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domingo, 26 de enero de 2014

Documentos. Segunda conferencia: SOCIALISMO por Ludwig von Mises


"Las diferencias dentro de una sociedad capitalista
no son las mismas que existen en una sociedad socialista" afirmaba Ludwig von Mises...
Estoy aquí en Buenos Aires como invitado del Centro de Difusión de la Economía Libre.

¿Qué es la Economía Libre?, ¿Qué significa este sistema de libertad económica? La respuesta es simple: es la economía de mercado. Es el sistema en el cual la cooperación de los individuos en la división del trabajo en la sociedad es obtenida por el mercado. Este mercado no es un lugar; es un proceso, es la manera en la cual, comprando y vendiendo, produciendo y consumiendo, los individuos contribuyen al funcionamiento de la sociedad.

Cuando nos ocupamos de este sistema de organización económica -la economía de mercado- empleamos el término ‘libertad económica’. Muy a menudo, la gente malinterpreta lo que significa, creyendo que la libertad económica es algo que está muy separada de las otras libertades, y que estas otras libertades -que consideran son más importantes- pueden ser preservadas aún en ausencia de la libertad económica. El significado de la libertad económica es que el individuo esté en posición de elegir la manera en la cual desea integrarse en la totalidad de la sociedad. El individuo puede elegir su carrera, es libre de hacer lo que desea hacer.

Esto desde ya no significa, algún sentido de los que mucha gente adjunta a la palabra libertad en la actualidad; se la interpreta en el sentido que, a través de la libertad económica, el hombre es liberado de las condiciones naturales. En la naturaleza no hay nada que pueda ser identificado como libertad, existe solamente la regularidad de las leyes de la naturaleza que el hombre debe obedecer si desea alcanzar algo.

Usando el término libertad aplicado a los seres humanos, pensamos solamente en la libertad dentro de la sociedad. Sin embargo, en la actualidad, las libertades sociales son consideradas por mucha gente como independientes una de otra. Aquellos que hoy se llaman a sí mismos ‘liberales’ están reclamando políticas que son precisamente lo opuesto a aquellas políticas por las que los liberales del Siglo XIX abogaban en sus programas liberales. Los así llamados ‘liberales’ de hoy tienen la muy popular idea que la libertad de expresión, de pensamiento, de prensa, la libertad religiosa -la libertad para no estar prisionero sin juicio previo- que todas estas libertades pueden ser preservadas en ausencia de lo que se llama libertad económica. No se dan cuenta que en un sistema donde no existe el mercado, donde el gobierno dirige y ordena todo, todas las otras libertades son ilusorias, aún cuando hayan sido definidas por las leyes y se encuentren escritas en las constituciones.

Tomemos una libertad, la libertad de prensa. Si el gobierno es propietario de todas las imprentas, el gobierno determinará lo que debe imprimirse y lo que no debe imprimirse. Y si el gobierno es propietario de todas las imprentas y determina lo que puede y lo que no puede ser impreso, entonces la posibilidad de imprimir cualquier tipo de argumentos opuestos, es decir contrarios a las ideas del gobierno, se convierte prácticamente en inexistente. La libertad de prensa desaparece. Y lo mismo ocurre con todas las otras libertades.

En una economía de mercado, el individuo tiene la libertad de elegir cualquier carrera que desee seguir, elegir su propia forma de integrarse a la sociedad. Pero en un sistema socialista, esto no es así: su carrera es decidida por un decreto del gobierno. El gobierno puede ordenar a la gente que no le agrada, a la gente que no desea que viva en ciertas regiones, mudarse a otras regiones o a otros lugares. Y el gobierno siempre puede justificar y explicar dicho procedimiento declarando que los planes gubernamentales requieren la presencia de este eminente ciudadano a cinco mil millas del lugar en el cual no es agradable a los que están en el poder.

Es verdad que la libertad que un hombre puede tener en una economía de mercado, no es una libertad perfecta desde un punto de vista metafísico. Pero no existe tal cosa como la libertad perfecta. La libertad significa algo solamente dentro del marco de la sociedad. Los autores sobre la ‘ley natural’, del Siglo XVIII, -sobre todo Jean Jacques Rousseau- creían que alguna vez, en el remoto pasado, los hombres habían disfrutado de algo llamado libertad ‘natural’. Pero en ese tiempo remoto, los individuos no eran libres, estaban a la merced de cualquiera que fuera más fuerte que ellos. Las famosas palabras de Rousseau ‘El hombre nace libre pero en todos los lugares está encadenado’ pueden sonar muy lindas, pero el hombre -de hecho- no nace libre. Cuando nace el hombre es un lactante muy débil. Sin la protección de sus padres, sin la protección que la sociedad les da a sus padres, no podría preservar su vida.

