Hans-Hermann Hoppe se pregunta ¿porque los políticos son tan malos?, ¿está dispuesto a saber su punto de vista? |
Una de las tesis más
extensamente aceptadas entre los economistas políticos es la siguiente: Todos
los monopolios son malos desde el punto de vista de los consumidores. Por
monopolio se entiende, en su sentido clásico, como un privilegio exclusivo
otorgado a un productor unico de un bien o servicio, o sea, como la ausencia de
entradas libres en una línea particular de producción. Es decir, sólo una
agencia, A, puede producir un bien dado, X. Cualquier monopolio es malo para
los consumidores porque, protegido de nuevos participantes potenciales en su
área de producción, el precio del producto X será más alto y la calidad más
baja que si fuera de otro modo.
Esta verdad elemental ha
sido invocada con frecuencia como un argumento a favor del gobierno democrático
como opuesto al gobierno clásico, monárquico o señorial. Porque bajo la
democracia la entrada al aparato gubernamental es libre –cualquiera puede
llegar a ser primer ministro o presidente – mientras que bajo la monarquía está
restringido al rey y su heredero. Sin embargo, este argumento en favor de la
democracia adolece de fallas fatales.
La entrada libre no
siempre es buena. Libertad de entrada y competencia en la producción de bienes
son buenas, pero en la producción de algo malo no lo son. Libertad de entrada
en el negocio de torturar y matar inocentes, o la libre competencia de
falsificar o estafar, por ejemplo no son buenas; es peor que malo.
¿Así que qué tipo de
"negocio" es gobernar? La respuesta: no es un productor usual de
bienes en venta a consumidores voluntarios. Por lo tanto es un
"negocio" dedicado a robar y a expropiar – por medio de impuestos y
falsificación – y a guardar para sí los bienes robados. De ahí que, la libertad
de entrar en el gobierno no mejora algo bueno. En realidad, hace las cosas
peores, es decir, agrava lo malo.
Desde que el hombre es
como es, en toda sociedad existen personas que codician la propiedad de los
demás. Algunas personas están más inclinadas a este sentimiento que otras, los
individuos aprenden generalmente a no actuar bajo tales pasiones y aún más, se
sienten avergonzados de tenerlas. Ordinariamente pocos individuos son incapaces
de suprimir exitosamente sus apetitos por la propiedad de otros, y son tratados
como criminales por sus congéneres y reprimidos bajo la amenaza del castigo
físico. Bajo el gobierno señorial, sólo una sola persona – el príncipe – puede
actuar legalmente bajo el deseo por la propiedad de otra persona, y esto es lo
que lo convierte en un peligro potencial y en un "malo".
Sin embargo, un príncipe
es restringido en sus deseos de redistribución porque todos los miembros de la
sociedad han aprendido a considerar el tomar y redistribuir la propiedad de
otras personas, como vergonzoso e inmoral. Por consiguiente miran cada acción
del príncipe con sospecha suprema. En claro contraste, al abrir la entrada en
el gobierno, a cualquiera le es permitido expresar libremente su deseo por la
propiedad de otros. Lo qué era considerado anteriormente como inmoral y por
consiguiente suprimido, es ahora considerado como un sentimiento legítimo.
Todos pueden codiciar abiertamente la propiedad de otros en nombre de la
democracia; y todos pueden actuar bajo este deseo por la propiedad de otros,
siempre y cuando logren entrar en el gobierno. De ahí que bajo la democracia
cualquiera puede llegar a ser una amenaza.
En consecuencia, bajo
condiciones democráticas, el popular deseo por la propiedad de otra persona,
aunque inmoral y antisocial, es sistemáticamente reforzado. Toda demanda es
legítima si es proclamada públicamente bajo la protección especial de la
"libertad de expresión". Todo puede ser dicho y reclamado, y todo
está a disposición de cualquiera. Ni siquiera el aparentemente seguro derecho
de propiedad privada está exento de alguna solicitud de redistribución. Peor
aún, mediante elecciones populares, aquellos miembros de la sociedad con poca o
ninguna inhibición para hacerse a la propiedad de otras personas, eso es
amorales habituales, con gran talento para obtener las mayorías populares para
una multitud de demandas moralmente irreprimidas y mutuamente incompatibles
(demagogos eficientes) tenderán a ganar entrada y ascenso a la cima del
gobierno. De ahí que, una situación mala llega a ser todavía peor.
