En forma recurrente, surge en la discusión pública el
tema de la desigualdad de ingresos y se indica al principal culpable de ello:
el mal comportamiento de los mercados libres. En otras palabras, algunos
piensan que el funcionamiento de los mercados libres provoca la mala
distribución del ingreso y de la pobreza. Claro está, estas conclusiones son
explotadas y reiteradas majaderamente por los oportunistas de siempre que ven en
esta situación un argumento para continuar profundizando la centralización y concentración
económica. Y su correspondiente resultado: la desigualdad del ingreso. Por lo
tanto, los que piensan de esta manera, ¿son necios o son interesados?, La
respuesta es precisa.
Supongamos que los empresarios son unos tipos detestables,
avaros, codiciosos e inescrupulosos; siempre ávidos para obtener los mayores
beneficios posibles de su gestión comercial; siempre buscando la forma de
coludirse y castigar a los consumidores con mayores precios y menores
condiciones comerciales…Entonces, ¿a qué socios buscarían para aumentar sus
beneficios?. Está claro que buscarían el amparo de cierta clase de políticos
“sensibles respecto de la desigualdad” que prometen alegremente usar el poder
policial del Estado para regular y eliminar la competencia, lucrando en
perjuicio de los consumidores, castigando a los trabajadores. Lo paradójico es
que los políticos ¡culpan a los mercados libres!, mientras los malos
empresarios sonríen tras bambalinas ignorando que están jugando con fuego.
Desde el fracaso de la utopía socialista de la Unión
Soviética, los socialismos modernos -en todas sus variantes- han terminado
aceptando, a regañadientes, el papel de los mercados libres como la opción más
eficiente para asignar los recursos escasos, pero lo han intervenido hasta el
cansancio transformando su estructura y los resultados que genera. En la
actualidad, los mercados están muy concentrados, y la desigualdad de ingresos
es uno de los peores resultados.
En resumen, dicha concentración económica surge de un
perverso contubernio entre cierto tipo de empresario, enemigo de la
competencia, y los políticos de matriz socialista, siempre ansiosos por
aparecer como defensores de la moral y de las personas. Y surge la gran
paradoja: piden más Estado para regular los mercados concentrados creados por
una regulación socialista. Lo extraño es que los políticos que restringen la
competencia en los mercados hayan salido indemnes de todas las catástrofes que
han creado.
LA DESIGUALDAD Y LA
POBREZA SON CONCEPTOS DIFERENTES.
Antes de continuar debatiendo respecto de la relación
concentración económica versus desigualdad, conviene reparar que la desigualdad
y la pobreza son dos cosas muy distintas. Lo resumía alguien diciendo que “no
me importa la desigualdad, porque no soy envidioso. Me importa la pobreza”,
¿Qué quiere decir?.
En términos coloquiales, “ser pobre” es no disponer de
las mínimas condiciones para desenvolverse con comodidad en la vida cotidiana.
Veamos algunos casos.
CASO 1: Alimentación. Una persona es pobre cuando no
dispone de muchas opciones en el ámbito de la alimentación. Por ejemplo,
consume con frecuencia pan con te como único alimento diario.
CASO 2: Vestuario. Una persona es pobre cuando compra
ropa usada para renovar su vestuario o usa ropa por más de 10 años.
CASO 3: Transporte. Una persona es pobre cuando no
dispone de los recursos para movilizarse a diario en la locomoción colectiva.
Por lo tanto, una persona es pobre cuando le es difícil
integrarse a la vida diaria en las mínimas condiciones porque no dispone del
suficiente nivel de ingresos y la sociedad no le otorga las necesarias
oportunidades para que desarrolle los talentos que la naturaleza le ha
concedido. El verdadero problema, entonces, es que los malos empresarios y sus
socios, los políticos “bien intencionados”, al restringir el funcionamiento de
los mercados reducen las oportunidades para que los más pobres puedan surgir
por sus propios medios; crean más pobres y la pobreza se incrementa a tasas
crecientes, y, lo más complejo, crean la peor de las pobrezas, la pobreza
mental, que inhibe la iniciativa para progresar por sus propios medios.
No debe extrañarnos que las sociedades que pretenden
redistribuir la riqueza mediante políticas tributarias terminan cercenando la
iniciativa individual y promoviendo el surgimiento de una serie de conductas
inaceptables moralmente como la desidia, el desinterés y el resentimiento hacia
los que tienen más. Han logrado igualar la distribución del ingreso con la
pobreza y han creado el combustible para la revuelta y el descontento.
La desigualdad no es lo mismo que la pobreza. Los pobres
de hoy viven como vivían antaño los más ricos, y por cierto debemos crear una
sociedad que les brinde las necesarias oportunidades que les permita progresar
por sus propios medios. En cambio, la desigualdad surge de un juicio normativo
y valórico que se pregunta si ¿es justo que una persona gane 50 veces más de lo
que gana otra?, e intenta contestarla por medio de la coacción estatal.
Algunos consideran inaceptable la desigualdad como si la
igualdad fuera la norma. Por un lado, nos hablan de aceptar la diversidad
sexual, marchar con sostenes, etc., pero en el ámbito económico todos debemos
ser cada vez más iguales, aunque sea por medios administrativos. Aúllan de manera
inmediata cuando sale el tema de la desigualdad: ¡No es posible que una persona
gane más que otras!
La desigualdad es la norma en las sociedades humanas, y
no es una evidencia de algo erróneo, sino la manifestación de diferencias
insoslayables, ¡los seres humanos somos diferentes!, ¿Por qué esa diferencia no
puede manifestarse económicamente?, ¿Porque es inmoral o porque soy envidioso?.
La respuesta es única: algunas personas son envidiosas y resentidas, creen que
la vida ha sido injusta con ellos y el Estado debe reparar esta supuesta
injusticia.
Lo único que debe preocupar a los políticos honestos es
sacar de la pobreza a sus conciudadanos por medio de liberar las fuerzas
creativas que ellos poseen, pero al igualar ambos conceptos, se pretende
reducir la pobreza extrayendo la riqueza de los más talentosos.
LA MALDITA
CONCENTRACIÓN ECONÓMICA SOCIALISTA
Recientemente, en un informe hecho público, el Foro
Económico Mundial ha realizado un llamado al país para mejorar su productividad
y diversificar su modelo de crecimiento hacia actividades de mayor valor
añadido. Es cierto que Chile sigue siendo una de las economías más competitivas
de América Latina, pero en un entorno de “estancamiento generalizado” y
debilidad institucional.
Entre los ítems más relevantes del estudio, una de los
peores calificaciones la recibe en grado de concentración económica (“Extensión
de dominio en los mercados”), ocupando el lugar 134. Acá se analiza si la
actividad corporativa de un país está dominada por pocos o varios grupos
empresariales. Chile quedó en el último lugar de América Latina, con la misma
calificación que Libia, Venezuela y Gabón.
En esos días se le consultó al ministro de hacienda,
Felipe Larraín, por dicha puntuación y replicó “lo importante es que existan
libres entradas y que no haya barreras. Una de las maneras es a través de tener
un sistema comercial abierto al mundo y hoy Chile tiene una de las tarifas
promedio más bajas…”. En suma, con estas autoridades autocomplacientes no podemos
ir a la guerra.
Hemos creado una economía de corte socialista, altamente
concentrada, regulada y de bajos precios. El peor de los mundos, porque la
solución a la pobreza radica en producir riqueza más que en distribuirla, y con
este nivel de concentración económica, la dinámica de los mercados desaparece, se
pierde la capacidad de innovación y se reduce la generación de riqueza actual y
potencial. Es más, Chile se ha convertido en un pérfido exportador hacia América
Latina del concepto de retail que usa la estrategia de liderazgo en costos tipo
“los precios más bajos, siempre” que implica que “pago los salarios más bajos,
siempre”. Este modelo de negocio se basa en aumentar los puntos de venta,
eliminando a la competencia potencial por bajos precios y uniformando las
prestaciones.
En términos técnicos, la industria del retail se basa en
implementar las economías de escala que son los ahorros de costos asociados al
tamaño de la actividad. Así, disponen de una alta centralización de la gestión,
salas de venta con trabajadores de bajo costo y un proceso centralizado de
compras. Además, esta industria genera economías de ámbito al reducir costos
por vender múltiples productos utilizando las mismas instalaciones o estructuras.
En otras palabras, esta industria masiva elimina la posibilidad de mejora e
innovación.
La maldita concentración económica socialista reduce las
opciones de que las personas puedan progresar laboral y económicamente, Por
ejemplo, pensemos en las huelgas como fuente de negociación. Si un cierto
trabajo no se adecúa a mis características, ¿por qué ir a la huelga si es más
eficiente buscar otro empleo?. La gente va a la huelga por dos razones: en
primer lugar, no hay otras opciones de trabajo en el mercado, y en segundo
lugar, se han creado altas barreras de salida como la indemnización por años de
servicio. Así surge la desigualdad, ¿qué podemos hacer?.
¿CÓMO PODEMOS
ENFRENTAR A LA MALDITA ECONOMÍA SOCIALISTA?
En primer lugar, debemos concentrarnos en reducir la
pobreza porque, por más desigualdad que exista entre los miembros de una
sociedad, lo verdaderamente importante radica en que las grandes mayorías dispongan
de los bienes necesarios para continuar incrementando su riqueza y bienestar por
sus propios medios, más allá del porcentaje de la riqueza global que les
pertenezca. Así, mientras más riqueza produzca una sociedad, mayor es el
producto del que cada individuo dispondrá más allá del porcentaje destinado a
cada uno, pudiendo así crecer en relación a su aporte a la sociedad. Lo
anterior es una condición necesaria pero insuficiente.
En segundo lugar, por lo tanto, los esfuerzos que se
concentran en aminorar las desigualdades no es eficiente. La verdadera solución
no es continuar profundizando la regulación en los mercados y la consiguiente
concentración económica, sino en aumentar el nivel de competencia en todos los
mercados para evitar que la concentración económica conduzca a que grandes
conglomerados usen estrategias de bajos costos con bajos salarios.
Sin embargo, sabemos que esta economía de corte
socialista es difícil de revertir porque se ha armado todo un tinglado
político, legal y cultural (¡que ellos llaman neoliberalismo!) que ha permitido
su aparición a nivel global. Nos han hecho creer que estos grandes y perversos
negocios requieren control y regulación…¡para incrementar la concentración…y
aumentar la desigualdad del ingreso por falta de oportunidades!.
En resumen, las crecientes desigualdades del ingreso en
las sociedades modernas no son el resultado de los mercados libres sino todo lo
contrario: ¡son el resultado de la creciente intervención regulatoria en los mercados
libres que termina concentrando la riqueza y aumentando la desigualdad del
ingreso!.
PANORAMA Liberal
Miércoles 11
Septiembre 2013
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