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lunes, 31 de octubre de 2011

EL EGOÍSMO IRRACIONAL DE LA TOMA DEL CONGRESO


El altruismo irracional de la intolerancia...
Durante horas un grupo de personas ocupó las dependencias del Congreso en una acción que ellos catalogaron como exitosa en la búsqueda de imponer sus criterios y puntos de vista. Este grupo no ingresó al Congreso a dialogar sino a gritar que son mayoría y que se les debe respetar, pese a que ellos violentaron el acceso y agredieron con su accionar. En realidad, este grupo de personas están habituados a ocupar calles y avenidas cuando se les ocurre alterando la vida de todos; ocupar instalaciones públicas como colegios y universidades impidiendo que realicen sus actividades…y ahora ocupan el Congreso en una demostración de irracionalidad que muchos ya observan con profundos reparos.

Sin embargo, todas estas personas que pretenden imponer sus criterios de una manera violenta creen, en lo más profundo de su ser, que se están sacrificando por una causa justa. Y se consideran a sí mismos como altruistas. Y no es así: estos son egoístas irracionales. Son unos bárbaros destructores que son la antítesis de lo que dicen ser…

El egoísmo racional de Ayn Rand.

El egoísmo racional como una virtud 
En cambio, cuando decimos que un ser humano es egoísta racional es porque está siempre en la búsqueda de su realización personal por medio del cumplimiento de pequeños propósitos personales que se fija en la vida y que le son propios. Es insensato creer que actuamos maximizando el beneficio de otros por sobre nuestros propios intereses personales. En realidad, solo buscamos nuestro propio beneficio con el fin último de sobrevivir y alcanzar la felicidad.

Es la razón por la cual, a las personas informadas les causa risa cuando algunos políticos se autodenominan “servidores públicos”. En realidad, primero, se sirven a sí mismos y, luego, sirven a otros si eso se ajusta a sus intereses personales. Por ejemplo, Carlos Ominami renunció al partido socialista para apoyar la candidatura de su hijastro Enríquez: un socialista que privilegió su interés personal por sobre el colectivo de su partido. Esta es la norma, y las excepciones solo confirman la regla.

Ayn Rand planteaba que el egoísmo racional está basado en valores objetivos y, por lo tanto, nunca tiene la pretensión de violentar en modo alguno los derechos de los demás. Así, solo el egoísmo irracional es capaz de entregarse a caprichos irracionales, y con el estúpido discurso del “sacrificio”. El egoísta racional no se sacrifica por nadie, y no se excusa por ello.

El altruismo es un vicio. Además, la ética objetivista de Ayn Rand plantea que el altruismo es un vicio, ya que condena y obliga a los seres humanos a satisfacer las necesidades de los demás, postergando las necesidades propias. Por eso, el altruismo siempre termina en socialismo, y para el altruista-socialista, el egoísta racional es un delincuente moral, que ha de ser perseguido y castigado por la sociedad.

No puede resultar extraño que una persona decida ayudar a los demás, pero no se puede sacrificar en ello, sino que lo hace para satisfacer sus propios propósitos personales. En este sentido es un altruista racional. Y que sea bienvenido.

El orgullo es una virtud personal, no es colectiva ni traspasable. Si una persona se esfuerza en llevar una vida racional y productiva, se gana el derecho de estar orgulloso de los valores morales y materiales que uno adquiere y desarrolla. Sin embargo, el objetivismo condena de manera inequívoca los orgullos irracionales.

Por ejemplo, es un orgullo irracional el formar parte de un determinado país, pertenecer a una u otra raza o tribu, tener grandes riquezas heredadas, haber estudiado en una cierta universidad, pertenecer a una familia con títulos nobiliarios…puesto que, en ninguno de estos casos, el individuo ha hecho nada para ganarse el derecho a estar orgulloso.

Los únicos derechos válidos son los negativos. Los derechos negativos son los de primera generación, derechos civiles y políticos, vinculados con el principio de libertad y que exigen de los poderes públicos su inhibición y no injerencia en la esfera privada. Tienen por objetivo, la protección del ser humano individual contra cualquier agresión de algún órgano público y se caracterizan porque imponen al Estado el deber de abstenerse de interferir en el ejercicio y pleno goce de estos derechos por parte del ser humano.

Sin embargo, han surgido otros derechos que han terminado por confundir y alterar la convivencia en muchos países. Los derechos de segunda generación como los económicos, sociales y culturales, que están vinculados estrechamente con el principio de igualdad y que exigen para su realización efectiva de la intervención de los poderes públicos, a través de prestaciones y servicios públicos. También, surgieron los derechos de tercera generación y que se vinculan con la solidaridad, como el derecho a la paz, el derecho a la calidad de vida o las garantías frente a la manipulación genética. Finalmente, algunos autores plantean que ya surgieron los derechos de cuarta generación como el derecho al medio ambiente o aspectos relacionados con la bioética.

Existe una notoria contradicción entre los derechos de primera generación y los restantes, ya que el Estado no puede satisfacer los segundos, sin violar y maniatar a los primeros. Por eso no existen los derechos positivos: no existe el derecho de la mujer, no existe el derecho de los ricos, no existe el derecho de los gays, no existe el derecho de los negros, etc. El objetivismo sostiene que los derechos positivos de segunda, tercera y cuarta generación son contradictorios en su sola enunciación, ya que generan obligaciones que destruyen los derechos negativos de primera generación.

