su notable artículo “The Non-Sequitur of the’”Dependence
Effect’”, el asalto de John Kenneth Galbraith a la economía de libre mercado en
su best-seller “The Affluent Society“ se cimentaba en esta premisa: la economía
asume que cada individuo llega a su escala de valores de un modo totalmente
independiente, sin estar sujeto a la influencia de nadie más. Por el contrario,
como responde Hayek, todos saben que la mayoría de gente no produce sus propios
valores, sino que es instigada a adoptarlos de otras personas.[1] Ningún
individualista o liberal niega que la gente se influencie mutuamente todo el
tiempo, y por supuesto no hay nada de nocivo en este ineludible proceso. A lo
que los liberales se oponen no es a la persuasión voluntaria, sino a la
imposición coercitiva de valores mediante el uso de la fuerza y el poder
policial. Los liberales no están en modo alguno en contra de la cooperación
voluntaria y la colaboración entre individuos; sólo en contra de la obligatoria
pseudo-cooperación impuesta por el Estado.
MITO #2: LOS LIBERALES SON
LIBERTINOS: SON HEDONISTAS QUE ANHELAN ESTILOS DE VIDA ALTERNATIVOS.
Este
mito ha sido planteado recientemente por Irving Kristol, quien identifica la
ética libertaria con el hedonismo y asevera que los liberales “veneran el
catálogo de Sears Roebuck y todos los estilos de vida alternativa que la
afluencia capitalista permite elegir al individuo”.[2] El hecho es que el
liberalismo no es ni pretende ser una completa guía moral o ascética, sino sólo
una teoría política, esto es, el significado subconjunto de la teoría moral que
versa sobre el uso legítimo de la violencia en la vida social. La teoría
política se refiere a aquello que debe acometer o no un gobierno, y el gobierno
es distinguido de cualquier otro grupo social y caracterizado como la
institución de la violencia organizada. El liberalismo sostiene que el único
papel legítimo de la violencia es la defensa de la persona y su propiedad
contra la agresión, que cualquier uso de la violencia que vaya más allá de esta
legítima defensa resulta agresiva en sí misma, injusta y criminal. El
liberalismo, por tanto, es una teoría que afirma que cada individuo debe estar
libre invasiones violentas, debe tener derecho para hacer lo que quiera excepto
agredir a otra persona o la propiedad ajena. Lo que haga una persona con su
vida es esencial y de suma importancia, pero es simplemente irrelevante para el
liberalismo.
Luego
no debe sorprender que haya liberales que sean de hecho hedonistas y devotos de
estilos de vida alternativos, y que haya también liberales que sean firmes
adherentes de la moralidad burguesa convencional o religiosa. Hay liberales
libertinos y hay liberales vinculados firmemente a la disciplina de la ley
natural o religiosa. Hay otros liberales que no tienen ninguna teoría moral en
absoluto aparte del imperativo de la no-violación de derechos. Esto es así
porque el liberalismo per se no pregona ninguna teoría moral general o
personal. El liberalismo no ofrece un estilo de vida; ofrece libertad, para que
cada persona sea libre de adoptar y actuar de acuerdo con sus propios valores y
principios morales. Los liberales convienen con Lord Acton en que “la libertad
es fin político más alto”, pero no necesariamente el fin más alto en la escala
de valores de cada uno.
No
hay ninguna duda acerca del hecho, sin embargo, de que el subgrupo de liberales
que son economistas pro-mercado tienden a mostrarse complacidos cuando el libre
mercado dispensa más posibilidades de elección a los consumidores, elevando así
su nivel de vida. Incuestionablemente, la idea de que la prosperidad es mejor
que la miseria absoluta es una proposición moral, y nos conduce al ámbito de la
teoría moral general, pero no es una proposición por la que crea que deba disculparme.
MITO #3: LOS LIBERALES NO
CREEN EN LOS PRINCIPIOS MORALES; SE LIMITAN AL ANÁLISIS DE COSTES-BENEFICIOS
ASUMIENDO QUE EL HOMBRE ES SIEMPRE RACIONAL.
Este
mito está desde luego relacionado con la precedente acusación de hedonismo, y
en parte puede responderse en la misma línea. Hay liberales, particularmente
los economistas de la escuela de Chicago, que rechazan la libertad y los
derechos individuales como principios morales, y en su lugar intentan llegar a
conclusiones de política pública sopesando presuntos costes y beneficios
sociales.
