Carlos
Rangel nació en Caracas, en 1929. Cursó estudios superiores de literatura
comparada en Estados Unidos y Francia, y fue profesor de Lengua y Literatura
Española e Hispanoamericana en la New York University y de Periodismo
informativo y de opinión en la Universidad Central de Venezuela. Después de
haber servido como Primer Secretario de la Embajada de Venezuela en Bélgica,
asumió, en 1959, la Sub-dirección del semanario caraqueño Momento, dando inicio
a una importante labor como analista político en la prensa de su país.
Paralelamente, fue desde 1960, uno de los principales promotores de los
programas de opinión en la televisión venezolana. Fue, asimismo, columnista
habitual del semanario Resumen y colaborador de otros órganos de prensa
locales. Podemos considerar su legado en Venezuela como muy significativo y se
convirtió en una de las personalidades más destacadas de la historia de dicho
país.
El
15 de enero de 1988 a los 58 años de edad se quita la vida lo que resultó en un
rudo golpe para su familia, amigos y para el pensamiento latinoamericano.
Carlos Montaner planteó, años después, que “cuando fue derribado el Muro de Berlín,
sólo un año más tarde, no pude evitar pensar cuánto habría disfrutado Carlos la
desaparición del comunismo en Europa y el total descrédito del marxismo: la
historia había confirmado sus mejores razonamientos e intuiciones. Sin embargo,
estoy seguro de que habría sufrido terriblemente a partir de la década de los
noventa, cuando Venezuela se colocó en un peligroso plano inclinado y comenzó
una deriva irresponsable hacia el abismo”.
Leer
su libro “Del buen salvaje al buen revolucionario” es hoy un buen punto de
partida para adentrarse en su obra con el fin de iniciar un examen profundo de
las razones que han conducido a Latinoamérica a un estado permanente de sueño y
pesadilla inconcluso. Después de la caída de los socialismos reales de fines de
los ’80 del siglo pasado, las letanías socialistas han vuelto, vestidas ahora con
el aura mágica de la democracia, para implantar una nueva dictadura, la de las
mayorías, que les habilita –supuestamente- para que sus líderes se reelijan permanentemente
imponiendo visiones de mundo fracasadas por la historia. Hoy, predominan las
democracias intervenidas por políticos socialistas que solo buscan perpetuarse
en el poder para continuar fabricando mediocridad y pobreza.
El
camino a la riqueza que Latinoamérica no ha podido emprender tiene como
principales causas la ausencia de liderazgos de futuro y amplia visión o la
permanente presencia de liderazgos de izquierda que han sometido intelectualmente
a las masas. Es decir, nuestro sempiterno subdesarrollo hunde sus raíces en la
gente que nos ha gobernado durante estos 200 años de vida libre, elegidos por un
pueblo sin autoestima, carente de vigor propio, y al que le han dicho siempre
que son lo que son por culpa del “imperialismo”, de los “empresarios”, del “neoliberalismo”
y de un sinnúmero de tristes razones que solo forman parte del arsenal
propagandístico de una izquierda simplona y escasa de ideas…
Conviene
releer a Carlos Rangel, y en esta oportunidad les presentamos un extracto de la
Introducción de su obra “Del buen salvaje al buen revolucionario”…
“DEL
FRACASO A LA MITOLOGIA COMPENSATORIA
Entre 1492 y 1975 han transcurrido
casi quinientos años, medio milenio de historia. Si nos proponemos calificar
esos casi cinco siglos de historia latinoamericana en la forma más sucinta,
pasando por encima de toda anécdota, de toda controversia, de toda distracción,
yendo al fondo de la cuestión antes de desmenuzarla, lo más certero, veraz y
general que se pueda decir sobre Latinoamerica es que hasta hoy ha sido un
fracaso.
Esta afirmación puede
parecer escandalosa, pero es una verdad que los latinoamericanos llevamos
prendida en la conciencia, que callamos usualmente por dolorosa, pero que
traspasa y sale a la luz cada vez que tenemos momentos de sinceridad. Es decir
que somos los mismos latinoamericanos quienes calificamos nuestra historia como
una frustración. El mayor héroe de América Latina, Bolívar, escribió en 1830:
“He mandado veinte años, y de ellos no he sacado más que pocos resultados
ciertos: 1. La América (Latina) es ingobernable para nosotros; 2. el que sirve
una revolución ara en el mar; 3. la única cosa que se puede hacer en América
(Latina) es emigrar; 4. este país (la Gran Colombia luego fragmentada entre
Colombia, Venezuela y Ecuador), caerá infaliblemente en manos de la multitud
desenfrenada para después pasar a tiranuelos, casi imperceptibles de todos los
colores y razas; 5. Devorados por todos los crímenes y extinguidos por la
ferocidad, los europeos no se dignarán conquistarnos; 6. si fuera posible que
una parte del mundo volviera al caos primitivo, éste sería el último período de
la América (Latina)”.
