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martes, 20 de octubre de 2015

La Columna de Liberalio LA RENTABILIDAD DE LA HONRADEZ O EL MITO DEL POLÍTICO HONESTO.


En marzo del año 2014, el futbolista Aaron Hunt, de la Bundesliga, hizo corregir a un árbitro por cobrar a su favor un penal que no existió. El hecho tuvo lugar en un partido entre el Werder Bremen y el Nuremberg, y Aaron Hunt cayó aparatosamente en el área, por lo que el árbitro cobró un penal a su favor. Casi sin pensarlo dos veces, Hunt se acercó al árbitro y le dijo que no era penal, tras lo cual el árbitro declinó de su decisión y el partido continuó. Un gesto pocas veces (o nunca) antes visto, un verdadero gesto de Juego Limpio…En Latinoamérica, ¿jugamos el Juego Limpio?, ¿podremos ver esta acción repetida en algún ámbito de nuestras vidas?. Parece imposible y eso es lo terrible.

Estudiamos a los dioses egipcios...
Lo anterior propició una interesante conversación que sostuvimos con un amigo, y así surgió el tema del probable impacto que la honradez y la honestidad pueden tener en el progreso material de las sociedades y los individuos. Alemania es un país poderoso y campeón en fútbol, y no se ha empobrecido por acciones como las de Hunt. Por lo tanto, ¿las sociedades más honradas tienden a progresar más rápido que las menos honradas?.

Nuestra hipótesis es que en sociedades libres y abiertas es más probable que se generen conductas basadas en la honestidad y honradez, por lo que tienden a progresar más rápida y equitativamente que las que no tienen esas características. Por lo tanto, en sociedades cerradas y sin libertades la deshonestidad campea a lo largo y ancho. En la conversación surgió el caso de Japón que representa a una sociedad cerrada y sin libertades pero exitosa, y, pese a no existir respuestas definitivas, podemos vislumbrar que su éxito radica en la responsabilidad individual que cada individuo asume respecto de su vida. La honestidad y la honradez forman parte de un código de vida que en Latinoamérica no tenemos en absoluto.

...Además, nos agradan los dioses griegos por lo que representan...
En Latinoamérica no hemos tenido la fortuna de vivir en sociedades libres y abiertas, y por eso, recurrentemente, los estudiosos hablan de las décadas perdidas y tiempo perdido sin encontrar el progreso que parece escaparse de nuestras manos como la arena. Las ideas equivocadas han germinado en este lado del mundo, dando vida a un permanente cuestionamiento…¿Qué estamos haciendo mal?...¿por qué no podremos progresar?....¿está el progreso fuera de nuestras posibilidades?...Décadas perdidas. Siglos perdidos. Vidas y talentos perdidos. Al final, ¿a quién le importa cuando la gente continúa votando las mismas ideas equivocadasas de siempre, una y otra vez?, ¿Por qué continúan creyendo en el mito del regreso del dios perdido?.

En la Crónica Mexicana de Alvarado Tezozómoc se relata la mañana en que Moctezuma II es informado de la presencia en la costa veracruzana de seres muy diferentes a los mexicas…

 - “Señor y rey nuestro, es verdad que han venido no sé qué gentes y han llegado a las orillas de la gran mar [...] y las carnes de ellos muy blancas, más que nuestras carnes, excepto que todos los más tienen barba larga y el cabello hasta la oreja les da.

Moctezuma estaba cabizbajo, que no habló cosa ninguna. Después de Grijalva arribó Hernán Cortés, y se creyó que éste era el dios Quetzalcóatl. Acerca de la llegada de este último, Sahagún nos dice que:

 - Como oyó la nueva, Moctezuma despachó gente para el recibimiento de Quetzalcóatl, porque pensó que era el que venía, porque cada día le estaba esperando, y como tenía relación que Quetzalcóatl había ido por la mar hacia el oriente, y los navíos venían de hacia el oriente, por esto pensaron que era él...”