En
primer lugar, la mayoría de liberales son “subjetivistas” en economía, esto es,
creen que las utilidades y los costes de los distintos individuos no pueden ser
sumados o mesurados. Por tanto, el concepto mismo de costes y beneficios
sociales es ilegítimo. Pero, más importante, la mayoría de liberales
fundamentan su postura en principios morales, en la convicción en los derechos
naturales de cada individuo sobre su persona o propiedad. Ellos creen entonces
en la absoluta inmoralidad de la violencia agresiva, de la invasión de los
derechos sobre la propia persona y propiedad, independientemente de qué
individuo o grupo ejerce dicha violencia.
Lejos
de ser inmorales, los liberales simplemente aplican una ética humana universal
al gobierno del mismo modo que cualquier otro aplicaría esta ética a cada
persona o institución social. En concreto, como he apuntado antes, el
liberalismo en tanto que filosofía política que versa sobre el uso legítimo de
la violencia, toma la ética universal a la que la mayoría de nosotros nos
acogemos y la aplica llanamente al gobierno. Los liberales no hacen ninguna
excepción a la regla de oro y no dejan ninguna laguna moral, no aplican ninguna
vara de medir distinta al gobierno. Es decir, los liberales creen que un
asesinato es un asesinato y que no deviene santificado por razones de estado si
es perpetrado por el gobierno. Nosotros creemos que el robo es un robo y que no
queda legitimado porque una organización de ladrones decida llamarlo
“tributos”. Nosotros creemos que la esclavitud es esclavitud incluso si la
institución que la ejerce la denomina “servicio militar”. En síntesis, la clave
en la teoría liberal es que no concede excepción alguna al gobierno en su ética
universal.
Por
tanto, lejos de ser indiferentes u hostiles a los principios morales, los
liberales los consuman siendo el único colectivo dispuesto a extender estos
principios por todo el espectro hasta al gobierno mismo.[3]
Es
cierto que los liberales permitirían a cada individuo elegir sus valores y
actuar acorde con ellos, y reconocerían en suma a cada individuo el derecho a
ser moral o inmoral según su juicio particular. El liberalismo se opone
firmemente a la imposición de todo credo moral a cualquier persona o grupo mediante
el uso de la violencia – excepto, por supuesto, la prohibición moral de la
violencia agresiva en sí misma. Pero debemos percatarnos de que ninguna acción
puede considerarse virtuosa a menos que sea emprendida en libertad, habiendo
consentido voluntariamente la persona. Como dijera Frank Meyer:
“No
puede forzarse a los hombres a ser libres, ni puede forzárseles a ser
virtuosos. Hasta cierto punto, es verdad, pueden ser obligados a actuar como si
fueran virtuosos. Pero la virtud es el fruto de la libertad bien empleada. Y
ningún acto, en la medida en que sea coaccionado, puede implicar virtud – o
vicio”[4].
Si
una persona es obligada por la fuerza o la amenaza de la misma a llevar a cabo
una determinada acción, entonces ésta ya no supone una elección moral por su
parte. La moralidad de una acción sólo puede ser el resultado de una decisión
libremente adoptada; una acción difícilmente puede tildarse de moral si uno la
acomete a punta de pistola. Imponer las acciones morales o prohibir la acciones
inmorales, por tanto, no fomenta la moral o la virtud. Por el contrario, la
coerción atrofia la moralidad porque priva al individuo de la libertad para ser
moral o inmoral, y entonces necesariamente despoja a la gente de la posibilidad
de ser virtuosa. Paradójicamente, pues, la moral obligatoria nos sustrae la
oportunidad misma de actuar moralmente.
Es
además especialmente grotesco dejar la salvaguarda de la moralidad en manos del
aparato estatal, es decir, ni más ni menos que la organización de policías,
gendarmes y soldados. Poner al Estado a cargo de los principios morales
equivale a poner al zorro al cuidado del gallinero. Prescindiendo de otras
consideraciones, los responsables de la violencia organizada en la sociedad
jamás se han distinguido por su superior estatura moral o por la rectitud con
la que sostienen los principios morales.
MITO #4: EL LIBERALISMO ES
ATEÍSTA Y MATERIALISTA, Y DESDEÑA LA DIMENSIÓN ESPIRITUAL DE LA VIDA.
