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viernes, 28 de febrero de 2014

Documentos. ¿QUÉ ES LA LIBERTAD? por HANNAH ARENDT

"La diferencia decisiva entre las "infinitas improbabilidades", sobre la cual descansa la realidad de nuestra vida en la Tierra, y el carácter milagroso inherente a esos eventos que establece la realidad histórica es que, en el dominio de los asuntos humanos, conocemos al autor de los "milagros". Son los hombres quienes los protagonizan, los hombres quienes por haber recibido el doble don de la libertad y la acción pueden establecer una realidad propia..."
Las fuertes tendencias antipolíticas de la temprana cristiandad son tan familiares que la idea de que un pensador cristiano haya sido el primero en formular las implicaciones políticas de la antigua noción política de la libertad, nos parece casi paradójica.

La única explicación que viene a la mente, es que Agustín era romano tanto como cristiano, y que en esta parte de su trabajo formuló la experiencia política central de la Antigüedad romana, que era que, la libertad como comienzo deviene manifiesta en el acto de fundación. Pero estoy convencida de que esta impresión se modificaría considerablemente si lo dicho por Jesús de Nazareth fuera tomado más seriamente en sus implicaciones filosóficas. Encontramos en estas partes del Nuevo Testamento una extraordinaria comprensión de la libertad, y particularmente del poder inherente a la libertad humana; pero la capacidad humana que corresponde a este poder, que -en palabras del Evangelio- es capaz de remover montañas, no es la voluntad sino la fe. El ejercicio de la fe, en realidad su producto, es lo que el Evangelio llama "milagros", una palabra con diversos significados en el Nuevo Testamento, y por lo tanto difícil de comprender. Podemos soslayar aquí las dificultades y referimos únicamente a aquellos pasajes donde los milagros son claramente, no eventos sobrenaturales, sino sólo lo que todos los milagros, aquellos protagonizados ya sea por hombres o por agentes divinos, deben ser siempre interrupciones de alguna serie natural de eventos, o de algún proceso automático, en cuyo contexto se constituyen como lo totalmente inesperado.

No hay duda de que la vida humana, situada en la Tierra, está rodeada de procesos automáticos —por los procesos naturales de la Tierra, que a su vez, están rodeados de procesos cósmicos, y hasta nosotros mismos somos conducidos por fuerzas similares en tanto somos también parte de la naturaleza orgánica. Más aún, nuestra vida política, a pesar de ser el reino de la acción, también se ubica en el seno de procesos que llamamos históricos y que tienden a convertirse en procesos tan automáticos o naturales como los procesos cósmicos, a pesar de haber sido iniciados por los hombres.

La verdad es que el automatismo es inherente a todos los procesos, más allá de su origen; ésta es la razón por la cual ningún acto singular, ningún evento singular, puede en algún momento y de una vez para siempre, liberar y salvar al hombre, o a una nación, o a la humanidad. Está en la naturaleza de los procesos automáticos a los que está sujeto el hombre, pero en y contra los cuales puede afirmarse a través de la acción, el que estos procesos sólo pueden significar la ruina para la vida humana. Una vez que los procesos producidos por el hombre, los procesos históricos, se han tornado automáticos, se vuelven no menos fatales que el proceso de la vida natural que conduce a nuestro organismo y que, en sus propios términos, esto es, biológicamente, va del ser al no-ser, desde el nacimiento a la muerte. Las ciencias históricas conocen muy bien esos casos de civilizaciones petrificadas y desesperanzadamente en declinación, donde la perdición parece predestinada como una necesidad biológica; y puesto que tales procesos históricos de estancamiento pueden perdurar y arrastrarse por siglos, éstos llegan incluso a ocupar lejos el espacio más amplio en la historia documentada; los períodos de libertad han sido siempre relativamente cortos en la historia de la humanidad.

Lo que usualmente permanece intacto en las épocas de petrificación y ruina predestinada es la facultad de la libertad en sí misma, la pura capacidad de comenzar, que anima a inspira todas las actividades humanas y constituye la fuente oculta de la producción de todas las cosas grandes y bellas.

Pero mientras este origen, permanece oculto, la libertad no es una realidad terrenalmente tangible, esto es, no es política. Es porque el origen de la libertad permanece presente aun cuando la vida política se ha petrificado y la acción política se ha hecho impotente para interrumpir estos procesos automáticos, que la libertad puede ser tan fácilmente confundida con un fenómeno esencialmente no político; en dichas circunstancias, la libertad no es experimentada como un modo de ser con su propia virtud y virtuosidad, sino como un don supremo que sólo el hombre, entre todas las criaturas de la Tierra, parece haber recibido, del cual podemos encontrar rastros y señales en casi todas sus actividades, pero que, sin embargo, se desarrolla plenamente sólo cuando la acción ha creado su propio espacio mundano, donde puede por así decir, salir de su escondite y hacer su aparición.

Cada acto, visto no desde la perspectiva del agente sino del proceso en cuyo entramado ocurre y cuyo automatismo interrumpe, es un "milagro", esto es, algo inesperado. Si es verdad que la acción y el comenzar son esencialmente lo mismo, se sigue que una capacidad para realizar milagros debe estar asimismo dentro del rango de las facultades humanas. Esto suena más extraño de lo que en realidad es. Está en la naturaleza de cada nuevo comienzo el irrumpir en el mundo como una "infinita improbabilidad", pero es precisamente esto "infinitamente improbable" lo que en realidad constituye el tejido de todo lo que llamamos real. Después de todo, nuestra existencia descansa, por así decir, en una cadena de milagros, el llegar a existir de la Tierra, el desarrollo de la vida orgánica en ella, la evolución de la humanidad a partir de las especies animales.

Desde el punto de vista de los procesos en el Universo y en la Naturaleza, y sus probabilidades estadísticamente abrumadoras, la aparición de la existencia de la Tierra a partir de los procesos cósmicos, la formación de la vida orgánica a partir de los procesos inorgánicos, la evolución del hombre, finalmente, a partir de los procesos de la vida orgánica, son todas "infinitas improbabilidades", son "milagros" en el lenguaje cotidiano. Es debido a este componente milagroso presente en la realidad que los eventos, sin importar cuan anticipados estén en el miedo o la esperanza, nos impactan con un shock de sorpresa una vez que han sucedido.

El impacto de un acontecimiento no es nunca completamente explicable, su facultad trasciende en principio toda anticipación. La experiencia que nos dice que los acontecimientos son milagros no es ni arbitraria ni sofisticada es, por el contrario, de lo más natural, en realidad, en la vida cotidiana, es casi un lugar común. Sin esta experiencia corriente, la parte asignada por la religión a los milagros sobrenaturales sería poco menos que incomprensible.

He elegido el ejemplo de los procesos naturales que son interrumpidos por el advenimiento de una "infinita improbabilidad" con el propósito de ilustrar que lo que llamamos real en la experiencia ordinaria ha en general adquirido su existencia a través de coincidencias más extrañas que la ficción. Por supuesto que este ejemplo tiene sus limitaciones y no puede ser aplicado sin más al dominio de los asuntos humanos. Sería pura superstición esperar milagros, "infinitas improbabilidades", en el contexto de procesos automáticos ya sean históricos o políticos, aunque tampoco esto puede ser nunca completamente excluido. La historia, en oposición a la naturaleza, está llena de acontecimientos; aquí el milagro del accidente y de la "infinita improbabilidad" ocurre tan frecuentemente que incluso parece completamente extraño el hecho de hablar de milagros. Pero la razón de esta frecuencia es meramente que los procesos históricos son creados y constantemente interrumpidos por la iniciativa humana, por el initium que el hombre es, en tanto es un ser que actúa. De aquí que no sea en lo más mínimo supersticioso, es más bien un precepto del realismo buscar lo imprevisible y lo impredecible, el estar preparado para el esperar "milagros" en la esfera política. Y cuanto más esté desequilibrada la balanza en favor del desastre, tanto más milagroso aparecerá el acto realizado en libertad; porque es el desastre y no su salvación, lo que siempre ocurre automáticamente y que por lo tanto siempre debe aparecer como irresistible.

Objetivamente, esto es, visto desde afuera y sin tener en cuenta que el hombre es un inicio y un iniciador, la posibilidad de que el futuro sea igual al pasado es siempre abrumadora. No tan abrumadora, por cierto, pero casi, como lo era la posibilidad de que ninguna tierra surgiera nunca de los sucesos cósmicos, de que ninguna vida se desarrollara a partir de los procesos inorgánicos y de que ningún hombre emergiera a partir de la evolución de la vida animal. La diferencia decisiva entre las "infinitas improbabilidades", sobre la cual descansa la realidad de nuestra vida en la Tierra, y el carácter milagroso inherente a esos eventos que establece la realidad histórica es que, en el dominio de los asuntos humanos, conocemos al autor de los "milagros". Son los hombres quienes los protagonizan, los hombres quienes por haber recibido el doble don de la libertad y la acción pueden establecer una realidad propia.

Traducción: Mara Kolesas; Revisión: Claudia Hilb

Autora: Hanna Arendt fue una destacada filósofa de origen judío, autora de Los orígenes del totalitarismo y Eichman en Jerusalen.

PANORAMA Liberal
Viernes 28 Febrero 2014

La Columna de Liberalio. LAS IDEAS ERRADAS DE LA OCDE Y EL VALOR DEL LEGADO DE LUDWIG ERHARD.

Las instituciones internacionales son de mentalidad socialista y es la razón para recetar en forma recurrente la intervención de las economías con políticas públicas que solo generan pobreza en el mediano y lago plazo...¿podrá el señor Pezzini leer a Ludwig Erhard?  
La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) es una institución de cooperación internacional compuesta por más de 30 estados y tienen por objetivos intercambiar información entre los estados miembros, armonizar políticas con el objetivo de maximizar su crecimiento económico y colaborar a su desarrollo y al de los países no miembros. Fue fundada en 1960 y su sede central se encuentra en el Château de la Muette, en la ciudad de París (Francia) y es conocida como el “club de los países ricos”, dado que agrupa a países que representan el 70 % del mercado y 80 % del PIB.

La OCDE tiene un eslogan, “mejores políticas para una vida mejor”, que muestra a las claras la filosofía con la cual está impregnada esta institución: desea cambiar la vida de las sociedades por medio de políticas públicas que intervengan, en forma creciente, las economías y sociedades…¿Qué pasaría si lo cambiaran a “Menos Políticas Públicas para una mejor vida”?. La paradoja es que esta institución aprecia la intervención creciente de corto plazo de los gobiernos en las economías que termina afectando el crecimiento económico de largo plazo.

Por eso, no sorprende el foco interventor de la institucionalidad internacional, incluso la que se place de ser más economicista, dada la mentalidad socialista propia de su naturaleza (¿puede no ser socialista una institución que promueve la intervención en las sociedades?). Por ejemplo, en una reciente entrevista el señor Mario Pezzini, director del Centro de Desarrollo de la OCDE (ver al final un breve curriculum vitae), ha realizado una serie de afirmaciones que nos lleva a preguntarnos: ¿tiene la OCDE claras sus ideas económicas?...