La libertad en sociedad significa que un hombre depende tanto de la otra gente, como la otra gente depende de él. La sociedad bajo la economía de mercado, bajo las condiciones de ‘economía libre’ significa un estado de los asuntos sociales en los cuales cada uno sirve a sus conciudadanos y, en devolución, es servido por ellos. La gente cree que en la economía de mercado hay patrones que son independientes de la buena voluntad y el respaldo de otra gente. Creen que los capitanes de la industria, los empresarios son los patrones del sistema económico. Pero esto es una ilusión. Los verdaderos patrones en el sistema económico son los consumidores. Y si los consumidores dejan de ser clientes de una rama de negocios, estos empresarios son, ya sea forzados a abandonar su posición eminente en el sistema económico y ajustar sus acciones a los deseos y a las órdenes de los consumidores. Una de las más conocidas propagandistas del comunismo fue Lady Passfield, bajo su nombre de soltera Beatrice Potter, y bien conocida también a través de su esposo Sydney Webb. Esta dama era la hija de un rico empresario y, cuando era todavía una mujer joven, trabajó como secretaria de su padre. Escribe en sus memorias: ‘En el negocio de mi padre todos debían obedecer la órdenes que daba mi padre, el patrón. Sólo él podía dar órdenes, pero a él nadie podía darle orden alguna’. Esto era una visión muy corta de miras. Ordenes realmente eran realmente dadas a su padre por los consumidores, por los compradores. Lamentablemente, ella no podía ver estas órdenes, no podía ver lo que sucedía en una economía de mercado, porque estaba interesada solamente en las órdenes dadas en la oficina o en la fábrica de su padre.

En todos los problemas económicos, debemos tener in mente las palabras del gran economista francés Frédéric Bastiat quien tituló uno de sus brillantes ensayos: ‘Ce qu’on voit et ce qu’on ne voit pas’ (‘Lo que se ve y lo que no se ve’) Para comprender el funcionamiento de un sistema económico, no sólo debemos ocuparnos de las cosas que se pueden ver, pero también debemos prestar atención a las cosas que no pueden percibirse directamente. Por ejemplo, una orden dada por el patrón a un cadete de la oficina, puede ser oída por todos los que estén en la habitación. Lo que no puede oírse son las órdenes dadas al patrón por sus clientes. El hecho es que, bajo el sistema capitalista, los supremos patrones son los consumidores. El soberano no es el estado, es la gente. Y la prueba que el pueblo es el soberano es el hecho que tiene el derecho de ser estúpido. Este es un privilegio del soberano. Tiene el derecho a cometer errores, nadie puede impedir que los cometa, pero -desde luego- tiene que pagar por sus errores. Si decimos que el consumidor es supremo o que el consumidor es soberano, no decimos que el consumidor esté libre de fallas, que el consumidor sea un hombre que siempre sabe lo que es mejor para él. Los consumidores muy a menudo compran cosas o consumen cosas que no deberían compra o que no deberían consumir.

Pero la noción que una forma capitalista de gobierno pueda impedir que la gente se perjudique a sí misma, a través del control de su consumo, es falsa. La idea de un gobierno como una autoridad paternal, como un guardián para todos, es la idea de aquellos que favorecen el socialismo. En los EEUU, hace algunos años atrás, el gobierno intentó lo que fue llamado un ‘noble experimento’. Este noble experimento consistió en una disposición legal convirtiendo en ilegal comprar o vender bebidas alcohólicas. Es totalmente cierto que mucha gente bebe demasiado brandy y whiskey, y que pueden perjudicarse a sí mismos haciendo eso. Algunas autoridades en los EEUU se oponen al fumar. Es cierto que hay mucha gente que fuma demasiado y que fuma a pesar del hecho que sería mejor para ellos no hacerlo. Esto plantea el tema que va más allá de la discusión económica: muestra lo que la libertad significa realmente.

Concedido, es bueno impedir que la gente se perjudique a sí misma bebiendo o fumando demasiado. Pero una vez que Uds. hayan admitido esto, otra gente dirá: ¿Es el cuerpo lo único importante? ¿No es la mente del hombre mucho más importante? ¿No es la mente del hombre el verdadero atributo del hombre, la real calidad humana?. Si se le otorga al gobierno el derecho a determinar el consumo del cuerpo humano, determinar si uno debiera fumar o no fumar, beber o no beber, no hay buenas respuestas que pueda dar a la gente que diga: ‘Más importante que el cuerpo es la mente y el alma, y el hombre se perjudica mucho más leyendo malos libros, escuchando fea música y mirando malas películas. Por lo tanto es el deber del gobierno impedir a la gente cometer estas faltas’.

