La situación en la planta nuclear de Fukushima entró a una fase crítica y la situación es preocupante debido al peligro de una fuga de radiactividad mientras arrecian las críticas de la Agencia Internacional de Energía Atómica y del resto de los países, respecto a que las autoridades de Tokio no entregan la información necesaria para prevenir o la entregan con retraso. Pero, lo más probable es que no dispongan de información dado lo sorpresivo del evento lo que sería mucho más grave.
Las estructuras basadas en la razón
En 1849, el político español Juan Donoso Cortés planteaba que “la causa de todos nuestros errores, señores, es que ignoráis la dirección de la civilización y del mundo. Creéis que la civilización y el mundo progresan, ¡y retroceden!”. En realidad, la gran masa no sabe si avanza o retrocede, puesto que la clase política que hemos puesto en el poder llevan la dictadura de la razón a su última expresión, y en base a palabras grandilocuentes y brillantes nos mantienen en la oscuridad.
Si Voltaire renaciera, se espantaría de las estructuras que han armado los que gozan del poder y que supuestamente debieran guiar el progreso de la humanidad. Mientras tanto, disponemos de una especie de democracia que no logra afianzarse del todo y que sigue de crisis en crisis, pese a que en muchas sociedades se siguen organizando “fiestas de disfraces” basadas en referéndums, elecciones y debates, pero que son solo una cortina de humo que impide ver el escenario en el que actúan aquellos que elegimos con nuestro voto.
Es decir, las actuales estructuras asociadas al poder han sido construidas para alejar a los ciudadanos de los recintos en los cuáles se traman y se elaboran las acciones que debemos sufrir. Y debe ser por eso que los Parlamentos se han transformado en un autentico circo y en un instrumento muy útil para que los grupos de presión logren sus fines. Tras bambalinas se está cociendo el pavo, pero muy pocos controlan la temperatura, mientras el resto solo pagan la cuenta del gas.
El ciudadano medio se ha dejado seducir por el canto de sirenas de los políticos en los parlamentos del mundo, y lo más terrible es que les creemos cuando sabemos que nos dicen mentiras. Es una ignorancia deliberada equivalente a esconder la cabeza bajo tierra. Así, en una extraña mezcla de resignación, impotencia e ignorancia, escuchamos a estos “servidores públicos” cuando nos hablan de las nuevas leyes que nos cambiarán la vida, pero que en realidad la terminan trastornando para peor. Un buen ejemplo es el Transantiago del que nos decían que “nos cambiaría la vida”, lo que finalmente aconteció, para nuestra desgracia.
Y como la clase política cree que la gente usa la ignorancia deliberada como una defensa sicológica, crearon el mito del secreto, es decir, crearon el mito de que la gente no quería o no estaba dispuesta a saber los detalles de cómo se tomaban las decisiones en los pasillos del poder. En realidad, este mito sirve más a los políticos que se benefician al no tener que rendir cuentas permanentemente. Y, por eso les molesta la aparición de WikiLeaks y Assange.
WikiLeaks asalta el mito del secreto
Tal como se asalta un palacio de altos muros, WikiLeaks ha asaltado la fortaleza construida por la clase política, consistente en ocultar información relevante al público como una manera de defenderse y mantenerse en el poder. Así, el interés por los papeles de WikiLeaks se explica porque revelan como nunca antes hasta qué grado los políticos de Occidente –y con mayor razón en las dictaduras de todos los colores- han estado engañando y ocultando información a sus ciudadanos.
Y esta costumbre los gobiernos la asumen como un derecho adquirido, y por eso que las élites políticas en todo el mundo están muy irritadas y contrariadas lo que indica el real alcance y significado que se ventilen sus maniobras tras bambalinas. Y buscan excusas y subterfugios como “se pondrán en peligro vidas humanas”, “se arruinarán nobles esfuerzos en la lucha contra el terrorismo”, “se debilitarán las relaciones entre los países”, “se expondrán situaciones embarazosas”, etc.
La clase política se olvida que le siguen mintiendo a los ciudadanos
Obama calificó las filtraciones de “actos deplorables”; Clinton condenó las acciones de Wikileaks y lamentó las filtraciones. Y todo porque quedaban al descubierto las maniobras u órdenes menos confesables ante la opinión pública, se acumulaban pruebas del doble discurso entre aliados en los más diversos asuntos, se dejaba en evidencia ante el mundo opiniones, declaraciones y acciones que habían sido convenientemente ocultadas.
La clase política está persiguiendo a WikiLeaks y Assange, pero no aceptan que los ciudadanos responsables tengan interés legítimo en las actividades ocultas de los gobiernos. En otras palabras, no desean discutir hasta que nivel han estado engañando a los ciudadanos que los eligen.
Las mentiras de la democracia
Y lo más complejo de todo, es que el mito del secreto afecta a los fundamentos democráticos de nuestras sociedades, aumentando el creciente escepticismo de los ciudadanos con los que gobiernan. En todo el mundo, el desprecio hacia la actividad política alcanza niveles alarmantes lo que provoca el efecto expulsión de los buenos políticos: solo quedan en la actividad los que son capaces de vivir y respirar en las alcantarillas del poder, sin máscaras y desnudos.
Las mentiras y el ocultamiento deliberado de información atentan contra los fundamentos de la democracia que tanto cuesta construir porque elegimos personas que nos deben representar pero terminan actuando en beneficio propio y nunca lo sabemos mientras seguimos votando por él; se construyen carreteras y puentes a costos muy superiores a lo razonable; no se hacen las inversiones en el momento apropiado y nadie lo sabe; se siguen consumiendo alimentos contaminados y nadie fiscaliza; se impide la competencia en los mercados y nadie se entera; se emite polvo radiactivo al medioambiente y a nadie le preocupa; los parlamentarios contratan a parientes como asesores y nadie dice nada; etc.
Las élites políticas han demostrado con creces que son incompetentes y deben ser supervisadas estrechamente en el ejercicio del poder. Su accionar atenta contra la democracia. Los más cínicos argumentarán que “así se ha hecho siempre y no tiene porqué cambiar…vamos, confíen en nosotros, no desvelen nuestros secretos porque, a cambio, les ofrecemos seguridad…”. Vil chantaje.
Pero, ¿qué seguridad pueden ofrecer a cambio de la aceptación de ese chantaje?. La clase política ha generado estructuras que no pueden supervisar adecuadamente porque los intereses bastardos se imponen. Se arruinan países enteros, el desempleo crece, la corrupción se enseñorea, la naturaleza nos reta con nuevos desafíos, los países más poderosos invaden a los más débiles usando los pretextos más viles, se deterioran los niveles de vida y de riqueza de los ciudadanos, el futuro se percibe incierto, las crisis de todo tipo se suceden unas a otras…Y, mientras todo esto pasa en la trastienda, las élites G-7, G-9, G-20, se siguen reuniendo en los lugares más exquisitos y refinados del mundo para mantener vivo el diálogo y mantener el secreto de sus discursos y operaciones.
En realidad, el mito del secreto de las clases políticas no garantiza una buena y mejor vida, sino una vida más incierta, y con una democracia más débil.
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