No
hay ninguna conexión necesaria entre las adscripción al liberalismo y la
posición religiosa de cada uno. Es verdad que muchos si no la mayoría de los
liberales en la actualidad son ateos, pero esto tiene que ver con el hecho de
que la mayoría de los intelectuales, de la mayoría de credos políticos, son
ateos también. Hay muchos liberales que son ateos, judíos o cristianos. Entre
los liberales clásicos precursores del liberalismo moderno en una época más
religiosa que ésta encontramos una miríada de cristianos: desde John Lilburne,
Roger Williams, Anne Hutchinson y John Locke en el siglo XVII hasta Cobden y
Bright, Frederic Bastiat y los liberales franceses del laissez-faire y el gran
Lord Acton.
Los
liberales creen que la libertad es un derecho inserto en una ley natural sobre
lo que es adecuado para la humanidad, en conformidad con la naturaleza del
hombre. De dónde emanan este conjunto de leyes naturales, si son puramente
naturales o fueron prescritas por un creador, es una cuestión ontológica
importante pero irrelevante desde el punto de vista de la filosofía política o
social. Como el padre Thomas Davitt señaló: “Si la palabra ‘natural’ significa
algo en absoluto se refiere a la naturaleza del hombre, y en conjunción con la
palabra ‘ley’, ‘natural’ remite al orden que es manifestado por las
inclinaciones de la naturaleza humana y nada más. Por tanto, tomada en sí
misma, no hay nada de religioso o teológico en la ‘Ley Natural’ de Aquinas”[5].
O, como d’Entrèves escribió en el siglo XVII aludiendo al jurista protestante
holandés Hugo Grotius: “La definición de ley natural [de Grotius] no tiene nada
de revolucionaria. Cuando mantiene que la ley natural es el cuerpo de normas
que el hombre es capaz de descubrir mediante el uso de su razón, no hace otra
cosa que reafirmar la noción escolástica de una fundamentación racional de la ética.
De hecho, su intención es más bien la de restaurar esta noción debilitada por
el augustianismo radical de ciertas corrientes protestantes de pensamiento.
Cuando asevera que estas normas son válidas en sí mismas, independientemente de
que Dios las dispusiera, repite el aserto que ya fue proclamado por algunos de
los escolásticos...”[6]
El
liberalismo ha sido acusado de ignorar la naturaleza espiritual del hombre.
Pero uno fácilmente puede llegar al liberalismo desde posiciones religiosas o
cristianas: enfatizando la importancia del individuo, de su libre voluntad, de
sus derechos naturales y de su propiedad privada. Uno puede igualmente llegar
al liberalismo mediante una aproximación secular a los derechos naturales, con
la convicción de que el hombre puede alcanzar la comprensión racional de la ley
natural.
Atendiendo
a la historia, además, no está claro en absoluto que la religión sea un
fundamento más sólido del liberalismo que la ley natural secular. Como Karl
Wittfogel nos recuerda en su Oriental Despotism, la unión del trono y el altar
ha sido una constante durante décadas que ha facilitado el imperio del
despotismo en la sociedad[7]. Históricamente, la unión de la Iglesia y el
Estado ha sido en muchos casos una coalición mutuamente alentadora de la
tiranía. El Estado se servía de la Iglesia para santificar sus actos y llamar a
la obediencia de su mando, presuntamente sancionado por Dios, y la Iglesia se
servía del Estado para obtener ingresos y privilegios. Los Anabaptistas
colectivizaron y tiranizaron Münster en nombre de la religión cristiana[8]. Y,
más cerca de nuestro siglo, el socialismo cristiano y el evangelio social
jugaron un importante papel en la marcha hacia el estatismo, y el proceder
condescendiente de la Iglesia Ortodoxa en la Rusia soviética habla por sí
mismo. Algunos obispos católicos en Latinoamérica han proclamado que la única
vía hacía el reino de los cielos pasa por el marxismo, y si quisiera ser
grosero diría que el reverendo Jim Jones, además de considerarse un leninista,
se presentó a sí mismo como la reencarnación de Jesús.