Como saben, por muchos cientos de años los gobiernos y las autoridades creyeron que este era realmente su deber. Y esto no pasó solamente en las épocas remotas; no hace mucho tiempo hubo un gobierno en Alemania que consideraba un deber gubernamental distinguir entre las buenas y las malas pinturas, lo cual -desde ya- significaba bueno y malo desde el punto de vista de un hombre que, en su juventud, había fracasado en el examen de ingreso a la Academia de Arte, de Viena; bueno y malo desde el punto de vista de un dibujante de tarjetas postales, Adolf Hitler. Y se volvió ilegal que la gente emitiera otra opinión sobre arte y pintura que la de él, el Supremo Führer.

Una vez que comience a admitir que es un derecho del gobierno controlar su consumo de alcohol, ¿qué puede responder a aquellos que digan que el control de los libros y de las ideas es mucho más importante? La libertad significa la libertad de cometer errores. Esto es lo que tenemos que comprender. Podemos ser muy críticos con respecto a la manera en que nuestros conciudadanos gastan su dinero y viven sus vidas. Podemos estar convencidos que lo que están haciendo es totalmente insensato y malo pero, en una sociedad libre, hay muchas maneras para que la gente manifieste sus opiniones sobre cómo sus conciudadanos deberían cambiar su forma de vida. Pueden escribir libros; pueden escribir artículos; pueden hacer discursos; pueden hasta incluso predicar en las esquinas si así lo desean, y así lo hacen en muchos países. Pero no deben tratar hacer de policía con otra gente, para impedirles que hagan ciertas cosas, simplemente porque no desean que esta otra gente tenga la libertad de hacerlo.

Esta es la diferencia entre la esclavitud y la libertad. El esclavo debe hacer lo que su superior le ordena que deba hacer, pero el ciudadano libre -y esto es lo que la libertad significa- está en posición de elegir su propia forma de vida. Desde ya, en este sistema capitalista puede haber abusos -y en efecto los hay- que cometan ciertas personas. Es ciertamente posible hacer cosas que no deberían ser hechas. Pero si estas cosas reciben la aprobación de una mayoría de la gente, el que desapruebe siempre tiene una manera de intentar cambiar la mentalidad de sus conciudadanos. Puede tratar de persuadirlos, de convencerlos, pero no puede tratar de forzarlos usando su poder, el poder de la policía del gobierno.

En la economía de mercado, todos sirven a sus conciudadanos sirviéndose a sí mismos.

Esto es lo que tenían in mente los autores liberales del Siglo XVIII cuando hablaban sobre la armonía de los intereses, correctamente entendidos, de todos los grupos y de todos los individuos que componían la población. Y era esta doctrina de la armonía de los intereses a la que se oponían los socialistas. Hablaban de un ‘irreconciliable conflicto de intereses’ entre los diferentes grupos. ¿Qué significa esto? Cuando Karl Marx -en el primer capítulo de Manifiesto Comunista, ese pequeño panfleto que inauguró su movimiento socialista- aseguraba que existía irreconciliable conflicto de intereses, no pido ilustrar su tesis con ejemplo alguno, excepto los extraídos de las condiciones de la sociedad precapitalista. En las épocas precapitalistas, la sociedad estaba dividida en grupos de condición hereditaria, lo que en la India se denomina ‘castas’. En una sociedad dividida en grupos hereditarios, un hombre -por ejemplo- no nacía como francés, nacía como miembro de la aristocracia francesa, o de la burguesía francesa o del campesinado francés. En la mayor parte de la Edad Media, era simplemente un siervo. La servidumbre, en Francia, no desapareció totalmente hasta después de la Revolución Americana. En otras partes de Europa despareció aún más tarde.

Pero la peor forma en la que existía la servidumbre -y que continuó existiendo aún después de la abolición de la esclavitud- era en las colonias británicas. El individuo heredaba su ‘status’ de sus padres y lo retenía a lo largo de su vida. Lo transfería a sus hijos. Cada grupo tenía privilegios y desventajas. Los grupos más altos tenían solamente privilegios, los grupos más bajos solamente desventajas. Y no había hombre que pudiera deshacerse de las desventajas legales que le imponía su ‘status’ sino con una pelea política contra las otras clases. Bajo dichas condiciones, se podría decir que existía un ‘irreconciliable conflicto de intereses entre los propietarios de los esclavos y los mismos esclavos’, porque lo que los esclavos deseaban era liberarse de su esclavitud, de su calidad de esclavos. Esto representaba, sin embargo, una pérdida para los propietarios.