PEZZINI: “LA ECONOMÍA SUMERGIDA LASTRA A LOS EMERGENTES”

En dicha entrevista, el señor Pezzini comentaba que, en relación a los países emergentes, “al mismo tiempo que se ha reducido la pobreza extrema, la gente ha entrado en otra condición que se llama clase media. Yo soy muy crítico, porque cuando pensamos en clase media, pensamos en una familia con dos hijos, dos frigoríficos, dos coches, dos perros…No es esta la clase media de los emergentes. En el 70% de los casos se trata de gente que trabaja en la economía sumergida, de manera que cuando se jubila, pierde renta y regresa a la pobreza extrema. Cuando hay una enfermedad o un divorcio, regresa a la pobreza extrema. Si la empresa donde trabaja se deslocaliza, regresa a la pobreza extrema. Esta clase media es vulnerable. La economía sumergida lastra a los emergentes…”.

Respecto de la necesidad de implementar políticas públicas para evitar ese retorno a la pobreza plantea que “esas políticas no funcionan. Un caso paradigmático es el de Túnez. La economía creció a tasas del 5% durante diez años consecutivos, ha logrado mantener el déficit público por debajo del 3% del PIB y la deuda por debajo del 60% del PIB (las obligaciones fiscales de Maastricht para los países de la UE) y tiene una tasa de universitarios cada vez más elevada. Todo el mundo pide que siga gastando en educación y en recursos humanos, pero muchos de esos expertos no se dan cuenta de que no es solo un problema de demanda, también es de oferta. Si cuando un estudiante sale de su formación, no encuentra ofertas de trabajo o las que encuentra no son de calidad, va a la economía sumergida. Es una frustración para toda la familia. Coexisten las expectativas y la frustración y genera un choque que es el detonante de las revueltas de la primavera árabe, de Turquía o Brasil. En definitiva, la sociedad explota…”.

La receta del señor Pezzini es que “hay dos prioridades: crear una red de seguridad, con recursos públicos y ofrecer una identidad económica que sea diferente a la de replicar el modelo existente en los países desarrollados. Y aquí viene el segundo reto, el de elevar la productividad en ciertos sectores. En los emergentes hay trabajadores competitivos en los sectores mineros y en los servicios no comerciales con buenas remuneraciones. Sin embargo, los del sector manufacturero, que compiten en los mercados internacionales, ven como sus remuneraciones se ajustan ante las de otros países…”

¿TIENE CLARAS SUS IDEAS ECONÓMICAS LA OCDE?

Al parecer, no están muy claras las ideas de los funcionarios de la OCDE respecto al tratamiento de pobreza en los países emergentes.

PRIMERO: LA ECONOMÍA SUMERGIDA O INFORMAL NO ES UN PESO MUERTO DE LAS ECONOMÍAS. ES UNA CONSECUENCIA DE LA FALTA DE MERCADOS LIBRES.

Es verdad: la economía sumergida o informal no es un peso muerto de las economías, sino que es la consecuencia de los modelos económicos implementados desde torres de marfil de mentalidad socialista. En otras palabras, afortunadamente existe la economía informal para que las personas mantengan, por lo menos, un mínimo nivel de ingreso porque sino las personas caerían en la indigencia extrema. Por lo tanto, la economía informal no es un peso muerto que dañe a las economías emergentes sino que al revés: ¡es la única opción viable para desarrollar alguna actividad remunerada cuando todas las opciones formales ya no son posibles!.

Vamos por partes. La mayoría de las economías del mundo son neosocialistas: economías de mercado intervenidas profundamente por los Estados por medio de regulaciones abusivas y extremas que tienen por fin proteger a las personas en su rol de consumidores, pero terminan castigando a las mismas personas en su rol de productores. Es decir, en el mundo no hay economías que disfruten de mercados libres o capitalistas, sino que economías sobre-reguladas que generan concentración económica por medio de monopolios legales y oligopolios, que afectan la demanda en el mercado del trabajo siendo la causa real de la desigualdad del ingreso.

Insistamos en este punto. La excesiva intervención de los Estados en las economías modernas es la que ha castrado la generación de riqueza en nuestras sociedades con el consiguiente efecto en mercados laborales de baja profundidad y bajo costo. Se han creado, directa o indirectamente, monopolios u oligopolios para defender a los consumidores pero al mismo tiempo se han creado monopsonios en los mercados laborales que demandan trabajos de baja productividad, pagan salarios de miseria y afectan a la distribución del ingreso.

En otras palabras, las economías intervenidas por las extensas regulaciones reducen la competencia y generan oferta concentrada, lo que trae como consecuencia mercados laborales jibarizados, con demanda de empleos de baja calidad y costos. Por ejemplo, analicemos el caso del conglomerado Cencosud con sus marcas Jumbo, París, Easy, Costanera Center, Santa Isabel, Johnson's, Wong, Metro, Super Vea, Disco, GBarbosa, Perini, Bretas, Prezunic, Blaisten y Shopping Centers. Tiene un directorio integrado por nueve personas; quince gerentes corporativos, cuarenta y cinco subgerentes y cien funcionarios centrales. Posee 300 locales de venta con una estructura de un jefe de local; 5 supervisores y el resto, operarios y vendedores. Por lo tanto, de los 130.000 trabajadores que tiene Cencosud solo 2.000 son de grado supervisor o superior y los 128.000 restantes son operarios o vendedores. En otras palabras, la estructura productiva de Cencosud requiere pocos trabajadores educados, de alta especialización y alto nivel de estudios, en cambio, necesita mucha mano de obra de bajo costo para empleos de baja calidad (reponedor, vendedor, cajero) sin ninguna posibilidad de desarrollar una carrera que aumente las responsabilidades y el salario. Así, cuando uno de estos operarios pierde su empleo debe buscar un empleo similar (no está capacitado para otro empleo) o termina en la economía informal o vende empanadas como la señora Juanita financiada por un programa público que financia su emprendimiento.

Así, la economía sumergida es el resultado de la intervención de los mercados por medio de políticas públicas equivocadas y necias, y que terminan concentrando la oferta de bienes y servicios, de los sectores más rentables, en pocas empresas.

SEGUNDO: LAS POLÍTICAS PÚBLICAS EDUCATIVAS SON NECESARIAS PERO INSUFICIENTES.

Las políticas públicas que enfatizan solo la mejora de la educación no son una garantía para sacar de la pobreza a las personas (pese a todo lo que digan los estudiantes y aprendices que marchan por las calles para exigir “educación pública, gratuita y de calidad”). Continuemos con el ejemplo anterior. Una persona con alta educación debe luchar arduamente si desea alcanzar un cargo corporativo en Cencosud; la competencia es feroz y es necesario poner en marcha otras habilidades como las redes de contactos y las influencias. ¿De qué le sirve a una persona estudiar durante más de 20 años si al momento de buscar empleo solo están disponibles los de menor calidad y salario?...

Por lo tanto, debido a la concentración económica, provocada por la creciente intervención de los mercados por parte de gobiernos e instituciones de mentalidad socialista, los mercados laborales ofertan empleos de baja productividad y bajos salarios. Entonces, un país con mercados regulados no ofrece a los nuevos talentos las necesarias oportunidades para crear riqueza…

TERCERO: LA ÚNICA POLÍTICA PÚBLICA VIABLE ES LA IMPLEMENTACIÓN DE UNA PROFUNDA ECONOMÍA SOCIAL DE MERCADO.

La creencia de que el Estado, gobernado por una mayoría de políticos incapaces e incompetentes, es la clave para aumentar la riqueza de los países ya forma parte de una creencia de muchos gobiernos e instituciones internacionales que orgullosamente muestran al mundo su mentalidad socialista. La OCDE nos habla de las maravillas que “podrían” hacer los gobiernos para mejorar la distribución del ingreso y propiciar el desarrollo económico, pero olvidan que los políticos que tienen el poder actúan en base al objetivo de mantenerse en el poder a toda costa…¿crecimiento económico?...En la medida de lo posible, porque primero está la reelección…Por lo tanto, en vez de intervenir leve y sutilmente las economías, lo hacen de manera grosera y burda para congraciarse con la masa. Por ejemplo, el gobierno izquierdista que asume en marzo, en Chile, desea que el “bono marzo” sea permanente y que no dependa de las circunstancias ni gobiernos, con el fin de que “todos los años los chilenos disfruten de este apoyo estatal”. Así actúan los políticos en forma permanente…

Hay un proverbio chino que dice "regala un pescado a un hombre y le darás alimento para un día, enséñale a pescar y lo alimentarás para el resto de su vida", y nuestros políticos socialistas lo han transformado en “regala un pescado a un hombre y lo estarás educando para que pida pescados por el resto de su vida”. A los políticos e instituciones socialistas no les interesa enseñar a pescar a sus ciudadanos sino que entregarles pescados, porque saben que si aprenden a pescar, los ciudadanos se harán independientes y exigirán más libertades, mientras que al regalarles los pescados, los mantienen sometidos y a su disposición.

Por eso, en vez de priorizar legislaciones que promuevan una sociedad más abierta, libre y extensa, generadora de oportunidades de modo que las personas creen riqueza con su esfuerzo, creatividad y talento, las instituciones de mentalidad socialista promueven la solidaridad con el dinero extraído de los contribuyentes para crear amplias estructuras de protección social. Por supuesto que estamos a favor de la solidaridad con los que menos tienen, pero no puede ser a costa de castrar la iniciativa individual o desanimar a los que trabajan. Al final, ¿quién va a esforzarse para mejorar su situación y nivel de ingreso si sabe que el gobierno se hace responsable y le regala bienes y dinero?.

¿Qué opciones tenemos para esta situación?. Antes de contestar dicha pregunta conviene preguntarse: ¿cuál es el país de Europa más desarrollado y poderoso?.

EL VALOR Y LEGADO DE LUDWIG ERHARD PARA UNA LATINOAMÉRICA CON PROBLEMAS.

Después de la segunda guerra mundial, Alemania estaba en ruinas, con una población muerta de hambre, sin viviendas y ocupada por cientos de refugiados que escapaban de la horda soviética; los Aliados por reparación de daños desmontaron instalaciones e infraestructuras valiosas; la industria estaba en el suelo y lo poco que producía no se comercializaba en los mercados; la inflación ya estaba siendo sus efectos; el marco alemán no era aceptado en las transacciones económicas; no había reservas en oro y divisas lo que limitaba las importaciones de los bienes necesarios; proliferaba el trueque, la especulación, los mercados negros y la corrupción; la incertidumbre respecto del futuro político y económico paralizaba la iniciativa privada…Sin embargo, pese a este sombrío panorama, en muy pocos años Alemania volvió a liderar económicamente a toda Europa…¿Cómo lo había hecho?, ¿cuál fue el milagro?.