En esos seis puntos de
Bolívar está condensado en su forma extrema el pesimismo latinoamericano, el
extremo juicio adverso de los latinoamericanos sobre nuestra propia sociedad.
Pero vale la pena subrayar que por lo menos algunas de las profecías
desesperadas de Bolívar se cumplieron al pie de la letra, por lo cual no se las
puede atribuir únicamente al estado depresivo de un hombre envejecido,
decepcionado y amargado, sino que son apreciaciones en las cuales están
presentes toda la agudeza sociológica y toda la visión política del Libertador.
Desde 1830 hasta hoy se
acumulan otros datos y otros puntos de referencia, adicionales a los
disponibles para Bolívar al formular su juicio sobre el futuro de
Latinoamérica:
1. El éxito desmesurado de
los EE.UU., en el mismo “Nuevo Mundo” y en el mismo tiempo histórico.
2. La incapacidad de la
América Latina para la integración de su población en nacionalidades
razonablemente coherentes y cohesivas, de donde esté, si no ausente, por lo
menos mitigada la marginalidad social y económica.
3. La impotencia de la
América Latina para la acción externa, bélica, económica, política, cultural,
etc.; y su correspondiente vulnerabilidad a acciones o influencias extranjeras
en cada una de esas áreas.
4. La notoria falta de
estabilidad de las formas de gobierno latinoamericanas, salvo las fundadas en
el caudillismo y la represión.
5. La ausencia de
contribuciones latinoamericanas notables en las ciencias, las letras o las
artes (por más que se pueden citar excepciones, que no son sino eso).
6. El crecimiento
demográfico desenfrenado, mayor que el de cualquier otra área del planeta.
7. El no sentirse
Latinoamérica indispensable, o ni siquiera demasiado necesaria, de manera que
en momentos de depresión (o de sinceridad) llegamos a creer que si se llegara a
hundir en el océano sin dejar rastro, el resto del mundo no sería más que
marginalmente afectado.
Casi siglo y medio después
de Bolívar, uno de los primeros intelectuales hispanoamericanos (Carlos
Fuentes) podía escribir: “Existe (para la América Latina) una perspectiva mucho
más grave: a medida que se agiganta el foso entre el desarrollo geométrico del
mundo tecnocrático y el desarrollo aritmético de nuestras sociedades ancilares,
Latinoamérica se convierte en un mundo prescindible para el imperialismo.
Tradicionalmente hemos sido países explotados. Pronto ni esto seremos: no será
necesario explotarnos, porque la tecnología habrá podido -en gran medida lo
puede ya- sustituir industrialmente nuestros ofrecimientos mono-productivos. ¿Seremos,
entonces, un vasto continente de mendigos? ¿Será la nuestra una mano tendida en
espera de los mendrugos de la caridad norteamericana, europea y soviética?
¿Seremos la India del Hemisferio occidental? ¿Será nuestra economía una simple
ficción mantenida por pura filantropía?”.
Como el de Bolívar, el
pesimismo de Fuentes es insoportable para el amor propio latinoamericano. El
mismo Fuentes pasa de esas reflexiones pavorosas al postulado de una acción
revolucionaria, una ruptura indispensable para rescatar o crear una identidad
latinoamericana menos lamentable, un proyecto modesto, pero propio y viable,
que nos permita ser dentro del mundo, si no indispensables o distinguidos por
lo menos independientes.
En todo caso, desde Bolívar
hasta Carlos Fuentes, todo latinoamericano profundo y sincero ha reconocido, al
menos por momentos, el fracaso -hasta ahora- de la América Latina.
Las colectividades humanas,
enfrentadas con la realización de que otros formulan proyectos envidiables y
los cumplen con éxito, pueden intentar la emulación, o bien el rechazo de los
valores implícitos en los proyectos y los éxitos envidiados. También es posible
(y este es el caso de América Latina) intentar la emulación, y al no tener el
éxito esperado, refugiarse en la mitología como explicación para el fracaso e
invocación mágica de un desquite futuro…”
Fuente:
Extracto de la Introducción del libro DEL BUEN SALVAJE AL BUEN REVOLUCIONARIO
del autor Carlos Rangel
PANORAMA Liberal
Martes 29 Julio 2014
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