Por lo tanto, no hay duda alguna, que había este irreconciliable conflicto de intereses entre los miembros de las diferentes clases.

Uno debe recordar que en esos tiempos -en los cuales las sociedades de ‘status’ predominaban en Europa y en las colonias que los europeos fundaron más tarde en América- la gente no se consideraba relacionada de manera alguna en especial con las otras clases de su propia nación, se sentían mucho más identificados con los miembros de su propia clase de otros países. Un aristócrata francés no consideraba a los franceses de clases más bajas como sus conciudadanos; era la ‘chusma’, la plebe, que no le agradaba.

Consideraba solamente a los aristócratas de otros países -los de Italia, Inglaterra y Alemania, por ejemplo- como sus iguales. El más notable efecto de este estado de cosas era el hecho que los aristócratas de toda Europa usaban el mismo idioma. Y este idioma era el francés, una lengua que no era comprendida, afuera de Francia, por otros grupos de la población. Las clases medias -la burguesía- tenían su propia lengua, en tanto que las clases más bajas -el campesinado usaba dialectos locales que muy a menudo no eran comprendidos por otros grupos de la población. Lo mismo era cierto con respecto a la manera en que la gente se vestía. Cuando se viajaba en 1750 de un país a otro, podía verse que las clases superiores, los aristócratas, generalmente vestían de la misma manera en toda Europa, y que las clases bajas vestían de manera diferente. Cuando se encontraba alguien en la calle, podía darse cuenta inmediatamente -por la manera en que vestía- a qué clase, a qué ‘status’ pertenecía.

Es difícil imaginar cuán diferentes eran estas condiciones comparadas con las condiciones actuales. Cuando vengo de los EEUU a la Argentina y veo un hombre en la calle, no puedo saber cuál es su ‘status’. Solamente puedo suponer que es un ciudadano de la Argentina y que no es un miembro de algún grupo legalmente restringido. Esta es una cosa causada por el capitalismo. Desde ya, hay diferencias dentro del capitalismo. Hay diferencias en las riquezas, diferencias que los marxistas equivocadamente consideran equivalentes a las antiguas diferencias que existían entre los hombres en la sociedad de ‘status’.

Las diferencias dentro de una sociedad capitalista no son las mismas que existen en una sociedad socialista. En la Edad Media -y aún mucho más tarde en muchos países- una familia podía ser una familia aristocrática y poseer una gran riqueza, podía ser una familia de duques por centenares y centenares de años, cualquiera fueren sus calidades, sus talentos, su carácter o su moral. Pero, bajo las modernas condiciones capitalistas, existe lo que ha sido técnicamente descrito por los sociólogos como ‘movilidad social’. El principio básico del funcionamiento de esta movilidad social, de acuerdo con el sociólogo y economista italiano Vilfredo Pareto, es ‘la circulation des élites’ (la circulación de las elites). Esto significa que siempre hay gente que está al tope de la escala social, que son ricos, que son políticamente importantes, pero esta gente -estas elites- están cambiando continuamente.

Esto es completamente cierto en una sociedad capitalista. Y no era cierto para una sociedad de ‘status’, precapitalista. Las familias que eran consideradas las grandes familias aristocráticas de Europa, hoy todavía son las mismas familias o, digamos, son los descendientes de las familias que eran las más destacadas en Europa, 800 o 1000 años atrás. Los Capetos de Borbón -quienes por largo tiempo gobernaron aquí en la Argentina- eran una casa real ya en el Siglo X. Estos reyes gobernaron el territorio que es hoy conocido como Ile-de-France, extendiendo su reinado de generación en generación. Pero en una sociedad capitalista existe una permanente movilidad: pobres que se convierten en ricos y los descendientes de esa gente rica que pierden su riqueza y se convierten en pobres. Hoy vi, en una librería en una calle céntrica de Buenos Aires, una biografía de un hombre de negocios que fue tan eminente, tan importante, tan característico de los grandes negocios en el Siglo XIX en Europa, que aún en este país, tan lejos de Europa, la librería tenía copias de su biografía. Por coincidencia conozco al nieto de este hombre.

Tiene el mismo nombre que tenía su abuelo y todavía tiene el derecho a utilizar el título de nobleza que su abuelo -quien había comenzado como un herrero- había recibido ochenta años atrás. Hoy su nieto es un pobre fotógrafo en la ciudad de Nueva York.