En el año 1957, se publica en Alemania el libro “Bienestar para Todos” del culpable del citado milagro, Ludwig Erhard, que, en realidad, no es un milagro puesto que se basa en dos pilares: el régimen competitivo y la estabilidad monetaria. En aquel momento, Erhard planteaba que "era la época en que la mayoría de la gente se negaba a creer que aquel experimento de la Reforma Económica y Monetaria pudiese salir bien. Era la época en que se calculaba en Alemania que cada alemán podía comprar un plato cada cinco años, un par de zapatos cada doce, y sólo cada cincuenta años un traje; que de cada cinco niños de pecho solo uno tenía pañales propios y de cada tres alemanes uno sólo tendría probabiIidades de ser enterrado en su propio ataúd. Y en verdad que ésta parecía la única probabilidad que nos quedaba. Testimonio del enorme ilusionismo y de la ceguera del criterio económico planificador era el creer, apoyándose en balances de primeras materias u otras bases estadísticas, que podía determinarse de antemano, para largo tiempo, el destino de un pueblo. Aquellos mecanicistas y dirigistas no tenían la más remota idea de la fuerza dinámica que se enciende en un pueblo tan pronto como éste puede recobrar la conciencia del valor y dignidad de la libertad".

Así, en el capítulo primero de dicho libro, Erhard planteaba “el hilo conductor” del milagro alemán. En primer lugar, consideraba que dada la profunda crisis económica era “desacertado permitir que cobrasen nueva vida las tradicionales ideas de la antigua distribución de la renta…” vía impuestos. La intención era “realizar una constitución económica que fuese capaz de llevar a la prosperidad a capas de nuestro pueblo cada vez más numerosas y amplias…mediante un poder general de adquisición vastamente repartido, entre todas las capas”.

En segundo lugar, planteaba claramente la situación imperante entre ricos y pobres. Decía que “aquella jerarquía tradicional se caracterizaba, de un lado, por la presencia de un estrato superior muy tenue que podía permitirse cualquier consumo y, de otro lado, por la existencia de un estrato inferior, cuantitativamente muy amplio, con capacidad adquisitiva a todas luces insuficiente…La reforma de nuestro orden económico tenía, pues, que establecer los supuestos previos para superar este estado de cosas…con lo que al mismo tiempo podría superarse también, definitivamente, el resentimiento entre pobres y ricos…”.

Y, en tercer lugar, planteaba que “el medio más prometedor para conseguir y garantizar toda prosperidad es la competencia. Solo ella puede hacer que el progreso económico beneficie a todos los hombres, en especial en su función de consumidores, y que desaparezcan todas las ventajas que no resulten directamente de una productividad elevada…Por medio de la competencia se opera una socialización del progreso y de los beneficios, y se mantiene despierto, además, el afán de rendimiento personal…”.

Y, más adelante, aclara que “el peligro de menoscabar la competencia amenaza, por decirlo así, constantemente y desde múltiples lados. Por eso, una de las más importantes tareas de un Estado que se asiente sobre un orden social de tipo liberal es el garantizar el mantenimiento de la libre competencia. Sin exageración ninguna afirmo que una ley de carteles basada en su prohibición debe estimarse como la indispensable ley fundamental de la economía. Si el Estado falla en este terreno, pronto podrá darse por perdido el sistema de economía social de mercado…”.

¿Qué caracteriza a la Latinoamérica de hoy?. Exageremos. Latinoamérica ha sido bombardeada y destruida por los mismos ciudadanos que acceden al poder para reformarla. Es cierto. Muchas de las condiciones iniciales de Alemania no se cumplen en el caso latinoamericano pero los resultados son los mismos: alta pobreza, inflación creciente, mercados negros, corrupción, desconfianza en las instituciones…Y la receta es la misma, ya sea de los gobiernos como de parte de instituciones iluminadas como la OCDE (que se supone debieran ser un faro): intervenir las economías con políticas públicas de mentalidad socialista.

La pesadilla es que una mayoría de latinoamericanos sigue viviendo en la pobreza, mientras la prosperidad es solo para unos pocos que circulan en vehículos último modelo y viven en mansiones de lujo. Y los políticos de mentalidad socialista alimentan el resentimiento de esa mayoría sumida en la pobreza mostrando con el dedo a esos pocos que han alcanzado la prosperidad…¿La cuestión es: porque se ha producido esta situación si durante años hemos tenido gobiernos socialistas?, ¿los gobiernos socialistas han creado y profitado de esta situación…por maldad…por ignorancia…por desinterés?.

La buenas intenciones de los gobiernos y las instituciones de mentalidad socialista choca brutalmente con su manifiesta ignorancia en términos económicos; siguen atados a dogmas caducos que procrean pobreza a tasas crecientes…El problema es que los latinoamericanos no son capaces de reconocer los supuestos erróneos en que se basa la mentalidad socialista, apoyándolos electoralmente porque esperan que la prosperidad se derive de la disputa sobre una distribución distinta del producto. En otras palabras, los socialistas siempre han llegado al poder con el argumento de que la prosperidad puede ser redistribuida vía impuestos…

Muchos dicen que Chile es una excepción dentro del panorama latinoamericano, pero un éxito relativo trae la semilla de su posterior fracaso. En el programa de la socialista Bachelet se puede leer que “la necesidad de resolver las brechas de desigualdad que hoy tenemos nos exige realizar cambios profundos y estructurales. La más importante de estas transformaciones nos permitirá avanzar hacia una educación más equitativa y de calidad en todos sus niveles. Esto no sólo producirá una mayor inclusión social, beneficiando a los miles de niños y niñas, jóvenes y sus familias que quieren mejorar su bienestar, también permitirá que numerosos profesionales y técnicos con grados crecientes de calificación den el impulso que necesita nuestra economía. No podemos darnos el lujo de prescindir del talento, creatividad y empuje de todos nuestros ciudadanos y ciudadanas…

…La envergadura de esta tarea, así como la implementación de otros programas que apuntan a una mayor igualdad, nos exigen reformar nuestro sistema tributario. Tenemos que contar con los recursos necesarios para hacer realidad estas transformaciones. Nadie puede restarse de este esfuerzo, en especial quienes están en condiciones de hacer una mayor contribución…”.

Esta propuesta se fundamenta en que la prosperidad vendrá de la mano de un programa de gobierno que promoverá ciertos cambios estructurales financiados por una reforma tributaria. Nada nuevo bajo el sol. Los mismos argumentos y en ninguna parte del programa de la socialista Bachelet se puede leer respecto de la importancia de los mercados libres y la competencia como elemento clave para la prosperidad. La ignorancia económica solo produce tristeza y desencanto…¿Cómo es posible que los políticos de mentalidad socialista equivoquen de manera tan flagrante sumiendo en la pobreza a miles y miles de ciudadanos que votan esperanzados en sus propuestas?. Podemos dar por sentado que el programa de la socialista Bachelet es solo papel muerto…terminará su gobierno, cambiarán algunas cosas de forma, y las demandas continuarán siendo las mismas o, quizás, de tono más elevado…En el Chile de hoy gobierna la ignorancia que marcha por las calles, vestida de estudiante, o accede al congreso para dirigir comisiones de “expertos” que creen que saben todo…

Y el supuesto faro iluminador de la OCDE es solo un faro socialista que promueve la intervención pública que solo aquieta las aguas en la costa, mientras en altamar se forman las tormentas.

NOTA: De acuerdo a la información publicada en internet, el señor Mario Pezzini fue nombrado Director del Centro de Desarrollo de la OCDE, el 5 de julio de 2010. Es de nacionalidad italiana e ingresó a la OCDE en 1995 como Administrador Principal de los estudios de las zonas urbanas marginadas. De 1996 a 1999 fue Jefe del Programa de Desarrollo Rural de la OCDE. De 1999 a 2006, fue Jefe de la División de Competitividad Regional y Gobernanza en la Dirección de Gobernanza Pública y Desarrollo Territorial, promoviendo el desarrollo regional, la eficacia de la política regional y la gobernanza multinivel. Desde febrero de 2007 a junio de 2010, fue Director Adjunto de Gobernanza Pública y Desarrollo Territorial. Lleva actualmente 19 años en la organización. Antes de unirse a la OCDE, en 1995, el señor Pezzini era profesor de economía en la Ecole Nationale Supérieure des Mines de París, así como en universidades de Estados Unidos e Italia. En varias ocasiones, el Sr. Pezzini ha sido asesor económico de organizaciones internacionales y grupos de reflexión (como la OIT, la ONUDI, la Comisión Europea y Nomisma en Italia) en el campo del desarrollo económico, organización industrial y economía regional, con un enfoque particular en las políticas de agrupaciones y redes de PyMes, así como en la política.

PANORAMA Liberal

Viernes 28 Febrero 2014

martes, 25 de febrero de 2014

Documentos. EL CONOCIMIENTO DE LA IGNORANCIA por Karl Popper.

¿Es correcta la duda de don Karl Popper?
Me doy cuenta, una vez más, de lo poco que sé, y ello me hace recordar la vieja historia que Sócrates contó por primera vez en su juicio. Uno de sus jóvenes amigos, un miembro del pueblo de nombre Querefon, había preguntado al dios Apolo en Delfos si existía alguien más sabio que Sócrates, y Apolo le había contestado que Sócrates era el más sabio de todos. Sócrates halló esta respuesta inesperada y misteriosa. Pero, después de varios experimentos y conversaciones con todo tipo de personas, creyó haber descubierto aquello que el dios había querido decir; por contraste de todos lo demás, él, Sócrates, se había dado cuenta de lo lejos que estaba de ser sabio, de que no sabía nada. Pero lo que el dios nos había querido decir a todos nosotros era que la sabiduría consistía en el conocimiento de nuestras limitaciones y, lo más importante de todo, en el conocimiento de nuestra propia ignorancia. Creo que Sócrates nos enseñó algo que es tan importante hoy en día como lo fue hace 2.400 años. Y creo que los intelectuales, incluso científicos, políticos y, especialmente aquellos que trabajan en los medios de comunicación, tienen hoy la imperiosa necesidad de aprender esta vieja lección que Sócrates trató en vano de enseñarnos.

¿Pero, es eso cierto? ¿No sabemos hoy, acaso, muchísimo más de lo que sabía Sócrates en su época? Sócrates tenía razón, debe admitirse, al ser consciente de su ignorancia: en efecto, él era ignorante sobre todo si lo comparamos con lo que sabemos hoy en día. Efectivamente, el reconocer su ignorancia fue un gesto de gran sabiduría por su parte. Pero hoy se dice que nuestros investigadores y científicos contemporáneos no son simples buscadores, sino también descubridores. Porque saben mucho: tanto que el gran volumen de nuestro conocimiento científico se ha convertido en un grave problema; los nuevos descubrimientos se publican a tal velocidad que es imposible que nadie pueda estar al día. ¿Podría ser que incluso ahora debamos seguir construyendo nuestra filosofía del conocimiento sobre la tesis de Sócrates de nuestra falta de conocimiento?