Al parecer, la absurda creencia latinoamericana de que los políticos son esos “dioses blancos de barba” que vuelven para conducirnos al progreso y al bienestar material forma parte de una creencia social muy profunda y anclada en un tinglado de hábitos y conductas desarrolladas por cientos de años. Así hemos vivido por más de 500 años…Y, en el intertanto, esos semidioses –en la forma de monarcas, gobernadores, dictadores y políticos electos- se han permitido concentrar el poder político y económico, construyendo sociedades cerradas, sin libertades y de escasa participación para las mayorías, porque se han creído dotados de la sabiduría necesaria para dirigir el progreso de nuestras sociedades. Han armado sociedades en que el poder está legalmente concentrado en unas pocas manos –las de ellos- y han encontrado en la “democracia” una perfecta justificación para perpetuarse en el poder. Lo paradójico es que, muchos de ellos, han defendido “la libertad del pueblo” para elegir mientras actúan gatopardescamente.

Y, ahora, tenemos que sufrir a estos señores y señoras que se creen dioses
para empobrecer nuestras vidas... 
Así, los monarcas y los políticos que les siguieron, en la obscuridad autoritaria de los siglos, han tejido sus redes de poder y han dado vida a la bestia corrupta que anida en la deshonestidad con total descaro. Todos saben que ser deshonesto es un camino más rápido y seguro para obtener riqueza; todos saben que el trabajo duro y esforzado es para tontos; todos saben que si los de arriba son deshonestos, los de abajo también lo son…Es decir, en las sociedades cerradas y sin libertades, el nido de la deshonestidad genera una sociedad corrupta que termina favoreciendo a unos pocos, los más voraces, y propicia la desigualdad por corrupción y no por mérito o logros. En otras palabras, la desigualdad que, al parecer, les quita el sueño a los socialistas (al menos, en las palabras) es causada por la deshonestidad galopante, construida en siglos de relaciones humanas imperfectas. Es decir, una sociedad que debe defenderse de conductas deshonestas requiere múltiples trámites y burocratización de la vida para asegurar acuerdos y cumplimientos de contratos. Así, la falta de honestidad obliga a la aparición de ministros de fe, la industria de los notarios, o apelar a la cultura del “pituto” y del compadrazgo por medio del cual se ofrecen accesos solo a los conocidos o correligionarios de una idea política. La eficiencia brilla por su ausencia, la corrupción galopa mientras nos sonríe con descaro.

Por lo tanto, en la práctica, en nuestro continente existe la percepción generalizada, por las vivencias y los comentarios, de que la deshonestidad y la falta de honradez son ingredientes seguros para progresar y lograr aumentar el bienestar material individual, y esta situación deriva en un manifiesto deterioro del progreso a nivel global porque los recursos van a las manos de los que menos crean riqueza o generan valor. Además, cuando los individuos conviven con otros que consideran deshonestos se produce una creciente desconfianza que obliga a la creación de instituciones que burocratizan y retardan el necesario progreso. Por ejemplo, cuando una persona desea comprar una propiedad ya no basta el simple acto del apretón de manos sino que se requiere la firma de los papeles legales. Al final, el denominado “papeleo” provoca que las sociedades pierdan dinamismo y el progreso pasa a ser una quimera que es alimentada por políticos voraces, amantes del poder por el poder, que implementan leyes y regulaciones que profundizan la burocracia y entronizan la corrupción y la deshonestidad. Se requieren cargos más poderosos para acceder al poder de cambiar algo en mi favor. De toda esta confusión surgen las conductas asociadas a la corrupción pública y privada que llenan las páginas de la política y los negocios a nivel nacional y mundial.

Adicionalmente, una sociedad en que el poder está concentrado en pocas manos “sabias” llevará a estas hacia la deshonestidad prontamente y de ahí a la corrupción por la vía directa mediante la obscura relación entre dinero y política. La corrupción surge porque el poder permite accesos directos a la riqueza fiscal y material. Por eso, las personas que desean hacer de la política una carrera profesional para estar toda la vida en jugosos cargos, con el paso del tiempo comienzan a sentir los placeres de la riqueza fácil, sus valores se erosionan y la corrupción se instala como una norma. Los socialistas creen que la relación dinero-política puede ser controlada por medio del financiamiento público. Es decir, pretenden que debemos usar el dinero de los contribuyentes para financiar las campañas electorales que eternizan en el poder a unos políticos que nos ofrecen progreso mientras concentran el poder en sus manos e implementan políticas que propician pobreza, y ellos se enriquecen a manos llenas. En realidad, resultaría paradójico que el dinero de los contribuyentes sirve para enquistar en el poder a tipos voraces que se van a enriquecer durante toda su vida a costa de la riqueza generada por los contribuyentes mientras empobrecen las de todos los demás.