Otra gente, que eran pobres en el momento en que el abuelo de este fotógrafo se convertía en uno de los más grandes empresarios industriales de Europa, son hoy capitanes de la industria. Cada uno tiene la libertad de cambiar su ‘status’. Esta es la diferencia entre el sistema de ‘status’ y el sistema capitalista de libertad económica, en el cual cada uno puede echarse la culpa sólo a sí mismo si no alcanza la posición a la que desea llegar.

El más famoso empresario industrial del Siglo XX, hasta ahora, es Henry Ford. Comenzó con unos pocos centenares de dólares que había tomado en préstamo de sus amigos, y en muy corto tiempo desarrolló una de las más importantes grandes empresas de negocio del mundo. Y pueden descubrirse cientos de estos casos todos los días.

Cotidianamente, el New York Times publica largos avisos de gente que ha muerto. Si se leen estas biografías, se puede encontrar el nombre de un eminente hombre de negocios que empezó vendiendo diarios en las esquinas de Nueva York. O empezó como un cadete de oficina, y en el momento de su muerte era el presidente de la misma empresa bancaria en la que comenzó en el nivel más bajo de la escala. Desde luego, no todas las personas pueden alcanzar estas posiciones. No toda la gente desea alcanzarlas. Hay gente que está más interesada en otros problemas y, para esta gente, se abren hoy otros caminos que no estaban abiertos en los días de la sociedad feudal, en los tiempos de la sociedad de ‘status’ El sistema socialista, sin embargo, prohíbe esta fundamental libertad de uno de elegir su propia carrera. Bajo las condiciones socialistas, hay una sola autoridad económica que tiene el derecho de determinar todos los asuntos concernientes a la producción. Una de las características salientes de nuestra época es que la gente usa muchos nombres para la misma cosa. Un sinónimo para socialismo y comunismo es ‘planificación’. Si la gente habla de ‘planificación’ quieren significar, desde luego, planificación centralizada, lo cual significa un plan hecho por el gobierno, un plan que impide la planificación hecha por alguien que no sea el gobierno.

Una Dama británica, que también es un miembro de la Cámara Alta, escribió un libro titulado Plan OR No Plan (Plan o ningún Plan), un libro que fue muy popular en el mundo.

¿Qué significa el título del libro? Cuando ella dice ‘plan’, significa solamente el tipo de plan previsto por Lenin y Stalin y sus sucesores, el tipo de plan que maneja todas las actividades de toda la gente de una nación. Así, lo que esta Dama quiere significar es una planificación central que excluya todos los planes que los individuos puedan tener. Su título Plan o Ningún Plan es una ilusión, un engaño; la alternativa no es una planificación central o ningún plan, la alternativa es la planificación total de una autoridad del gobierno central o la libertad para que los individuos puedan hacer sus propios planes, hacer su propia planificación. El individuo planifica su vida, cada día, cambiando sus planes diarios a voluntad. El hombre libre planifica diariamente sus necesidades; dice, por ejemplo: ‘Ayer planeaba trabajar toda mi vida en Córdoba’. Ahora se entera de mejores condiciones en Buenos Aires y cambia sus planes diciendo: ‘En vez de trabajar en Córdoba, deseo ir a Buenos Aires’. Y eso es lo que significa la libertad. Puede ser que esté equivocado. Puede ser que ir a Buenos Aires resulte un error. Las condiciones para él podrían haber sido mejores en Córdoba, pero él mismo hizo sus propios planes.

Bajo la planificación gubernamental, él es como un soldado en un ejército. El soldado no tiene el derecho de elegir su guarnición, el lugar donde hará el servicio militar. Debe obedecer órdenes. Y el sistema socialista -como Karl Marx, Lenin y todos los líderes socialistas lo sabían y lo admitían- era la transferencia de las normas militares a todo el sistema de producción. Marx hablaba de los ‘ejércitos industriales’ y Lenin preconizaba ‘la organización de todo -el correo, la fábrica y otras industrias- de acuerdo con el modelo del ejército’ Por consiguiente, en el sistema socialista todo depende de la sabiduría, del talento, de las dotes de aquella gente que forma la autoridad suprema. Aquello que el supremo dictador -o su comité- no conoce, no se toma en cuenta. Pero el conocimiento que la humanidad ha acumulado en su larga historia no es absorbido por todos y cada uno; hemos acumulado a lo largo de los siglos una tan grande cantidad de conocimiento científico y técnico, que es humanamente imposible para un individuo conocer todas estas cosas, aunque sea el hombre con las mejores dotes.

Y la gente es diferente, son desiguales. Siempre lo serán. Hay ciertas personas que están más dotadas en un asunto y menos en otro. Y hay gente que tiene el talento de encontrar nuevos caminos, de cambiar las tendencias del conocimiento. En las sociedades capitalistas, el progreso tecnológico y el progreso económico, han adelantado mucho a raíz de esa gente. Si un hombre tiene una idea, tratará de encontrar unas pocas personas suficientemente inteligentes para darse cuenta del valor de su idea. Algunos capitalistas, que se atreven a mirar el futuro, que se dan cuenta de las posibles consecuencias de la tal idea, comenzarán a ponerla a trabajar. Otra gente, al principio, puede decir: ‘Son unos tontos’; pero dejarán de decirlo cuando descubran que esta empresa, que ellos llamaban tonta. Comienza a florecer, y que la gente está contenta comprando sus productos.

Bajo el sistema marxista, por lo contrario, el supremo ente gubernamental primero debe convencerse del valor de tal idea antes que se pueda continuar y desarrollarla. Esto puede ser una cosa bastante difícil de realizar, ya que solamente el grupo en el más alto nivel -o solamente el supremo dictador- tienen el poder de tomar decisiones. Y si esta gente -debido a la pereza o a su avanzada edad o porque son poco brillantes o poco instruidos- no es capaz de captar la importancia de la nueva idea, entonces el nuevo proyecto no será llevado a cabo.

Podemos pensar en ejemplos de la historia militar. Napoleón era ciertamente un genio en asuntos militares; tenía un serio problema, sin embargo, y su incapacidad en resolver ese problema culminó, finalmente, en su derrota y en su exilio en la soledad de Santa Elena. El problema de Napoleón era: ‘¿Cómo conquistar Inglaterra?’. Para hacerlo, necesitaba una armada para cruzar el Canal Inglés, y había gente que le decía que existía una manera de efectuar ese cruce, gente que -en una época de navegación a vela- habían traído la idea de buques a vapor. Pero Napoleón no entendió esa propuesta.

También existió el Generalstab de Alemania, el famoso Estado Mayor General alemán.

Antes de la Primera Guerra Mundial estaba universalmente considerado como insuperable en sabiduría militar. Una reputación similar disfrutaba el Estado Mayor del General Foch en Francia. Pero ni los alemanes, ni los franceses -quienes más tarde derrotaron a los alemanes bajo el liderazgo del General Foch- entendieron la importancia de la aviación para objetivos militares. El Estado Mayor alemán opinó: ‘La aviación es solamente para el placer, el volar bueno para la gente ociosa. Desde un punto de vista militar, sólo los Zeppelín sin importantes’. Y el Estado Mayor francés tenía la misma opinión.

Más tarde, durante el período entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial, hubo un general en los EEUU que estaba convencido que la aviación sería muy importante en la próxima guerra. Pero todos los otros expertos en los EEUU estaban en su contra. El general no pudo convencerlos. Si se debe convencer a un grupo de gente que no depende directamente de la solución de un problema, nunca se tendrá éxito. Esto es así también en los problemas no económicos.

Ha habido pintores, poetas, escritores, compositores que se quejaron que el público no reconoció su obra lo cual fue la causa principal que permanecieran pobres. El público, ciertamente, puede haber tenido una pobre manera de juzgar, pero cuando estos artistas dijeron: ‘El gobierno debe sostener a los grandes artistas, pintores y escritores’ estaban muy equivocados. ¿A quién debería el gobierno confiar la tarea de decidir si un recién llegado es un gran pintor o no? Debería confiar en el criterio de los críticos, y de los profesores de historia del arte que permanecen mirando el pasado y rara vez han mostrado el talento para descubrir nuevos genios. Esta es la gran diferencia entre un sistema de ‘planificación’ y un sistema en el que cada uno puede planificar y actuar por sí mismo.

Es cierto, desde ya, que grandes pintores y grandes escritores a menudo han tenido que soportar dificultades muy grandes. Pueden haber tenido éxito en su arte pero no siempre en conseguir dinero. Van Gogh, ciertamente, fue un gran pintor. Tuvo que atravesar dificultades insoportables y, finalmente, cuando tenía treinta y siete años, se suicidó.

Durante toda su vida vendió solamente una pintura cuyo comprador era su primo. Aparte de esta única venta, vivió del dinero de su hermano, que no era un artista ni un pintor. Pero el hermano de Van Gogh entendía las necesidades de un pintor. Hoy no se puede comprar un Van Gogh por menos de cien o doscientos mil dólares.

Bajo un sistema socialista, el destino de Van Gogh podría haber sido diferente. Algún funcionario oficial habría preguntado a algunos pintores bien conocidos (a quienes Van Gogh ni siquiera los hubiera considerado artistas) si este joven, medio o totalmente loco, era realmente un pintor digno de sostener. Y ellos, sin ninguna duda, habrían contestado: ‘No, no es un pintor, no es un artista, es solamente un hombre que desperdicia pintura’ y lo habrían enviado a una usina láctea o a un asilo de locos. Por lo tanto todo este entusiasmo a favor del socialismo por una creciente generación de pintores, poetas, músicos, periodistas, actores, está basado sobre una ilusión. Menciono esto porque estos grupos están entre los más fanáticos sostenedores de la idea socialista.

Cuando se llega al momento de elegir entre el socialismo y el capitalismo como sistema económico, el problema es algo diferente. Los autores del socialismo nunca sospecharon que la industria moderna, y que todas las operaciones del negocio moderno, están basados sobre el cálculo. Los ingenieros no son, de ninguna manera, los únicos que hacen planes sobre la base de cálculos; los empresarios también deben hacerlos. Y los cálculos de los empresarios están basados sobre el hecho que, en la economía de mercado, los precios de las cosas, expresados en dinero, informan no sólo al consumidor, sino que también proveen al empresario de información vital sobre los factores de producción, siendo la principal función del mercado no meramente determinar el costo de la última parte del proceso de producción y transferencia de los bienes a las manos del consumidor, sino también el costo de los pasos previos que llevan a esa última etapa. Todo el sistema de mercado está ligado por el hecho que existe una división del trabajo, mentalmente calculada, entre los varios empresarios que compiten unos con otros pujando por los factores de producción -las materias primas, las maquinarias, los instrumentos- y por el factor humano de la producción, la remuneración pagada por el trabajo. Esta especie de cálculo hecho por el empresario. No puede efectuarse en ausencia de los precios provistos por el mercado. En el mismo momento en que se decide abolir el mercado -que es lo que los socialistas querrían hacer- se convierten en inútiles todas las computaciones y todos los cálculos de los ingenieros y de los técnicos. Los tecnólogos pueden producir una gran cantidad de proyectos los cuales, desde el punto de vista de las ciencias naturales, son todos igualmente factibles, pero se requiere disponer de los cálculos del empresario, basados sobre el mercado, para determinar con claridad cuál de los proyectos es más ventajoso desde un punto de vista económico.

El problema que tratamos aquí es el tema fundamental del cálculo económico capitalista en oposición al socialismo. El hecho es que el cálculo económico, y como consecuencia toda la planificación tecnológica, es posible solamente si hay precios expresados en dinero, no sólo de los bienes de consumo, sino también de los factores de producción.

Esto significa que debe existir un mercado para materias primas, uno para bienes semiterminados, otro para herramientas y maquinarias. Así como para todo tipo de trabajos y servicios brindados por las personas.

Cuando este hecho fue descubierto, los socialistas no sabían cómo responder. Por 150 años habían dicho: ‘Todos los males en el mundo provienen del hecho que hay mercados y precios de mercado. Deseamos abolir el mercado y con él, desde luego, la economía de mercado, y substituirla por un sistema sin precios y sin mercados’ Deseaban abolir lo que Marx llamaba ‘característica de commodity’ de los precios y del trabajo.

Cuando enfrentaron este nuevo problema, los autores socialistas, no teniendo respuesta alguna, finalmente dijeron: ‘No aboliremos el mercado totalmente, fingiremos que existe un mercado, jugaremos al mercado como los niños juegan a la escuela’. Pero todos saben que cuando los niños juegan a la escuela no aprenden nada. Es sólo un ejercicio, un juego, y se puede ‘jugar’ a muchas cosas.

Este es un problema muy difícil y complicado y para tratarlo en forma completa se necesita más tiempo que el que aquí disponemos. Lo he explicado en detalle en mis escritos. En seis conferencias no puedo entrar en el análisis de todos sus aspectos. Por lo tanto les aconsejo, si están interesados en el problema fundamental de la imposibilidad del cálculo y del planeamiento bajo el socialismo, que lean mi libro Human Action, que está disponible en una excelente traducción al español.