La objeción es correcta, pero únicamente después de haberla modificado radicalmente mediante cuatro comentarios muy importantes:

Primero, la idea de que la ciencia sabe mucho es correcta, pero la palabra conocimiento se usa aquí, al parecer inconscientemente en un sentido que es completamente distinto del significado que se le da a la palabra conocimiento cuando se usa, con énfasis, en el lenguaje diario. Sin embargo, el conocimiento científico simplemente no es un conocimiento cierto. Está siempre abierto a revisión. Consiste en conjeturas comprobables -el mejor de los casos-, conjeturas que han sido objeto de las más duras pruebas, conjeturas inciertas. Es conocimiento hipotético, conocimiento conjetural. Este es mi primer comentario, y por sí mismo es una amplia defensa de la aplicación a la ciencia moderna de las ideas de Sócrates: el científico debe tener en cuenta, como Sócrates, que él o ella no sabe, simplemente supone.

Mi segundo comentario sobre la observación de que nosotros sabemos tanto hoy en día es éste: con casi cada nuevo logro científico, con cada solución hipotética de un problema científico, el número de problemas no resueltos aumenta; y asimismo aumenta el grado de su dificultad; de hecho, ambos aumentan a una velocidad superior a la que lo hacen las soluciones! Y sería correcto decir que mientras se reduce nuestra ignorancia, nuestra creciente ignorancia es infinita.

Mi tercer comentario es éste: cuando decimos que hoy sabemos más que lo que sabía Sócrates en su época, que nuestro conocimiento conjetural es mayor, esto es probablemente incorrecto en tanto que nosotros interpretamos el saber en un sentido subjetivo. Probablemente, ninguno de nosotros sabe más, en cuanto a almacenar mayor información en nuestra memoria; más bien, somos conscientes de que hoy en día se sabe muchísimo más y acerca de muchísimas más cosas diferentes que en los tiempos de Sócrates.

Tenemos aquí una cuarta razón para decir que Sócrates estaba en lo cierto, incluso hoy. Porque este anticuado conocimiento personal consiste en teorías que se han demostrado son falsas. Por ello, tenemos cuatro razones que nos demuestran que incluso hoy, la idea de Sócrates "Sólo sé que no sé nada", es una idea de palpitante actualidad, pienso que aún más que en tiempos de Sócrates. Y tenemos razones, en defensa de la tolerancia, para deducir de la idea de Sócrates aquellas consecuencias éticas que fueron deducidas, en sus tiempos, por el propio Sócrates, por Erasmo, por Montaigne, Voltaire, Kant y Lessing. Y debemos incluso deducir algunas otras consecuencias. Los principios que son el fundamento de cada diálogo racional, es decir, cada discusión encaminada a la búsqueda de la verdad son, de hecho, principios éticos. Me gustaría expresar tres de esos principios éticos.

(a) El principio de la falibilidad: Quizá yo esté equivocado y quizá usted tenga razón, pero desde luego, ambos podemos estar equivocados.

(b) El principio del diálogo racional: Queremos de modo crítico -pero por supuesto, sin ningún tipo de crítica personal- poner a prueba nuestras razones a favor y en contra de nuestras variadas (criticables) teorías. Esta postura crítica pone a prueba nuestras razones a favor y en contra de nuestras variadas (criticables) teorías. Esta actitud crítica a la que estamos obligados a asumir es parte de nuestra responsabilidad intelectual.

(c) El principio de acercamiento a la verdad con la ayuda del debate. Podemos casi siempre acercarnos a la verdad, con la ayuda de tales discusiones críticas impersonales (y objetivas), y de este modo podemos casi siempre mejorar nuestro entendimiento; incluso en aquellos casos en los que no llegamos a un acuerdo.

Es extraordinario que esos tres principios sean epistemológicos y, al mismo tiempo sean también principios éticos. Porque implican, entre otras cosas, tolerancia: si yo puedo aprender de usted, y si yo quiero aprender en el interés por la búsqueda de la verdad, no sólo debo tolerarle como persona, sino que debo reconocerle potencialmente como a un igual. El principio ético que nos guíe deberá ser nuestro compromiso con la búsqueda de la verdad y la noción de una vía para llegar a la verdad y un acercamiento a ella. Sobre todo, deberíamos entender que nunca podremos estar seguros de haber llegado a la verdad; que tenemos que seguir haciendo críticas, autocríticas, de lo que creemos haber encontrado y, por consiguiente tenemos que seguir poniéndolo a prueba con espíritu crítico; que tenemos que esforzarnos mucho en la crítica y que nunca deberíamos llegar a ser complacientes y dogmáticos. Y también debemos vigilar constantemente nuestra integridad intelectual, que junto con el conocimiento de nuestra falibilidad nos llevará a una actitud de autocrítica y de tolerancia.

Por otra parte, también es de gran importancia darnos cuenta que siempre podemos aprender cosas nuevas, incluso en el campo de la ética. Me gustaría demostrar lo anterior por vía de un examen de la ética de los profesionales, la ética de los intelectuales, la ética de los científicos, médicos, abogados, ingenieros, arquitectos, directores, y, muy importante, de los periodistas y de la gente influyente del mundo de la televisión; también de los funcionarios, y sobre todo, de los políticos. Me gustaría proponerles algunos principios de una nueva ética profesional, principios que están estrechamente relacionados con las ideas éticas de tolerancia y de honestidad intelectual. Con este fin voy a describir primero la antigua ética profesional y, quizá, caricaturizarla un poco, para luego compararla y contrastarla con la nueva ética profesional que deseo proponer aquí.

Hay que reconocer que la antigua ética profesional se basó, como también se basa la nueva, en los conceptos de verdad, de racionalidad y de responsabilidad intelectual. Con la diferencia de que la antigua ética se basó en el concepto de conocimiento personal y en la idea de que es posible llegar al conocimiento cierto, o al menos acercarse lo más posible. Por esta razón, el concepto de autoridad personal desempeñó un papel importante en la antigua ética profesional. En contraste, la nueva ética se basa en el concepto de conocimiento objetivo, y de conocimiento incierto. Esto exige un cambio radical en nuestra manera de pensar. Lo que tiene que cambiar es el papel desempeñado por los conceptos de verdad, racionalidad, honestidad intelectual y responsabilidad intelectual.

Mi sugerencia es que la nueva ética profesional que propongo aquí se base en los doce principios siguientes, con los cuales termino mi discurso:

(a) Nuestro conocimiento objetivo conjetural continúa superando con diferencia lo que el individuo puede abarcar. Por consiguiente: no hay autoridades. Esta importante conclusión también se puede aplicar a materias especializadas y a campos específicos de investigación.

(b) Es imposible evitar todos los errores, e incluso todos aquellos que, en sí mismos, son evitables. Todos los científicos cometen equivocaciones continuamente. Hay que revisar la antigua idea de que se pueden evitar los errores y que, por tanto, existe la obligación de evitarlos: la idea en sí encierra un error.

(c) Por supuesto, sigue siendo nuestro deber hacer todo lo posible para evitar errores. Pero precisamente para evitarlos debemos ser conscientes, sobre todo, de la dificultad que esto encierra y del hecho de que nadie logra evitarlos.

(d) Los errores pueden estar ocultos al conocimiento de todos incluso en nuestras teorías mejor comprobadas; así, la tarea específica del científico es buscar tales errores. Descubrir que una teoría bien contrastada, o que una técnica usual práctica son erróneas, podría ser un descubrimiento de máxima importancia.

(e) Por lo tanto, tenemos que cambiar nuestra actitud hacia nuestros errores. Es aquí donde hay que empezar nuestra reforma práctica de la ética. Porque la actitud de la antigua ética profesional nos obliga a tapar nuestros errores, a mantenerlos secretos y a olvidarnos de ellos tan pronto como sea posible.

(f) El nuevo principio básico es que para evitar equivocarnos, debemos aprender de nuestros propios errores. Intentar ocultar la existencia de errores es el pecado más grande que existe.

(g) Tenemos que estar continuamente al acecho para detectar errores, especialmente los propios, con la esperanza de ser los primeros en hacerlo. Una vez detectados, debemos estar seguros de recordarlos, examinarlos desde todos los puntos de vista para descubrir por qué se cometió el error.

(h) Es parte de nuestra tarea el tener y ejercer una actitud autocrítica, franca y honesta hacia nosotros mismos.

(i) Puesto que debemos aprender de nuestros errores, asimismo debemos aprender a aceptarlos incluso con gratitud, cuando nos los señalan los demás. Y cuando llamamos la atención a otros sobre sus errores deberíamos siempre tener en cuenta que los científicos más grandes los han cometido.

(j) Tenemos que tener claro en nuestra propia mente que necesitamos a los demás para descubrir y corregir nuestros errores (de la misma manera los demás nos necesitan a nosotros) y, sobre todo, necesitamos a gente que se haya educado con diferentes ideas en un mundo cultural distinto. Así se logra tolerancia.

(k) Debemos aprender que la autocrítica es la mejor crítica, pero que la crítica de los demás es una necesidad. Tiene casi la misma importancia que la autocrítica.

(l) La crítica racional y no personal (u objetiva) debería ser siempre específica: hay que alegar razones específicas cuando una afirmación específica, o una hipótesis específica, o un argumento específico nos parece falso o no válido. Hay que guiarse por la idea de acercamiento a la verdad objetiva. En este sentido, la crítica tiene que ser impersonal, pero debería ser a la vez benévola.

Nota: Conferencia con motivo del otorgamiento del doctor "Honoris causa" de la Universidad Complutense de Madrid - España. Esta traducción apareció en Diario 16 de Madrid.

PANORAMA Liberal

Martes 25 Febrero 2014

sábado, 22 de febrero de 2014

Documentos. LA INTELIGENCIA FRACASADA por José Antonio Marina.

Afirma José Antonio Marina que "son inteligentes las sociedades justas. Y estúpidas las injustas. Puesto que la inteligencia tiene como meta la felicidad –privada o pública–, todo fracaso de la inteligencia entraña desdicha. La desdicha privada es el dolor. La desdicha pública es el mal, es decir, la injusticia...". Interesante tema para debatir...
El texto, que se ofrece a continuación, es el capítulo VII del opúsculo titulado “La inteligencia fracasada (Teoría y práctica de la estupidez)”, publicado originalmente en Madrid durante el año 2004. Plantea este texto que así como hay sociedades inteligentes y sociedades estúpidas, por extensión puede decirse que hay universidades inteligentes y universidades estúpidas, siendo las últimas aquellas en las que “las creencias vigentes, los modos de resolver conflictos, los sistemas de evaluación y los modos de vida disminuyen las posibilidades de las inteligencias privadas”. Convencido de que la inteligencia creadora es el gran recurso de una sociedad, ha ofrecido muchas conferencias para denunciar el fracaso de algunas personas que, siendo inteligentes, incurren en conductas estúpidas.

1. Hasta ahora se ha tratado a la inteligencia como una facultad personal que puede vivir en régimen privado o en régimen público, pero sin salir de su ámbito individual. En el primer caso, su actividad se funda en evidencias privadas, se guía por valores privados y emprende metas también privadas. En el segundo, busca evidencias universales, se guía por valores objetivos, y emprende metas compartidas.

En ambos casos, se habla de una inteligencia individual, con su carné de identidad. Un pensador eremítico, aislado entre las breñas, puede buscar en su soledad verdades universales, es decir, está usando públicamente su inteligencia, aunque esté solo.

