Cuando los comunistas
chilenos visitan Cuba vuelven hablando maravillas de la “revolución” cubana y
su glorioso comandante, Fidel Castro. La única verdad es que los izquierdistas de
todo el mundo solo tienen ojos para los violadores de DDHH de derecha, pero
miran hacia el lado cuando los criminales son su propio sector. Por eso, se ha
permitido que un criminal como Fidel Castro haya encabezado un régimen violador
de los derechos humanos durante 50 años.
Ahora, los procedimientos
de la dictadura cubana quedan en evidencia por lo que escribió recientemente la
bloguera cubana Yoani Sánchez, cuyos derechos humanos fueron, recientemente, violentados
salvajemente por el gobierno cubano.
EL ARTÍCULO DE YOANI SÁNCHEZ
“Me quisieron impedir llegar al juicio a Ángel Carromero.
Alrededor de las cinco de la tarde del 4 de octubre, un amplio operativo a las
afueras de la ciudad de Bayamo detuvo el auto en que viajábamos mi esposo y yo,
junto a un amigo. “Ustedes quieren boicotear al tribunal”, nos dijo un hombre
vestido completamente de verdeolivo, para inmediatamente proceder a detenernos.
El operativo tenía las dimensiones de un arresto hecho contra una banda de
narcotraficantes o de la captura de un prolijo asesino en serie. Pero en lugar
de tan amenazantes personas, solo había tres individuos que deseaban participar
de oyentes en un proceso judicial, asomarse al interior de la sala de un
tribunal.
Le habíamos creído al periódico Granma cuando publicó que el
juicio era oral y público. Pero ya saben, Granma miente.
No obstante, al arrestarme, en realidad me estaban regalando
experimentar periodísticamente el otro lado de la historia. Vivir en la piel de
Ángel Carromero cómo se estructura la presión alrededor de un detenido. Saber
en carne propia los intríngulis de un Departamento de Instrucción del
Ministerio del Interior. Lo primero fueron tres mujeres uniformadas que me
rodearon y me quitaron el móvil. Hasta allí era una situación confusa, agresiva,
pero todavía no tenía visos de violencia. Después, esas mismas fornidas señoras
me introdujeron en un cuarto e intentaron desnudarme. Pero hay una porción de
uno mismo que nadie puede arrancarnos. No sé, quizás la última hoja de parra a
la que nos aferramos cuando se vive bajo un sistema que lo sabe todo sobre
nuestras vidas. En un mal y contradictorio verso quedaría como “podrás tener mi
alma… mi cuerpo no”. Así que me resistí y pagué las consecuencias.
Después de ese momento de máxima tensión le llega el turno al
policía "bueno”. Alguien que se me presenta diciendo que lleva el mismo
apellido que yo –como si eso sirviera de algo- y que le gusta “dialogar”. Pero
la trampa es tan conocida, se ha repetido tanto, que no caigo. Me imagino de
inmediato a Carromero sometido a la misma tensión de amenaza y “buen talante”…
difícil sobrellevar algo así por largo tiempo. En mi caso, recuerdo haber
tomado aliento y después de una larga diatriba contra la ilegalidad de mi
arresto me quedé repitiendo por más de tres horas una sola frase “Exijo que me
dejen hacer una llamada telefónica, es mi derecho”. Necesitaba una certeza y la
reiteración me la daba. El estribillo me hacía sentirme fuerte frente a
personas que han estudiado en la academia los diversos métodos para ablandar la
voluntad humana. Una obsesión era todo lo que me urgía para enfrentarlos. Y me
obsesioné.
Después de una larga diatriba contra la ilegalidad de mi
arresto me quedé repitiendo por más de tres horas una sola frase “Exijo que me
dejen hacer una llamada telefónica, es mi derecho”.
Por un rato parecía que había sido en vano mi insistente
cantaleta, pero después de la una de la madrugada me permitieron hacer la
llamada. Unas pocas frases con mi padre, a través de una línea evidentemente
pinchada y ya todo quedaba dicho. Podía entonces entrar en la otra etapa de mi
resistencia. La llamé “hibernación”, porque cuando se nombra algo es como
sistematizarlo, creérselo. Me negué a comer, a beber cualquier líquido; me
negué al examen médico de varios doctores que trajeron a revisarme. Me negué a
colaborar con mis captores y se los dije. No podía despegar de mi mente el
desvalimiento de Carromero en más de dos meses lidiando con aquellos lobos que
alternaban con el papel de oveja.
Una buena parte del tiempo toda mi actividad la filmaba una
cámara que un sudoroso paparazzi manejaba. No sé si algún día pondrán alguna de
esas tomas en la televisión oficial, pero organicé mis ideas y mi voz para que
no pudieran ser transmitidas menoscabando mis convicciones. O les mantienen el
audio original con mi demanda, o tienen que repetir la chapuza de sobreponerle
la voz de un locutor. Traté de hacerles lo más difícil posible la edición
posterior de aquel material.
