Ya lo dijo Hayek: ¿Por que razón la izquierda creó el nuevo esperpento denominado "nueva mayoría"? Porque desean imponer la dictadura de las mayorías incompatible con las libertades... |
La
insistencia sobre el principio de una ley igual para todos y la consiguiente
oposición a toda suerte de privilegio legalmente reconocido aproximaron
considerablemente el liberalismo al movimiento a favor de la democracia.
En
efecto, en las luchas del siglo XIX para conseguir gobiernos constitucionales,
el movimiento liberal y el democrático fueron a menudo indistinguibles. Pero,
con el transcurso del tiempo, se hicieron cada vez más evidentes las
consecuencias del hecho de que ambas doctrinas estaban ligadas –en última
instancia –a problemáticas muy distintas. El liberalismo se interesa por las
funciones del gobierno y, en particular, por la limitación de sus poderes. Para
la democracia, en cambio, el problema central es el de quien debe dirigir el
gobierno. El liberalismo reclama que todo poder –y por tanto también el de la
mayoría– esté sometido a ciertos límites. La democracia llega, en cambio, a
considerar la opinión de la mayoría como el único límite a los poderes del
gobierno. La diversidad entre ambos principios se patentiza si se piensa en los
respectivos opuestos: para la democracia, el gobierno autoritario; para el
liberalismo, el totalitarismo. Ninguno de los dos sistemas excluye
necesariamente el opuesto del otro: una democracia puede muy bien ejercer un
poder totalitario, y en el límite es concebible que un gobierno autoritario
actúe según principios liberales.
El
liberalismo es, pues, incompatible con una democracia ilimitada, igual que es
incompatible con cualquier otra forma de gobierno de carácter absoluto. La
limitación de poderes, incluso de los representativos de la mayoría, es un
presupuesto ya sea de los principios sancionados en una constitución o bien
aprobados por consenso general, ya sea por una legislación realmente
autolimitativa.
Por
tanto, si es cierto que la aplicación coherente de los principios liberales
conduce a la democracia, es cierto también que la democracia se mantendrá como
liberal únicamente si la mayoría se abstiene de emplear su propio poder para
atribuir a quienes la apoyan ventajas particulares que no pueden traducirse en
normas generales y por lo tanto válidas para todos los ciudadanos. Si bien una
tal situación puede verificarse en el caso de una asamblea representativa cuyos
poderes estén limitados solamente a la aprobación de leyes (en el sentido de
normas generales de mera conducta) sobre las que es probable que exista el
asentimiento de la mayoría, ello resulta extremadamente improbable en el caso
de una asamblea que dicte medidas específicas de gobierno. En una tal asamblea
representativa, que une a los poderes propiamente legislativos los poderes de
gobierno y que, por lo tanto, en el ejercicio de estos últimos no está
vinculada por norma que no pueda modificar, es poco probable que la mayoría se
forme sobre la base de una genuina concordia de objetivos. Consistirá más bien
en la coalición de una variedad de intereses particulares organizados, cada uno
de los cuales concederá a los otros alguna ventaja particular. Donde, como es
prácticamente inevitable en un cuerpo representativo con poderes ilimitados,
las decisiones se toman a través de un mercadeo de ventajas particulares entre
los distintos grupos y donde, por lo tanto, la formación de una mayoría capaz
de gobernar depende de tal mercadeo, es casi inconcebible que estos poderes se
empleen exclusivamente a favor de intereses verdaderamente generales.
Ahora
bien, si, por los motivos señalados, es casi inevitable que una democracia
ilimitada acabe por abandonar los principios liberales a favor de medidas
discriminatorias destinadas a favorecer a los diversos grupos que apoyan a la
mayoría, puede dudarse con fundamento que, a la larga una democracia pueda
mantenerse si abandona esos principios. Si el gobierno se arroga tareas que,
por su magnitud y complejidad, es imposible dirigirlas realmente según las
decisiones de la mayoría, parece inevitable que un aparato burocrático cada vez
más independiente del control democrático se apropie de los poderes efectivos.
No es, pues, improbable que el abandono del liberalismo por parte de la
democracia conduzca, a la larga, a la desaparición de la democracia misma. En
particular caben pocas dudas de que el tipo de economía dirigido desde el
centro, hacia la que parece orientarse la democracia, exige, para ser
gestionado con eficacia, un gobierno dotado de poderes autoritarios.
PANORAMA Liberal
Martes 24 Diciembre 2013
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