Aquí, en cambio, voy a hablar de la inteligencia social, la que emerge de los grupos, asociaciones o sociedades, la que nos permite hablar de sociedades inteligentes y sociedades estúpidas. La sociedad española dieciochesca que gritaba “Vivan las cadenas”, la sociedad francesa que aplaudió la furia bélica y codiciosa de Napoleón, la sociedad alemana que aclamó a Hitler y se dejó contagiar de sus desvaríos, y la sociedad industrial avanzada que está construyendo una economía que esquilma irreversiblemente la naturaleza o que impone un sistema que hace incompatible la vida laboral y la vida familiar o una globalización que aumenta la brecha entre países pobres y ricos, son ejemplos de fracasos de la inteligencia compartida.

Vayamos paso a paso. ¿Qué entiendo por inteligencia social, comunitaria, compartida, o como prefiera llamarla? No se trata de la inteligencia que se ocupa de las relaciones sociales, sino de la inteligencia que surge de ellas. Es, podríamos decir, una inteligencia conversacional. Cuando dos personas hablan, cada una aporta su saber, su capacidad, su brillantez, pero la conversación no es la suma de ambas. La interacción las aumenta o las deprime. Todos hemos experimentado que ciertas relaciones despiertan en nosotros mayor ánimo, se nos ocurren más cosas, desplegamos perspicacias insospechadas.

En otras ocasiones, por el contrario, salimos del trato con los humanos deprimidos, idiotizados. La conversación ha ido resbalando hacia la mediocridad, el cotilleo, la rutina. Nos ha empequeñecido a todos. Soy
el mismo en ambas ocasiones, pero una de ellas ha activado lo mejor que había en mí y otra lo peor. José Ortega y Gasset dijo una frase que ha tenido una fortuna de mediada, porque sólo se ha hecho popular una mitad y la otra pasó desapercibida. “Yo soy yo y mi circunstancia” es la mitad exitosa. “Y si no salvo mi circunstancia, no me salvo yo”, es la mitad más importante, pero olvidada.

La inteligencia social es un fenómeno emergente. He tomado la idea del mundo de la economía. Los especialistas anglosajones en management acuñaron hace años un concepto brillante –organizaciones que aprenden, learning organizations– que con el tiempo se ha revelado muy útil. Los japoneses prefieren hablar de organizaciones que crean conocimiento. Todos están de acuerdo en una cosa: hay empresas inteligentes y empresas estúpidas. Aquellas gestionan bien la información, detectan con rapidez los problemas, son capaces de resolverlos rápida y eficazmente, fomentan la creatividad
y alcanzan sus metas –crear valor corporativo– al mismo tiempo que ayudan a que todos los implicados –los stakeholders– logren las suyas. Las estúpidas pasan a engrosar el cementerio empresarial.

Las empresas inteligentes consiguen que un grupo de personas, tal vez no extraordinarias, alcancen resultados extraordinarios gracias al modo en que colaboran. Una organización inteligente es la que permite desarrollar y aprovechar los talentos individuales mediante una interacción estimulante y fructífera. Comienza a hablarse de “capital intelectual” como uno de los grandes activos económicos, más aún, como la única riqueza verdadera.

Me parece muy provechoso extender esta noción a todo tipo de organizaciones, grupos, instituciones o sociedades. Hay parejas inteligentes y parejas estúpidas, familias inteligentes y familias estúpidas, sociedades inteligentes y sociedades estúpidas. El criterio es siempre el mismo. Las agrupaciones inteligentes captan mejor la información, es decir, se ajustan mejor a la realidad, perciben antes los problemas, inventan soluciones eficaces y las ponen en práctica. Así pues, junto a la inteligencia personal (que puede usarse privada o públicamente) encontramos una inteligencia social, que también tiene sus fracasos y sus éxitos.

2. ¿Se puede hablar de “inteligencia social” sin caer en mitologías peligrosas como las que fabulan un espíritu de las naciones, de las razas o de las clases? No sólo es posible sino necesario. Para explicar lo que entiendo por inteligencia social utilizaré un ejemplo señero: el lenguaje, uno de los más fascinantes misterios de la sociedad. ¿Quién lo creó? ¿A quién se le ocurrió el formidable in vento del subjuntivo o del adverbio o de la voz pasiva?.

A nadie y a todos. Los lenguajes, como las culturas, son creaciones colectivas, panales de un enjambre muy particular, cada una de cuyas abejas es un sujeto independiente, que puede introducir pequeños o grandes cambios en la colmena. Una necesidad universal y ubicua –comunicarse– conduce a la invención de modos cada vez más eficaces de hacerlo, que son aceptados y afinados por la comunidad. La inteligencia social es una tupida red de interacciones entre sujetos inteligentes. Cada uno aporta sus capacidades y sus saberes, y resulta enriquecido o empobrecido por su relación con los demás. Es una gran conversación coral. Hay un tejemaneje interminable entre personajes distinguidos, personas pasivas, grupos revolucionarios, grupos rutinarios, ocurrencias individuales, ocurrencias colectivas, que configuran una creación mancomunada que depende de la colectividad pero que es in dependiente de cada uno de los miembros de la colectividad.

Reflexione usted sobre cómo se instaura una moda. Hay personajes influyentes –los creadores de tendencias, los medios de comunicación, los persuasores de todo tipo–, pero en último término la moda se basa en un indeterminado pero copioso número de decisiones más o menos libres. Nadie puede, por ejemplo, introducir una palabra en el lenguaje. A lo sumo puede inventar un término y proponer su uso, pero que se generalice depende de los demás. Hace años intenté que se aceptara la palabra “estoicón” para designar a los miembros de una pareja más estable que un ligue pero más provisional que un matrimonio. Me había basado en la expresión “Desde hace dos años, estoy con Fulanita o con Menganito”. El verbo “estar” siempre indica una situación más efímera que el verbo “ser”. Mi propuesta no triunfó y por ello no puedo alardear de haber inventado una palabra española, sino
sólo un vocablo privado, de uso personal.

La interacción de sujetos inteligentes produce un tipo nuevo de inteligencia –la inteligencia comunitaria o social– que produce sus propias creaciones: el lenguaje, las morales, las costumbres, las instituciones. No existe un espíritu de los pueblos o cosa semejante, sino un tupido tejer de agujas múltiples.

Los intercambios recurrentes, copiosos, indefinidos producen pautas estables. Hay un minucioso trabajo de invención, reflexión, crítica, reelaboración, contrastación, puesta a prueba, proselitismo, iteración, rechazo, vueltas atrás, utopías, reivindicaciones, condenas, inquisiciones, librepensadores, científicos, estúpidos, santos, malvados, gentes del común, víctimas, verdugos, que sufriendo bandazos con frecuencia sangrientos, gracias a la inclemente pedagogía del escarmiento y a la gloriosa del placer y la alegría, produce una consistente segunda realidad. Los teóricos que hablan de la construcción de la realidad, frecuentemente con exageración, se refieren a la obra de estos telares infinitos y anónimos.

3. ¿Cómo sabemos que una sociedad fracasa? Los seres humanos son intrínsecamente sociales. La sociedad, con sus ventajas y exigencias, con sus complejidades y riesgos, ha ido modelando, ampliando, cultivando el cerebro y el corazón humanos. Somos híbridos de neurología y cultura. El lenguaje y la libertad son creaciones sociales. Pero, además de esta inevitable índole social, los seres humanos conscientemente desean vivir en sociedad porque en ella descubren más posibilidades vitales. “Nadie se une para ser desdichado”, decían los filósofos de la Ilustración, y los revolucionarios de 1789 lo afirmaron alegremente en su constitución: “La meta de la sociedad es la felicidad común”. La ciudad, por utilizar un nombre clásico, es fuente de soluciones. El hombre solitario no puede sobrevivir. Buscando, pues, su felicidad privada el ser humano sein tegra en el espacio público, y esto tiene trascendentales consecuencias.

La primera es que debe coordinar sus metas, sus aspiraciones, sus conductas, con las metas, aspiraciones y conductas de los demás. Esta interacción continua es el fundamento de la inteligencia social, de la que depende el capital intelectual de una sociedad, sus recursos. Daré una fórmula sencilla, más que nada mnemotécnica, de los componentes de esta inteligencia:

Inteligencia social = inteligencias personales
                                 + sistemas de interacción pública
                                 + organización del poder.

Una sociedad de personas poco inteligentes, torpes, ignorantes, perezosas o sin capacidad crítica, no puede superar ningún test de inteligencia social. Pero tampoco podría hacerlo una sociedad compuesta sólo de genios egoístas o violentos. Es el uso público de la inteligencia privada lo que aumenta el capital intelectual de una comunidad.

Al convertirse en ciudadano, el individuo se instala en un ámbito nuevo –la ciudad– que no puede ser una mera agregación de mónadas cerradas, sino que es forzosamente un sistema de comunicación interminable, donde todos influyen sobre todos, para bien o para mal. Los sistemas de interacción pública también determinan en la inteligencia social. No es lo mismo una comunidad dialogante que una comunidad perpetuamente en gresca, una ciudad generosa que una ciudad mezquina. Por último, el mal gobierno puede despeñar a una sociedad por el abismo de la estupidez, lo cual es siempre trágico, por que pagan inocentes los desmanes del poderoso.

Todavía parece increíble lo que hizo Hitler con Alemania, Stalin con Rusia, Pol Pot con Camboya y, podríamos añadir, Alejandro Magno con Macedonia, Calígula con Roma, Napoleón con Francia, los papas del renacimiento con la Iglesia, etcétera, etcétera,
etcétera.

A los ciudadanos les interesa sobremanera que la ciudad disfrute de un gran capital intelectual, que tenga la inteligencia necesaria para resolver los problemas que afectan a todos. La historia de la Humanidad puede contarse como un esfuerzo por crear formas de convivencia más inteligentes y también, como es notorio, como la crónica de sus fracasos y de sus éxitos.

En las culturas arcaicas, la ciudad estaba por encima del ciudadano, al que exigía una sumisión ilimitada. Esta idea llega hasta el Estado totalitario del siglo pasado, que aceptado como fuente dispensadora de todos los derechos del individuo, podía arrebatárselos cuando quisiera. “El Estado lo es todo; el individuo, nada” es una aclamada máxima fascista. La inteligencia social fue rebelándose contra esta tiranía, defendiendo los derechos individuales previos al Estado, desintoxicándose de la sumisión. Apareció así la idea de la dignidad inviolable del individuo. Un logro tardío. ¿Cómo se llegó a esa invención? ¿De dónde sacó fuerza y consejo la inteligencia comunitaria para dar a luz una idea tan brillante? Pues de la inteligencia de sus ciudadanos. Estos se habían incorporado a la ciudad buscando mejores condiciones para alcanzar sus metas particulares, su felicidad en una palabra, y no podían consentir que la ciudad fuese una fuente de desdichas.

Trabajaron entonces para defenderse de la Ciudad tiránica, pero manteniéndose dentro de la Ciudad benefactora. La felicidad privada consiste en la armoniosa realización de las dos grandes motivaciones humanas: el bienestar y la ampliación de posibilidades. Pues bien, para ambas cosas pedimos ayuda a la ciudad, y la ciudad fracasa si no nos las proporciona.