Otros creemos que la relación dinero-política puede ser controlada impidiendo que los políticos se eternicen en los pasillos del poder, es decir, impedir la reelección permanente de las personas a un mismo cargo minimizará la posibilidad de corromperse en el ejercicio del poder. En estas condiciones, el dinero de los contribuyentes podría usarse para realizar campañas electorales de bajo costo de ciudadanos comunes y corrientes que acceden por única vez a un cargo. Este proceso elimina la carrera de político profesional y permite que la política vuelva a ser un real servicio público…¿será posible?.

Hoy estamos en una situación intermedia. Miremos a nuestro alrededor y observemos algunas particularidades que son irrebatibles. Políticos que declaran estudios y competencias que no tienen con el fin de acceder a cargos para los cuáles no están calificados; personas que se enriquecen al dedicarse a la actividad política; personas que tienen contratos públicos y privados solo por el apellido o parentesco de sangre o ideológico; personas que mienten al decir que se enteran por la prensa de las acciones de sus familiares; personas que tienen parientes cercanos participando en cargos públicos o en concursos que ganan sin mover un dedo; familias de políticos que se enriquecen en una generación…Ya son demasiados los casos en que observamos familias de un interesante patrimonio sin correlato con su aporte a la riqueza general.

Si pensamos que la “honradez es la rectitud de ánimo, integridad; obrar recto y justo y que se guía por aquello considerado como correcto y adecuado a nivel social”, podemos decir, desafortunadamente, que nuestras sociedades deben realizar cambiar muchísimo como para ser consideradas honestas. Y el cambio debe ser institucional, político y social.

La tendencia hacia una conducta recta y transparente prevalece en sociedades conformadas por individuos honestos. Por eso, en sociedades honestas es obligación actuar honestamente, y es la única manera de progresar en la vida porque una persona deshonesta es rechazada duramente en las sociedades honestas. En concreto, en una sociedad honesta, cuando una persona que no tiene trabajo recibe una propuesta ilícita para acceder a dinero fácil (robando, estafando, etc.), sólo su honradez hace que resista la tentación y se niegue a aceptar. En cambio, si el sujeto careciera de esta virtud, es probable que termine eligiendo el camino equivocado y se convierta en delincuente.

A lo largo de la historia, personas importantes han legado frases relacionadas con la honradez como:

“La honestidad es incompatible con amasar una fortuna“, Mahatma Gandhi.

“Las valiosas presas convierten en ladrones a los hombres honrados“, William Shakespeare;

“Es más difícil ser un hombre honrado ocho días que un héroe un cuarto de hora“, Jules Renard;

“La honradez se detiene ante la puerta y llama; el soborno entra“, Burdett A. Rich;

“En una palabra: para parecer un hombre honrado, lo que hace falta es serlo“, Nicolas Boileau.

En Latinoamérica, en definitiva, ser honrado no paga, lo que es decepcionante porque la honradez es la clave para progresar en la vida. El crecimiento económico y el desarrollo de una sociedad no son el resultado de las acciones de unos semidioses de barba blanca, sino el resultado del crecimiento del capital humano de cada persona en esa sociedad, en términos de hábitos y conductas correctas, de modo que cada uno tenga las necesarias oportunidades para obtener los premios que exijan sus capacidades, talentos y esfuerzo. Cuando el poder económico y político se concentra en pocas manos que, además, se eternizan, la deshonestidad y la corrupción pasan a formar parte de las conductas típicas de dicha sociedad.

Finalmente, si se define “honestidad” como “el valor de decir la verdad, ser decente, recatado, razonable, justo y honrado” y lo asociamos al trabajo duro y esforzado, en un entorno de crecientes oportunidades, con toda probabilidad, al cabo de algunos años o décadas, la sociedad experimentará un salto cualitativo hacia un estado de gracia inigualable anteriormente. Pero, cuidado…los semidioses estarán observando y no dejarán sus sillones de privilegios sin luchar…

Los semidioses no nos conducirán a ese estado de gracia del desarrollo; nosotros, los individuos debemos exigir espacios crecientes de libertad para que no se entrometan en nuestros asuntos. El desarrollo de una nación comienza cuando sus ciudadanos empiezan la ardua tarea de responsabilizarse de su desarrollo personal.

¿O usted cree lo contrario?

Panorama LIBERAL
Martes 20 Octubre 2015

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