Los derechos son personales y no pueden ser los de un colectivo exclusivo. Por ejemplo, las lesbianas y homosexuales del orgullo gay no se han ganado nada para estar orgullosos en forma colectiva. En cambio, si a una persona se le agrede por ser gay tiene el derecho de reclamar justicia, puesto que se ha dañado su integridad física y psicológica.

Lo mismo es válido para los restantes derechos, basados en la igualdad, porque ésta no existe. Los individuos son todos diferentes pero tenemos los mismos derechos como personas.

La humildad es un vicio castrador. Si consideramos que una persona humilde se considera a sí mismo como de poco valor y no mejor que los demás, para el objetivismo, el considerarse “humilde” no es bueno puesto que impide el desarrollo potencial de un individuo. Por ejemplo, una persona que se lamenta con frecuencia que “soy una persona que proviene de una familia humilde…no he podido estudiar porque soy pobre…siempre me he conformado con lo que me ofrecen…estoy desempleado porque no hay trabajo…” castra su potencial creador y genera una profecía autocumplida.

Un fracaso es la otra cara de las oportunidades y se debe estar atento a ellas. La excesiva humildad conduce a una reducción de la energía vital que puede cambiar el destino de las personas, sin embargo, no debemos confundirla con la soberbia en enceguecedora.

La ambición es buena. El objetivismo sostiene que si partimos de las premisas correctas, y definimos un objetivo adecuado, es una obligación moral llevarlo hasta sus últimas consecuencias. Aplicarse al máximo para el logro de sus propios objetivos es una obligación para los seres humanos.

Muchas veces la ambición se asocia con posiciones extremas como el nazismo o el stalinismo u otras clases de sistemas perversos. Pero, tanto Hitler como Stalin son verdaderos altruistas irracionales: ofrecían grandes promesas a sus naciones a cambio de grandes sacrificios. Uno, ofrecía pertenecer a una raza superior eliminando a las razas inferiores; y el otro, pertenecer a un sistema económico-político superior, eliminando a los que pensaban diferente.

Por lo tanto, una sana ambición lleva a una persona a decir que “voy a esforzarme…creo en mí y en mi talento…voy a perseguir mis sueños aunque acabe en una plaza, medio muerto de hambre…quiero ser el número uno en mi profesión…”.

Una insana e indeseable ambición puede llevarme a decir que “hay que ganar dinero a toda costa, pasando por encima de cualquiera”. Algunos pretenden identificar este tipo de comportamiento con un estándar del capitalismo, pero Ayn Rand lo dijo claramente: “el psicópata antisocial no es el representante del capitalismo, pues desprecia las vidas de los demás (incluso la suya propia) y partiendo de premisas erróneas que identifica como buenas (pisar a quien sea, estafar, especular…)”. En otras palabras, una ambición insana es un trastorno mental que merece reposo y tratamiento.

Todos somos capitalistas. El intercambio es la base fundamental del capitalismo, y por este motivo todos somos capitalistas, aunque nos pese. Los intercambios son el resultado natural de las relaciones libres entre individuos, y tiene lugar también en regímenes dictatoriales en mercados informales.

El intercambio se basa en el principio de que las relaciones es entre iguales e independientes, y aprendemos que no se debe esperar una remuneración sino sólo por aquello que hemos logrado por esfuerzo propio. Por cierto, este intercambio va más allá de los bienes materiales y trasciende a los espirituales como la amistad y el amor, resultado de lala valoración de virtudes ajenas.

La sociedad ideal. Ayn rand nos habla de una sociedad ideal conformada por individuos que actúan de una manera libre, pacífica, próspera, benevolente, racional, y de laissez-faire. En defensa de estos principios, no se puede hacer uso de la fuerza física contra otros y ésta sólo puede ser usada en respuesta y sólo contra aquellos que iniciaron su uso.

No perdamos el foco.

Jamás las personas actúan de manera desinteresada puesto que siempre, visible u oculto, hay una motivación en su accionar. Las personas que ocuparon violentamente las dependencias del Congreso, interrumpieron una reunión y se subieron arriba de la mesa, mostraron a las claras un comportamiento irrespetuoso característico de la ideología política que profesan.

Esta minoría está actuando y sobrepasando los límites mientras las mayorías observan con distancia lo que sucede. No son altruistas ni se están sacrificando; esta minoría pretende transformarnos en una sociedad más dirigista, socialista y sometida a la dictadura de la mayoría. Y si logran su objetivo, las personas verán reducidos sus espacios de acción y les amarrarán las manos.

Veamos lo que sucede si se profundiza el dirigismo socialista. Matricularemos a nuestros hijos en los colegios que nos digan; consumiremos lo que nos digan; viajaremos donde nos digan; nos vestiremos como nos digan; veremos los programas de televisión que nos digan; leeremos lo que nos digan; trabajaremos donde nos digan; entraremos y saldremos del trabajo cuando nos digan; iremos al baño cuando nos digan; comeremos a la hora que nos digan; haremos el amor cuando nos digan; nos casaremos cuando nos digan; tendremos los hijos cuando nos digan…etc.

La pretensión de esta minoría es “decirnos” lo que debemos o no hacer; se creen con la autoridad de indicarnos los caminos que deben seguir nuestras vidas. No debemos permitirlo.

Por eso recordamos a Ayn Rand que vivió la dictadura stalinista, socialista, totalitaria y enemiga de la libertad. Y reconocemos en esta minoría intolerante en Chile los vestigios de ese comportamiento contrario al humanismo liberal. Y debemos estar atentos. No perdamos el foco.

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