Sociedades estúpidas son aquellas en que las creencias vigentes, los modos de resolver conflictos, los sistemas de evaluación y los modos de vida, disminuyen las posibilidades de las inteligencias privadas. Una sociedad embrutecida o encanallada produce es tos efectos. Y también una sociedad adictiva, como es la nuestra en opinión de los expertos. La vulnerabilidad a las adicciones es un fenómeno cultural. Arnold Washton, un conocido especialista, señala: “Más y más personas están comenzando a darse cuenta de que nuestra avidez nacional por los productos químicos es sólo un aspecto de un problema nacional de conductas adictivas: no únicamente el uso indebido de las drogas.”

He dicho frecuentemente que las drogas no son un problema, sino una mala solución a un problema. Washton escribe: “El hecho de que estemos buscando esas gratificaciones a través de la adicción nos revela algo sobre el contexto social en que esto está ocurriendo: colectivamente, se recurre a los elementos alteradores del estado de ánimo para satisfacer necesidades reales y legítimas que no son adecuadamente satisfechas dentro de la trama social, económica y espiritual de nuestra cultura.” Es una mezcla de “mentalidad del arreglo rápido” y de “sentimiento de impotencia”. Annie Gottlieb, en su estudio sobre la generación de los años sesenta titulado Do You Believe in Magic?, escribe:

“Es el legado más agridulce que le dejaron las drogas a nuestra generación: el deseo de “sobre volar” por encima de una vida llena de altibajos. Las drogas fueron como un helicóptero que nos depositara en el Himalaya para disfrutar de la vista, sin haber tenido que escalar. Esa experiencia nos dejó, durante años, con una avidez de éxtasis, una impaciencia por las cosas terrenas, una desconfianza en la eficacia del esfuerzo. A quienes tomaban un atajo hasta el mundo de la magia, les ha costado mucho aprender a tener paciencia, perseverancia y disciplina, a tolerar el exilio en el mundo común y corriente.”

No puedo eludir un problema. ¿La aceptación social garantiza la bondad de una solución? Rotundamente no. No es verdad que la mayoría tenga siempre razón ni que el pueblo no se equivoque nunca, como un discurso políticamente correcto dice con notoria frivolidad. Una sociedad resentida o envidiosa o fanática o racista puede equivocarse colectivamente, y, por el contrario, un hombre solo puede tener razón frente al mundo entero. Por eso, al hablar de éxito o fracaso de la inteligencia colectiva necesitamos apelar a algún criterio de evaluación. Le propongo el siguiente: Debemos conceder a la inteligencia social la máxima jerarquía cuando proponga formas de vida que un sujeto ilustrado y virtuoso, en pleno uso público de su inteligencia, tras aprovechar críticamente la información disponible, considera buenas.

Como habrá reconocido el lector avezado, es una propuesta estrictamente aristotélica, pero que incluye las propuestas de Rawls, Habermas y otros teóricos. No sonría al leer mi referencia a la virtud. ¿Qué otra cosa pedimos a un juez para poder confiar en él? La imparcialidad, la objetividad, el estudio minucioso de las circunstancias, la equidad, son virtudes, es decir, hábitos que perfeccionan el juicio. Pero si al final el último juez ha de ser una persona concreta, ¿por qué doy tanta importancia a la inteligencia colectiva? Porque la complejidad social impide que una inteligencia aislada pueda manejar toda la información necesaria. Las experiencias
personales, la variedad de las circunstancias, la comprobación práctica de la eficacia de las propuestas teóricas, son indispensables
para una justa solución de los problemas.

Me convenció de ello un racionalista tan estricto como Jacques Maritain, que después de intentar fundamentar los principios éticos acabó reconociendo que “el factor más importante en el progreso moral de la humanidad es el desarrollo experimental del conocimiento, que se registra al margen de los sistemas filosóficos”. La práctica es la definitiva corroboración de la teoría.

He dicho muchas veces que la Historia es el banco de pruebas de los sistemas normativos. Muchas creencias que fueron mayoritariamente aceptadas en su época acabaron siendo rechazadas tras una larga y con frecuencia terrible experiencia. Tenemos una sabiduría de escaldados. Podría multiplicar los ejemplos: la esclavitud, la discriminación de la mujer o de los negros, la ignorancia de los derechos de los niños, el carácter sagrado de los reyes, los estados confesionales y teocráticos, el proceso de inmunización a que se acogen los dogmatismos religiosos, la supremacía de la raza, el uso de la tortura como procedimiento judicial legítimo, y muchos otros. La vigencia de estas creencias disparatadas, erróneas o perversas es un gran fracaso de la inteligencia social.

Los fracasos de la sociedad, como los del individuo, pueden ser cognitivos, afectivos y operativos. Este capítulo sirve, por ello, como recordatorio de lo ya explicado.

4. Fracasos cognitivos. La inteligencia fracasa cognitivamente cuando mantiene creencias blindadas. Los prejuicios, la superstición, el dogmatismo y el fanatismo son fenómenos sociales antes que personales. Hay culturas que los fomentan y protegen. La intolerancia religiosa repite una y otra vez los mismos comportamientos. El débil reclama la libertad que le protege del tirano, pero si llega a ser poderoso se olvida de lo que antes pedía. Los cristianos, perseguidos cruelmente por el Sanedrín y por el Imperio, reclamaron tolerancia. A principios del siglo III, Tertuliano escribió: “Tanto por la ley humana como por la natural, cada uno es libre de adorar a quien quiera. La religión de un individuo no beneficia ni perjudica a nadie más que a él. Es contrario a la naturaleza de la religión imponerla por la fuerza.” Pero en el año 313 Constantino reconoció legalmente a los cristianos,
y un siglo después la Iglesia, contaminada por el poder, había admitido la persecución de los heterodoxos. Los emperadores romanos proscribieron el paganismo. Entonces cambiaron las tornas y a finales del siglo IV eran los paganos ilustres los que defendían la libertad de culto contra los que la defendían un siglo antes. “Uno itinere non potest perveniri ad tam grande secretum.” “¡No hay un solo camino”, exclamó Símaco en el senado romano en el año 384, “por el que los hombres puedan llegar al fondo de un misterio tan grande!” Pero ya habían perdido la vez.

El protestantismo repite el modelo. Lutero blande la libertad de conciencia, el libre examen, como arma devastadora contra la Iglesia. En peligro, a punto de recibir la bula de excomunión, defiende con toda contundencia la libertad religiosa: “No se debe obedecer a los príncipes cuando exigen sumisión a errores supersticiosos, del mismo modo que tampoco se debe pedir su ayuda para defender la palabra de Dios.” Pero unos años después, cuando se siente más fuerte, se olvida de lo dicho y pide ayuda a los príncipes, y los exhorta para vengarse sin piedad a los réprobos. Los luteranos persiguen implacablemente a los anabaptistas, que cuando les llegó el turno los persiguieron con el mismo afán, tras conseguir el poder en Münster. Lo mismo sucedió en el mundo musulmán. Aún se mantiene abierta la lucha entre chiíes y sunitas, y en algunos países, como Sudán, desde el gobierno musulmán se lleva a cabo una guerra de exterminio contra los cristianos. Todos estos sucesos son terribles fracasos de la inteligencia, encerrada en un fanatismo que, incapaz de aprender de la experiencia, repite una y otra vez las mismas brutalidades.

Podría escribir una historia de las culturas intoxicadas que recogiera las creencias falsas que han servido para legitimar situaciones injustas. Por ejemplo, la diferencia radical de los seres humanos, la radical separación de castas que todavía perdura en regiones de la India, la discriminación por razón de sexo o de raza. Ni siquiera Aristóteles, el gran educador ético de Europa, se libró de este tipo de creencias, pues afirmó que la esclavitud pertenecía al orden natural:

La naturaleza quiere incluso hacer diferentes los cuerpos de los esclavos y los de los libres; unos, fuertes para los trabajos necesarios;
otros, erguidos e inútiles para tales menesteres, pero útiles para la vida política- (Política, 1254b).

Las creencias sobre la homosexualidad proporcionan un dramático y actual caso de estudio. En 1936 Himmler promulgó un decreto que decía: “En nuestro juicio de la homosexualidad (síntoma de degeneración que podría destruir nuestra raza) hemos de volver al principio rector: el exterminio de los degenerados.” En consecuencia, dio orden de enviarlos a campos de nivel 3, es decir, a campos de exterminio. Según la iglesia luterana austríaca fueron asesinados más de doscientos mil. Pero la injusticia no terminó con la caída del régimen nazi. Después de la guerra se compensó generosamente a los supervivientes de los campos de concentración, excepto a los homosexuales, porque continuaban siendo legalmente “delincuentes” según la legislación alemana. Al menos hasta el año 2000 la homosexualidad masculina estaba castigada con pena de muerte en Afganistán, Pakistán, Chechenia, Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Irán, Yemen, Mauritania y Sudán. La intolerancia es siempre un fracaso de la inteligencia, lo que no significa, sin embargo, que la tolerancia sea siempre un triunfo.

Me referiré ahora a creencias no tan sanguinarias pero que influyen decisivamente en la vida de las sociedades. Las ideas que una sociedad tiene acerca de lo que es la inteligencia y la libertad condicionan su modo de enfrentar se con los problemas. En Occidente, la mayor parte de las definiciones de inteligencia se centran en la habilidad cognitiva, cosa que no ocurre en otras culturas. Dasen comparó las creencias americanas con las de una tribu africana, los baoulé. Las dos sociedades concebían la inteligencia en términos de alfabetización, memoria y capacidad de procesar la información rápidamente, pero los baoulé consideraban que esas habilidades sólo adquirían significado cuando se aplicaban al bienestar de la comunidad. Los baoulé enfatizaban la inteligencia social, es decir, orientada a colaborar con otros y servir al grupo. Estoy de acuerdo con ellos.

La idea de libertad determina también la inteligencia de una sociedad. El gran Montesquieu dice en el libro XI, 2 de El espíritu de las leyes, refiriéndose a los moscovitas de la época de Pedro el Grande, que “por mucho tiempo han creído que la libertad consistía en el uso de llevar la barba larga”. Tal vez no hayamos progresado mucho. ¿Qué lugar debe ocupar la libertad en la jerarquía de valores? La glorificación de la libertad es una creación de Occidente. Otras culturas consideran más importantes otros valores como la paz, la concordia, la obediencia a la ley.

En Occidente ha prevalecido últimamente una creencia acerca de la libertad que augura muchos fracasos sociales, y que podría enunciarse así: Sólo es libre la acción espontánea. Es difícil negarse a esta evidencia, que, sin embargo, encierra una contradicción insostenible. Afirma una idea de libertad que anula la libertad. En efecto, si el comportamiento no es espontáneo, es coaccionado. El superego, la educación, las normas, el qué dirán o la moral del grupo, dirigen y anulan la libertad. El sujeto, por lo tanto, no es libre. Pero ocurre que si actúa espontáneamente, tampoco lo es, por que la espontaneidad es mera pulsión. Lo que llamamos naturalidad no es más que el determinismo de la naturaleza. La paradoja nos ha cazado: si quiero ser libre no puedo ser espontáneo, ni dejar de serlo. Esta falsa idea de libertad lleva a la conclusión de que sólo se es libre si se está absolutamente desvinculado de todo. Y esto es la negación de la inteligencia comunitaria. Su fracaso.

5. Fracasos afectivos. Las sociedades fomentan estilos afectivos diferentes, por ello hay culturas pacíficas y culturas belicosas, culturas egoístas y culturas solidarias. En Sexo y temperamento, Margaret Mead muestra dos modelos de afectividad social. Los arapesh son un pueblo cooperador y amistoso. Trabajan juntos, todos para todos. El beneficio propio parece detestable. “Sólo había una familia en el poblado”, cuenta la autora, “que demostraba apego por la tierra, y su actitud resultaba incomprensible para los demás.” Se caza para mandar la comida a otro. “El hombre que come lo que él mismo caza, aunque sea un pajarillo que no dé para más de un bocado, es el más bajo de la comunidad, y está tan lejos de todo límite moral que ni se
intenta razonar con él.”

Para los arapesh el mundo es un jardín que hay que cultivar. Mi alma de horticultor no puede dejar de conmoverse ante esta poética concepción del mundo. El deber de los niños y del ñame es crecer. El deber de todos los miembros de la tribu es hacer lo necesario para que los niños y el ñame crezcan. Cultivo de los niños, cultura del ñame, o al revés. Hombres y mujeres se entregan a tan maternal tarea con suave entusiasmo. Los niños son el centro de atención, la educación entera es educación sentimental. No hace falta que el niño aprenda cosas, pues lo importante es suscitar en él un sentimiento de confianza y seguridad. Hacerle bondadoso y plácido, eso es lo importante. Se le enseña a confiar en todo el mundo. Los niños pasan temporadas en casa de sus familiares, para que se acostumbren a pensar que el mundo está lleno de parientes.

A ciento sesenta kilómetros de los pacíficos arapesh viven los mundugumor, que han creado una cultura áspera, incómoda, malhumorada. Todo parece fastidiarles, lo que no es de extrañar, porque su organización fomenta un estado de cabreo perpetuo.

La relación con el sexo opuesto y la organización familiar están cuidadosamente diseñadas para provocar irremediables conflictos. La estructura básica de parentesco se llama rope y es una máquina perfecta de intrigas y odios. El padre y la madre encabezan familias distintas. El rope del padre está compuesto por sus hijas, sus nietos, sus bisnietas, sus tataranietos, es decir, una generación femenina y otra masculina. El rope mater no está contrapeado. Ambas familias se odian, no por casualidad, sino por los ritos de casamiento. Los mundugumor cambian una novia por una hermana, por lo que los hijos consideran a su padre un rival peligroso, que puede cambiar a sus hijas por unas esposas más jóvenes para él. En reciprocidad, los hijos son también un peligro para el padre, que ve su crecimiento como el crecimiento de unos enemigos. En cada choza mundugumor hay una esposa enfadada y unos hijos agresivos, listos para reclamar sus derechos y mantener en contra del padre sus pretensiones sobre las hijas, única moneda para comprar una novia. No es de extrañar que la noticia de un embarazo se reciba con disgusto. El padre sólo quiere hijas para ampliar su rope. La madre quiere hijos, por lo mismo. La educación de los niños es una minuciosa preparación para este mundo sin amor. No hay lugar para la tranquilidad o la alegría. Todos los mundugumor saben que por una u otra razón tendrán que pelear con su padre, con sus propios hermanos, con la familia de su mujer, con la propia mujer. Las niñas ya saben que serán el origen de las peleas. Ése será su dudoso privilegio.

Los estilos afectivos sociales condicionan la vida del individuo, ampliándola o disminuyéndola. El odio, la agresividad, la envidia, la impotencia, la soberbia, extravían a las sociedades. Según Fukuyama, en los años sesenta se produjo una gran ruptura social. Aumentó la delincuencia, se generalizaron las disoluciones familiares y disminuyó la confianza entre los ciudadanos. Estos tres fenómenos derivaban de un cambio más profundo, a saber, de una quiebra del capital social, de la inteligencia comunitaria, que por un cóctel tóxico de malas creencias y malos sentimientos acabó planteando más problemas de los que era capaz de resolver.

Las sociedades pueden encanallarse cuando se encierran en un hedonismo complaciente, y carecen de tres sentimientos básicos: compasión, respeto y admiración. Compadecer es sentirse afectado por el dolor de los demás, y es la base del comportamiento moral. Considerar la compasión como un sentimiento paternalista y humillante es una gigantesca corrupción afectiva. Cada vez que se grita “No quiero compasión sino justicia” se está olvidando que ha sido precisamente la compasión la que ha abierto el camino a la justicia. Respeto es el sentimiento adecuado ante lo valioso. Se trata de un sentimiento activo, que se prolonga en una acción de cuidado, protección y ayuda. Es, sobre todo, el sentimiento que capta y aprecia la dignidad del ser humano. Cuando desaparece se cae en la trivialización y en la tiranía del que-mas-dá.

Por último, la admiración es la valoración de la excelencia. Un igualitarismo mal entendido nos impide apreciar a los demás. “Nadie es más que nadie” es una afirmación estúpida por degradante. No es lo mismo el hombre que ayuda a los demás que el hombre que los tortura. No es lo mismo Hitler que Mandela. La carencia de admiración es un encanallamiento. Tenía razón Rousseau cuando se quejaba en una carta a D’Alembert: “Hoy, señor, no somos ya lo suficientemente grandes para saberos admirar.”

6. Fracasos operativos. La inteligencia social puede equivocarse en las metas. Por ejemplo, cuando crea mitologías a las que sacrifica los derechos individuales, la felicidad del ciudadano. La gloria nacional ha sido una de ellas. Colbert, ministro de Luis XIV, organizó eficazmente la economía francesa, pero su meta no era la prosperidad de los franceses, sino la financiación de las guerras expansivas del rey. Henri Guillemin, en su requisitoria contra Napoleón, escribe: “Necesitaba deslumbrar a la plebe republicana, a la que había reducido al silencio, con la gloire. No sólo a corto plazo sino constantemente. Era un buen procedimiento para que pensara en otra cosa y no en su situación real.” Cuando la Nación, la Raza, el Partido, la Iglesia, el Bien común, como abstracción, se yerguen como marco supremo, se agazapan tras unas mayúsculas amedrentadoras, acaban destruyendo a los ciudadanos.

Las sociedades pueden proponerse metas contradictorias. El régimen soviético intentó hacer compatible la estatización de la economía con su eficacia. No era posible. Los mecanismos del mercado permiten un
mejor aprovechamiento de la información y una asignación de recursos más productiva. Un fracaso en los sistemas ejecutivos puede darse por exceso o por defecto. El exceso es la tiranía, que en ocasiones es aceptada gustosamente por la sociedad, lo que supone un fracaso de su inteligencia. El miedo, por ejemplo, impulsa a esa abdicación de la libertad. El defecto es la anarquía, cuando quiebran todos los sistemas de control. Suele llevar a la tiranía por compensación. Heródoto cuenta que cuando moría el emperador de Persia se suspendían durante cinco días todas las leyes. Los desmanes sufridos durante ese paréntesis anárquico hacían que el pueblo anhelase la llegada de un nuevo emperador. La inteligencia, como he repetido tantas veces, culmina en la resolución de los problemas prácticos, en especial de los que se refieren a la felicidad personal y a la dignidad de la convivencia.

La convivencia humana ha planteado siempre problemas enconados que cada cultura ha intentado resolver a su manera. El valor de la vida, la propiedad de los bienes y su distribución, la sexualidad, la familia y la educación de los hijos, la organización del poder político, el trato a los débiles, ancianos o enfermos, el comportamiento con los extranjeros y la relación con los dioses han sido, son y probablemente serán los fundamentales.

Una evolución histórica agitada y feroz ha ido seleccionando los métodos mejores para resolver esta contienda inacabable. La inteligencia comunitaria, después de recorrer muchos laberintos, denomina “justicia” a la mejor solución de conflictos. Una cosa es terminar un problema y otro resolverlo. Un pleito por un prado se termina cuando uno de los con tendientes saca una escopeta y mata al otro. Se ha terminado, pero no se ha resuelto. Lo de “muerto el perro se acabó la rabia” no vale ni para los perros. Lo importante es que desaparezca el bacilo de la rabia. Un problema sólo se resuelve cuando se termina dejando a salvo los valores para la convivencia. De lo contrario, retoñará. El escritor israelita Amos Oz transcribe una conversación con un compatriota defensor de una política de fuerza. La tesis de este halcón es que para conseguir la deseada paz hay que destrozar al enemigo, como sea, incluso con armas nucleares, y que postergarlo sólo servirá para aumentar el sufrimiento: Estoy dispuesto a cumplir voluntariamente el trabajo sucio para el pueblo de Israel, a matar a los árabes que haga falta, a expulsarlos, perseguirlos, quemarlos, hacer nos odiosos... Hoy ya podríamos tener todo…esto detrás de nosotros, podríamos ser un pueblo normal con valores vegetarianos...y con un pasado levemente criminal: como todos. Como los ingleses y los franceses y los alemanes y los estadounidenses, que ya han olvidado lo que hicieron a los indios, a los australianos, que han aniquilado a casi todos los aborígenes, ¿quién no? ¿Qué tiene de malo ser un pueblo civilizado, respetable, con un pasado ligeramente criminal? Eso ocurre hasta en las mejores familias.

Tiene razón al decir que ésta ha sido la política aplica da a lo largo de la historia. En cada momento se terminó con el problema, pero no se solucionó nunca. Por eso la historia humana continúa siendo el libro de cuentas de un matadero, como siempre ha sido: este empecinamiento es un cruel fracaso de la inteligencia.

7. El triunfo de la inteligencia personal es la felicidad. El triunfo de la inteligencia social es la justicia. Ambas están unidas por parentescos casi olvidados. Hans Kelsen, uno de los grandes juristas del pasado siglo, los describió con claridad: “La búsqueda de la justicia es la eterna búsqueda de la felicidad humana. Es una felicidad que el hombre no puede encontrar por sí mismo, y por ello la busca en la sociedad. La justicia es la felicidad social, garantizada por el orden social.” La felicidad política es una condición imprescindible para la felicidad personal. Hemos de realizar nuestros proyectos más íntimos, como el de ser feliz, integrándolos en proyectos compartidos. Sólo los eremitas de todos los tiempos y confesiones han pretendido vivir su intimidad con total autosuficiencia. Han sido atletas de la desvinculación. De todo esto se desprende un colorario:

Son inteligentes las sociedades justas. Y estúpidas las injustas. Puesto que la inteligencia tiene como meta la felicidad –privada o pública–, todo fracaso de la inteligencia entraña desdicha. La desdicha privada es el dolor. La desdicha pública es el mal, es decir, la injusticia.