Históricamente, la
selección de un príncipe fue por el accidente de su nacimiento noble, y
típicamente el único requisito personal fue su educación como futuro príncipe y
custodio de la dinastía, su posición, y sus posesiones. Esto no aseguraba que
un príncipe no fuera malo y peligroso, por supuesto. Sin embargo, vale recordar
que todo príncipe que fallaba en su deber primario de preservar la dinastía –
que arruinaba el país, que causaba inestabilidad, confusión y disensión
civil, o que de
cualquiera forma pusiera en peligro la posición de la dinastía – encaraba el
riesgo inmediato o bien de ser neutralizado o de ser asesinado por otro miembro
de su propia familia. En todo caso, sin embargo, incluso si el accidente del
nacimiento y educación no impidiera que un príncipe quizás fuera malo y
peligroso, el accidente de un nacimiento noble y una educación magnífica tampoco
impedía que fuera un diletante inocuo o aún una persona buena y moral.
Por lo contrario, la
selección de gobernantes por medio de elecciones populares hace casi imposible
que una persona buena o inocua pueda jamás subir a la cúspide. Primeros
ministros y presidentes son escogidos por su eficiencia probada como demagogos
moralmente laxos. Por lo tanto la democracia asegura virtualmente que sólo
personas malas y peligrosas suban al más alto gobierno.
Efectivamente, a
consecuencia de la libre competencia y selección políticas, los que suben
llegan a ser individuos cada vez más malos y peligrosos, pero como vigilantes
transitorios e intercambiables sólo en pocas ocasiones son asesinados.
No puede haber mejor cita
que la de H.L. Mencken en este contexto. "Los políticos," dice con su
agudeza típica, "nunca o rara vez logran [el cargo público] por mérito solamente,
por lo menos en estados democráticos. A veces, claro está, sucede, pero sólo por
un milagro especial. Normalmente son escogidos por razones bastante diferentes,
la principal de las cuales es simplemente su poder de impresionar y hechizar a los
marginados intelectuales….
¿Acaso alguno de ellos se
aventura a decir la verdad simple, toda la verdad y nada más que la verdad
acerca de la situación del país, sea éste extranjero o doméstico?
¿Se abstendrá de hacer
promesas que sabe que no puede cumplir – que ningún humano podría cumplir?
Ahora, resulta fácil comprender porque un tipo como Girardi aún continúa en política... |
¿Pronunciará una palabra,
por obvia que sea, que alarme o enajene a cualquiera de la inmensa mayoría de
imbéciles que se arraciman en la coyuntura pública, revolcándose en la papilla
cada vez más y más delgada, esperando que llegue lo que no ha de llegar?
Respuesta: puede ser
cierto, pero sólo por unas pocas semanas al comienzo….Pero nunca después que el
asunto se ha debatido suficientemente, y la lucha está en su punto álgido….
Prometerán a cada hombre, mujer y niño en el país, cualquier cosa que quieran
oir. Recorrerán los campos en busca de oportunidades de hacer rico al pobre, de
remediar lo irremediable, de asistir al que ya ni siquiera necesita socorro, de
descifrar lo indescifrable, de desinflamar lo ininflamable. Todos estarán
curando verrugas con palabras mágicas y saldando la deuda pública con dinero
que nadie tendrá que ganar. Cuándo uno de ellos demuestra que dos veces dos son
cinco, otro demostrará que son seis, seis y una mitad, diez, veinte, N. Para
abreviar, se despojarán de su carácter de hombres sensatos, sinceros y veraces,
y se convertirán simplemente en candidatos para el oficio, centrados solamente
en arrinconar votos. Todos sabrán en ese entonces, suponiendo que algunos aún
no lo saben, que los votos se obtienen en la democracia, no con palabras
coherentes y juiciosas sino hablando tonterías, y se aplicarán al trabajo con
entusiasmo, cantando y bailando. La mayoría, antes que el alboroto termine, ya
estarán realmente convencidos. El ganador será quien haga la mayor cantidad de
promesas con la menor posibilidad de cumplir".
Autor: Hans-Hermann Hoppe,
miembro principal del Instituto Ludwig von Mises, catedrático de economía en la
Universidad de Nevada, en Las Vegas, y redactor de The Journal of Libertarian
Studies. Traducción de Rodrigo Betancur
PANORAMA Liberal
Lunes 15 abril 2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario