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martes, 29 de julio de 2014

Documentos. DEL BUEN SALVAJE AL BUEN REVOLUCIONARIO de Carlos Rangel.

Es bueno recordar las lecturas de algunos destacados liberales por su aporte en una época de socialismo en todos los frentes...En una época que todos ven en el Estado la fuente de las soluciones cuando solo es una gran fuente de problemas...Leer a Carlos Rangel es una bendición en estos tiempos de tanta pobreza...
Carlos Rangel nació en Caracas, en 1929. Cursó estudios superiores de literatura comparada en Estados Unidos y Francia, y fue profesor de Lengua y Literatura Española e Hispanoamericana en la New York University y de Periodismo informativo y de opinión en la Universidad Central de Venezuela. Después de haber servido como Primer Secretario de la Embajada de Venezuela en Bélgica, asumió, en 1959, la Sub-dirección del semanario caraqueño Momento, dando inicio a una importante labor como analista político en la prensa de su país. Paralelamente, fue desde 1960, uno de los principales promotores de los programas de opinión en la televisión venezolana. Fue, asimismo, columnista habitual del semanario Resumen y colaborador de otros órganos de prensa locales. Podemos considerar su legado en Venezuela como muy significativo y se convirtió en una de las personalidades más destacadas de la historia de dicho país.

El 15 de enero de 1988 a los 58 años de edad se quita la vida lo que resultó en un rudo golpe para su familia, amigos y para el pensamiento latinoamericano. Carlos Montaner planteó, años después, que “cuando fue derribado el Muro de Berlín, sólo un año más tarde, no pude evitar pensar cuánto habría disfrutado Carlos la desaparición del comunismo en Europa y el total descrédito del marxismo: la historia había confirmado sus mejores razonamientos e intuiciones. Sin embargo, estoy seguro de que habría sufrido terriblemente a partir de la década de los noventa, cuando Venezuela se colocó en un peligroso plano inclinado y comenzó una deriva irresponsable hacia el abismo”.

Leer su libro “Del buen salvaje al buen revolucionario” es hoy un buen punto de partida para adentrarse en su obra con el fin de iniciar un examen profundo de las razones que han conducido a Latinoamérica a un estado permanente de sueño y pesadilla inconcluso. Después de la caída de los socialismos reales de fines de los ’80 del siglo pasado, las letanías socialistas han vuelto, vestidas ahora con el aura mágica de la democracia, para implantar una nueva dictadura, la de las mayorías, que les habilita –supuestamente- para que sus líderes se reelijan permanentemente imponiendo visiones de mundo fracasadas por la historia. Hoy, predominan las democracias intervenidas por políticos socialistas que solo buscan perpetuarse en el poder para continuar fabricando mediocridad y pobreza.

El camino a la riqueza que Latinoamérica no ha podido emprender tiene como principales causas la ausencia de liderazgos de futuro y amplia visión o la permanente presencia de liderazgos de izquierda que han sometido intelectualmente a las masas. Es decir, nuestro sempiterno subdesarrollo hunde sus raíces en la gente que nos ha gobernado durante estos 200 años de vida libre, elegidos por un pueblo sin autoestima, carente de vigor propio, y al que le han dicho siempre que son lo que son por culpa del “imperialismo”, de los “empresarios”, del “neoliberalismo” y de un sinnúmero de tristes razones que solo forman parte del arsenal propagandístico de una izquierda simplona y escasa de ideas…

Conviene releer a Carlos Rangel, y en esta oportunidad les presentamos un extracto de la Introducción de su obra “Del buen salvaje al buen revolucionario”…

“DEL FRACASO A LA MITOLOGIA COMPENSATORIA

Entre 1492 y 1975 han transcurrido casi quinientos años, medio milenio de historia. Si nos proponemos calificar esos casi cinco siglos de historia latinoamericana en la forma más sucinta, pasando por encima de toda anécdota, de toda controversia, de toda distracción, yendo al fondo de la cuestión antes de desmenuzarla, lo más certero, veraz y general que se pueda decir sobre Latinoamerica es que hasta hoy ha sido un fracaso.