Por
otra parte, ahora que el socialismo ha fracasado de un modo manifiesto,
política y económicamente, sus valedores han recurrido a la “moral” y a la
“espiritualidad” como último argumento en pro de su causa. El socialista Robert
Heilbroner, arguyendo que el socialismo debe ser coactivo y tiene que imponer
una “moral colectiva” a la sociedad, opina que: “La cultura burguesa está
centrada en los logros materiales del individuo. La cultura socialista debe centrarse
en sus logros morales o espirituales”. Lo curioso es que esta tesis de
Heilbroner fue elogiada por el escritor conservador y religioso de National
Review Dale Vree, que dijo:
“Heilbroner
está... diciendo lo que muchos colaboradores del NR han dicho en el último
cuarto de siglo: no puedes tener libertad y virtud al mismo tiempo. Tomad nota,
tradicionalistas. A pesar de su terminología disonante, Heilbroner está
interesado en lo mismo que vosotros: la virtud[9].
Vree
también está fascinado con la visión de Heilbroner de que una cultura
socialista “promueva la primacía de la colectividad” antes que la “primacía del
individuo”. Cita a Heilbroner con relación a los logros “morales y
espirituales” bajo socialismo en oposición a los burgueses logros “materiales”,
y añade acertadamente: “contiene un timbre tradicionalista esta afirmación”.
Vree prosigue aplaudiendo el ataque de Heilbroner al capitalismo por no tener
“ningún sentido de ‘lo correcto’” y permitir a los “adultos que consienten”
hacer aquello que les plazca. En contraste con este retrato de la libertad y la
diversidad tolerada, Vree escribe: “Heilbroner dice seductoramente que debido a
que la sociedad socialista debe tener un sentido de ‘lo correcto’, no todo
estará permitido”. Para Vree, es imposible “tener colectivismo económico junto
con individualismo cultural”, y por tanto él está inclinado hacia un nueva
fusión socialista-tradicionalista – hacia un colectivismo omnicompresivo.
Cabe
apuntar aquí que el socialismo deviene especialmente despótico cuando reemplaza
los incentivos “económicos” o “materiales” por los incentivos pretendidamente
“morales” o “espirituales”, cuando aparenta promover una indefinible “calidad
de vida” antes que la prosperidad económica. Si las remuneraciones son ajustadas
a la productividad hay considerablemente más libertad así como estándares de
vida más altos. Pero si se fundamentan en la devoción altruista a la madre
patria socialista, la devoción tiene que ser regularmente reforzada a golpe de
látigo. Un creciente énfasis en los incentivos materiales del individuo suponen
ineluctablemente un mayor acento en la propiedad privada y en la preservación
de lo que uno gana, y trae consigo una libertad personal superior, como
atestigua Yugoslavia en las últimas décadas en contraste con la Rusia
soviética. El despotismo más horrible en la faz de la Tierra en los años
recientes ha sido sin duda el de Pol Pot en Camboya, donde el “materialismo”
fue hasta tal punto desterrado que el dinero fue abolido por el régimen.
Habiendo suprimido el dinero y la propiedad privada, cada individuo era
totalmente dependiente de las cartillas de racionamiento de subsistencia del
Estado y la vida no era sino un completo infierno. Debemos ser prudentes, pues,
antes de despreciar los objetivos o incentivos “meramente materiales”.
El
cargo de “materialismo” dirigido contra el libre mercado ignora el hecho de que
cada acción envuelve la transformación de objetos materiales mediante el uso de
la energía humana conforme a ideas y propósitos sostenidos por los actores. Es
inaceptable separar lo “mental” o lo “espiritual” de lo “material”. En todas
las grandes obras de arte, extraordinarias emanaciones del espíritu humano, se
han empleado objetos materiales: ya fueran lienzos, pinceles y pintura, papel e
instrumentos musicales, o la construcción de bloques y materia primas para las
iglesias. No hay ninguna escisión real entre lo “espiritual” y lo “material” y
por tanto cualquier despotismo sobre aquello material sojuzgará también aquello
espiritual.
MITO #5: LOS LIBERALES SON
UTÓPICOS QUE CREEN QUE TODA LA GENTE ES BUENA POR NATURALEZA Y QUE POR TANTO EL
CONTROL DEL ESTADO ES INNECESARIO.
Los
conservadores tienden a añadir que, puesto que el hombre es vil por naturaleza
parcial o totalmente, se hace precisa una severa regulación estatal de la
sociedad.
Esta
es una opinión muy común acerca de los liberales, si bien es difícil
identificar la fuente de semejante malentendido. Rosseau, el locus classicus de
la idea de que el hombre es bueno pero es corrompido por sus instituciones no
era precisamente liberal. Aparte de algunos escritos románticos de unos pocos
anarco-comunistas, que en ningún caso consideraría liberales, no conozco a un
solo autor liberal que haya defendido esta postura. Por el contrario, la mayoría
de escritores liberales sostienen que el hombre es una mezcla de bondad y
maldad y que lo importante para las instituciones sociales es fomentar lo
primero y mitigar lo segundo. El Estado es la única institución social capaz de
extraer sus ingresos y su riqueza mediante coerción; todos los demás deben
obtener sus rentas o bien vendiendo un producto o servicio a sus clientes o
bien recibiendo una donación voluntaria. Y el Estado es la única institución
social que puede emplear sus ingresos provinentes del robo organizado para
intentar controlar y regular la vida y la propiedad de la gente. Por tanto, la
institución del Estado establece un canal socialmente legitimado y santificado
para que las personas malvadas cometan sus fechorías, emprendan el robo organizado
y manejen poderes dictatoriales. El estatismo, así pues, alienta la maldad, o
como mínimo los aspectos criminales de la naturaleza humana. Como Frank H.
Knight mordazmente resalta: “La probabilidad de que los titulares del poder
sean individuos que detestan su posesión y su ejercicio es análoga a la
probabilidad de que una persona de corazón extremadamente benévolo devenga el
patrono de una plantación de esclavos”[10]. Una sociedad libre, por el hecho de
no instituir una canal legitimado para el robo y la tiranía, desalienta las
tendencias criminales de la naturaleza humana y aviva aquéllas que son
pacíficas y voluntarias. La libertad y el libre mercado desincentivan la
agresión y la compulsión y fomentan la armonía y el beneficio mutuo del intercambio
voluntario, en la esfera económica, social y cultural.
Puesto
que un sistema de libertad promovería la voluntariedad y desalentaría la
criminalidad, además de deponer el único canal legitimado de crimen y agresión,
cabe esperar que una sociedad libre padeciera de hecho menos violencia criminal
y agresiones de las que padecemos actualmente, aunque no hay razón alguna para
asumir que desaparecerían por completo. Esto no es utópico, sino una
implicación de sentido común del cambio de lo que socialmente se tiene por
legítimo y del cambio de la estructura de premio y castigo en la sociedad.
Podemos
aproximarnos a nuestra tesis desde otro ángulo. Si todos los hombres fueran
buenos y ninguna tuviera tendencias criminales, entonces no habría ninguna
necesidad de un Estado, tal y como conceden los conservadores. Pero si por otro
lado todos los hombres son malvados, entonces el caso a favor del Estado es
igualmente débil, pues ¿por qué tiene uno que asumir que aquellos hombres que
componen el gobierno y retienen todas las armas y el poder para coaccionar a
los demás están mágicamente exentos de la maldad que afecta a todas las otras
personas que se hallan fuera del gobierno? Tom Paine, un liberal clásico a
menudo considerado ingenuamente optimista acerca de la naturaleza humana,
rebate el argumento conservador de la maldad humana en pro del Estado fuerte
como sigue: “si toda la naturaleza humana fuera corrupta, estaría infundado
fortalecer la corrupción instituyendo una sucesión de reyes, a quienes debiera
rendirse obediencia aun cuando fueran siempre tan viles...” Paine añadió que
“ningún hombre desde el principio de los tiempos ha merecido que se le confiase
el poder sobre todos los demás”[11]. Y como
el liberal F.A. Harper escribió una vez:
“De
acuerdo con el principio de que la autoridad política debe imponerse en
proporción a la maldad del hombre, tendremos entonces una sociedad en la cual
se demandará una autoridad política completa sobre todos los asuntos humanos...