8. Una condición de la justicia es elegir bien el marco al que adjudica mayor jerarquía. Al final del capítulo anterior planteaba la cuestión de si debía ser el marco individual o el marco social el que ocupase ese lugar de preeminencia. La tensión entre individuo y sociedad es inevitable. El individuo, que acude a la ciudad para aumentar su libertad, vuelve a su casa cargado de deberes, lo que le produce cierta irritación. Creo que los grandes fracasos de la inteligencia social aparecen cuando no resuelve bien esta tensión.

El relativismo extremo arma una trampa social. Se ha extendido la idea de que es un síntoma de progresismo político, y que la equivalencia de todas las opiniones es el fundamento de la democracia, creencia absolutamente imbécil y contradictoria. Si todas las opiniones valen lo mismo, las creencias de los antidemócratas son tan válidas como las de los demócratas. De hecho, los neofascistas europeos se han apuntado al carro posmoderno. Escuche lo que dice Jean-Yves Gallou: “No existe una lógica universal que sea válida para todos los seres racionales. A todo sustrato étnico corresponde una lógica propia, una visión del mundo propia.” El relativismo cultural, que tan liberador parecía, acaba en el nazismo. Noam Chomsky, de cuya ejecutoria democrática y antiimperialista nadie dudará, ha denunciado vigorosamente el carácter reaccionario de esta aparente progresía: “Hoy día, los herederos de los intelectuales de izquierda buscan privar a los trabajadores de los instrumentos de emancipación, informándonos de que el proyecto de los enciclopedistas ha muerto, que debemos abandonar las ilusiones de la ciencia y de la racionalidad, un mensaje que llenará de gozo a los poderosos, encantados de monopolizar esos instrumentos para su propio uso.”

Todavía son un atentado más grave contra la inteligencia social las creencias desmoralizadoras. Las que niegan la necesidad o la posibilidad de ponernos de acuerdo sobre la idea de justicia. Estamos apresados entre los cuernos de una paradoja alumbrada por la historia de la moral occidental. Hemos puesto como valor supremo la autonomía personal, lo que debilita el poder de las normas universales, una de las cuales es el valor de la autonomía personal. El arroyo ciega la fuente de la que procede. Sófocles lo mostró ya en Antígona. La protagonista hace caso a su conciencia y se enfrenta a las leyes de la ciudad. El coro la increpa llamándola autonomós, que suena a reproche y no a elogio.

Ha sido arrastrada por su soberbia, prefiriendo su ley privada a la ley común. También se descubre el proceso paradójico en la historia del cristianismo. La doctrina eclesial de la responsabilidad personal acaba en el libre examen, que se convierte en una instancia contra la doctrina eclesial. En caso de enfrentamiento entre la norma moral establecida y mi conciencia moral, ésta debe prevalecer. Tal paradoja ha penetrado incluso en los sistemas legales. La objeción de conciencia es una paradoja jurídica. Una ley autoriza a que en ciertos casos se incumpla la ley.

La inteligencia social ha descubierto, pues, el valor de la libertad de conciencia, con lo que convierte a la propia conciencia en máximo tribunal del comportamiento. Esto es verdadero y disparatado, según se mire. Lo único que este derecho protege es la personal búsqueda de la verdad. La protege, ciertamente, pero también la exige.

En este momento, mi argumento cierra su círculo. Al hablar de la inteligencia personal había indicado que había un uso privado y un uso público. El privado buscaba evidencias privadas, se guiaba por valores privados y emprendía metas privadas. El uso público buscaba evidencias universales, se guiaba por valores objetivos y emprendía metas comunes. Pues bien, lo que nos dice la inteligencia comunitaria es que la justicia, que es su gran creación, exi ge un uso público de la inteligencia.

La libertad de conciencia sólo adquiere su legitimidad total cuando esa conciencia se compromete a buscar la verdad, a escuchar argumentos ajenos, atender a razones, y rendirse valientemente a la evidencia, aunque vaya en su contra. Es decir, a saltar por encima de los muros de su privacidad. Sin esta contrapartida, el derecho a la libertad de conciencia puede convertirse en protector de la obstinación y el fanatismo, grandes derrotas de la inteligencia, como ya hemos visto. El uso público de la inteligencia se propone salir del mundo de las evidencias privadas, donde puede emboscarse el capricho, la obcecación, o el egoís mo, para buscar el mundo de las evidencias universalizables que pueden compartir todos los seres humanos.

Necesitamos recuperar el mensaje de Antonio Machado: En mi soledad he visto cosas muy claras, que no son verdad.

9. El mundo actual, desgarrado por un choque de civilizaciones, necesita saber a qué atenerse en este asunto. Las creencias privadas son legítimas mientras no afecten a otras personas. En este caso, deben someterse a las evidencias universales. La importancia de aceptar este principio se pone de manifiesto con especial agudeza en los enfrentamientos religiosos. Aunque a estas alturas del libro el lector se encuentre agotado, debo exigirle un último es fuerzo de atención porque necesito explicarle algo sobre la verdad. Solemos decir que la verdad es la concordancia entre un pensamiento y la realidad, pero esta afirmación tan clara deja muchas cosas en la sombra. Prefiero definir la verdad como la manifestación evidente de un objeto. Le acompaña una certeza subjetiva.

El primer principio de una teoría del conocimiento es: “Lo que veo, lo veo.” Por ejemplo, que el sol se mueve en el cielo. Por desgracia, ese inexpugnable principio tiene que completarse con otro que le baja los humos: “Toda evidencia puede ser tachada por una evidencia más fuerte.” Es decir, la evidencia de que el sol se mueve en el cielo es tachada por una evidencia astronómica que nos dice que es la Tierra la que se mueve alrededor del sol.

Tengo que propinarle una definición: Entiendo por verdad la manifestación evidente de un objeto. Le acompaña la certeza subjetiva, y puede expresarse en un juicio, que llamaríamos “juicio verdadero”. Su fuerza depende del es tado de verificación en que se halle. Lo que llamamos ver dad científica no es más que la teoría mejor corroborada en un momento dado. Ahora, en física, es la mecánica cuántica y la teoría de la relatividad. Mañana, ¿quién sabe? Por el rango de su corroboración tenemos que distinguir las verdades privadas, las verdades privadas colectivas y las verdades universales.

Verdades privadas son aquellas que por su objeto, por la experiencia en que se fundan, por la imposibilidad de universalizar la evidencia, quedan reducidas al mundo de una persona. Es privada también una verdad científica antes de que haya sido demostrada. Son, pues, verdades biográficas, no verdades reales, es decir, intersubjetivas. Por ejemplo, la confianza que tengo en una persona es una verdad privada que se funda en dos evidencias: estoy seguro de mi confianza, y estoy seguro de que la otra persona es de fiar.

Esto último puede manifestarse falso en la continuación de la experiencia, es decir, la verdad privada también puede falsarse, empleando el término de Popper. Lo que no se puede hacer es universalizarla, porque la experiencia en que se basa es privada. La vida va confirmando o rebatiendo una parte importante de nuestras verdades privadas, da igual que se trate de un amor o de una experiencia religiosa. Desde fuera del sujeto dichas verdades pueden no tener sentido, pero no pueden rebatirse. No puedo decir que quien dice que ha visto a Dios no le ha visto. Es el propio sujeto quien tiene que buscar las pruebas de su verdad, por honestidad o por puro interés, como los enamorados que pedían «pruebas» de su amor a la persona amada. Los demás sólo podemos decir que el estado de verificación de esta verdad es privado, y que desde el exterior sólo podemos considerarla como presunta verdad, mientras no entre en colisión con alguna verdad más fuerte. A veces, por ejemplo en el caso de las alucinaciones, se puede demostrar que esa evidencia es falsa, que no hay voces, ni personas, ni alimañas subiéndose por las sábanas, pero en otros casos tan sólo podemos abstenernos de juzgar.

Verdades privadas colectivas. Con esta expresión contradictoria designo las verdades privadas, es decir, que no pueden universalizarse, pero que son compartidas por una colectividad. Las creencias religiosas pertenecen a este tipo. Son verdades comunes, participadas, pero sólo por un grupo, cuyo consenso fortalece las fes particulares. La comunidad como corroboración social es uno de los gran des mecanismos que aseguran las certezas religiosas, por que producen un espejismo de verdad intersubjetiva. Son también un eficaz mecanismo para hacer naufragar la inteligencia social.

Verdades universales intersubjetivas, son aquellas evidencias suficientemente corroboradas, al alcance teórico de todas las personas (las evidencias de la física cuántica están teóricamente al alcance de todos, pero realmente sólo al alcance de los que estudien física), y sometidas a rigurosos criterios de verificación metódicamente precisados por la ciencia a lo largo de la historia, que permiten alcanzar una garantía que va más allá del mero consenso subjetivo. Una teoría no es verdadera porque la admitan los científicos, sino que los científicos la admiten porque la consideran verdadera. La ética puede alcanzar este esta do de verificación, aunque por caminos distintos a los que sigue la ciencia. Comienza en una experiencia afectiva, evaluativa, y sigue caminos metodológicamente distintos.

De lo dicho se puede deducir un “principio ético acerca de la verdad”: En todo lo que afecta a las relaciones entre seres huma nos, o a asuntos que impliquen a otra persona, una verdad privada –sea individual o colectiva– es de rango inferior a una verdad universal, en caso de que entren en conflicto.

Las religiones son verdades privadas, cuya corrobora ción interesa al sujeto que las está manteniendo, y que en el ámbito de la acción pública, por ejemplo en el comportamiento, tienen que someterse a las verdades éticas. Cosa que, por otra parte, han hecho o llevan camino de hacer todas las religiones. No pueden, por lo tanto, imponerse por la fuerza, pero tampoco pueden ser erradicadas por la fuerza, mientras permanezcan en el ámbito íntimo, y sus consecuencias no perjudiquen a nadie.

10. Aquí termina esta herborización de fracasos. La consecuencia es clara. Debemos anhelar el triunfo de la inteligencia, porque de ello depende nuestra felicidad privada y nuestra felicidad política. En aquellos asuntos que nos afectan a todos, la inteligencia comunitaria es el último marco de evaluación. Abre el campo de juego donde podremos desplegar nuestra inteligencia personal. Colaborará a nuestro bienestar y a la ampliación de nuestras posibilidades. La justicia –la bondad inteligente y poco sensiblera– aparece inequívocamente como la gran creación de la inteligencia. La maldad es el definitivo fracaso. 􀁀

Autor: José Antonio Marina, natural de Toledo (1939), filósofo, ensayista, educador y floricultor, es una de las más brillantes figuras del pensamiento fenomenológico español en nuestros días. Se ha esforzado por echar a andar una “movilización educativa” en el seno de la sociedad española, dirigida a provocar un cambio cultural capaz
de mejorar la educación de la nueva generación. La página web de la Universidad de Padres on-line encarna su proyecto pedagógico, según el cual la responsabilidad de la educación atañe a toda la sociedad, y no solo a los maestros. Ganador del premio Giner de los Ríos de Innovación Educativa y autor de muchos libros, entre ellos La recuperación de la autoridad (2009).

PANORAMA Liberal

Sábado 22 Febrero 2014