Esta afirmación puede parecer escandalosa, pero es una verdad que los latinoamericanos llevamos prendida en la conciencia, que callamos usualmente por dolorosa, pero que traspasa y sale a la luz cada vez que tenemos momentos de sinceridad. Es decir que somos los mismos latinoamericanos quienes calificamos nuestra historia como una frustración. El mayor héroe de América Latina, Bolívar, escribió en 1830: “He mandado veinte años, y de ellos no he sacado más que pocos resultados ciertos: 1. La América (Latina) es ingobernable para nosotros; 2. el que sirve una revolución ara en el mar; 3. la única cosa que se puede hacer en América (Latina) es emigrar; 4. este país (la Gran Colombia luego fragmentada entre Colombia, Venezuela y Ecuador), caerá infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada para después pasar a tiranuelos, casi imperceptibles de todos los colores y razas; 5. Devorados por todos los crímenes y extinguidos por la ferocidad, los europeos no se dignarán conquistarnos; 6. si fuera posible que una parte del mundo volviera al caos primitivo, éste sería el último período de la América (Latina)”.

En esos seis puntos de Bolívar está condensado en su forma extrema el pesimismo latinoamericano, el extremo juicio adverso de los latinoamericanos sobre nuestra propia sociedad. Pero vale la pena subrayar que por lo menos algunas de las profecías desesperadas de Bolívar se cumplieron al pie de la letra, por lo cual no se las puede atribuir únicamente al estado depresivo de un hombre envejecido, decepcionado y amargado, sino que son apreciaciones en las cuales están presentes toda la agudeza sociológica y toda la visión política del Libertador.

Desde 1830 hasta hoy se acumulan otros datos y otros puntos de referencia, adicionales a los disponibles para Bolívar al formular su juicio sobre el futuro de Latinoamérica:

1. El éxito desmesurado de los EE.UU., en el mismo “Nuevo Mundo” y en el mismo tiempo histórico.

2. La incapacidad de la América Latina para la integración de su población en nacionalidades razonablemente coherentes y cohesivas, de donde esté, si no ausente, por lo menos mitigada la marginalidad social y económica.

3. La impotencia de la América Latina para la acción externa, bélica, económica, política, cultural, etc.; y su correspondiente vulnerabilidad a acciones o influencias extranjeras en cada una de esas áreas.

4. La notoria falta de estabilidad de las formas de gobierno latinoamericanas, salvo las fundadas en el caudillismo y la represión.

5. La ausencia de contribuciones latinoamericanas notables en las ciencias, las letras o las artes (por más que se pueden citar excepciones, que no son sino eso).

6. El crecimiento demográfico desenfrenado, mayor que el de cualquier otra área del planeta.

7. El no sentirse Latinoamérica indispensable, o ni siquiera demasiado necesaria, de manera que en momentos de depresión (o de sinceridad) llegamos a creer que si se llegara a hundir en el océano sin dejar rastro, el resto del mundo no sería más que marginalmente afectado.

Casi siglo y medio después de Bolívar, uno de los primeros intelectuales hispanoamericanos (Carlos Fuentes) podía escribir: “Existe (para la América Latina) una perspectiva mucho más grave: a medida que se agiganta el foso entre el desarrollo geométrico del mundo tecnocrático y el desarrollo aritmético de nuestras sociedades ancilares, Latinoamérica se convierte en un mundo prescindible para el imperialismo. Tradicionalmente hemos sido países explotados. Pronto ni esto seremos: no será necesario explotarnos, porque la tecnología habrá podido -en gran medida lo puede ya- sustituir industrialmente nuestros ofrecimientos mono-productivos. ¿Seremos, entonces, un vasto continente de mendigos? ¿Será la nuestra una mano tendida en espera de los mendrugos de la caridad norteamericana, europea y soviética? ¿Seremos la India del Hemisferio occidental? ¿Será nuestra economía una simple ficción mantenida por pura filantropía?”.

Como el de Bolívar, el pesimismo de Fuentes es insoportable para el amor propio latinoamericano. El mismo Fuentes pasa de esas reflexiones pavorosas al postulado de una acción revolucionaria, una ruptura indispensable para rescatar o crear una identidad latinoamericana menos lamentable, un proyecto modesto, pero propio y viable, que nos permita ser dentro del mundo, si no indispensables o distinguidos por lo menos independientes.

En todo caso, desde Bolívar hasta Carlos Fuentes, todo latinoamericano profundo y sincero ha reconocido, al menos por momentos, el fracaso -hasta ahora- de la América Latina.

Las colectividades humanas, enfrentadas con la realización de que otros formulan proyectos envidiables y los cumplen con éxito, pueden intentar la emulación, o bien el rechazo de los valores implícitos en los proyectos y los éxitos envidiados. También es posible (y este es el caso de América Latina) intentar la emulación, y al no tener el éxito esperado, refugiarse en la mitología como explicación para el fracaso e invocación mágica de un desquite futuro…”

Fuente: Extracto de la Introducción del libro DEL BUEN SALVAJE AL BUEN REVOLUCIONARIO del autor Carlos Rangel

PANORAMA Liberal

Martes 29 Julio 2014

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