Un hombre gobernará a todos. ¿Pero quién ejercerá de dictador? Quienquiera que
sea el elegido para el trono con seguridad será una persona enteramente
malvada, puesto que todos los hombres lo son. Y esta sociedad será entonces
regida por un dictador absolutamente malvado en posesión de todo el poder
político. ¿Y cómo, en nombre de la lógica, puede emanar de ahí algo que no sea
pura maldad? ¿Cómo puede ser esto mejor que el que no haya autoridad política
alguna en la sociedad?”[12]
Por
último, como hemos visto, puesto que los hombres son en realidad una mezcla de
virtud y maldad, un régimen de libertad sirve para alentar la virtud y
desalentar la maldad, al menos en el sentido de que la voluntariedad y lo
mutuamente beneficioso es bueno y lo criminal es malo. En ninguna teoría de la
naturaleza humana, por tanto, ya establezca que el hombre es bueno, malo, o una
combinación de ambos, se justifica el estatismo. En el curso de negar que es un
conservador, el liberal clásico Friedrich Hayek apuntó: “El principal mérito
del individualismo [que Adam Smith y sus contemporáneos defendieron] es que es
un sistema bajo el cual los hombres malvados pueden hacer menos daño. Es un
sistema social que no depende para su funcionamiento de que encontremos hombres
buenos que lo dirijan, o de que todos los hombres devengan más buenos de lo que
son ahora, sino que toma al hombre en su variedad y complejidad dada...”[13]
Es
importante señalar qué es lo que diferencia a los liberales de los utópicos en
el sentido peyorativo. El liberalismo no se propone remodelar la naturaleza
humana. Uno de los objetivos centrales del socialismo fue crear, lo cual en la
práctica supone emplear métodos totalitarios, un Hombre Socialista Nuevo, un
individuo cuyo primer fin fuera trabajar diligente y altruistamente por la
colectividad. El liberalismo es una filosofía política que dice: dada cualquier
naturaleza humana, la libertad es el único sistema político moral y el más
efectivo. Obviamente, el liberalismo – como los demás sistemas sociales –
funcionará mejor cuanto más pacíficos y menos agresivos sean los individuos y
menos criminales haya. Y los liberales, como la mayoría de la otra gente,
querrían alcanzar un mundo donde más personas fueran “buenas” y menos
criminales hubiera. Pero esta no es la doctrina del liberalismo per se, que dice
que cualesquiera sea la composición de la naturaleza humana en un momento dado,
la libertad es lo más deseable.
MITO #6: LOS LIBERALES CREEN
QUE CADA PERSONA CONOCE MEJOR SUS PROPIOS INTERESES.
Del
mismo modo que la acusación precedente sugería que los liberales creen que
todos los hombres son perfectamente buenos, este mito les acusa de creer que
todos son perfectamente sabios. Pero como esto no es cierto, con respecto a
mucha gente, el Estado debe intervenir.
Pero
los liberales no asumimos la perfecta sabiduría del hombre más de lo que
asumimos su perfecta bondad. Hay algo de sentido común en la afirmación de que
la mayoría de los hombres conoce mejor que cualquier otro sus propias
necesidades e intereses. Pero no se asume en absoluto que todos siempre conocen
mejor sus intereses. El liberalismo propugna que cada uno debe tener el derecho
a perseguir sus propios fines como estime oportuno. Lo que se defiende es el
derecho a actuar libremente, no la necesaria sensatez de dicha acción.
Es
cierto también, no obstante, que el libre mercado – en contraste con el
gobierno – ha articulado mecanismos que permiten a las personas acudir a
expertos que pueden aconsejar sensatamente acerca de cómo alcanzar los fines
propios de la mejor manera posible. Como hemos visto antes, los individuos
libres no están separados los unos de los otros. En el libre mercado cualquier
individuo, si tiene dudas sobre sus verdaderos intereses, es libre de contratar
o consultar a un experto que le ofrezca consejo en base a su conocimiento
presumiblemente superior. El individuo puede contratar a este experto y, en el
libre mercado, testar continuamente su competencia y su utilidad. Las personas
en el mercado, por tanto, pueden patrocinar aquellos expertos cuyos consejos
estimen más provechosos. Los buenos doctores, abogados o arquitectos serán
recompensados en el libre mercado, mientras que los malos tenderán a ser
desplazados. Pero cuando el gobierno interviene, el experto del gobierno
obtiene sus ingresos mediante la coacción sobre los contribuyentes. No hay
ninguna fórmula de mercado para testar su éxito informando a la gene de sus
verdaderos intereses. Sólo necesita tener habilidad para adquirir el apoyo
político de la maquinaria coercitiva del Estado.
Por
tanto, el experto privado tenderá a florecer en proporción a su habilidad,
mientras que el experto del gobierno florecerá en proporción a su destreza en
obtener prebendas políticas. Además, el experto del gobierno no será más
virtuoso que el privado; su única superioridad radica en el arte de conseguir
favores de aquellos que retienen el poder político. Pero una diferencia crucial
entre ambos es que el experto privado tiene todos los incentivos para velar por
sus clientes o pacientes, obrando del mejor modo posible. El experto del gobierno
carece por completo de semejantes incentivos; él obtiene sus ingresos de todos
modos. Luego el libre mercado tenderá a satisfacer mejor al consumidor.