Pero lean otros libros, también, como el libro del economista noruego Trigve Hoff, quién escribió sobre cálculo económico. Y si no desean mirar desde un solo lado, recomiendo que lean el muy respetado libro socialista sobre este asunto por el eminente economista polaco Oskar Lange, que en algún momento fue profesor de una universidad en EEUU, luego fue embajador de Polonia y más tarde volvió a Polonia.

Probablemente me pregunten ‘¿Qué hay de Rusia? ¿Cómo manejan los rusos este asunto?’ Esto cambia el problema. Los rusos operan su sistema socialista dentro de un mundo en el cual existen precios para todos los factores de producción, para materias primas, para todo. Por lo tanto, ellos pueden emplear, para su planificación, los precios en el exterior, en el mercado mundial. Y dado que existen ciertas diferencias entre las condiciones en Rusia y las mismas en EEUU, el resultado es que muy a menudo los rusos consideran algo como justificado y aconsejable -desde su punto de vista económico- que los americanos no lo considerarían económicamente justificable en absoluto.

El ‘experimento soviético’, como fue denominado, no nos prueba nada. No nos dice nada sobre el problema fundamental del socialismo, el problema del cálculo económico. Pero, ¿podemos hablar de ello como un experimento? No creo que exista cosa alguna como un experimento científico en el campo de la acción humana y de la economía. No pueden realizarse experimentos de laboratorio en el campo de la acción humana porque un experimento científico requiere que se haga la misma cosa bajo condiciones diferentes, o que se mantengan las mismas condiciones cambiando solamente un factor. Por ejemplo, si se inyecta una medicación experimental en un animal canceroso, el resultado puede ser que el cáncer desaparezca. Puede probarse esto con varios animales del mismo tipo, que sufran el mismo tumor maligno. Si se trata a algunos con el nuevo método y no se trata al resto, entonces pueden compararse los resultados. Esto no puede hacerse en el campo de la acción humana. No existen experimentos de laboratorio en la acción humana.

El así llamado ‘experimento soviético’ simplemente muestra que el nivel de vida es incomparablemente más bajo en la Rusia Soviética que en el país que es considerado, por todo el mundo, como la muestra del capitalismo: los EEUU.

Desde ya, si se le dice esto a un socialista, él dirá: ‘Las cosas son maravillosas en Rusia’ Y se le contesta: ‘Puede que sean maravillosas, pero el nivel de vida es mucho más bajo’ Y él responderá: ‘Sí, pero recuerde lo terrible que era para los Rusos vivir bajo los zares y la terrible guerra que tuvimos que soportar’ No deseo entrar en una discusión sobre si ésta es o no es una explicación correcta, pero si se niega que las condiciones sean las mismas, se niega que fuera un experimento. Lo que se le debe decir (que quizás sea mucho más correcto): ‘El socialismo en Rusia no provocó un mejoramiento en las condiciones del hombre promedio que pueda ser comparado con el mejoramiento de las condiciones, durante el mismo período, en los EEUU’ En los EEUU se escucha sobre algo nuevo, sobre alguna mejora, casi cada semana. Estas son mejoras generadas por los negocios, porque miles y miles de empresarios intentan día y noche encontrar algún producto nuevo que satisfaga al consumidor, mejor o más barato de producir, ó mejor y más barato de producir que los productos existentes. No hacen esto por altruismo, lo hace porque quieren ganar dinero. Y el efecto es que se tiene una mejora del nivel de vida en los EEUU que es casi milagroso, cuando se compara con las condiciones que existían cincuenta o cien años atrás. Pero en la Rusia Soviética, donde no se tiene ese sistema, no existe una mejora comparable. Así que aquella gente que nos dice que debemos adoptar el sistema soviético, están terriblemente equivocados.

Hay algo más que debe mencionarse. El consumidor americano, el individuo es tanto un comprador como un patrón. Cuando se sale de una tienda en los EEUU, se puede encontrar un cartel que dice: ‘Gracias por su visita. Por favor, vuelva’. Pero cuando entra en una tienda en un país totalitario -sea en la Rusia de hoy o en la Alemania bajo el régimen de Hitler- el tendero dice: ‘Debe agradecer al gran líder por darle esto’ En los países socialistas, no es el vendedor quien debe mostrarse agradecido, sino el comprador. El ciudadano no es el patrón; el patrón es el Comité Central, la Oficina Central.

Estos comités y líderes y dictadores socialistas son supremos, y la gente simplemente tiene que obedecerles.

Nota: Segunda Conferencia dictada por el Profesor Ludwig von Mises en 1959 en Buenos Aires, Argentina.

PANORAMA Liberal

Domingo 26 Enero 2014

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