Solo hice un pedido en 30 horas de detención: necesito ir al
baño. Yo estaría preparada para llevar la batalla hasta el final, pero mi
vejiga no. Después me llevaron a un calabozo-suite. Había pasado horas en otro
que tenía una rara mezcla de barrotes y cortinas, con un terrible calor. Así
que llegar al salón más amplio, con televisor y varias sillas, que desembocaba
en una habitación con una cama realmente apetecible fue un golpe muy bajo. Solo
de mirar el estampado de las cortinas, tuve el presentimiento que era el mismo
lugar donde habían hecho la primera grabación que circuló en Internet de las
declaraciones de Ángel Carromero.
Aquello no era una habitación, era un set. Lo supe de
inmediato. Así que me negué a acostarme sobre la sobrecama recién tendida y a
poner mi cabeza sobre las tentadoras almohadas. Me fui a una silla en un rincón
y me acurruqué. Dos mujeres vestidas de militar me vigilaban todo el tiempo. Yo
estaba viviendo el deja vú de otro, el recuerdo del escenario en el que
transcurrieron los primeros días de detención para Carromero. Ya lo sabía y era
duro. Una dureza que no estaba en el golpe o en la tortura, sino en la
convicción de que no se podía confiar en nada de lo que ocurría dentro de esas
paredes. El agua podía no ser agua, la cama más bien parecía una trampa y el
doctor solícito estaba más cerca del soplón que del galeno. Lo único que
quedaba era sumergirse en los abismos del “yo”, cerrar las compuertas con el
afuera y eso hice. La fase “hibernación” derivó en un letargo auto provocado.
Ya no pronuncié una palabra más.
Para cuando me dijeron que me “iban a trasladar hacia La
Habana”, me costó despegar los párpados y mi lengua parecía salirse de la boca
por los efectos de la prolongada sed. Sin embargo, yo sentía que los había
vencido. En un último gesto, uno de mis captores tendió su mano para ayudarme a
subir al microbús donde también estaba mi esposo. “No acepto cortesía de
represores”, lo fulminé. Y volví a tener un último pensamiento para el joven
español que vio torcerse su vida aquel 22 de julio, que tuvo que bregar entre
todos aquellos engaños.
Al llegar a casa supe de los otros detenidos y de que la
propia familia de Oswaldo Payá no pudo entrar a la sala penal. También del
pedido de siete años hecho por el fiscal contra Ángel Carromero y de la
condición de “concluso para sentencia” en que quedó el juicio de este viernes.
Lo mío era solo un tropezón, el gran drama sigue siendo la muerte de dos
hombres y el encierro de otro…”
LA BRUTAL REPRESIÓN DE LA DICTADURA CUBANA
Si, los regímenes totalitarios
de izquierda tienen una gran debilidad: le tienen miedo a los individuos
independientes, capaces de pensar por sí mismos. Promueven la “igualdad” como
la gran receta para que todos escuchen y acepten sus letanías, y persiguen brutalmente
a aquellos que piensan de manera distinta. Y no es extraño.
Lo que resulta extraño es
que existan personas que crean que estos izquierdistas puedan ser una buena
alternativa de gobierno porque no se dan cuenta que este tipo de políticos solo
promueven uniformar y reducir al ser humano individual a su mínima expresión
por medio de una red de regulaciones y restricciones que abren espacios
discrecionales a los Estados para tomar decisiones por cada persona. Mientras la
nomenklatura y sus dirigentes disfrutan de un nivel de vida muy superior a todas
las demás personas.
Por eso, resulta difícil
de entender la confianza que algunos tienen respecto de que el Estado es el más
preparado para decidir en qué colegio deben estudiar nuestros hijos; en qué
hospital debemos atendernos; como debemos vestirnos; en que medios debemos
transportarnos; que libros debemos leer, etc. Al parecer, a muchos les han
lavado el cerebro para tener fe en que el Estado resolverá todos nuestros
problemas…como en Cuba.
Durante 50 años, los
“revolucionarios” como el criminal Fidel Castro han manejado a Cuba y los
cubanos como si fueran títeres de plástico que deben hacer lo que se les ordena
y se les trata como si fueran especies de ineptos que necesitan ser dirigido
por los “sabios revolucionarios”. Y, cuando surge alguien que piensa distinto,
inmediatamente, los criminales del régimen cubano proceden a violar sus
derechos humanos para silenciar su voz.
Quieren callar a Yoani
Sánchez, pero más temprano que tarde la libertad volverá a caminar por las
calles y avenidas de Cuba. El pueblo cubano ya ha esperado demasiado.
PANORAMA Liberal
Domingo 7 Octubre 2012
ESTIMADOS HERMANOS:
ResponderEliminarSolicito la amnistía de las empleadas domésticas con los patrones porque los tales los necesitan idóneamente para resarcirlos empáticamente.
Atentamente:
Jorge Vinicio Santos Gonzalez,
Documento de identificacion personal:
1999-01058-0101 Guatemala,
Cédula de Vecindad:
ORDEN: A-1, REGISTRO: 825,466,
Ciudadano de Guatemala de la América Central.