Espero
que este artículo haya contribuido a limpiar el liberalismo de mitos y
malentendidos. Los conservadores y todos los demás deben ser educadamente
advertidos de que los liberales no creemos que los hombres son buenos por
naturaleza, ni que todos están perfectamente informados acerca de sus propios
intereses, ni que cada individuo es un átomo aislado y herméticamente sellado.
Los liberales no son necesariamente libertinos o hedonistas, ni son
necesariamente ateos; y los liberales enfáticamente creen en principios
morales. Dejemos ahora que cada uno de nosotros se disponga a examinar el
liberalismo tal cual es, sin temor ni partidismos. Yo estoy seguro de que, allí
donde este examen tenga lugar, el liberalismo gozará de un auge impresionante
en el número de sus seguidores.
*
N. del T.: he traducido los términos “libertarianism” y “libertarian” del original
por “liberalismo” y “liberal”, que creo que reflejan mejor el espíritu del
artículo que los términos “libertarismo” y “libertario”, de escasa raigambre en
español en su acepción anglosajona.
[1] John Kenneth Galbraith, The
Affluent Society (Boston: Houghton Mifflin, 1958); F. A. Hayek, "The
Non-Sequitur of the ‘Dependence Effect,’" Southern Economic Journal
(Abril, 1961), pp. 346-48.
[2] Irving Kristol, "No
Cheers for the Profit Motive," Wall Street Journal (Feb. 21, 1979).
[3] Para un llamamiento a aplicar
estándares éticos universales al gobierno, véase Pitirim A. Sorokin and Walter
A. Lunden, Power and Morality: Who Shall Guard the Guardians? (Boston: Porter
Sargent, 1959), pp. 16-30.
[4] Frank S. Meyer, In Defense of
Freedom: A Conservative Credo (Chicago: Henry Regnery, 1962), p. 66.
[5] Thomas E. Davitt, S.J.,
"St. Thomas Aquinas and the Natural Law," in Arthur L. Harding, ed.,
Origins of the Natural Law Tradition (Dallas, Tex: Southern Methodist
University Press, 1954), p. 39
[6] A. P d'Entrèves, Natural Law
(London: Hutchinson University Library, 1951), pp. 51-52.
[7] Karl Wittfogel, Oriental
Despotism (New Haven: Yale University Press, 1957), esp. pp. 87-100.
[8] Acerca de esto y otras sectas
cristianas totalitarias, véase Norman Cohn, Pursuit of the Millenium (Fairlawn,
N.J.: Essential Books, 1957).
[9] Dale Vree, "Against
Socialist Fusionism," National Review (Diciembre 8, 1978), p. 1547. El
artículo de Heilbroner se publicó en Dissent, Verano 1978. Más sob el artículo
de Vree en Murray N. Rothbard, "Statism, Left, Right, and Center,"
Libertarian Review (Enero 1979), pp. 14-15.
[10] Journal of Political Economy
(Diciembre 1938), p. 869. Citado en Friedrich A. Hayek, The Road to Serfdom
(Chicago: University of Chicago Press, 1944), p. 152.
[11] "The Forester's
Letters, III,"(orig. in Pennsylvania Journal, Apr. 24, 1776), en The
Writings of Thomas Paine (ed. M. D. Conway, New York: G. P. Putnam's Sons,
1906), I, 149-150.
[12] F. A. Harper, "Try This
On Your Friends", Faith and Freedom (January, 1955), p. 19.
[13] F. A. Hayek, Individualism
and Economic Order (Chicago: University of Chicago Press, 1948), enfatizado en
el curso de su "Why I Am Not a Conservative," The Constitution of
Liberty (Chicago: University of Chicago Press, 1960), p. 529
Autor:
Murray Rothbard
Traducción:
Albert Esplugas Boter
Este
artículo, publicado inicialmente en Modern Age, 24, 1 (Invierno 1980), pág.
9-15, como “Mito y verdad acerca del liberalismo”*, está basado en una ponencia
presentada en abril de 1979 en el congreso nacional de la Philadephia Society
de Chicago. El tema del encuentro fue “Conservadurismo y Liberalismo”. (Puede
leerse el original en LewRockwell.com).
PANORAMA Liberal
Domingo 29 Diciembre 2013
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